8-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
VIII EL ASPECTO SEMITA DEL PROBLEMA CINEMATOGRAFICO
Aquel
que observe atentamente los sucesos de la actualidad, advertirá que no se
resuelve el problema del espectáculo sicalíptico. Puede decirse que no hay
nación que no exista o se proyecte una ley sobre censura cinematográfica. Estas
leyes hallan siempre tenaz oposición entre elementos moralmente inferiores,
borrachines y tahúres, en tanto las apoya aquella parte de la población
consciente del peligro moral que este problema involucra. Bajo el manto de la
oposición, se calcula siempre la gran empresa filmadora de propiedad
hebrea.
Exige
este hecho la más seria atención. Si se mira el asunto aisladamente, podría
parecer, que se acusa a cierta parte del elemento judío de grave y consciente
inmoralidad. En los Estados Unidos, como en todos los países civilizados,
existen dos corrientes netamente opuestas; la que predomina en la industria
cinematográfica, y la que, por así decirlo, se concentra en la opinión publica.
Representa aquella una idea oriental, "si no puedes avanzar tanto como
quieras, avanza al menos tanto como puedas". Inclinase a todo lo carnal y
a su exposición, complaciéndose, según su innata disposición, en la excitación
voluptuosa. Esa predisposición se diferencia fundamentalmente de la de los
otros pueblos de raza blanca, y como la primera no lo ignora, otros opónense a
toda censura cinematográfica. No es posible decir que los industriales hebreos
de películas favorezcan conscientemente y por impulso de las innatas cualidades
de su raza, todo lo abyecto. Pero si se comprende claramente que su gusto y
carácter se diferencien fundamentalmente de los imperantes en los demás
pueblos. Si se introdujera una censura legal y efectiva, es indudable que
prevalecería la interpretación no judía. Y es esto lo que aquellos desean
impedir. Muchos de esos industriales no se dan siquiera cuenta de lo atrevido
de sus argumentos: para ellos es la cosa más natural del mundo.
Acaso
no exista espectáculo alguno que se haya criticado con tanta unanimidad como el
cinematográfico, porque por doquier, y hasta en el seno de la familia, se
advierte claramente la evidente influencia de este arte. Indudablemente existen
algunas buenas películas, y nos afianzamos a este hecho en la esperanza de que
pudieran algún día servirnos de escalera de socorro para extraernos de este
pozo negro en que esta convertido la expresión más popular del espectáculo
público.
Individuos
y sociedades conscientes de su responsabilidad moral, alzaron su voz contra
este peligro, mas todo ha sido en vano. Hoy el pueblo yanqui se halla tan
desamparado frente al peligro cinematográfico, como ante las demás formas del
excesivo predominio hebreo. Mientras esta sensación, de la propia impotencia no
se haya generalizado en los pueblos, no podrá nacer la grande y definitiva
hazaña libertadora.
Hasta
este momento la situación empeora. Las películas pugnan mutuamente en inmundicia
sexual, y en la exposición de crímenes cada vez más audaces. Se aduce en su
defensa que la industria cinematográfica es en los Estados Unidos la cuarta o
quinta en extensión e importancia, y que no se debe por ello coaccionar. Se
calculo que la película honesta puede tal vez arrojar 100.000 dólares de
ganancia, en tanto que el "problema sexual" rendirá siempre de unos
250 a 500.000 dólares.
Publicó
hace poco el Dr. Empringham la siguiente noticia: "Participé recientemente
en una conferencia de propietarios de cinematógrafos de Nueva York. Fui entre
ellos el único cristiano. Los quinientos restantes eran hebreos".
Resulta,
entonces, de escaso sentido común vociferar contra el daño causado por los
cines, cerrando conscientemente los ojos ante las energías propulsoras, que
activamente se manifiestan en este problema. Es preciso decidirse a cambiar de
dirección y método en esta lucha. Otrora, cuando según la espiritualidad y
conciencia del pueblo norteamericano, se iba formando cierta unidad de raza aria,
era suficiente estigmatizar en público cualquier inmoralidad, para que la misma
desapareciera. Fueron estos males, como quien dice, deslices, fruto de cierta
negligencia moral. La represión pública fortalecía la conciencia moral, y como
miembros que eran de nuestro propio pueblo, esos elementos podían mejorar y
obligarse a mantener en lo futuro una mejor conducta. Dicho método ya no posee
eficacia. La conciencia pública murió. Los fabricantes de inmundicias morales,
no son accesibles a la voz de la conciencia. Ni creen que sea su producción
inmundicia moral, ni que presten inapreciables servicios a los que viven de la
perversión del género humano. No alcanzan a comprender nuestra indignación,
sino que la declaran enfermiza denominándola envidia y hasta ¡antisemitismo! La
industria cinematográfica es en realidad una cloaca, y ¡es hebrea! Quien la
combate, "persigue a los israelitas". Si estos, por propia voluntad,
eliminaran a los elementos indeseables, la indicación de "lo peculiar de
la raza" caería de su propio peso.
