9-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
IX LA PREPONDERANCIA SEMITA EN EL MUNDO CINEMATOGRAFICO
Desde
siempre existe en el espíritu judío una irreparable contradicción entre el
deseo de permanecer oculto y de lograr renombre. Se valora a veces la amistad
pro-judía en el silencio benévolo, en que ocultemos su judaísmo, otras veces en
lo retumbante de nuestras alabanzas. Calificar a un judío de "tal",
puede servir, llegado el caso, para que se nos estigmatice de
"antisemita", y otras veces, para que se nos conceptúe como
"amigo de nuestro pueblo".
Cuando
observamos como, noche a noche, se apiñan las multitudes de espectadores en los
cines de todo el mundo, se impone preguntarse: ¿quién las atrae? ¿quién ejerce
tan mágica influencia sobre su alma y espíritu? ¿quién guía realmente esa
enorme masa de ideas y sentimientos producido por el atractivo del cine? La
respuesta es, que la vida cinematográfica de los Estados Unidos y del Canadá
obedecen ciegamente al exclusivo control financiero e intelectual de los
productores hebreos sobre "su" creada opinión pública.
No
fueron los semitas los inventores del arte de la fotografía viviente, ni
aportaron nada a su perfectamiento mecánico y técnico; ninguno de los grandes
actores, autores ni actrices, que ofrecieron argumentos para las películas,
procedían de sus filas. Pero según la viejísima regla, de que los hebreos son
siempre usufructuarios de toda la producción material y espiritual humanas,
también la utilidad práctica del "film" afluyo a los eternos
explotadores ocultos, y no a sus creadores o inventores conocidos.
Revistemos
a las personas de influencia predominante en las grandes compañías
cinematográficas.
Al
frente de la "Famous Players" figura Adolf Zuhor, un hebreo húngaro.
Este individuo, fue anteriormente vendedor de pieles, que ofrecía de puerta en
puerta. Es hoy inmensamente rico y personaje prominentísimo en la quinta
industria mundial.
Hiram
Abrams es el nombre del jefe de la " United Artists Corporation".
Empezó como diariero y fue mas tarde propietario de un Bióscopo en el que se
exhibían fotografías pornográficas.
La
"Fox Film Corporation" gira bajo el mando del judío húngaro William
Fox (antiguamente Fuchs, que significa zorro en alemán, tal como en inglés
Fox). También este inicio su carrera como propietario de Bióscopo, siendo antes
empleado tintorero. Hoy decide sobre lo que millones de espectadores han de
saber y pensar sobre los mas diversos problemas de nuestra vida.
Marcus
Loew, director de la " Metro Pictures Corporation ", comenzó también
su carrera en el Bióscopo, y al parecer tiene hoy bajo sus órdenes 8 compañías
productoras repartidas en el mundo entero, y personalmente dirige 105 salas de
proyección.
Carl
Laemmle es director de la "Universal Film Company". Laemmle es el
apellido de su madre. Se llama su padre Julius Baruch, hebreo de procedencia
alemana. Hasta el año 1906 fue propietario de una tienda de confecciones.
Son
estos únicamente algunos nombres y apellidos de personajes prominentes de esta
industria. Mas cuando se va descendiendo hasta el mezquino salón de un obscuro
rincón ciudadano, se observa que el negocio cinematográfico es otalmente judío.
Tal como lo demostraremos, los dirigentes de hoy fueron antaño ropavejeros,
empresarios de baja estofa, simples obreros del ghetto. No es tal origen, de
por si, un reproche para un hombre de negocios. Más tampoco es posible esperar
de ellos que tenga un concepto del drama cinematográfico que combine elementos
artísticos y morales. Laemmle manifestó públicamente con respecto a la empresa
por el dirigida, que con ella no se propone precisamente erigirse en guardián
moral de las costumbres públicas, ni del buen gusto social.
Lo
que menos comprende el gran público, es el efecto publicitario del cine, no
obstante ser este efecto incalculable y aun siniestro. El pequeño propietario
de un cine de escasa monta es poco menos que inocente de todo esto. Compra las
películas, como el comerciante tiene que comprar sus artículos al día. Ni
siquiera puede elegir, debe aceptar lo que se le da.
Atraviesa
nuestro país una epidemia cinematográfica. Hay quien quisiera asistir
diariamente a dos o tres funciones. Obreros, en especial los jóvenes, van, a
ser posible, tarde y noche al cine, y existen mujeres tan tontas que concurren
a todas las funciones que se les brindan. Aun cuando se movilizaran todas las
fuerzas intelectuales, seria imposible
satisfacer tanta demanda siempre con nuevas obras, aunque sean de escaso
valor dramático, pues estas han de salir de las productoras
artístico-literarias a cada hora como masas de los hornos.
Es
aquí donde se prepara para los "reyes" del celuloide un gran
espectáculo de reacción, pues ellos mismo provocaron un apetito tan voraz
rayano en demencia, que, al fin de cuentas, no podrán satisfacer.
Ocupémonos
ahora de la publicidad y de los "publicistas". Existe por lo pronto
un convenio mudo, por el cual los hebreos no deben aparecer en ella, salvo en
circunstancias excepcionalmente favorables a su raza.
La
publicidad cinematográfica, apenas velada, va, ante todo, contra la comunidad
religiosa nojudía. Nunca aparecerá en escena un rabino, como no sea en postura
digna, rodeado de todo el ceremonial de su misión y en la forma más
impresionante posible. Los sacerdotes cristianos, en cambio, y esto podrá
confirmarlo cualquier aficionado al cine, están eternamente expuestos a toda
índole de rebajamientos, desde la ridícula comicidad, hasta lo mas brutalmente
criminal. Como en numerosas de las ocultas influencias de nuestra vida, siempre
de origen hebreo, se ve aquí también una intención puramente semita, la de
empequeñecer en lo posible la reverencia debida al sacerdocio cristiano.
