sábado, 14 de diciembre de 2019

8-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

8-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

VIII EL ASPECTO SEMITA DEL PROBLEMA CINEMATOGRAFICO

Aquel que observe atentamente los sucesos de la actualidad, advertirá que no se resuelve el problema del espectáculo sicalíptico. Puede decirse que no hay nación que no exista o se proyecte una ley sobre censura cinematográfica. Estas leyes hallan siempre tenaz oposición entre elementos moralmente inferiores, borrachines y tahúres, en tanto las apoya aquella parte de la población consciente del peligro moral que este problema involucra. Bajo el manto de la oposición, se calcula siempre la gran empresa filmadora de propiedad hebrea. 
Exige este hecho la más seria atención. Si se mira el asunto aisladamente, podría parecer, que se acusa a cierta parte del elemento judío de grave y consciente inmoralidad. En los Estados Unidos, como en todos los países civilizados, existen dos corrientes netamente opuestas; la que predomina en la industria cinematográfica, y la que, por así decirlo, se concentra en la opinión publica. Representa aquella una idea oriental, "si no puedes avanzar tanto como quieras, avanza al menos tanto como puedas". Inclinase a todo lo carnal y a su exposición, complaciéndose, según su innata disposición, en la excitación voluptuosa. Esa predisposición se diferencia fundamentalmente de la de los otros pueblos de raza blanca, y como la primera no lo ignora, otros opónense a toda censura cinematográfica. No es posible decir que los industriales hebreos de películas favorezcan conscientemente y por impulso de las innatas cualidades de su raza, todo lo abyecto. Pero si se comprende claramente que su gusto y carácter se diferencien fundamentalmente de los imperantes en los demás pueblos. Si se introdujera una censura legal y efectiva, es indudable que prevalecería la interpretación no judía. Y es esto lo que aquellos desean impedir. Muchos de esos industriales no se dan siquiera cuenta de lo atrevido de sus argumentos: para ellos es la cosa más natural del mundo. 
Acaso no exista espectáculo alguno que se haya criticado con tanta unanimidad como el cinematográfico, porque por doquier, y hasta en el seno de la familia, se advierte claramente la evidente influencia de este arte. Indudablemente existen algunas buenas películas, y nos afianzamos a este hecho en la esperanza de que pudieran algún día servirnos de escalera de socorro para extraernos de este pozo negro en que esta convertido la expresión más popular del espectáculo público. 
Individuos y sociedades conscientes de su responsabilidad moral, alzaron su voz contra este peligro, mas todo ha sido en vano. Hoy el pueblo yanqui se halla tan desamparado frente al peligro cinematográfico, como ante las demás formas del excesivo predominio hebreo. Mientras esta sensación, de la propia impotencia no se haya generalizado en los pueblos, no podrá nacer la grande y definitiva hazaña libertadora. 
Hasta este momento la situación empeora. Las películas pugnan mutuamente en inmundicia sexual, y en la exposición de crímenes cada vez más audaces. Se aduce en su defensa que la industria cinematográfica es en los Estados Unidos la cuarta o quinta en extensión e importancia, y que no se debe por ello coaccionar. Se calculo que la película honesta puede tal vez arrojar 100.000 dólares de ganancia, en tanto que el "problema sexual" rendirá siempre de unos 250 a 500.000 dólares. 
Publicó hace poco el Dr. Empringham la siguiente noticia: "Participé recientemente en una conferencia de propietarios de cinematógrafos de Nueva York. Fui entre ellos el único cristiano. Los quinientos restantes eran hebreos". 
Resulta, entonces, de escaso sentido común vociferar contra el daño causado por los cines, cerrando conscientemente los ojos ante las energías propulsoras, que activamente se manifiestan en este problema. Es preciso decidirse a cambiar de dirección y método en esta lucha. Otrora, cuando según la espiritualidad y conciencia del pueblo norteamericano, se iba formando cierta unidad de raza aria, era suficiente estigmatizar en público cualquier inmoralidad, para que la misma desapareciera. Fueron estos males, como quien dice, deslices, fruto de cierta negligencia moral. La represión pública fortalecía la conciencia moral, y como miembros que eran de nuestro propio pueblo, esos elementos podían mejorar y obligarse a mantener en lo futuro una mejor conducta. Dicho método ya no posee eficacia. La conciencia pública murió. Los fabricantes de inmundicias morales, no son accesibles a la voz de la conciencia. Ni creen que sea su producción inmundicia moral, ni que presten inapreciables servicios a los que viven de la perversión del género humano. No alcanzan a comprender nuestra indignación, sino que la declaran enfermiza denominándola envidia y hasta ¡antisemitismo! La industria cinematográfica es en realidad una cloaca, y ¡es hebrea! Quien la combate, "persigue a los israelitas". Si estos, por propia voluntad, eliminaran a los elementos indeseables, la indicación de "lo peculiar de la raza" caería de su propio peso. 