Es
la siguiente la situación de la industria cinematográfica en los Estados
Unidos:
Nueve
décimas partes de la producción de películas están concentradas en manos de los
miembros de diez grandes consorcios productores radicados en Nueva York y Los
Ángeles. Cada uno de ellos dispone de determinado número de consorcios
secundarios, repartidos por el globo entero. Los consorcios dominan
completamente el mercado mundial. El 85 por ciento de ellos esta en manos
hebreas, poseyendo una organización fuertemente centralizada. Esta distribuye
sus productos a millares de salas. La mayoría de los propietarios de estas son
hebreos de clase inferior. Las empresas filmadoras independientes, no poseyendo
centralización, deben dirigirse al mundo libre.
Se extrañan muchas personas de que no exista
demanda de buenas películas, pero ello se debe a que estas no tienen la
posibilidad de llegar al público. Una conocidísima empresa que ofrecía
películas realmente bellas y de inmejorables temas dramáticos y educativos,
tuvo que liquidar, por serle imposible lograr la proyección pública de sus
producciones. Si consiguió cierto éxito pasajero y reducido al entregar sus
productos a empresarios hebreos, sucumbió por fin a la oposición oculta, pero
todopoderosa de este otro grupo, que manifiestamente no quiere admitir que
penetre en esta industria lo honesto y se haga culto de la pura satisfacción
íntima del público en el teatro.
Actualmente
se prefieren las películas deshonestas, porque se filman con mayor cuidado, y
se anuncia con más ruidosa propaganda. Las más perniciosas se aseguran
previamente su público con el ardid de presentarse anunciadas como
"problemas morales".
Existen
por doquier amigos del arte, que gastan enormes sumas para educar y
sensibilizar el gusto artístico, especialmente en lo concerniente a buena
música; pero nunca les resulta beneficioso. Es más productivo depravar el gusto
artístico. Este "negocio" lo ejercen individuos y sociedades para
quienes el concepto de "arte" resulta siempre desconocido. Y al
hablar descaradamente del mal gusto del publico, afirman que este no pide otra
cosa que lo que ellos presentan: tanto peor, y con tanta mayor urgencia se
impone un remedio heroico. En la misma forma podrían también los traficantes en
cocaína justificar su oficio por la demanda del público: más a nadie se le
ocurre considerar tal hecho como razón suficiente para admitir tan peligroso
tráfico. Así hay que juzgar también la aplicación del veneno espiritual
invisible y el lodo impalpable acumulados en muchas de las "proyecciones
cinematográficos". Tanto choca su demanda con los preceptos morales, como
es perversa la satisfacción de su vista.
Carl
Laemmle, uno de los mas importantes productores de películas y director de la
"Universal Film Company", declaro ante una Comisión que había
distribuido entre los mas o menos 22.000 propietarios de salas que le
alquilaban sus películas, un cuestionario sobre los argumentos cinematográficos
que desearían exhibir. Confiaba que el 95 por ciento solicitaran asuntos honestos,
pero en realidad, más de la mitad pidieron asuntos "picantes", es
decir, indecentes. Laemmle, judío oriundo de Alemania, olvido dejar constancia
del tanto por ciento con que sus " correligionarios hebreos "
participaban en estas condiciones.
