14-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
XIV EL JEFE DE ESTADO QUE DEBIO INCLINARSE ANTE EL JUDIO
INTERNACIONAL
William
Howard Taft es una persona en extremo amable. Apenas si dijo "no" en
su vida presidencial. Será esa una postura extremadamente cómoda, pero el mundo
no adelanta nada con ello. La armonía surge de las disonancias, de la lucha
contra hechos desagradables, no de los mimos.
En
una oportunidad durante su presidencia, pero salió de ello malparado, y extrajo
sus consecuencias. Comencemos con un hecho muy reciente, con una defensa
pro-judía del señor Taft.
Con
su perplejidad por el "efecto" de la presente obra, demostraron los
prominentes hebreos norteamericanos que la veracidad de los hechos aducidos
aquí, imposibilita todo intento de pasarlos por alto ni refutarlos. Justamente
esta postura adoptada por los hebreos contra estas publicaciones surtió un
menor efecto de lo que lo hicieran los mismos hechos citados. Funcionó un gran
aparato en contra de ellas, y se movilizaron toda clase de
"autoridades". Como los mismos judíos van comprendiendo la inutilidad
de sus esfuerzos, llaman hoy en su ayuda a numerosas "competencias"
no-judías. Como en Rusia, aquí también se lleva este ejercito auxiliar a la
primera línea de combate.
Se
le distinguió a Taft con tal honra. Según su propia confesión, hecha el 1º de
diciembre de 1920, ni siquiera leyó personalmente la presente serie de
artículos, sino que se remitió al juicio de los hebreos acerca de ellos.
Empero, el 23 de diciembre, en un discurso pronunciado ante el "B'nai
B'rith", en Chicago, emite un juicio con la seguridad del hombre que
estudio a fondo toda la cuestión hebrea, y que a raíz de ello arribo a conclusiones
definitivas y contundentes. Ya el 1º de noviembre, y antes de haber siquiera
leído esta serie de artículos, caracterizólos ante un hebreo neoyorquino como
"torpes crónicas", que, según me dicen, publicó el " Dearborn
Independent ", es decir, que baso su juicio en simples rumores. Todo
coincide, suponiéndose que tampoco antes en su discurso de Chicago había leído
nada personalmente.
Necesitaban
los judíos el nombre de Taft, precisaban con urgencia a cristianos de
"reclamo", y los consiguieron. El mencionado discurso nada dice
acerca del asunto en si, no prueba ni refuta nada. Fueron párrafos del mismo,
reproducciones, en parte al pie de la letra, extraídas de un discurso
pronunciado sobre el asunto por un rabino neoyorquino. Se convirtió Taft en un
linguafono, mediante el cual los hebreos hicieron reproducir sus propias
palabras. Fue el objeto del discurso que en todos los diarios del país se
reprodujese como "la voz del pueblo yanqui". Pero no disculpa todo
esto el hecho de que Taft no haya contribuido absolutamente nada al
esclarecimiento del asunto. Se declara Taft adversario de las predisposiciones
religiosas. Esto puede serlo cualquiera. Declina también las predisposiciones
de índole racial, tal como toda persona sensata. Pero ¿que tiene que ver esto
con la cuestión hebrea?
Data el quid del tema "Taft y los
judíos" de la época en que Mr. Taft era aun presidente de los Estados
Unidos. Sostienen los judíos ante el gobierno de Washington una embajada
perpetua, cuya misión consiste en vigilar perennemente a todo presidente
durante el desempeño de sus funciones, así como a su eventual sucesor. Es por
eso que Taft era conocido por los judíos mucho antes de que fuera presidente.
Sea porque no prejuzgaran debidamente su ulterior política, o porque no
concedieran gran importancia a su personalidad, es evidente, de cualquier modo,
que no hicieron gran caso de él. Se carecen de suficientes indicios para juzgar
si antes de ser elegido presidente corría el detrás de los judíos, o estos en
pos de el.
Demostró
una vez, cierta oposición contra los hebreos, por lo cual le declararon estos
absolutamente "alejado" para ellos. En otra oportunidad se presiono
sobre el con tan hábiles ardides, que "obedeció" para siempre a los
caprichos judíos. Pertenece el caso a la larga historia de disensiones que
Norteamérica tuvo que sostener con otros Estados por culpa de los judíos. Desde
1840 hasta 1911 sufrieron los Estados Unidos por esta razón numerosos disgustos
diplomáticos, y en el transcurso de uno de ellos, que alcanzo su punto culminante
en 1911, el presidente Taft fue "absorbido".
