sábado, 14 de diciembre de 2019

24-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD


24-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD


XXIV LA INFLUENCIA HEBREA EN LA VIDA INTELECTUAL NORTEAMERICANA

"Aparece la cuestión judía allí donde los judíos hacen acto de presencia", dice Teodoro Herzl, "porque ellos mismos la provocan". No es su número el que la provoca, porque en casi todos los países residen, numéricamente, más extranjeros de otra procedencia, que hebreos. No resulta tampoco de las tan celebradas facultades superiores judías, porque se vio que en todas partes donde el judío se halla en la necesidad de competir con otros pueblos en las mismas condiciones de trabajo honesto, no se advierte absolutamente nada de dichas facultades superiores. Únicamente al quitárseles la posibilidad de muchos ardides, se enfría notablemente el celo y la actividad en muchos hebreos. 
La cuestión hebrea en Norteamérica no se basa ni en el número de los judíos, ni en la envidia de los yanquis por los éxitos de los judíos, sino que nace de la influencia hebrea sobre todas las manifestaciones de la vida yanqui. El hecho de ejercer tal influencia, lo confirman con orgullo ellos mismos. Pero si nos dicen que ellos "nos dieron nuestra Biblia", que procede "de ellos nuestra religión y nuestro Dios" y en todo esto no hay un átomo de verdad, tampoco deberían enfadarse cuando nosotros nos dedicamos a completar la lista de sus verdaderas influencias. 
Proceden estas influencias de la idea judaica, no del pueblo hebreo, pues este es solo el portador de dicha idea. Representa esta idea la mas grosera forma del materialismo, y se demuestra sobre todo en el terreno del trabajo. Manifestarse en la forma de una expropiación de valores reales producto del trabajo, a favor de valores ficticios. La filosofía hebrea aplicada no consiste en crear valores, sino en amasar dinero, lo que constituye una diferencia fundamental. Se explica de ahí, por ejemplo, que los hebreos no sean jamás "capitanes de industria", sino siempre "financistas". En suma que existe una diferencia entre "producir" y "recoger".
El trabajo intelectual creador, productivo, se siente atraído por su correspondiente trabajo físico, estando ambos íntimamente ligados entre si. El trabajador no-judío decidióse antiguamente por su oficio, según sus inclinaciones. Solo muy difícilmente resolvióse a abandonarlo, porque entre el y su obra existía un lazo espiritual. Prefirió ganancias menores solo por seguir en su oficio, antes que ganar mucho dinero en otros trabajos que interiormente le eran ajenos. El productor esta ligado a su producto. Su trabajo es para el, no solo una fuente de ingresos, sino también una vocación interior. 
No así el que recoge. A este poco le importa la ocupación con tal de que le rinda dinero. No existen lazos internos, sentimientos, aficiones, sacrificios. La obra a la cual se dedica no renunciaría totalmente a toda producción, pues prefiere comerciar con valores y obras producidas por otros, interesándole de ellas únicamente la utilidad que pueda extraer. 
Existió otrora también un orgullo de profesión. Los que producían fueron de temple honrado. Se acrisolaba su carácter en la conciencia de que eran ellos mismos una parte útil de la sociedad; en una palabra: era "productores". Y fue la sociedad sana y vigorosa en tanto este orgullo productor reconocíase como algo honroso. El zapatero experimentaba satisfacción y orgullo ante un par de botas que le habían salido bien. El campesino se sacrificaba a su labor, sin mirar de soslayo al lejano "mercado de cereales", ni al precio constante y sonante como recompensa de su trabajo. Por doquier resulto ser la obra lo principal; el resto era secundario. 
Consistió el único medio de destruir estos sólidos fundamentos de la sociedad natural en divulgar otras ideas entre los pueblos, de las cuales, fue la mas peligrosa aquella que paulatinamente iba colocando en primer termino del interés el concepto "recolector". De tal manera toda la vida comercial yanqui iba sufriendo una transformación radical. Los hebreos aparecieron a la cabeza de las finanzas; pero también simultáneamente, al frente de todos los movimientos obreros. 
