sábado, 14 de diciembre de 2019

14-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD


14-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

XIV EL JEFE DE ESTADO QUE DEBIO INCLINARSE ANTE EL JUDIO INTERNACIONAL


 William Howard Taft es una persona en extremo amable. Apenas si dijo "no" en su vida presidencial. Será esa una postura extremadamente cómoda, pero el mundo no adelanta nada con ello. La armonía surge de las disonancias, de la lucha contra hechos desagradables, no de los mimos. 
En una oportunidad durante su presidencia, pero salió de ello malparado, y extrajo sus consecuencias. Comencemos con un hecho muy reciente, con una defensa pro-judía del señor Taft. 
Con su perplejidad por el "efecto" de la presente obra, demostraron los prominentes hebreos norteamericanos que la veracidad de los hechos aducidos aquí, imposibilita todo intento de pasarlos por alto ni refutarlos. Justamente esta postura adoptada por los hebreos contra estas publicaciones surtió un menor efecto de lo que lo hicieran los mismos hechos citados. Funcionó un gran aparato en contra de ellas, y se movilizaron toda clase de "autoridades". Como los mismos judíos van comprendiendo la inutilidad de sus esfuerzos, llaman hoy en su ayuda a numerosas "competencias" no-judías. Como en Rusia, aquí también se lleva este ejercito auxiliar a la primera línea de combate. 
Se le distinguió a Taft con tal honra. Según su propia confesión, hecha el 1º de diciembre de 1920, ni siquiera leyó personalmente la presente serie de artículos, sino que se remitió al juicio de los hebreos acerca de ellos. Empero, el 23 de diciembre, en un discurso pronunciado ante el "B'nai B'rith", en Chicago, emite un juicio con la seguridad del hombre que estudio a fondo toda la cuestión hebrea, y que a raíz de ello arribo a conclusiones definitivas y contundentes. Ya el 1º de noviembre, y antes de haber siquiera leído esta serie de artículos, caracterizólos ante un hebreo neoyorquino como "torpes crónicas", que, según me dicen, publicó el " Dearborn Independent ", es decir, que baso su juicio en simples rumores. Todo coincide, suponiéndose que tampoco antes en su discurso de Chicago había leído nada personalmente. 
Necesitaban los judíos el nombre de Taft, precisaban con urgencia a cristianos de "reclamo", y los consiguieron. El mencionado discurso nada dice acerca del asunto en si, no prueba ni refuta nada. Fueron párrafos del mismo, reproducciones, en parte al pie de la letra, extraídas de un discurso pronunciado sobre el asunto por un rabino neoyorquino. Se convirtió Taft en un linguafono, mediante el cual los hebreos hicieron reproducir sus propias palabras. Fue el objeto del discurso que en todos los diarios del país se reprodujese como "la voz del pueblo yanqui". Pero no disculpa todo esto el hecho de que Taft no haya contribuido absolutamente nada al esclarecimiento del asunto. Se declara Taft adversario de las predisposiciones religiosas. Esto puede serlo cualquiera. Declina también las predisposiciones de índole racial, tal como toda persona sensata. Pero ¿que tiene que ver esto con la cuestión hebrea?
 Data el quid del tema "Taft y los judíos" de la época en que Mr. Taft era aun presidente de los Estados Unidos. Sostienen los judíos ante el gobierno de Washington una embajada perpetua, cuya misión consiste en vigilar perennemente a todo presidente durante el desempeño de sus funciones, así como a su eventual sucesor. Es por eso que Taft era conocido por los judíos mucho antes de que fuera presidente. Sea porque no prejuzgaran debidamente su ulterior política, o porque no concedieran gran importancia a su personalidad, es evidente, de cualquier modo, que no hicieron gran caso de él. Se carecen de suficientes indicios para juzgar si antes de ser elegido presidente corría el detrás de los judíos, o estos en pos de el. 
Demostró una vez, cierta oposición contra los hebreos, por lo cual le declararon estos absolutamente "alejado" para ellos. En otra oportunidad se presiono sobre el con tan hábiles ardides, que "obedeció" para siempre a los caprichos judíos. Pertenece el caso a la larga historia de disensiones que Norteamérica tuvo que sostener con otros Estados por culpa de los judíos. Desde 1840 hasta 1911 sufrieron los Estados Unidos por esta razón numerosos disgustos diplomáticos, y en el transcurso de uno de ellos, que alcanzo su punto culminante en 1911, el presidente Taft fue "absorbido". 