Por
espacio de largos siglos tuvo Rusia sus conflictos con los judíos, pues estos
minaban los fundamentos de su Estado, hasta que un día sucumbió Rusia al poder
judío. Sabía Disraelí lo que el mundo entero ignoraba: que la mano hebrea
pesaba cruelmente sobre dicho imperio. Consistió el más absurdo engaño
universal de la era moderna en la propaganda antirrusa por las pretendidas
"persecuciones de los hebreos". Dicho imperio, por el contrario,
había destinado para los judíos gran parte de sus terrenos del Sur, siendo al
propio tiempo tan benigno en la ejecución de las leyes prohibiéndoles
sistemáticamente sobre toda la nación una red invisible, en la que aprisionaron
todo el comercio del trigo y la "opinión publica", burlándose así del
gobierno zarista. Recomenzó el griterío de las "persecuciones" porque
no se les permitía explotar a su guisa a los campesinos; obtuvieron dicha
prerrogativa a pesar del gobierno.
Cuando
los Estados Unidos se convirtieron en la "Nueva Jerusalén",
resolvieron sus ciudadanos hebreos utilizar al gobierno norteamericano para la
ejecución de aquellas intenciones que hasta entonces, con otros medios, no
había aun podido realizar. Hebreos rusos y alemanes solían venir a Norteamérica,
donde se hacían nacionalizar lo antes posible, para regresar luego en calidad
de "norteamericanos" a Rusia con el propósito de establecer allí sus
comercios. Rusia, sin embargo, conceptuaba a los judíos como tales y afectos a
su legislación.
Cuantos
más hebreos, alemanes y rusos volvía a Rusia para así burlar las leyes rusas,
tanto mas se acumulaban las protestas dirigidas a la Secretaria de Estado en
Washington. No se les dio importancia al principio, porque en muchos casos
resulto de las averiguaciones practicadas que esos "nuevos"
norteamericanos no tenían interés alguno en volver nunca a los Estados Unidos,
sino que habían adquirido la ciudadanía norteamericana únicamente para que les
sirviera de pasaporte general en Rusia. En dichos casos, el gobierno
norteamericano no tenía razón de intervenir siquiera. Se encargo, entonces a
los representantes consulares norteamericanos que se ocuparan del asunto. Uno
de estos, John W. Foster, informo en 1890 al gobierno de Washington, diciendo
que Rusia debía complacer con gusto a ciudadanos norteamericanos genuinos, pero
no a hebreos alemanes enmascarados.
Por
aquella época empezó a hacerse en los Estados Unidos una propaganda muy activa
sobre la "cuestión rusa". En primer término gritaban los judíos con
su característico modo sobre "persecuciones", como si la vida de los
hebreos en Rusia fuera el mismo infierno. En cambio el embajador Foster informo
en aquella época diciendo: "...En todas las ciudades rusas excede el
numero de los hebreos efectivamente allí residentes al de los censados, siendo
bastante mayor de lo que lo permitiría una estricta interpretación de la
legislación vigente. Conociendo así los asuntos de San Petersburgo, se calculan
los judíos residentes en la capital en unos 30.000 contra 1.500 censados oficialmente.
Me informan de igual fuente, que, mientras existe una sola escuela judía
concedida, se educan tres o cuatro mil niños judíos en colegios clandestinos.
Consiste otro indicio de la influencia hebrea en que en los diarios mas
importantes de San Petersburgo y de Moscú colaboran sin excepción casi uno o
mas redactores judíos".
Resultaba
siempre de las investigaciones oficiales norteamericanas que los hebreos habían
exagerado enormemente para obligar a una intervención diplomática.
Cuando
luego de largos años de propaganda subterránea y pública se afianzo firmemente
la "opinión publica", la agitación adopto la forma del "problema
de pasaportes rusos". "¡Rusia osa desdeñar un pasaporte
norteamericano! ¡Rusia ofende al gobierno de los Estados Unidos! ¡Rusia trata
indignamente a ciudadanos norteamericanos!..." y frases parecidas.