La idea "recolectora", la de obtener ganancias sin miramientos de ninguna especie, tomada por si, es completamente antisocial y destructiva. Solo cuando se presenta secundariamente junto a la idea "productora", adquiere cierto derecho. Pero en el instante en que una persona, o hasta una clase entera, viene sojuzgándose a la idea "recolectora", pierde el cemento que la uniera antes a la sociedad, se desmorona su facultad ligadora, y sobreviene el derrumbamiento. 
En tanto los judíos no puedan probar que la penetración del espíritu hebreo haya elevado intelectual, moral, económica y políticamente a la clase obrera, sigue en pie la grave acusación de que su influencia fue destructiva y traidora al pueblo. 
No significa "reacción", la repulsión y supresión de este espíritu, sino que constituye un retorno a los caminos de nuestros antepasados, los anglosajones, que nos llevaron a las alturas, y cuya raza demostró que hasta hoy salieron de ella los maestros verdaderos de las obras terrenales, los creadores de ciudades, del comercio, industrias y trafico, y los descubridores y exploradores de nuevos continentes; ellos y jamás los judíos, que nunca fueron constructores ni exploradores, sino que cuando mucho siguieron las huellas de los conquistadores. Sin embargo, por este mero hecho de que en su vida jamás fueron los primeros en poner el pie en selvas vírgenes no merecen reproche; mas si por el cinismo con que exigen para ellos igualdad en todos los derechos, como aquellos conquistadores. Otro reproche mucho mas grave aun merecen los descendientes de aquellos anglosajones, por abandonar el honrado idealismo de sus antepasados, recogiendo, en cambio, las turbias ideas de Judas. 
Constituyen las Universidades de manera especial, el blanco de los ataques de estas ideas hebreas. Es aquí donde el espíritu de los anglosajones corre peligro en su esencia, sucumbiendo los hijos de los fundadores de la filosofía de los destructores. Con toda inocencia se entrega el joven estudiante a las alegrías de la libertad espiritual, y ya le rodean ideas seductoras, cuyos orígenes y consecuencias no sabe apreciar. Juventud significa extravagancia, es la fermentación que presagia un buen desarrollo. Arrogante y osado sacude las viejas creencias paternas. Emanan estas actitudes de un exceso de vigor, que luego se trocara en fuerte virilidad. Justamente en esta época de su desarrollo cae la juventud más fácilmente en las redes que astutamente se le tienden. Muchos, al correr de los años, vuelven a hallar los buenos fundamentos antiguos. Reconocen, entonces, que el "amor libre" puede ser una seducción para el libertinaje juvenil, pero que la familia, el viejo cariño y la lealtad de un hombre a una mujer y a los hijos de los dos, ofrece la única base sólida no solo de la sociedad en general, sino de la fuerza del carácter personal, y de todo progreso moral. Y advierten también, que en lo que respecta a las "revoluciones", aunque se pueden pronunciar hermosos discursos, en los cuales se nada en súper-humanidades, no representan realmente la forma más lógica para el progreso humano. Y también reconocerán que bajo la bandera estrellada de los Estados Unidos se vive mucho mejor que bajo la estrella soviética. 
Desde hace años se ocupan diarios y revistas del alarmante estado de animo existente en nuestras Universidades, y buscan las causas que lo provocan. La respuesta (para quien comprendió la influencia hebrea sobre nuestra vida toda), resulta en extremo sencilla: es que el espíritu hebreo de critica negativa, destruyo en nuestra juventud el respeto y la estima a las buenas tradiciones yanquis, en unión con las teorías social-revolucionarias también hebreas. Conjuntamente trabajan estas ideas hebreas en el cumplimiento del plan expuesto en los "Protocolos de los Sabios de Sión", en el sentido de disolver las comunidades políticas y nacionales de los infieles, mediante ideas absurdas continuamente repetidas. 