Es la siguiente la situación de la industria cinematográfica en los Estados Unidos: 
Nueve décimas partes de la producción de películas están concentradas en manos de los miembros de diez grandes consorcios productores radicados en Nueva York y Los Ángeles. Cada uno de ellos dispone de determinado número de consorcios secundarios, repartidos por el globo entero. Los consorcios dominan completamente el mercado mundial. El 85 por ciento de ellos esta en manos hebreas, poseyendo una organización fuertemente centralizada. Esta distribuye sus productos a millares de salas. La mayoría de los propietarios de estas son hebreos de clase inferior. Las empresas filmadoras independientes, no poseyendo centralización, deben dirigirse al mundo libre.
 Se extrañan muchas personas de que no exista demanda de buenas películas, pero ello se debe a que estas no tienen la posibilidad de llegar al público. Una conocidísima empresa que ofrecía películas realmente bellas y de inmejorables temas dramáticos y educativos, tuvo que liquidar, por serle imposible lograr la proyección pública de sus producciones. Si consiguió cierto éxito pasajero y reducido al entregar sus productos a empresarios hebreos, sucumbió por fin a la oposición oculta, pero todopoderosa de este otro grupo, que manifiestamente no quiere admitir que penetre en esta industria lo honesto y se haga culto de la pura satisfacción íntima del público en el teatro. 
Actualmente se prefieren las películas deshonestas, porque se filman con mayor cuidado, y se anuncia con más ruidosa propaganda. Las más perniciosas se aseguran previamente su público con el ardid de presentarse anunciadas como "problemas morales". 
Existen por doquier amigos del arte, que gastan enormes sumas para educar y sensibilizar el gusto artístico, especialmente en lo concerniente a buena música; pero nunca les resulta beneficioso. Es más productivo depravar el gusto artístico. Este "negocio" lo ejercen individuos y sociedades para quienes el concepto de "arte" resulta siempre desconocido. Y al hablar descaradamente del mal gusto del publico, afirman que este no pide otra cosa que lo que ellos presentan: tanto peor, y con tanta mayor urgencia se impone un remedio heroico. En la misma forma podrían también los traficantes en cocaína justificar su oficio por la demanda del público: más a nadie se le ocurre considerar tal hecho como razón suficiente para admitir tan peligroso tráfico. Así hay que juzgar también la aplicación del veneno espiritual invisible y el lodo impalpable acumulados en muchas de las "proyecciones cinematográficos". Tanto choca su demanda con los preceptos morales, como es perversa la satisfacción de su vista. 
Carl Laemmle, uno de los mas importantes productores de películas y director de la "Universal Film Company", declaro ante una Comisión que había distribuido entre los mas o menos 22.000 propietarios de salas que le alquilaban sus películas, un cuestionario sobre los argumentos cinematográficos que desearían exhibir. Confiaba que el 95 por ciento solicitaran asuntos honestos, pero en realidad, más de la mitad pidieron asuntos "picantes", es decir, indecentes. Laemmle, judío oriundo de Alemania, olvido dejar constancia del tanto por ciento con que sus " correligionarios hebreos " participaban en estas condiciones. 