Por espacio de largos siglos tuvo Rusia sus conflictos con los judíos, pues estos minaban los fundamentos de su Estado, hasta que un día sucumbió Rusia al poder judío. Sabía Disraelí lo que el mundo entero ignoraba: que la mano hebrea pesaba cruelmente sobre dicho imperio. Consistió el más absurdo engaño universal de la era moderna en la propaganda antirrusa por las pretendidas "persecuciones de los hebreos". Dicho imperio, por el contrario, había destinado para los judíos gran parte de sus terrenos del Sur, siendo al propio tiempo tan benigno en la ejecución de las leyes prohibiéndoles sistemáticamente sobre toda la nación una red invisible, en la que aprisionaron todo el comercio del trigo y la "opinión publica", burlándose así del gobierno zarista. Recomenzó el griterío de las "persecuciones" porque no se les permitía explotar a su guisa a los campesinos; obtuvieron dicha prerrogativa a pesar del gobierno.
Cuando los Estados Unidos se convirtieron en la "Nueva Jerusalén", resolvieron sus ciudadanos hebreos utilizar al gobierno norteamericano para la ejecución de aquellas intenciones que hasta entonces, con otros medios, no había aun podido realizar. Hebreos rusos y alemanes solían venir a Norteamérica, donde se hacían nacionalizar lo antes posible, para regresar luego en calidad de "norteamericanos" a Rusia con el propósito de establecer allí sus comercios. Rusia, sin embargo, conceptuaba a los judíos como tales y afectos a su legislación. 
Cuantos más hebreos, alemanes y rusos volvía a Rusia para así burlar las leyes rusas, tanto mas se acumulaban las protestas dirigidas a la Secretaria de Estado en Washington. No se les dio importancia al principio, porque en muchos casos resulto de las averiguaciones practicadas que esos "nuevos" norteamericanos no tenían interés alguno en volver nunca a los Estados Unidos, sino que habían adquirido la ciudadanía norteamericana únicamente para que les sirviera de pasaporte general en Rusia. En dichos casos, el gobierno norteamericano no tenía razón de intervenir siquiera. Se encargo, entonces a los representantes consulares norteamericanos que se ocuparan del asunto. Uno de estos, John W. Foster, informo en 1890 al gobierno de Washington, diciendo que Rusia debía complacer con gusto a ciudadanos norteamericanos genuinos, pero no a hebreos alemanes enmascarados. 
Por aquella época empezó a hacerse en los Estados Unidos una propaganda muy activa sobre la "cuestión rusa". En primer término gritaban los judíos con su característico modo sobre "persecuciones", como si la vida de los hebreos en Rusia fuera el mismo infierno. En cambio el embajador Foster informo en aquella época diciendo: "...En todas las ciudades rusas excede el numero de los hebreos efectivamente allí residentes al de los censados, siendo bastante mayor de lo que lo permitiría una estricta interpretación de la legislación vigente. Conociendo así los asuntos de San Petersburgo, se calculan los judíos residentes en la capital en unos 30.000 contra 1.500 censados oficialmente. Me informan de igual fuente, que, mientras existe una sola escuela judía concedida, se educan tres o cuatro mil niños judíos en colegios clandestinos. Consiste otro indicio de la influencia hebrea en que en los diarios mas importantes de San Petersburgo y de Moscú colaboran sin excepción casi uno o mas redactores judíos". 
Resultaba siempre de las investigaciones oficiales norteamericanas que los hebreos habían exagerado enormemente para obligar a una intervención diplomática. 
Cuando luego de largos años de propaganda subterránea y pública se afianzo firmemente la "opinión publica", la agitación adopto la forma del "problema de pasaportes rusos". "¡Rusia osa desdeñar un pasaporte norteamericano! ¡Rusia ofende al gobierno de los Estados Unidos! ¡Rusia trata indignamente a ciudadanos norteamericanos!..." y frases parecidas. 
