DOCTRINA POSITIVA:
TEMA IX
El Estado, organización jurídica de la Soberanía y Gobierno para el
Bien Común. El Estado de Derecho y los supremos intereses de una Nación
Católica y Occidental.
Relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica.
Relaciones del Estado con las Sociedades Intermedias.
Al proponer un Estado
conforme con la doctrina de Cristo, para hacer realmente una, fuerte y grande a
la Nación Argentina, nada más oportuno que recordar el pasaje de una epístola
de San Agustín, citado por León XIII en su encíclica INMORTALE DEI: "Los
que dicen ser la doctrina de Cristo nociva a la República, que nos den un
ejército con soldados tales como la doctrina de Cristo manda; que nos den
asimismo regidores, gobernadores, cónyuges, padres, hijos, amos, siervos,
reyes, jueces, tributarios, en fin, y cobradores del fisco como la enseñanza de
Cristo los quiere y forma; una vez que los hayan dado, atrévanse a mentar que
semejante doctrina se opone al interés común. No lo harán; antes bien, habrán
de reconocer que su observancia es la gran salvación de la República". Con
este sentido católico y occidental de la política nacional, es preciso diseñar
el Estado sobre la tela de esta sociedad y de estas almas argentinas, a la
manera de Platón en el Libro VI de LA REPÚBLICA. Puesta la mirada en las esencias
y en su orden inmutable, la recta razón ilustrada por la experiencia de la Fe
de Cristo tiene que proyectar la constitución más conveniente y que mejor sirva
al Bien Común.
Claro está que el
estado de suciedad de la tela exige un tarea previa de limpieza para ponerla
pulcra y en orden. Más de cien años de liberalismo oficial y casi cincuenta de
subversión universitaria han desquiciado las instituciones sociales y
confundido la mente de la clase ilustrada. De ahí la necesidad perentoria de la
Dictadura, apoyada en las Armas y no en las urnas, para volver las
instituciones a su quicio v rehabilitar la inteligencia. La crisis del poder
civil, insuperable por la vía de una legalidad vacía e indiferente, hace
imprescindible la intervención de las FF.AA. para asumir la responsabilidad
política de la Nación. Se trata de un deber inexcusable e intransferible en
defensa de lo esencial y permanente, de aquello que no puede perderse sin'
dejar de ser. Si rehúsan cumplir su deber eminentemente político, cuando
peligra la existencia misma de la Patria, so pretexto de una supuesta vocación
civil o de horror a la Dictadura, es que las Fuerzas Armadas de la Nación se
reconocen incapaces y sin razón de ser. Y lo que no hagan los militares para
salvar a la Patria, lo harán los milicianos para perderla definitivamente. El
primero y principal de los objetivos patrióticos es hacer unida, disciplinada y
fuerte a la Fuerza Militar en la Doctrina de Guerra Contrarrevolucionaria; esto
es, en la Verdad y en el servicio del Bien Común. Sólo aá podrá volver a ser la
columna vertebral de la Patria en la restauración y consolidación de las otras
instituciones sociales. No hay nada más que la salida militar, si lo que se
quiere es remontar la pendiente de la dispersión hacia la unidad, del càos
hacia el orden, de la subversión hacia la. jerarquía. Lo mismo que en el
nacimiento de la Patria, son los cuerpos militares" los que pueden
levantarla y sostenerla sobre las armas, hasta su total recuperación. Las
instituciones no son fines sino medios para el mejor ser del hombre. Social por
naturaleza, la persona humana necesita de las instituciones para desplegarse y
alcanzar el fin de su existencia; y las necesita tanto para la suficiencia de
su vida temporal como para la salvación eterna. La Iglesia Católica, Apostólica
y Romana ha sido instituida por el mismo Cristo para la salvación del hombre.
Quiere decir que el individuo es lo que son las instituciones donde nace, se
cría, se educa, ejerce una profesión, funda un hogar, adora a Dios y rinde
culto de piedad a sus muertos. Su personalidad se expande libremente en el seno
de la familia, de la escuela, de la profesión, de los centros de cultura y
recreación, del municipio, de la provincia, de la Nación, del Estado y de la
Iglesia de Cristo. El individuo aislado no podrá satisfacer sus necesidades
materiales y espirituales; tiene que unir sus fuerzas con otros para colaborar
a un bien común. Nada más natural ¡ni más conveniente que la organización
corporativa de la sociedad humana en todos los órdenes. Y el Estado debe
estimular, favorecer y proteger la actividad y el lugar propio de cada uno de
los cuerpos sociales; a la vez que coordinar sus respectivas funciones y
armonizar los intereses divergentes o encontrados, en su posición de árbitro
imparcial, cuyo cuidado es el Bien Común. "El Bien Común es un- bien en el
que deben participar todos los miembros de una comunidad política, aunque en
grados diversos, según sus propias funciones, méritos y condiciones. Los
poderes públicos, por consiguiente, al promoverlo, han de mirar porque en este
bien tengan parte todos los ciudadanos, sin dar la preferencia a alguno en
particular o a grupos determinados" 88 Juan XXIII, PACEM IN TERRIS.. Si
el hombre fuera un fin en sí y no hubiera nada más elevado que el hombre, como
repiten liberales y marxistas, el Estado no tendría superior y agotaría la
existencia humana; pero tiene un fin sobrenatural que logra por medio de la
Iglesia de Cristo. Y en orden a lo espiritual, el Estado está subordinado a la
Iglesia: "de ahí que el Bien Común se ha de procurar por tales
procedimientos que no sólo no pongan obstáculos sino que sirvan igualmente a la
consecución de su fin último y eterno" 89 Juan XXIII, PACEM IN
TERRIS.
