jueves, 19 de diciembre de 2019

DOCTRINA POSITIVA-TEMA II-LA FE CATOLICA Y +



Tema II
DOCTRINA POSITIVA:
La Fe Católica en la formación de la civilización y de las naciones de Occidente.

El católico ve y vive desde adentro, desde su misma entraña, la civilización de Occidente, tanto en la Historia Universal como en la Historia Patria. Es la sustancia de su ser y de su destino personal. Cristo, el Verbo Encarnado, y su Iglesia que prolonga la Encarnación v la Redención en el tiempo son la raíz más íntima del alma y de la ciudad, de la mente v de las instituciones sociales, de la política y de la cultura occidentales. El no católico —liberal, judío, masón o marxista—, todo el que reniega o niega a Cristo y a su Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ve y vive desde fuera; en la perspectiva del progreso que va dejando atrás, definitivamente atrás, las edades que se van sucediendo por superación constante, en su avance hacia una meta de perfección, siempre futura. El católico ve y vive su existencia personal, política e histórica en función de la Redención, es decir, de la unidad con Dios en Cristo —según palabras de Pío X—, verdadero Dios y hombre verdadero. Su ideal humano es el varón justo; aquel en quien "la justicia abunda más que en los escribas y fariseos". El no católico —liberal, judío, masón o marxista— sólo tiene una perspectiva demasiado humana; ve y vive su existencia personal, política e histórica, en el esquema dialéctico de una supuesta evolución que parte de la nebulosa incandescente a través del mineral, la planta y los animales inferiores; y desde la bestia irracional, por un proceso gradual de humanización, se llega al hombre de las cavernas. Y ya en la prehistoria, a través de las edades de piedra, se entra en el tiempo histórico, con las sucesivas edades de bronce, hierro, vapor, electricidad y la atómica de nuestros días. Medido por la técnica en su nivel de humanidad, medido por las verdades útiles y sus instrumentos de dominio exterior de las fuerzas cósmicas, astronauta del Progreso, vuela hacia el cielo vacío y muerto del superhombre, su propia nada. No tiene como el católico el sentido de la eternidad y de lo que es eterno en el hombre y en todo lo que existe. No comprende el significado del nombre de Cristo, a pesar de haber nacido en la Era Cristiana; ni tampoco el significado de lo clásico, de la edad de oro, de la tradición que dura porque tiene una vitalidad perenne. No comprende el claro significado de esta página de Péguy: "La humanidad dejará atrás a los primeros dirigibles como ha dejado atrás a las primeras locomotoras. Dejará atrás al señor Santos Dumont como ha dejado atrás a Stephenson. Después de la Telefotografía seguirá encontrando grafías, fonías y patíos, a cual más tele, y se podrá, dar la vuelta al mundo en un menos que nada. Pero sólo será el mundo temporal, lo que muere... Pero nunca pudo ningún hombre ni ninguna humanidad alabarse de haber dejado atrás a Platón. Voy más lejos y agrego que un hombre cultivado, verdaderamente cultivado, no comprende, no puede siquiera imaginarse qué se quiere significar al decir que se ha dejado atrás a Platón". Es que aprendemos a pensar, a distinguir y jerarquizar, en Platón y en Aristóteles, hoy como hace veinte siglos: el sentido del ser, de la causa, del fin. y de los medios, de la esencia y la existencia, de lo que es sustancial y, de lo que es accidental en todo. Por esto es que Péguy —poeta y filósofo francés contemporáneo— agrega que "Homero, Platón y Aristóteles son nuevos esta mañana, pero el diario de hoy ha envejecido ya". El católico sabe que la Civilización Occidental está construida sobre fundamentos de eternidad. Sabe que la Iglesia es promotora de la Civilización. 13 Hilaire Belloc, EUROPA Y LA FE. Introducción.