Culmina
la agitación en la exigencia de que los Estados Unidos rompan todas sus
relaciones comerciales con Rusia. Al propio tiempo estudiaba el Secretario de
Estado Mr. Blame el proyecto de como se podría alzar un dique contra la oleada
de inmigración hebrea, que en aquel entonces empezó a inundar el país. Surgió
la extraña situación de que mientras los Estados Unidos tenían graves motivos
de queja contra los hebreos, debían aun impugnar a Rusia el derecho de hacer
otro tanto dentro de su propio territorio. Efectivamente, el ministro de
Relaciones Exteriores ruso formulo advertencias diciendo que probablemente
Norteamérica no se quejaría de la inmigración de 200.000 inmigrantes hebreos
rusos si estos fueran verdaderamente operarios. Se comprenderá perfectamente,
en cambio, que a Norteamérica no le convendría la llegada de 200.000
explotadores usureros. Era esta, también, la razón de Rusia para oponerse a
tales elementos, que pretendían explotar al país, más no favorecerlo y
fecundarlo.
Prosiguió
sin debilidades la agitación contra Rusia, hasta que Taft fue elegido
presidente. Es preciso recordar aquí la perpetua representación judía ante el
gobierno de Washington. A su frente estaba una especie de
"embajador", cuya misión consistía, naturalmente, en asegurarse de
antemano la persona de Taft. Pero este, en aquel entonces, no les era tan
adicto, como lo fue mas tarde. Existía entre Rusia y los Estados Unidos desde el año 1832 un
tratado de comercio, que en el transcurso de 80 años respondió perfectamente a
los mutuos intereses. El presidente considero, pues, una exagerada exigencia,
anular este tratado únicamente por un capricho de los hebreos. Con esta
exigencia presentaron otra al presidente los judíos: la de anular el proyecto
de ley aprobado en el Congreso, según el cual todos los inmigrantes de los
hebreos rusos, carentes de toda cultura, representaba en el conjunto de los
planes judíos un aspecto muy importante, en tanto que los intereses del país en
que habitaban no parecían siquiera existir para ellos.
Finalmente,
el presidente Taft se vió precisado a preguntar directamente que era lo que se
pretendía de él. "Hable usted con algunos dirigentes del judaísmo
norteamericano", se le contesto. Aparecieron el 15 de febrero de 1911 en
la Casa Blanca de Washington, Jacobo Schiff, Jacobo Furth, Luis Marshall,
Adolfo Kraus y Enrique Goldfogle. Se almorzó en un ambiente de gran
cordialidad, y después se conferencio. El presidente estaba perfectamente
preparado y no ignoraba que de largas discusiones no resulta jamás nada
práctico. Entraron sus huéspedes con una decisión ya formada, creyendo poder
"conquistarse" al benévolo presidente por las buenas. Más, ¡cual no
seria el asombro de los delegados al extraer de su bolsillo el presidente un
papel y empezar a leerles sus ideas y conclusiones! Francamente, no se esperaba
tal cosa de el.
Llamo,
en primer termino, la atención de sus huéspedes sobre el perfectísimo derecho
que asistía a los Estados Unidos para admitir en su territorio a quien le
conviniera. En lo referente al tratado de comercio ruso-norteamericano, dijo
que había arrojado buenos resultados, y que bajo su vigencia de más de 80 años,
muchos ciudadanos yanquis confiados en la lealtad de ambos países, habían
fundado establecimientos en Rusia. De necesitarse concertar otro tratado, se
podrían también tener en cuenta los deseos hebreos. En cambio, si denunciaba el
tratado vigente, se lesionarían muy importantes intereses yanquis en Rusia, y
no se podría decir con sinceridad si a raíz de ello no empeoraría también la
situación de los hebreos en Rusia. Manifestó que el no haría nada contra la
inmigración de hebreos rusos; pero: "cuanto mas ubicáramos en los
territorios del Oeste, mas me agradaría". Torno a señalar posibles
consecuencias que para los mismos hebreos rusos podría tener la denuncia del
Tratado y termino diciendo: "Así me parece a mi... A esta conclusión he
arribado". La delegación judía se quedo perpleja. Simón Wolf, el
"embajador" permanente, contesto: "Señor Presidente, tenga usted
la gentileza de no entregar estas notas a la prensa". Lo interrumpió
Jacobo Schiff, con voz trémula de ira, gritando: "Por el contrario, quiero
que esas palabras se publiquen. Todo el mundo debe enterarse de la opinión del
señor Presidente". Se le pidió que aceptara las exigencias de los hebreos;
pero Taft, lamentándolo mucho, hubo de decirles que había estudiado a fondo el
asunto desde todos los puntos de vista, y que su decisión era firme. Al
retirarse, Jacobo Schiff, rehusó, con aire ofendido, estrechar la mano del
Presidente. "¡Caramba, que enfadado estaba el señor Schiff ayer!"
dijo al día siguiente Taft. Muy pronto comprendería lo que esto significaba. Al
salir Schiff de la Casa Blanca había dicho: "Significa la guerra".