P. Ramírez O. P. aclara y precisa las relaciones entre las dos únicas
sociedades perfectas que pueden y deben existir: "en la esfera propia y en
asuntos de orden temporal, tiene el Estado perfecta autonomía, y el ciudadano
debe obedecer en estas cosas al poder civil más que el eclesiástico. Ambos
poderes proceden de Dios: en lo que se refiere a la salud del alma, el poder
espiritual tiene la primacía; pero en lo relativo al bienestar temporal, éste
pertenece al poder civil, conforme a la palabra divina: «Dad al César lo que es
del César»" 90 PUEBLO Y GOBERNANTES AL SERVICIO DEL BIEN COMÚN, Capítulo
I..
Se acaba de demostrar que el Bien Común alcanza a todo el hombre, a su alma
inmortal y a su cuerpo unido sustancialmente a ella; todas las necesidades
personales y materiales o espirituales encuentran su satisfacción legítima y
plena en el Bien Común. Por eso es inherente a todo bien la comunicabilidad o,
lo que es igual, no es exclusivamente para quien lo posee, sino que debe hacer
partícipe al prójimo; tanto más cuanto más elevado en el valor. El propio bien
es indivisible del Bien Común que tiene prioridad en caso de conflicto y es de
todos y de cada uno; pero no con igualdad aritmética, sino proporcional a la
función, al mérito y a la capacidad. La naturaleza humana se ordena, pues, al
Bien Común como al fin de su existencia individual. Esto significa que la
trayectoria del hombre depende de las instituciones en cuyo seno se expande su
racionalidad, su libertad y su sociabilidad, culminantes en la apolítica y en
la religión. Si las instituciones son verdaderas, conforme con lo que Dios
quiere, la naturaleza exige y la Historia enseña, se cumplen todas las
condiciones exteriores necesarias, que implica el Bien Común para asegurar el
desarrollo integral de la persona humana, en su vida material, intelectual y
religiosa.
Pero si las
instituciones que se implantan en una sociedad determinada contradicen la
religión que está en el principio de todas sus fundaciones históricas y las
antiguas costumbres, su influencia tiene que ser funesta para las almas y para
la Nación. Es lo que ocurre con la sociedad argentina bajo la acción disolvente
de la Constitución Nacional y de las instituciones liberales que soporta desde
1853 91
El doctor Gorostiaga, que redactó el texto de la Constitución promulgada en
1853, dijo que el proyecto de la Comisión estaba "vaciado en el molde la
Constitución de los Estados Unidos. . . por ser el único modelo de verdadera
federación que existe en el mundo".. "Nos han falsificado las
instituciones. Han roto nuestra tradición moral y política que bien
hidalgamente ha funcionado en manos de un Rosas o de un Hernandarias. Nos han
impuesto desde afuera instituciones inadaptadas a nuestras costumbres, nuestra
idiosincrasia y nuestras creencias, y que son hijas de otros climas poco
ortodoxos" 92 Leonardo Gastellani, MARTITA OFELIA..
Por esto es que las instituciones liberales, comenzando por la Constitución
Nacional en vigencia, deben ser barridas, antes de que a favor de sus falsas
libertades se termine de descristianizar, desquiciar y miserabilizar al pueblo
argentino para ser entregado inerme al comunismo satánico. Barrer las
instituciones liberales y restaurar la sociedad en los principios que le dieron
el ser. Se trata, pues, de volver a construir las instituciones sociales y
políticas argentinas sobre la Iglesia de Cristo v con la experiencia de la
historia verdadera del país: familia, municipio, escuela, universidad,
propiedad, economía, profesión, provincia, nación y, finalmente, el Estado
Nacional. Debe comprenderse que no hay ni puede haber otra política eficaz de
¡guerra contrarrevolucionaria; y que es responsabilidad principal de las Armas,
con la colaboración de civiles patriotas y capaces, conducir esa política de
guerra hasta que las violencias liquidadoras de la Patria— confusionismo
ideológico, dolce vita, delincuencia administrativa, especulación financiera,
lucha de clases, lujo insolente, villas miserias, subversión social— sean
vencidas en la Paz de Cristo. Importa decisivamente advertir que dichas
violencias extremas son las que provocan la Guerra Revolucionaria y socavan a
todas las fuerzas de resistencia. La violencia que estimula o aprovecha el
Comunismo es la pudrición de las mentes y las costumbres, conforme a la
sentencia de Lenin: "La putrefacción es el laboratorio de la vida".
