Tema II
DOCTRINA POSITIVA:
La Fe Católica en la formación de la civilización y de las naciones
de Occidente.
El católico ve y vive
desde adentro, desde su misma entraña, la civilización de Occidente, tanto en
la Historia Universal como en la Historia Patria. Es la sustancia de su ser y
de su destino personal. Cristo, el Verbo Encarnado, y su Iglesia que prolonga
la Encarnación v la Redención en el tiempo son la raíz más íntima del alma y de
la ciudad, de la mente v de las instituciones sociales, de la política y de la
cultura occidentales. El no católico —liberal, judío, masón o marxista—, todo
el que reniega o niega a Cristo y a su Iglesia Católica, Apostólica y Romana,
ve y vive desde fuera; en la perspectiva del progreso que va dejando atrás,
definitivamente atrás, las edades que se van sucediendo por superación
constante, en su avance hacia una meta de perfección, siempre futura. El
católico ve y vive su existencia personal, política e histórica en función de
la Redención, es decir, de la unidad con Dios en Cristo —según palabras de Pío
X—, verdadero Dios y hombre verdadero. Su ideal humano es el varón justo; aquel
en quien "la justicia abunda más que en los escribas y fariseos". El
no católico —liberal, judío, masón o marxista— sólo tiene una perspectiva
demasiado humana; ve y vive su existencia personal, política e histórica, en el
esquema dialéctico de una supuesta evolución que parte de la nebulosa
incandescente a través del mineral, la planta y los animales inferiores; y
desde la bestia irracional, por un proceso gradual de humanización, se llega al
hombre de las cavernas. Y ya en la prehistoria, a través de las edades de
piedra, se entra en el tiempo histórico, con las sucesivas edades de bronce,
hierro, vapor, electricidad y la atómica de nuestros días. Medido por la
técnica en su nivel de humanidad, medido por las verdades útiles y sus
instrumentos de dominio exterior de las fuerzas cósmicas, astronauta del
Progreso, vuela hacia el cielo vacío y muerto del superhombre, su propia nada.
No tiene como el católico el sentido de la eternidad y de lo que es eterno en
el hombre y en todo lo que existe. No comprende el significado del nombre de
Cristo, a pesar de haber nacido en la Era Cristiana; ni tampoco el significado
de lo clásico, de la edad de oro, de la tradición que dura porque tiene una
vitalidad perenne. No comprende el claro significado de esta página de Péguy:
"La humanidad dejará atrás a los primeros dirigibles como ha dejado atrás
a las primeras locomotoras. Dejará atrás al señor Santos Dumont como ha dejado
atrás a Stephenson. Después de la Telefotografía seguirá encontrando grafías,
fonías y patíos, a cual más tele, y se podrá, dar la vuelta al mundo en un
menos que nada. Pero sólo será el mundo temporal, lo que muere... Pero nunca
pudo ningún hombre ni ninguna humanidad alabarse de haber dejado atrás a
Platón. Voy más lejos y agrego que un hombre cultivado, verdaderamente
cultivado, no comprende, no puede siquiera imaginarse qué se quiere significar
al decir que se ha dejado atrás a Platón". Es que aprendemos a pensar, a
distinguir y jerarquizar, en Platón y en Aristóteles, hoy como hace veinte
siglos: el sentido del ser, de la causa, del fin. y de los medios, de la
esencia y la existencia, de lo que es sustancial y, de lo que es accidental en
todo. Por esto es que Péguy —poeta y filósofo francés contemporáneo— agrega que
"Homero, Platón y Aristóteles son nuevos esta mañana, pero el diario de
hoy ha envejecido ya". El católico sabe que la Civilización Occidental
está construida sobre fundamentos de eternidad. Sabe que la Iglesia es
promotora de la Civilización. 13 Hilaire Belloc, EUROPA Y LA FE. Introducción.