Jamás
debe aparecer en la pantalla un judío como dueño de una "estufa",
míseros talleres de sastrería, aunque todas las "estufas" pertenecen
exclusivamente a judíos. En cambio, se puede impunemente hacer cualquier
caricatura de un sacerdote cristiano, desde seductor de vírgenes, hasta el más
vulgar de los ladrones.
Mucha
materia de reflexión ofrece el párrafo contenido en los "Protocolos de los
Sabios de Sión", que expresa: "Nosotros engañamos, engatuzamos y
desmoralizamos a la juventud de los infieles inculcándoles teorías y principios
educativos que propenden a que el clero cristiano caiga en descrédito".
Por lo tanto, debemos socavar la religión, arrancar del espíritu de los
infieles los conceptos de Dios y alma, reemplazándoles por órmulas matemáticas
y anhelos materiales".
Se
nos ofrecen dos razones explicativas a la constante denigración de los
sacerdotes: o se trata de la expresión de un natural concepto religioso, o de
una tarea disolvente, intencionada ya de antiguo. Personas ingenuas admitirán
la primera solución, mas existen demasiadas razones que nos obligan a admitir
de preferencia la segunda formula.
Además,
la película sirve, consciente o inconscientemente, de antecámara y ensayo para peligrosas
actitudes en nuestra vida de sociedad. Las revoluciones no caen del cielo, sino
que se conciben y preparan. La novísima ciencia histórica llega a la conclusión
de que la revolución no presenta la rebelión espontánea de las masas, sino que
es obra premeditada de determinadas minorías. Jamás hubieron revoluciones
populares. Siempre la civilización y la libertad sufrieron enormemente con las
revoluciones. Mas cuando se desea preparara una revolución, debe efectuarse
también el "ensayo". Consiste este en manifestaciones callejeras, en
tumultos ante las grandes fábricas y edificios públicos, en la introducción de
lecturas que explican detalladamente como se "opero" en Rusia y en
Hungría. Pero es posible hacer mejor ese ensayo por medio de la película: esto
es educación práctica, que hasta la mente mas obtusa puede concebir, y cuando
mas cerrada, mejor. Las gentes normales, al asistir a tales funciones, menean
la cabeza diciendo: "esto no pasa". Efectivamente, no lo conciben.
Pero si quisieran tomarse la molestia de penetrar en el estado de ánimo de los
intelectos pobres y moralmente débiles, comprenderían fácilmente el agudo
sentido de tales espectáculos. Existen en la humanidad dos capas humanas de
intelectualidad, y sobre la inferior planean en absoluto las tinieblas.
El
individuo honesto acepta que se adopten medidas de censura, en lo que se
refiere a la representación cinematográfica de crímenes propiamente dichos.
Protesta la policía de que se enseñe en las películas la técnica de asesinar
con todos los detalles a un agente. Lo mismo hace el comerciante honrado contra
la licencia de que se dicten cursos especiales en el arte de fracturar cajas de
hierro. Partidarios de la moral pública se alzan contra el hecho de que el arte
de engañar doncellas se convierta en tema principal de las películas, porque
ven en ello una escuela de perversión que necesariamente ha de tener para la
sociedad humana terribles consecuencias.
Empero,
dicha escuela sigue funcionando libremente. Cuanto actualmente ocurre, fruto de
sentimientos violentos, fue sembrado en millones de mentes por los cines. Es
posible que sea una rara coincidencia. ¿Pero son también coincidencias los
hechos repetidos?
Sigue
el sistema cinematográfico varias etapas de su desarrollo. En una de ellas la
participación cada vez mayor de destacados autores no-judíos al servicio de
esta propaganda semita. Sus anteriores obras se adaptaron al cine, y en
muchos casos se pudo leer después el
anuncio de que estos mismo autores tenia en preparación una nueva obra escrita
expresamente para la pantalla. Ocurre entonces que tal obra nueva no es más que
una glorificación del judaísmo. Ambición, contemplaciones para conservar
cordiales relaciones con las "reyes" del celuloide, y sentido
reverencial del dinero, habrán sido generalmente los motivos para este
proceder. Bajo semejantes influencias no
es difícil considerara el antisemitismo como una detestable ignominia. El que
como autor necesite idealizar a personas y pueblos, puede entusiasmarse
naturalmente también por los hebreos. Solo un inconveniente tiene el asunto, y
es que el que pretenda escapar del antisemitismo, caerá fácilmente en el otro
extremo de la servidumbre de Judas.
Consiste
otra etapa en la supresión de las "estrellas, lo que implica tres grandes
ventajas. En primer término se ahorran los astronómicos sueldos de dichos
artistas. Se quita, además, a los espectadores el pretexto de ansiar la
aparición de tal o cual "astro o estrella". Los propietarios de salas
tampoco pueden decir: deseo esto o lo otro. Dado que no hay surtido de
estrellas, los adquirientes no pueden poner condiciones, sino admitir lo que
les ofrezca la industria productora.
Son
estos algunos hechos en relación con la vida cinematográfica, cada uno de ellos
posee su importancia. Nada de todo ello menosprecia quien se ocupe seriamente
de la influencia general que sobre las masas ejerce la pantalla
cinematográfica. Aquellos a quienes les choquen los acontecimientos de
actualidad sin podérselos explicar, hallaran en estos hechos la clave de muchos
de estos acontecimientos que de otra manera quedaría siempre sumidos en un
secreto inexplicable.