Dondequiera y cuantas veces se pretenda poner un dique a la vulgaridad que por medio de los cinematógrafos se vierte diariamente sobre el pueblo yanqui, se advertirá que la posición contra ello procede de los semitas. Cuando, por ejemplo, intenta despertar el interés por dignificar el descanso dominical, los adversarios del movimiento, aunque este no exija leyes extraordinarias, son hebreos que justifican su proceder reclamando respeto para sus creencias religiosas. Cuando se menciona el cinematógrafo en la tribuna de la sana opinión publica, sus defensores son semitas. En la comisión antes citada se llamaban los defensores, que representaban a las compañías filmadoras, Meyers, Ludwigh, Kolm, Freund y Rosenthal, judíos todos ellos. Se citó a un rabino en calidad de perito, el que supo perfectamente expresarse diciendo que "al principio los hebreos habían desempeñado un papel cómico en las películas". "En consecuencia, organizamos una sociedad, la " Orden independiente B'nai B'rith ", la mas importante actualmente en el mundo entero. Esta organizo luego la "Liga antidifamatoria" (Anti-Difamation League) y esta Liga, para proteger el buen nombre judío se unió a otras asociaciones católico-romanas , fundando las sociedades " La Verdad " y " Del Sagrado Nombre ", que invitaron a todos los productores de películas a que no estigmatizaran el carácter y la religión hebreos, ni los pusieran en ridículo. Nada tendríamos que decir contra la representación del carácter semita, pero si contra su caricatura. Cuando comunicamos nuestro parecer a la industria cinematográfica, nombramos en cada población una Junta, que había de intervenir ante las autoridades para que prohibieran la proyección de todo film que pudiera ofender el carácter y los sentimientos semitas. Fue la consecuencia que no se hizo necesaria la prohibición por el sencillo motivo de que los cinematógrafos no admitían tales asuntos". 
Muy bien. Pero, ¿por qué no hallan eco las constantes protestas del sector decente del pueblo yanqui? Por la mera razón de que no proceden sino de ¡no judíos! Si los hebreos dominan tan completamente la vida cinematográfica, como decía aquel rabino, ¿por qué no implantan en ella la decencia o por lo menos la adecentan?
Un punto débil en la declaración de dicho rabino fue la afirmación de que se encarnecía la religión judía. Seria muy interesante saber cuando, donde, como y por quien se hizo tal cosa. En realidad, dicha afirmación se basa en una intención falaz y errónea. El hebreo considera toda manifestación publica del sentir cristiano como un violento ataque contra su propia "religión". Cuando, por ejemplo, el presidente de los Estados Unidos, o un gobernador de cualquier Estado emplea en el Día de Gracias una formula netamente cristiana o menciona el nombre de Jesús, protestan de ello los semitas, diciendo que es una violación de sus sentimientos religiosos. El tomo 20 de la Sociedad Histórica Norteamericana-Judía inserta el siguiente telegrama fechado en Harriburg (Pensilvania) el 10 de noviembre de 1880: "Efectuóse una importante modificación en el ceremonial del Día de Gracias. En el ultimo párrafo de la proclamación se modificaron las palabras "comunidad cristiana" por " comunidad de hombres libres". Se introdujo la modificación a raíz de una instancia presentada por importantes personajes hebreos. El gobernador, Mr. Hoyt, declaro que se usaba la palabra "cristiano" en el sentido de "civilizado", aunque no propiamente en sentido confesional. 
En la referida Junta de Cinematografistas dióse lectura también al siguiente párrafo de una misiva dirigida por un señor Piere , representante especial de la Compañía Cinematográfica Oliver Morosco, al gerente de la Cámara de Cinematografía: "Como personalmente sabemos, ordenóse retirar de los cinematógrafos de la Mutua películas como "La vida de Nuestro Señor Jesucristo"", por suponer que t al espectáculo podría lastimarlos sentimientos judíos". Por lo tanto, la sensibilidad judía es como la de un niño caprichoso y mimado. En realidad, no la lucha por la preconizada violación de sentimientos religiosos hebreos, sino que suprimir sagrados derechos no-judíos. Los portavoces judíos, para tergiversar la cuestión, formulan así la pregunta: "¿Cómo es posible que tres millones de judíos constituyan un peligro para un pueblo de 11.000.000 de no-judíos?" Y ¡cuánto testaferro, no-judío repite estúpidamente, con la parsimonia del sabio, esta frase huera! Se podría, en cambio, formular la pregunta contraria: "¿Qué significa, que a un pueblo de 110.000.000 de almas pertenecientes casi exclusivamente al cristianismo, se le prohíba ver una película cinematográfica que represente "La vida de Cristo", solo porque podría lastimar los sentimientos de muy pocos descendientes de Judas?" Mas en el caso presente no se trata, en realidad, de una comparación de números, sino del hecho innegable de una comparación de números, sino del hecho innegable de que así como los judíos tienen la mano en el timón cinematográfico, ordenando sin restricción alguna, en lo que el gran publico tenga o no que ver, también ejercen una cruel censura sobre toda nuestra existencia espiritual e intelectual. 