"La conciencia
católica de la Historia no se inicia con el desarrollo de la Iglesia en la
cuenca del Mediterráneo. La antecede en mucho. El católico entiende el terreno
en que creció la planta de la Fe. En modo al que ningún otro hombre se atreve
entiende cómo el esfuerzo militar romano, la causa de su choque contra el tosco
y mercantil imperio asiático de Cartago; los frutos obtenidos de la luz
ateniense; el nutrimiento proporcionado por el irlandés y el británico; las
tribus galas con sus ideas terribles, pese a su confusión sobre la inmortalidad;
el parentesco que nos une con él ritual de religiones profundas no obstante su
falsedad, y aun el antiguo Israel —el pueblecito violento, antes de
envenenarse, y mientras aún era nacional en las montañas de Judea—fueron al
menos en la antigua Revelación, cosas principales y —como decimos los
católicos— sagradas; dedicadas a una Misión peculiar. "Para el católico,
toda esa perspectiva se halla en armonía. El cuadro es normal. Para él no hay
deformidad. El proceso de nuestra gran historia es fácil, natural y total.
También es definitivo, terminante"15. Tocios estos acontecimientos
históricos y contenidos de valor, aparentemente dispersos e inconexos para una
perspectiva demasiado " humana, vinieron • a conjugarse y fueron,
asimilados por el Imperio Romano, cuya madurez y plenitud se logra apenas un
siglo después de la Encarnación del Verbo de Dios —nacimiento de Cristo,
Nuestro Señor—. En ese inmenso espacio de vida común, unificada, organizada y
jerarquizada en un gran Estado, se predicó la Verdad de nuestra Fe Católica no
como una religión- más entre las que se mezclaban y confundían en el paganismo
romano. Los dioses de las antiguas religiones, donde los restos de la
Revelación primitiva se entreveran con las más groseras idolatrías y supersticiones,
habían sido acogidos y oficializados, por así decir, en el seno de la paz
romana. Cristo, la Verdad misma de Dios hecho hombre verdadero, se presentó
como un "signo de contradicción", como una "piedra de
escándalo", en medio de las falsas divinidades. La Verdad no podía
mezclarse, ni acomodarse, ni convivir, ni coexistir con el error; no podía
admitir que la Religión instituida Ella misma fuera nivelada y puesta en un
plano de igualdad con las más groseras supercherías, tal como ocurre hoy con la
democrática libertad de cultos, que iguala en nuestra Constitución Nacional la
Religión Católica con la aberración espiritista. "El que no está conmigo,
está contra mí", es la definición y la única opción libre cuando Cristo
está realmente presente con sus discípulos y confesores. No habrá compromiso
posible y por esto es que el paganismo oficial de Roma inició la más cruenta e
implacable persecución de los cristianos. Desde el principio y por institución
divina del mismo Cristo, los fieles integran una doctrina fijada por la
autoridad del Sumo Pontífice, lo mismo que dos mil años después. No había, no
hay ni habrá otro medio de mantener la unidad de la Palabra de Dios que la
Cátedra de la Unidad, la Roma de Pedro; tan sólo la Palabra que no pasará nunca
y que enseña la misma Verdad en todas las lenguas y en todos los lugares, en
las sucesivas edades y en circunstancias variables, pues convocar y reunir a
los defensores del Occidente Cristiano es obra fundamental de esa unidad de
Magisterio y de Vida. La prueba de la Verdad crucificada se multiplicó en los
primeros mártires. La invencible obstinación en el testimonio de la Fe, la
intrepidez en denunciar la pavorosa corrupción de las costumbres paganas, la
capacidad de sufrir y de morir, promovieron la rápida propagación del
Cristianismo en el mundo romano. A los mártires -siguieron los apologistas,
cuya misión fue preparar las mentes y los corazones para recibir la acción de
la Gracia y elevarse a la comprensión de lo sobrenatural, de esa irrupción de
lo divino en lo humano, de la eternidad en el tiempo histórico, en que consiste
la Encarnación del Verbo de Dios. Muchos entre ellos fueron también mártires para
la plenitud del testimonio. Así es como el Cristianismo siguió creciendo en
extensión y profundidad. "Padres de la Iglesia como se los nombra. Sería
necesario llamarlos Padres de la Cristiandad, de la Civilización Occidental,
Padres de la Civilización, simplemente". Fueron los precursores de la
admirable síntesis que Santo Tomás de Aquino culminará diez siglos más tarde:
el mensaje de la sabiduría antigua grecorromana puesto al servicio de la
palabra de Dios. El Cristianismo no privó a sus fieles de las fuentes de la
Sabiduría antigua. Después de San Justino, San Clemente de Alejandría, San
Basilio, San Ambrosio y San Agustín, en el ejemplo mismo del rigorista San
Jerónimo que se acusaba de ser un abyecto, San Germán de Auxerre, San Sidonio
Apolinario, San Paulino de Ñola, San Remigio, San Cesáreo y el mismo San
Benito, patriarca de los monjes de Occidente, fueron conservadores de la sana
cultura clásica. A comienzos del Siglo III, Tertuliano pudo lanzar a los
paganos el apostrofe: "No somos nada más que de ayer y lo llenamos todo,
vuestras ciudades, vuestras casas, vuestras fortalezas, vuestros municipios, vuestros
consejos, vuestros campos, vuestras tribunas, el palacio; no os dejamos más que
vuestros templos" 16 Jean Míirials, D'ou VIENT LA FRANCE.