Una de las expresiones más nítidas de la dialéctica marxista en las naciones
todavía cristianas de Occidente es el contraste entre el horror a la guerra
atómica y la tolerancia hacia las más repugnantes aberraciones de las
costumbres públicas. Pero el destino de Sodoma y Gomorra está sellado aunque se
preserve la paz exterior. Se tiembla ante la perspectiva de que los mortales
mueran masivamente y de que los muros de la ciudad mortal se derrumben en un
instante; pero ni siquiera se reacciona ante los estragos de la dolce vita en
las almas. La Guerra Contrarrevolucionaria persigue la verdadera paz, la paz de
Cristo. 0 sea la tranquilidad en el orden justo que preside la Ciudad de Dios.
Es la política de las Armas y de las Letras que expone en su famoso discurso
Don Quijote, el caballero cristiano. Restablecida y consolidada la paz
cristiana en nuestra patria, habrá llegado el momento de encarar la
organización definitiva del Poder y de la Sociedad en un Nuevo Estado Nacional,
la Segunda República Argentina. No será en virtud de un Derecho nuevo sino del antiguo
Derecho Católico Romano e Hispánico, reajustado a las circunstancias actuales
del país. La ley constitutiva del Estado tiene que ser una ordenación de la Paz
enderezada al Bien Común, "en armonía con la Religión, conforme con la ley
natural, apropiada a las costumbres, conveniente al lugar y tiempo, instituida
no para fomentar un interés privado sino para utilidad común de los
ciudadanos" 93 San Isidoro de Sevilla.
No se ha de pretender
que la Argentina sea el paraíso terrenal ni tampoco aspirar a una
"felicidad de potrero verde"; pero sí se ha de procurar que sea una
tierra habitable, decorosa y digna de hombres libres. Los artífices de la
constitución que van a trabajar sobre un modelo divino, y atento a las
lecciones de la experiencia en el planteo de la forma de gobierno, tendrán en
cuenta, sin duda, la recomendación del más esclarecido de los teólogos:
"la mejor constitución política es aquella en que uno es el depositario
del Poder, y preside a todos según virtud; y bajo él hay algunos superiores
también en virtud que participan en el gobierno; y, sin embargo, el Poder es de
todos por cuanto todos pueden ser elegidos o tomar parte en la elección.
"Tal es la política más excelente, en la que se integran la monarquía,
puesto que es uno el que preside; la aristocracia, por cuanto algunos
participan según virtud; y la democracia, que es el poder del pueblo, ya que
los gobernantes pueden ser elegidos del pueblo y es el pueblo quien los
elige" 94 Santo Tomás de Aquino, SUMA TEOLOGICA,. Este ordenamiento jurídico
de la soberanía exige para su recta aplicación un pueblo verdadero,
disciplinado, jerarquizado. No puede instituirse en una masa anarquizada y
subvertida por la Democracia Liberal y la Guerra Revolucionaria. Las más
antiguas tradiciones de la Patria verifican de un modo constante la Presidencia
de uno solo —Rey, Caudillo, Presidente—, así como la Asamblea de Notables, los
Cabildos integrados por vecinos de distinción. En cuanto a la participación
democrática de todos en el Poder, la experiencia del Sufragio Universal no ha
podido ser más desastrosa. Se comprende que así sea, puesto que se trata de una
elección inorgánica, niveladora y anónima. El engaño, el soborno y la adulación
son los métodos obligados para triunfar en las urnas. Las mayorías accidentales
consagran la incompetencia y la irresponsabilidad en el gobierno aparentemente
democrático; en verdad, una irremediable y sucia combinación de oligarquía y
demagogia. Bien dice Pío IX que "el sufragio universal es una prostitución
universal". Elección prudente y justa es aquella en que los iguales en
oficio, función o responsabilidad social, eligen a uno de entre ellos para que
los represente o presida. Como entre pares es la expresión de una noble y justa
igualdad social: los padres de familia de un barrio o de una vecindad eligen a
un alcalde; los alcaldes de barrio, a un concejal de distrito o sección; los
concejales, a un intendente de la ciudad o de la comunidad rural; los
intendentes, al gobernador de la provincia. Los patrones, técnicos y obreros de
una empresa económica eligen a los delegados de sus respectivos sindicatos;
estos delegados, a las autoridades sindicales; las autoridades sindicales a los
miembros directivos de las grandes corporaciones verticales integradas por
todos los cuadros en cada una de las ramas de la industria, del agro, del agua,
del comercio, de los servicios. Sobre la base del sindicato, la organización y
representación corporativas se deben extender a las otras actividades, sociales
—educativas, culturales, deportivas, etcétera—, a fin de que la nación entera
se integre, sin confundirse, en el Estado por medio de la más idónea y genuina
representación democrática, en una Cámara de Diputados de las Corporaciones,
elegidos periódicamente entre los dirigentes de cada una de ellas. Su función
política será legislar junto con el Senado o Consejo Supremo de las
Corporaciones, integrado por los titulares de las más altas jerarquías
sociales, políticas y espirituales, incluso de la Justicia, las Fuerzas Armadas
y la Iglesia Católica. El presidente de la República Corporativa,
Representativa y Federal será elegido por los gobernadores de provincia, junto
con el Senado y la Cámara de Diputados, en la forma y por el período que se
estime más conveniente.