Dondequiera
y cuantas veces se pretenda poner un dique a la vulgaridad que por medio de los
cinematógrafos se vierte diariamente sobre el pueblo yanqui, se advertirá que
la posición contra ello procede de los semitas. Cuando, por ejemplo, intenta
despertar el interés por dignificar el descanso dominical, los adversarios del
movimiento, aunque este no exija leyes extraordinarias, son hebreos que
justifican su proceder reclamando respeto para sus creencias religiosas. Cuando
se menciona el cinematógrafo en la tribuna de la sana opinión publica, sus
defensores son semitas. En la comisión antes citada se llamaban los defensores,
que representaban a las compañías filmadoras, Meyers, Ludwigh, Kolm, Freund y
Rosenthal, judíos todos ellos. Se citó a un rabino en calidad de perito, el que
supo perfectamente expresarse diciendo que "al principio los hebreos
habían desempeñado un papel cómico en las películas". "En
consecuencia, organizamos una sociedad, la " Orden independiente B'nai
B'rith ", la mas importante actualmente en el mundo entero. Esta organizo
luego la "Liga antidifamatoria" (Anti-Difamation League) y esta Liga,
para proteger el buen nombre judío se unió a otras asociaciones
católico-romanas , fundando las sociedades " La Verdad " y " Del
Sagrado Nombre ", que invitaron a todos los productores de películas a que
no estigmatizaran el carácter y la religión hebreos, ni los pusieran en
ridículo. Nada tendríamos que decir contra la representación del carácter
semita, pero si contra su caricatura. Cuando comunicamos nuestro parecer a la
industria cinematográfica, nombramos en cada población una Junta, que había de
intervenir ante las autoridades para que prohibieran la proyección de todo film
que pudiera ofender el carácter y los sentimientos semitas. Fue la consecuencia
que no se hizo necesaria la prohibición por el sencillo motivo de que los cinematógrafos
no admitían tales asuntos".
Muy
bien. Pero, ¿por qué no hallan eco las constantes protestas del sector decente
del pueblo yanqui? Por la mera razón de que no proceden sino de ¡no judíos! Si
los hebreos dominan tan completamente la vida cinematográfica, como decía aquel
rabino, ¿por qué no implantan en ella la decencia o por lo menos la adecentan?
Un
punto débil en la declaración de dicho rabino fue la afirmación de que se
encarnecía la religión judía. Seria muy interesante saber cuando, donde, como y
por quien se hizo tal cosa. En realidad, dicha afirmación se basa en una
intención falaz y errónea. El hebreo considera toda manifestación publica del
sentir cristiano como un violento ataque contra su propia "religión".
Cuando, por ejemplo, el presidente de los Estados Unidos, o un gobernador de
cualquier Estado emplea en el Día de Gracias una formula netamente cristiana o
menciona el nombre de Jesús, protestan de ello los semitas, diciendo que es una
violación de sus sentimientos religiosos. El tomo 20 de la Sociedad Histórica
Norteamericana-Judía inserta el siguiente telegrama fechado en Harriburg
(Pensilvania) el 10 de noviembre de 1880: "Efectuóse una importante modificación
en el ceremonial del Día de Gracias. En el ultimo párrafo de la proclamación se
modificaron las palabras "comunidad cristiana" por " comunidad
de hombres libres". Se introdujo la modificación a raíz de una instancia
presentada por importantes personajes hebreos. El gobernador, Mr. Hoyt, declaro
que se usaba la palabra "cristiano" en el sentido de
"civilizado", aunque no propiamente en sentido confesional.
En
la referida Junta de Cinematografistas dióse lectura también al siguiente
párrafo de una misiva dirigida por un señor Piere , representante especial de
la Compañía Cinematográfica Oliver Morosco, al gerente de la Cámara de
Cinematografía: "Como personalmente sabemos, ordenóse retirar de los
cinematógrafos de la Mutua películas como "La vida de Nuestro Señor
Jesucristo"", por suponer que t al espectáculo podría lastimarlos
sentimientos judíos". Por lo tanto, la sensibilidad judía es como la de un
niño caprichoso y mimado. En realidad, no la lucha por la preconizada violación
de sentimientos religiosos hebreos, sino que suprimir sagrados derechos
no-judíos. Los portavoces judíos, para tergiversar la cuestión, formulan así la
pregunta: "¿Cómo es posible que tres millones de judíos constituyan un
peligro para un pueblo de 11.000.000 de no-judíos?" Y ¡cuánto testaferro,
no-judío repite estúpidamente, con la parsimonia del sabio, esta frase huera!
Se podría, en cambio, formular la pregunta contraria: "¿Qué significa, que
a un pueblo de 110.000.000 de almas pertenecientes casi exclusivamente al
cristianismo, se le prohíba ver una película cinematográfica que represente
"La vida de Cristo", solo porque podría lastimar los sentimientos de
muy pocos descendientes de Judas?" Mas en el caso presente no se trata, en
realidad, de una comparación de números, sino del hecho innegable de una
comparación de números, sino del hecho innegable de que así como los judíos
tienen la mano en el timón cinematográfico, ordenando sin restricción alguna,
en lo que el gran publico tenga o no que ver, también ejercen una cruel censura
sobre toda nuestra existencia espiritual e intelectual.