Movilizo una gran cantidad de dinero, y escribió una carta concisa pero brutal
al presidente. El secretario de Comercio y Trabajo, a quien entrego después
Taft la carta de Schiff y su propia respuesta, dijo: "Me extraño
enormemente la forma reposada de su contestación".
La
denuncia del tratado comercial ruso-norteamericano tuvo por fuerza que
traspasar el formidable negocio del intercambio entre ambos países a manos de
los hebreos alemanes. Sabían los banqueros de Francfort y sus parientes de los
Estados Unidos lo que esto significa, es decir: que actuarían como
intermediarios. Mediante un movimiento organizado y sostenido financieramente
en territorio norteamericano al objeto de amordazar a una nación amiga, debía quebrarse
la neutralidad comercial de los Estados Unidos. Los organizadores y
financiadores del asunto fueron hebreos, que abusaban de su poder internacional
para forzar la política de los Estados Unidos, dócil a sus fines, tanto en lo
financiero como en lo revolucionario.
Apenas
aquellos judíos abandonaron la Casa Blanca, se enviaban inmediatamente
telegramas desde Washington y Nueva York a todo el mundo, y así comenzó la
"gran cacería". Tenían por doquier sus "cazadores", que se
dirigían a diputados y senadores. Ningún empleado público, por insignificante
que fuese su posición, quedo sin ser tocado. La prensa también se ocupo del
asunto, demostrándose ya entonces lo que en estos últimos tiempos fue una
verdad indiscutible, a saber que los hebreos dominan absolutamente en la
mayoría de nuestros grandes y pequeños periódicos. Sin embargo, existen
indicios que hacen suponer que tal estado de cosas no será de eterna
duración.
Decía
Jacobo Schiff, el 5 de febrero de 1911: "Esto significa la guerra".
El Comité judeonorteamericano, la Orden B'nai B'rith y las demás organizaciones
de los hebreos tomaban cartas en el asunto, y ¡el 13 de diciembre del mismo
año, o sea diez meses después de la "declaración de guerra",
obligaban la Cámara de Representantes y el Senado el presidente Taf, a que
comunicara al gobierno ruso que el vigente tratado de comercio caducaría en el
plazo próximo!
¡Francfort
sobre el Maine había vencido!
En
el transcurso de aquellos meses Taft fue constante objeto de los odios judíos;
a muchas personas había extrañado comparar las frases lisonjeras que mas tarde
Taft dedico a los hebreos en sus discursos, con las befas que esos mismos
hebreos escupían contra el hace nueve años.
Es
conocido el método con que los judíos consiguieron formar aquel voto en el
Congreso, así como el júbilo con que se le saludo. ¡Dos gobiernos vencidos! Y
¡un presidente norteamericano obligado a inclinarse ante el hebreo!
El
Presidente hizo lo humanamente posible para desbaratar el plan judío. Ello no
obstante, se le distinguió un año mas tarde con honores extraordinarios,
presentándose los Altos Grados de la Orden de B'nai B'rith en la Casa Blanca, y
condecorándole con una medalla conmemorativa, que señalaba "al hombre que
durante el año había hecho mas en pro de la causa judía". Esa solemne
ceremonia fue fotografiada, sin que en el semblante del presidente Taft se
pueda advertir satisfacción extraordinaria alguna.
Ni
aun después de esto se sintieron los judíos muy seguros del presidente. En
cartas y en publicaciones se advertía el temor de que aun pudiera Taft hallar
los medios para mantener cordiales relaciones con Rusia. Fue vigilado y
asediado, no dejándosele libre ni un solo instante. Con esto, en efecto, se le
torno imposible amenguar la tensión de las relaciones. Se quería por todos los
medios que Francfort acaparara intermediariamente el comercio norteamericano
con Rusia, y que Rusia sufriera un golpe mortal. Toda acción de tal política
racial aporto además ganancias en metálico: sangran al mundo entero, cuando
simultáneamente le sojuzgan.
La
primera victoria sobre Rusia la conquistaron los judíos en los Estados Unidos;
la segunda, la catástrofe final, fue el bolcheviquismo, la ruina del país y el
asesinato de los Romanoff.