Será facultad del Presidente
el poder de decisión, la ejecución de las leyes y la elección de sus ministros.
Los límites del poder político serán los ¡del Estado que debe ser fuerte para
imponer sus decisiones como supremo coordinador de las actividades de los
cuerpos intermedios; protector de las autonomías respectivas; interventor
subsidiario en caso de falla grave en su gobierno interno; árbitro imparcial en
toda divergencia de intereses parciales y promotor solícito de toda forma de
cooperación de los individuos a un bien común; respetuoso de las libertades y
derechos legítimos. No es el individuo abstracto y disociado, reducido al uno
vacío que se suma ene veces, el que debe estar en el punto de partida de la
política, sino el individuo concreto en su vida real, en el seno de una
familia, de un municipio, de una profesión, de la cultura, etcétera, donde el
propio interés es siempre indivisible de un interés común. Por esto es que la
solución del problema político radica en la organización de la nación
respetando, dentro de lo posible, las asociaciones libres y espontáneas de los
individuos en función de sus intereses y ocupaciones; o forzándolos con
suavidad en tal sentido; sólo así será la nación socialmente organizada y en la
plenitud de su ser. Todas las actividades de la Nación, económicas,
educacionales, culturales, judiciales, militares, éticas y religiosas
—respetadas en su modo de ser y en su autonomía, por intermedio de la
organización corporativa— se proyectan en la política y participan en el
gobierno de la República, supremo regulador del Bien Común Temporal. El Poder
judicial deberá gozar de la independencia que exige la administración de una
justicia severa y comprensiva, rigurosa y caritativa a la vez, tanto en la
determinación del derecho de cada uno como en el castigo de los delitos. Las
Fuerzas Armadas de la Nación encuadradas en la República Corporativa,
férreamente disciplinadas en la subordinación y en el valor, estarán al
servicio de lo esencial y permanente en la Nación: la unidad e integridad de su
ser la soberanía política y el honor de su nombre. Un Concordato deberá
garantizar la libertad de la Iglesia Católica y del Estado que la reconoce como
la Religión Oficial en sus respectivos dominios; así como la subordinación del
Estado confesional a la Iglesia en todo lo relativo al cuidado y a la salvación
de las almas. Las religiones no católicas serán admitidas en el seno de las
familias creyentes, siempre que no ofendan a la moral pública y no pretendan
misionar en territorio argentino. Las auténticas libertades individuales y los
derechos legítimos del ciudadano serán los que derivan de sus deberes hacia
Dios y el prójimo. Por otra parte, las libertades y derechos de la familia, del
municipio, de la provincia y de la Nación, serán plenamente reconocidos por el
ordenamiento corporativo. Se logrará de este modo la más efectiva afirmación de
las autonomías locales y del federalismo tradicional en la Patria, con la
máxima descentralización del poder compatible con la unidad de un gobierno
fuerte, estable y soberano. Los diversos poderes deben estar repartidos de tal
modo que cada uno de los cuerpos sociales y cada uno de los habitantes
participen de algún poder; y que éste sea suficiente para su libertad y para el
cumplimiento de su obligación. He aquí un bosquejo de la gran obra
arquitectónica que Dios y la Patria esperan del esfuerzo lúcido y abnegado de
sus hijos. Se trata nada menos que de una nueva restauración de las leyes. Se
comprende que para realizar esta empresa de regeneración política hace falta
arrancar a la juventud argentina de la vulgaridad y de la vida fácil;
despertarla a su vocación de grandeza y a su capacidad de heroísmo; reavivar en
su corazón la llama abrasadora de una Fe intrépida y del más exaltado
patriotismo. Es la obra de la escuela y del cuartel al servicio de Dios y de la
Patria.