"La conciencia católica de la Historia no se inicia con el desarrollo de la Iglesia en la cuenca del Mediterráneo. La antecede en mucho. El católico entiende el terreno en que creció la planta de la Fe. En modo al que ningún otro hombre se atreve entiende cómo el esfuerzo militar romano, la causa de su choque contra el tosco y mercantil imperio asiático de Cartago; los frutos obtenidos de la luz ateniense; el nutrimiento proporcionado por el irlandés y el británico; las tribus galas con sus ideas terribles, pese a su confusión sobre la inmortalidad; el parentesco que nos une con él ritual de religiones profundas no obstante su falsedad, y aun el antiguo Israel —el pueblecito violento, antes de envenenarse, y mientras aún era nacional en las montañas de Judea—fueron al menos en la antigua Revelación, cosas principales y —como decimos los católicos— sagradas; dedicadas a una Misión peculiar. "Para el católico, toda esa perspectiva se halla en armonía. El cuadro es normal. Para él no hay deformidad. El proceso de nuestra gran historia es fácil, natural y total. También es definitivo, terminante"15. Tocios estos acontecimientos históricos y contenidos de valor, aparentemente dispersos e inconexos para una perspectiva demasiado " humana, vinieron • a conjugarse y fueron, asimilados por el Imperio Romano, cuya madurez y plenitud se logra apenas un siglo después de la Encarnación del Verbo de Dios —nacimiento de Cristo, Nuestro Señor—. En ese inmenso espacio de vida común, unificada, organizada y jerarquizada en un gran Estado, se predicó la Verdad de nuestra Fe Católica no como una religión- más entre las que se mezclaban y confundían en el paganismo romano. Los dioses de las antiguas religiones, donde los restos de la Revelación primitiva se entreveran con las más groseras idolatrías y supersticiones, habían sido acogidos y oficializados, por así decir, en el seno de la paz romana. Cristo, la Verdad misma de Dios hecho hombre verdadero, se presentó como un "signo de contradicción", como una "piedra de escándalo", en medio de las falsas divinidades. La Verdad no podía mezclarse, ni acomodarse, ni convivir, ni coexistir con el error; no podía admitir que la Religión instituida Ella misma fuera nivelada y puesta en un plano de igualdad con las más groseras supercherías, tal como ocurre hoy con la democrática libertad de cultos, que iguala en nuestra Constitución Nacional la Religión Católica con la aberración espiritista. "El que no está conmigo, está contra mí", es la definición y la única opción libre cuando Cristo está realmente presente con sus discípulos y confesores. No habrá compromiso posible y por esto es que el paganismo oficial de Roma inició la más cruenta e implacable persecución de los cristianos. Desde el principio y por institución divina del mismo Cristo, los fieles integran una doctrina fijada por la autoridad del Sumo Pontífice, lo mismo que dos mil años después. No había, no hay ni habrá otro medio de mantener la unidad de la Palabra de Dios que la Cátedra de la Unidad, la Roma de Pedro; tan sólo la Palabra que no pasará nunca y que enseña la misma Verdad en todas las lenguas y en todos los lugares, en las sucesivas edades y en circunstancias variables, pues convocar y reunir a los defensores del Occidente Cristiano es obra fundamental de esa unidad de Magisterio y de Vida. La prueba de la Verdad crucificada se multiplicó en los primeros mártires. La invencible obstinación en el testimonio de la Fe, la intrepidez en denunciar la pavorosa corrupción de las costumbres paganas, la capacidad de sufrir y de morir, promovieron la rápida propagación del Cristianismo en el mundo romano. A los mártires -siguieron los apologistas, cuya misión fue preparar las mentes y los corazones para recibir la acción de la Gracia y elevarse a la comprensión de lo sobrenatural, de esa irrupción de lo divino en lo humano, de la eternidad en el tiempo histórico, en que consiste la Encarnación del Verbo de Dios. Muchos entre ellos fueron también mártires para la plenitud del testimonio. Así es como el Cristianismo siguió creciendo en extensión y profundidad. "Padres de la Iglesia como se los nombra. Sería necesario llamarlos Padres de la Cristiandad, de la Civilización Occidental, Padres de la Civilización, simplemente". Fueron los precursores de la admirable síntesis que Santo Tomás de Aquino culminará diez siglos más tarde: el mensaje de la sabiduría antigua grecorromana puesto al servicio de la palabra de Dios. El Cristianismo no privó a sus fieles de las fuentes de la Sabiduría antigua. Después de San Justino, San Clemente de Alejandría, San Basilio, San Ambrosio y San Agustín, en el ejemplo mismo del rigorista San Jerónimo que se acusaba de ser un abyecto, San Germán de Auxerre, San Sidonio Apolinario, San Paulino de Ñola, San Remigio, San Cesáreo y el mismo San Benito, patriarca de los monjes de Occidente, fueron conservadores de la sana cultura clásica. A comienzos del Siglo III, Tertuliano pudo lanzar a los paganos el apostrofe: "No somos nada más que de ayer y lo llenamos todo, vuestras ciudades, vuestras casas, vuestras fortalezas, vuestros municipios, vuestros consejos, vuestros campos, vuestras tribunas, el palacio; no os dejamos más que vuestros templos" 16 Jean Míirials, D'ou VIENT LA FRANCE.  