Por otra parte, dudamos de que el judío, en la industria cinematográfica, sea capaz de hacer las cosas mejor de lo que las hace. Teniendo en cuenta la obscura procedencia de muchos de ellos, debe perderse en la mayor parte de los casos, la fe en la posibilidad de una rehabilitación voluntaria. ¿Qué entiende el hebreo, por ejemplo, de la vida íntima y del carácter del campesino? Este no ve sino montañas de estiércol o la panza repleta de sus amos, los "agrarios", y se burla de ellos. ¿Qué idea puede formarse el hebreo de "América" como no sea la de una enorme vaca lechera, que el puede y debe ordeñar "a piacere"? Con la misma absoluta falta de comprensión esta el semita frente a la vida intima del genuino hogar del norteamericano. Le es completamente imposible comprender, lo que es y significa el hogar familiar. Los productores judíos de películas pueden, tal vez haber echado una ojeada al interior de los hogares, pero jamás en el espíritu que en ellas mora y perdura. No solo es errónea, sino que hasta ejerce una influencia en extremo perniciosa sobre los espectadores, especialmente sobre los extranjeros, que creen ver en la pantalla una imagen real de la vida familiar yanqui. Existe el mismo peligro para las grandes masas populares, a las que se les desfigura el modo de vivir de las "clases acomodadas". Si se compara la vida real y efectiva de las clases burguesas con la fantástica idea que de ella se tiene en la imaginación popular, fácilmente se comprendería el peligro político y social, que los productores cinematográficos judíos, con sus erróneas imágenes reproducidas en miles y miles de cinematógrafos, suscitan para la Sociedad y el Estado. Falsedad, crimen y orgías son los argumentos predominantes para la mayoría de las películas de "negocio". 
Aparece la vida yanqui ante el cerebro del oriental pobre y sin estimulo. Carece de sensualidad y de intriga. Sus mujeres no son eternas heroínas de "problemas sexuales", sino que conservan sus valores íntimos por lealtad, fe y tranquilidad de espíritu. Es lógico que para el nómada oriental esto resulte ridículo y fastidioso. En ello radica realmente la explicación del fracaso moral del problema cinematográfico, que nada tiene de yanqui, ni de europeo, porque sus autores, de acuerdo con las condiciones innatas de su raza, son efectivamente incapaces de reproducir verazmente nuestra vida en la multiplicidad de sus anhelos raciales, morales y de ideal psíquico. 
De nada sirve persignarse lleno de indignación sobre nuestra cinematografía actual. Esto cualquiera lo hace, y existe total unanimidad de pareceres. Asociaciones femeninas, maestros, editores de diarios, policía, jueces, eclesiásticos, médicos y padres de familia, todos saben lo que el cine significa. Parecen, empero ignorar lo mas esencial, que consiste en que todas sus jeremiadas y protestas no servirán absolutamente de nada, en problemas se ocultan personas de condiciones morales completamente distintas de las nuestras, y que ríen de todas las protestas de los no-judíos. 
El referido rabino no demostró claramente que los hebreos, en unión con determinados cristianos, imponen su omnímoda voluntad frente a los productores de películas en cuanto la exponen. Pero, ¿qué consiguieron, en cambio, las protestas de Asociaciones femeninas, las de los maestros, editores de diarios, eclesiásticos, médicos y padres de la generación adolescente? ¡Nada en absoluto! Con igual éxito práctico podrán persignarse durante toda su vida, sin conseguir nada, en tanto no se decidan a atacar firme y valientemente el problema fundamental de la raza, comprendiendo que el cine es una institución pura y esencialmente judía. La cuestión ya no radica en si el cine es moral o inmoral: eso ya esta resuelto; de lo que se trata aquí es de atacar el mal en su raíz. Cuando todo el mundo comprenda quien es el que ejerce invisible influencia sobre el cine, y lo que significa dicha influencia, el problema perderá mucho de su carácter al parecer irremediable.