Culmina la agitación en la exigencia de que los Estados Unidos rompan todas sus relaciones comerciales con Rusia. Al propio tiempo estudiaba el Secretario de Estado Mr. Blame el proyecto de como se podría alzar un dique contra la oleada de inmigración hebrea, que en aquel entonces empezó a inundar el país. Surgió la extraña situación de que mientras los Estados Unidos tenían graves motivos de queja contra los hebreos, debían aun impugnar a Rusia el derecho de hacer otro tanto dentro de su propio territorio. Efectivamente, el ministro de Relaciones Exteriores ruso formulo advertencias diciendo que probablemente Norteamérica no se quejaría de la inmigración de 200.000 inmigrantes hebreos rusos si estos fueran verdaderamente operarios. Se comprenderá perfectamente, en cambio, que a Norteamérica no le convendría la llegada de 200.000 explotadores usureros. Era esta, también, la razón de Rusia para oponerse a tales elementos, que pretendían explotar al país, más no favorecerlo y fecundarlo. 
Prosiguió sin debilidades la agitación contra Rusia, hasta que Taft fue elegido presidente. Es preciso recordar aquí la perpetua representación judía ante el gobierno de Washington. A su frente estaba una especie de "embajador", cuya misión consistía, naturalmente, en asegurarse de antemano la persona de Taft. Pero este, en aquel entonces, no les era tan adicto, como lo fue mas tarde. Existía entre Rusia  y los Estados Unidos desde el año 1832 un tratado de comercio, que en el transcurso de 80 años respondió perfectamente a los mutuos intereses. El presidente considero, pues, una exagerada exigencia, anular este tratado únicamente por un capricho de los hebreos. Con esta exigencia presentaron otra al presidente los judíos: la de anular el proyecto de ley aprobado en el Congreso, según el cual todos los inmigrantes de los hebreos rusos, carentes de toda cultura, representaba en el conjunto de los planes judíos un aspecto muy importante, en tanto que los intereses del país en que habitaban no parecían siquiera existir para ellos. 
Finalmente, el presidente Taft se vió precisado a preguntar directamente que era lo que se pretendía de él. "Hable usted con algunos dirigentes del judaísmo norteamericano", se le contesto. Aparecieron el 15 de febrero de 1911 en la Casa Blanca de Washington, Jacobo Schiff, Jacobo Furth, Luis Marshall, Adolfo Kraus y Enrique Goldfogle. Se almorzó en un ambiente de gran cordialidad, y después se conferencio. El presidente estaba perfectamente preparado y no ignoraba que de largas discusiones no resulta jamás nada práctico. Entraron sus huéspedes con una decisión ya formada, creyendo poder "conquistarse" al benévolo presidente por las buenas. Más, ¡cual no seria el asombro de los delegados al extraer de su bolsillo el presidente un papel y empezar a leerles sus ideas y conclusiones! Francamente, no se esperaba tal cosa de el. 
Llamo, en primer termino, la atención de sus huéspedes sobre el perfectísimo derecho que asistía a los Estados Unidos para admitir en su territorio a quien le conviniera. En lo referente al tratado de comercio ruso-norteamericano, dijo que había arrojado buenos resultados, y que bajo su vigencia de más de 80 años, muchos ciudadanos yanquis confiados en la lealtad de ambos países, habían fundado establecimientos en Rusia. De necesitarse concertar otro tratado, se podrían también tener en cuenta los deseos hebreos. En cambio, si denunciaba el tratado vigente, se lesionarían muy importantes intereses yanquis en Rusia, y no se podría decir con sinceridad si a raíz de ello no empeoraría también la situación de los hebreos en Rusia. Manifestó que el no haría nada contra la inmigración de hebreos rusos; pero: "cuanto mas ubicáramos en los territorios del Oeste, mas me agradaría". Torno a señalar posibles consecuencias que para los mismos hebreos rusos podría tener la denuncia del Tratado y termino diciendo: "Así me parece a mi... A esta conclusión he arribado". La delegación judía se quedo perpleja. Simón Wolf, el "embajador" permanente, contesto: "Señor Presidente, tenga usted la gentileza de no entregar estas notas a la prensa". Lo interrumpió Jacobo Schiff, con voz trémula de ira, gritando: "Por el contrario, quiero que esas palabras se publiquen. Todo el mundo debe enterarse de la opinión del señor Presidente". Se le pidió que aceptara las exigencias de los hebreos; pero Taft, lamentándolo mucho, hubo de decirles que había estudiado a fondo el asunto desde todos los puntos de vista, y que su decisión era firme. Al retirarse, Jacobo Schiff, rehusó, con aire ofendido, estrechar la mano del Presidente. "¡Caramba, que enfadado estaba el señor Schiff ayer!" dijo al día siguiente Taft. Muy pronto comprendería lo que esto significaba. Al salir Schiff de la Casa Blanca había dicho: "Significa la guerra". Movilizo una gran cantidad de dinero, y escribió una carta concisa pero brutal al presidente. El secretario de Comercio y Trabajo, a quien entrego después Taft la carta de Schiff y su propia respuesta, dijo: "Me extraño enormemente la forma reposada de su contestación". 