Hacia el año 303, bajo Dioclesiano, la propagación del Cristianismo había alcanzado tales proporciones que para satisfacer las necesidades del Estado el Emperador tuvo necesidad de llamar a los cristianos a funciones importantes, incluso como gobernadores de provincias, dispensándolos de ofrecer sus sacrificios a los dioses paganos. La Iglesia Católica fue revolucionaria en lo religioso y destruyó el paganismo; pero no fue revolucionaria ni destructora en lo político. Tanto en la función pública como en el Ejército, los cristianos fueron los funcionarios más conscientes y los soldados más disciplinados y valerosos. En el año 312, bajo Constantino, el Imperio Romano hizo oficialmente profesión de Fe Católica. La conversión del príncipe cristianizó a todo el pueblo; así como la herejía o el ateísmo del príncipe —atestigua la Historia— aparta de la Fe o precipita al pueblo al ateísmo. La gravitación de la política en la vida religiosa de los pueblos o naciones es decisiva. La levadura fermenta desdé el interior de la masa, desde abajo; pero el Estado no se hace religioso, en este caso, católico, no se hace católica la sociedad con las instituciones, hasta que el Gobierno no se define católico. Del mismo modo, la herejía o el ateísmo comienza por segregar o envenenar las almas; pero no tiene lugar la separación o el envenenamiento colectivo hasta que el Estado no hace profesión oficial de la herejía o del ateísmo. No hay Estado ni política neutros, indiferentes, como pretende el liberalismo moderno. El Estado es religioso o irreligioso, católico o anticatólico. Claro está que frente a la confusión de lo religioso y de lo político, de lo sagrado y de lo profano que acusaba la Ciudad pagana, el Cristianismo impuso la distinción más rigurosa y estricta: "Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César", sentencia de Jesucristo Nuestro Señor, y Señor de la Patria. Distinción y autonomía de cada uno de los Poderes —espiritual y temporal— en su orden respectivo; pero subordinación de la política a la Religión en lo que se refiere al fin último del hombre; esto es, la salvación de su alma inmortal y del hombre entero en la vida eterna. Análogamente el Cristianismo distingue entre la Fe sobrenatural y la razón natural; fija su respectiva autonomía; pero reconoce la necesaria subordinación de la razón a la Fe para integrar la filosofía griega en la Revelación divina, la teología natural en la teología sagrada, transformándola en Saber de Salvación. Saber de Salvación ordenado a la contemplación de Dios, la Visión en su misma divina luz que es el fin último del hombre y su bienaventuranza eterna; imposible de alcanzar en esta vida mortal, pero hacia donde nos encamina la fe que es para entender las cosas de Dios y las cosas del hombre que tienen que ver con D103. León XIII, en su encíclica LIBERTAS, esclarece con suma precisión lo que la Civilización Occidental debe a la Iglesia Católica: "La Iglesia Católica, aleccionada con •las enseñanzas y los ejemplos de su divino Fundador, ha definido y propagado por todas partes estos preceptos de profunda y verdadera doctrina (el fin supremo al que debe aspirar la libertad humana no es otro que el mismo Dios), conocidos incluso por la sola luz de la razón. En lo tocante a la moral, la ley evangélica no sólo supera con mucho a toda la sabiduría pagana sino que además llama abiertamente al hombre y lo capacita para una santidad desconocida en la antigüedad, y, acercándolo más a Dios, lo pone en posesión de una libertad más perfecta. De esta manera ha brillado siempre la maravillosa