Por
otra parte, dudamos de que el judío, en la industria cinematográfica, sea capaz
de hacer las cosas mejor de lo que las hace. Teniendo en cuenta la obscura
procedencia de muchos de ellos, debe perderse en la mayor parte de los casos,
la fe en la posibilidad de una rehabilitación voluntaria. ¿Qué entiende el
hebreo, por ejemplo, de la vida íntima y del carácter del campesino? Este no ve
sino montañas de estiércol o la panza repleta de sus amos, los
"agrarios", y se burla de ellos. ¿Qué idea puede formarse el hebreo
de "América" como no sea la de una enorme vaca lechera, que el puede
y debe ordeñar "a piacere"? Con la misma absoluta falta de
comprensión esta el semita frente a la vida intima del genuino hogar del
norteamericano. Le es completamente imposible comprender, lo que es y significa
el hogar familiar. Los productores judíos de películas pueden, tal vez haber
echado una ojeada al interior de los hogares, pero jamás en el espíritu que en
ellas mora y perdura. No solo es errónea, sino que hasta ejerce una influencia
en extremo perniciosa sobre los espectadores, especialmente sobre los
extranjeros, que creen ver en la pantalla una imagen real de la vida familiar
yanqui. Existe el mismo peligro para las grandes masas populares, a las que se
les desfigura el modo de vivir de las "clases acomodadas". Si se
compara la vida real y efectiva de las clases burguesas con la fantástica idea
que de ella se tiene en la imaginación popular, fácilmente se comprendería el
peligro político y social, que los productores cinematográficos judíos, con sus
erróneas imágenes reproducidas en miles y miles de cinematógrafos, suscitan
para la Sociedad y el Estado. Falsedad, crimen y orgías son los argumentos predominantes
para la mayoría de las películas de "negocio".
Aparece
la vida yanqui ante el cerebro del oriental pobre y sin estimulo. Carece de
sensualidad y de intriga. Sus mujeres no son eternas heroínas de
"problemas sexuales", sino que conservan sus valores íntimos por
lealtad, fe y tranquilidad de espíritu. Es lógico que para el nómada oriental
esto resulte ridículo y fastidioso. En ello radica realmente la explicación del
fracaso moral del problema cinematográfico, que nada tiene de yanqui, ni de
europeo, porque sus autores, de acuerdo con las condiciones innatas de su raza,
son efectivamente incapaces de reproducir verazmente nuestra vida en la
multiplicidad de sus anhelos raciales, morales y de ideal psíquico.
De
nada sirve persignarse lleno de indignación sobre nuestra cinematografía
actual. Esto cualquiera lo hace, y existe total unanimidad de pareceres.
Asociaciones femeninas, maestros, editores de diarios, policía, jueces,
eclesiásticos, médicos y padres de familia, todos saben lo que el cine significa.
Parecen, empero ignorar lo mas esencial, que consiste en que todas sus
jeremiadas y protestas no servirán absolutamente de nada, en problemas se
ocultan personas de condiciones morales completamente distintas de las
nuestras, y que ríen de todas las protestas de los no-judíos.
El
referido rabino no demostró claramente que los hebreos, en unión con
determinados cristianos, imponen su omnímoda voluntad frente a los productores
de películas en cuanto la exponen. Pero, ¿qué consiguieron, en cambio, las protestas
de Asociaciones femeninas, las de los maestros, editores de diarios,
eclesiásticos, médicos y padres de la generación adolescente? ¡Nada en
absoluto! Con igual éxito práctico podrán persignarse durante toda su vida, sin
conseguir nada, en tanto no se decidan a atacar firme y valientemente el
problema fundamental de la raza, comprendiendo que el cine es una institución
pura y esencialmente judía. La cuestión ya no radica en si el cine es moral o
inmoral: eso ya esta resuelto; de lo que se trata aquí es de atacar el mal en
su raíz. Cuando todo el mundo comprenda quien es el que ejerce invisible
influencia sobre el cine, y lo que significa dicha influencia, el problema
perderá mucho de su carácter al parecer irremediable.