Hacia el año 303, bajo
Dioclesiano, la propagación del Cristianismo había alcanzado tales proporciones
que para satisfacer las necesidades del Estado el Emperador tuvo necesidad de
llamar a los cristianos a funciones importantes, incluso como gobernadores de
provincias, dispensándolos de ofrecer sus sacrificios a los dioses paganos. La
Iglesia Católica fue revolucionaria en lo religioso y destruyó el paganismo;
pero no fue revolucionaria ni destructora en lo político. Tanto en la función
pública como en el Ejército, los cristianos fueron los funcionarios más
conscientes y los soldados más disciplinados y valerosos. En el año 312, bajo
Constantino, el Imperio Romano hizo oficialmente profesión de Fe Católica. La
conversión del príncipe cristianizó a todo el pueblo; así como la herejía o el
ateísmo del príncipe —atestigua la Historia— aparta de la Fe o precipita al
pueblo al ateísmo. La gravitación de la política en la vida religiosa de los
pueblos o naciones es decisiva. La levadura fermenta desdé el interior de la
masa, desde abajo; pero el Estado no se hace religioso, en este caso, católico,
no se hace católica la sociedad con las instituciones, hasta que el Gobierno no
se define católico. Del mismo modo, la herejía o el ateísmo comienza por
segregar o envenenar las almas; pero no tiene lugar la separación o el
envenenamiento colectivo hasta que el Estado no hace profesión oficial de la
herejía o del ateísmo. No hay Estado ni política neutros, indiferentes, como
pretende el liberalismo moderno. El Estado es religioso o irreligioso, católico
o anticatólico. Claro está que frente a la confusión de lo religioso y de lo
político, de lo sagrado y de lo profano que acusaba la Ciudad pagana, el
Cristianismo impuso la distinción más rigurosa y estricta: "Dad a Dios lo
que es de Dios, y al César lo que es del César", sentencia de Jesucristo
Nuestro Señor, y Señor de la Patria. Distinción y autonomía de cada uno de los
Poderes —espiritual y temporal— en su orden respectivo; pero subordinación de
la política a la Religión en lo que se refiere al fin último del hombre; esto
es, la salvación de su alma inmortal y del hombre entero en la vida eterna.