eficacia de la Iglesia en orden a la defensa y mantenimiento de la libertad civil y política de los pueblos.. . La esclavitud, esa antigua vergüenza del paganismo, abolida principalmente por la feliz intervención de la Iglesia. Ha sido Jesucristo el primero en proclamar la verdadera igualdad jurídica y la auténtica fraternidad entre los hombres... El poder legítimo viene de Dios, y el que se resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios, dice San Pedro. De esta manera la obediencia queda dignificada de un modo extraordinario, pues se presta obediencia a la más elevada y justa autoridad. Pero cuando no existe el derecho a mandar, o se manda algo contrario a la razón, a la ley eterna, a la autoridad de Dios, es justo entonces desobedecer a los hombres para obedecer a Dios. Cerrada así la puerta a la Tiranía, no lo absorberá todo el Estado. Quedarán a salvo los derechos de cada ciudadano, los derechos de la familia, los derechos de todos los miembros del Estado y todos tendrán participación en la libertad verdadera, que consiste, como hemos demostrado, en poder vivir cada uno según las leyes y según la recta razón" 17. 17 Encíclica LIBERTAS.
La Fe católica enseña, desde hace 2.000 años, que el hombre tiene dignidad de persona y es sagrado porque está ordenado a Dios; pero pierde ese carácter sagrado cuando incurre en pecado o en delito porque se separa de Dios o atenta contra el prójimo; y se hace pasible de la justicia divina y humana.
La Fe católica ha elevado a la mujer a la altura de compañera fiel y colaboradora del varón, así como la Virgen Santísima, Madre de Dios, es corredentora y el arquetipo de la mujer. La Fe católica nos manda amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El prójimo es aquel a quien la naturaleza o las circunstancias han puesto más cerca de cada uno de nosotros; es el que más nos necesita: nuestra Patria, nuestra familia, nuestros amigos. El más ínfimo de nuestros semejantes es acreedor a un trato de honor, tanto más cuanto menos tiene en riquezas o en poder. Las naciones occidentales —Francia, España, Portugal, Inglaterra—, las grandes naciones que se gestaron lentamente después de la disgregación, del Imperio Romano de Occidente, fueron obra de la Iglesia Católica y de la lengua latina en su unidad espiritual; así como fueron obra de la Espada v de la Monarquía en su unidad política. Nuestra Patria, la Nación Argentina, surgida de la disgregación del Imperio Español, también es obra de la Iglesia Católica; y de la lengua castellana —un romance latino—, en su unidad espiritual; de la Espada y de los Caudillos, en su unidad política. ¿Quién recogió las piedras de la Ciudad Antigua para reconstruirla, o mejor, para edificar la Ciudad Nueva? Tan sólo la Iglesia. En concreto, los obispos 3' monjes. Nada- tiene; pues, de extraordinario que el estilo de la Ciudad Nueva —la civilización medieval en que se gestaron las grandes naciones occidentales— fuera típicamente, casi exclusivamente, eclesiástico Monasterios y catedrales son las columnas donde se apoyaron los arcos de la nueva cultura, labrados muchas veces por manos consagradas. . . Carlomagno se propuso convertir su corle en una Atenas de Cristo... Los monjes fueron los transmisores del saber antiguo a los siglos futuros. Ellos, además de misioneros y civilizadores fueron maestros".
18 HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA, II, Capítulo 12.
Y en nuestra Patria, a pesar de las destrucciones liberales, sobre iglesias y conventos se apoyan los arcos de nuestra Cultura Católica, Romana e Hispánica.