La denuncia del tratado comercial ruso-norteamericano tuvo por fuerza que traspasar el formidable negocio del intercambio entre ambos países a manos de los hebreos alemanes. Sabían los banqueros de Francfort y sus parientes de los Estados Unidos lo que esto significa, es decir: que actuarían como intermediarios. Mediante un movimiento organizado y sostenido financieramente en territorio norteamericano al objeto de amordazar a una nación amiga, debía quebrarse la neutralidad comercial de los Estados Unidos. Los organizadores y financiadores del asunto fueron hebreos, que abusaban de su poder internacional para forzar la política de los Estados Unidos, dócil a sus fines, tanto en lo financiero como en lo revolucionario. 
Apenas aquellos judíos abandonaron la Casa Blanca, se enviaban inmediatamente telegramas desde Washington y Nueva York a todo el mundo, y así comenzó la "gran cacería". Tenían por doquier sus "cazadores", que se dirigían a diputados y senadores. Ningún empleado público, por insignificante que fuese su posición, quedo sin ser tocado. La prensa también se ocupo del asunto, demostrándose ya entonces lo que en estos últimos tiempos fue una verdad indiscutible, a saber que los hebreos dominan absolutamente en la mayoría de nuestros grandes y pequeños periódicos. Sin embargo, existen indicios que hacen suponer que tal estado de cosas no será de eterna duración. 
Decía Jacobo Schiff, el 5 de febrero de 1911: "Esto significa la guerra". El Comité judeonorteamericano, la Orden B'nai B'rith y las demás organizaciones de los hebreos tomaban cartas en el asunto, y ¡el 13 de diciembre del mismo año, o sea diez meses después de la "declaración de guerra", obligaban la Cámara de Representantes y el Senado el presidente Taf, a que comunicara al gobierno ruso que el vigente tratado de comercio caducaría en el plazo próximo! 
¡Francfort sobre el Maine había vencido! 
En el transcurso de aquellos meses Taft fue constante objeto de los odios judíos; a muchas personas había extrañado comparar las frases lisonjeras que mas tarde Taft dedico a los hebreos en sus discursos, con las befas que esos mismos hebreos escupían contra el hace nueve años. 
Es conocido el método con que los judíos consiguieron formar aquel voto en el Congreso, así como el júbilo con que se le saludo. ¡Dos gobiernos vencidos! Y ¡un presidente norteamericano obligado a inclinarse ante el hebreo! 
El Presidente hizo lo humanamente posible para desbaratar el plan judío. Ello no obstante, se le distinguió un año mas tarde con honores extraordinarios, presentándose los Altos Grados de la Orden de B'nai B'rith en la Casa Blanca, y condecorándole con una medalla conmemorativa, que señalaba "al hombre que durante el año había hecho mas en pro de la causa judía". Esa solemne ceremonia fue fotografiada, sin que en el semblante del presidente Taft se pueda advertir satisfacción extraordinaria alguna. 
Ni aun después de esto se sintieron los judíos muy seguros del presidente. En cartas y en publicaciones se advertía el temor de que aun pudiera Taft hallar los medios para mantener cordiales relaciones con Rusia. Fue vigilado y asediado, no dejándosele libre ni un solo instante. Con esto, en efecto, se le torno imposible amenguar la tensión de las relaciones. Se quería por todos los medios que Francfort acaparara intermediariamente el comercio norteamericano con Rusia, y que Rusia sufriera un golpe mortal. Toda acción de tal política racial aporto además ganancias en metálico: sangran al mundo entero, cuando simultáneamente le sojuzgan. 
La primera victoria sobre Rusia la conquistaron los judíos en los Estados Unidos; la segunda, la catástrofe final, fue el bolcheviquismo, la ruina del país y el asesinato de los Romanoff.