Análogamente el Cristianismo distingue entre la Fe sobrenatural y la razón
natural; fija su respectiva autonomía; pero reconoce la necesaria subordinación
de la razón a la Fe para integrar la filosofía griega en la Revelación divina,
la teología natural en la teología sagrada, transformándola en Saber de
Salvación. Saber de Salvación ordenado a la contemplación de Dios, la Visión en
su misma divina luz que es el fin último del hombre y su bienaventuranza
eterna; imposible de alcanzar en esta vida mortal, pero hacia donde nos
encamina la fe que es para entender las cosas de Dios y las cosas del hombre
que tienen que ver con D103. León XIII, en su encíclica LIBERTAS, esclarece con
suma precisión lo que la Civilización Occidental debe a la Iglesia Católica:
"La Iglesia Católica, aleccionada con •las enseñanzas y los ejemplos de su
divino Fundador, ha definido y propagado por todas partes estos preceptos de
profunda y verdadera doctrina (el fin supremo al que debe aspirar la libertad
humana no es otro que el mismo Dios), conocidos incluso por la sola luz de la
razón. En lo tocante a la moral, la ley evangélica no sólo supera con mucho a
toda la sabiduría pagana sino que además llama abiertamente al hombre y lo
capacita para una santidad desconocida en la antigüedad, y, acercándolo más a
Dios, lo pone en posesión de una libertad más perfecta. De esta manera ha
brillado siempre la maravillosa eficacia de la Iglesia en orden a la defensa y
mantenimiento de la libertad civil y política de los pueblos.. . La esclavitud,
esa antigua vergüenza del paganismo, abolida principalmente por la feliz
intervención de la Iglesia. Ha sido Jesucristo el primero en proclamar la
verdadera igualdad jurídica y la auténtica fraternidad entre los hombres... El
poder legítimo viene de Dios, y el que se resiste a la autoridad, resiste a la
disposición de Dios, dice San Pedro. De esta manera la obediencia queda
dignificada de un modo extraordinario, pues se presta obediencia a la más
elevada y justa autoridad. Pero cuando no existe el derecho a mandar, o se
manda algo contrario a la razón, a la ley eterna, a la autoridad de Dios, es
justo entonces desobedecer a los hombres para obedecer a Dios. Cerrada así la
puerta a la Tiranía, no lo absorberá todo el Estado. Quedarán a salvo los
derechos de cada ciudadano, los derechos de la familia, los derechos de todos
los miembros del Estado y todos tendrán participación en la libertad verdadera,
que consiste, como hemos demostrado, en poder vivir cada uno según las leyes y
según la recta razón" 17. 17 Encíclica LIBERTAS.
La Fe católica enseña,
desde hace 2.000 años, que el hombre tiene dignidad de persona y es sagrado
porque está ordenado a Dios; pero pierde ese carácter sagrado cuando incurre en
pecado o en delito porque se separa de Dios o atenta contra el prójimo; y se
hace pasible de la justicia divina y humana.
La Fe católica ha
elevado a la mujer a la altura de compañera fiel y colaboradora del varón, así
como la Virgen Santísima, Madre de Dios, es corredentora y el arquetipo de la
mujer. La Fe católica nos manda amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a nosotros mismos. El prójimo es aquel a quien la naturaleza o las
circunstancias han puesto más cerca de cada uno de nosotros; es el que más nos
necesita: nuestra Patria, nuestra familia, nuestros amigos. El más ínfimo de
nuestros semejantes es acreedor a un trato de honor, tanto más cuanto menos
tiene en riquezas o en poder. Las naciones occidentales —Francia, España,
Portugal, Inglaterra—, las grandes naciones que se gestaron lentamente después
de la disgregación, del Imperio Romano de Occidente, fueron obra de la Iglesia
Católica y de la lengua latina en su unidad espiritual; así como fueron obra de
la Espada v de la Monarquía en su unidad política. Nuestra Patria, la Nación
Argentina, surgida de la disgregación del Imperio Español, también es obra de
la Iglesia Católica; y de la lengua castellana —un romance latino—, en su
unidad espiritual; de la Espada y de los Caudillos, en su unidad política.
¿Quién recogió las piedras de la Ciudad Antigua para reconstruirla, o mejor,
para edificar la Ciudad Nueva? Tan sólo la Iglesia. En concreto, los obispos 3'
monjes. Nada- tiene; pues, de extraordinario que el estilo de la Ciudad Nueva
—la civilización medieval en que se gestaron las grandes naciones occidentales—
fuera típicamente, casi exclusivamente, eclesiástico Monasterios y catedrales
son las columnas donde se apoyaron los arcos de la nueva cultura, labrados
muchas veces por manos consagradas. . . Carlomagno se propuso convertir su
corle en una Atenas de Cristo... Los monjes fueron los transmisores del saber
antiguo a los siglos futuros. Ellos, además de misioneros y civilizadores
fueron maestros".
18 HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA,
II, Capítulo 12.
Y en nuestra Patria, a
pesar de las destrucciones liberales, sobre iglesias y conventos se apoyan los
arcos de nuestra Cultura Católica, Romana e Hispánica.