Es inútil quejarse de la "irreligiosidad" y del "radicalismo" de nuestra juventud estudiantil, pues tales fenómenos se presentan siempre en unión con la falta de madurez espiritual. Mas no es inútil, en cambio, demostrar que el radicalismo revolucionario y la hostilidad contra el fundamento religioso de la ley moral, provienen de una y la misma fuente. Colóquese por encima de esta fuente del espíritu revolucionario y de la irreligiosidad el termino "judío", y dígase con franqueza a los hijos de anglosajones en que fuente beben. 
Se vigorizan las energías revolucionarias acumuladas en el judaísmo con la autoridad de que gozan los estudiantes y algunos profesores no-judíos, que se dejaron engañar en Rusia, y sabemos todavía lo que significaba en la historia revolucionaria de ese país la palabra "estudiante". 
¿Como reaccionar contra ello? Pues, simplemente llamando por su nombre verdadero la fuente y el carácter de las influencias que inundaron nuestras Universidades. Deberá saber los estudiantes que es necesario que se decidan ya por el espíritu de sus antepasados anglosajones, o por el del desierto de Siria, encarnado en la tribu de Judá. Es decir: si desean seguir a los constructores o a los destructores. El único reactivo eficaz e infalible contra la influencia del espíritu hebreo consiste en volver a hacer nacer en nosotros el orgullo racial. Fueron nuestros padres hijos de la raza anglosajona-celta; hombres que poseían una fuerza cultural inoculada en su sangre y su destino, que en regiones inhospitalarias clavaron la bandera de una creación cultural; que por poniente avanzaban hasta California, y por el norte hasta Alaska; que poblaban Australia y ocupaban los pasos de los continentes en Suez, Gibraltar y en Panamá; que abrieron zonas tropicales, y conquistaron las regiones perennemente heladas. Fueron germanos los que fundaron casi todos los Estados que dieron a los pueblos normas imperecederas, y que en cada siglo dejaron un claro ideal. Ni su Dios ni su religión fueron tomados de los judíos, sino que son ellos el pueblo "predilecto" del Señor, los dueños del mundo, al que van perfeccionando cada vez más, pero sin destruirlo primero como el hebreo pretende. 
En el campamento de una raza así, entre los hijos de tales padres, se va deslizando un pueblo sin cultura, sin religión ni ideal, sin idioma propio, sin una gran hazaña, como no sea en el terreno de "ganar dinero", expulsado de todas las naciones que le brindaron hospitalidad. Y ¿pretenden venir a decir a los retoños de los sajones lo que es preciso hacer para que el mundo sea perfecto? 
Debe existir en la Universidades tribuna libre e intercambio libre de ideas; pero lo judío, que se siga llamando judío, y en general, que aprendan nuestros hijos a darse cuenta cabal de lo que es el misterio de la raza. 
Se hace ya la luz. Los procedimientos de la raza extraña quedan en evidencia. Estos son sencillos: se exige primero la "secularización" de la escuela elemental: este concepto es de origen hebreo y persiguen fines hebreos. Consiste su habilidad en que el niño no debe llegar a saber en modo alguno, que cultura y patria radican en los fundamentos de la religión anglosajona. ¡Ni una palabra de esto! Tampoco el niño deberá enterarse de nada de lo que pudiera instruir debidamente acerca de la raza judía. 
Preparado así el terreno, maduro el fruto para avanzar contra los colegios secundarios y las Universidades, con el "noble" objeto de ridiculizar todo lo cristiano y de llenar el vacío producido por las ideas disolventes judías. 
Se "secularizan", las escuelas elementales, y se "judaízan" las Universidades. El conjunto se denomina "liberalismo", que tan insistentemente recomiendan los voceros judíos. En las entidades obreras, en la Iglesia y en las Universidades, ya despunto ese liberalismo sobre los apreciativos fundamentos del trabajo, de la fe, y de la vida social. El capitalismo huérfano, es solo el capitalismo productor no-judío; la ortodoxia atacada no es otra que la religión de Cristo; la forma societaria expuesta a acérrima critica, es la genuinamente aria. La destrucción de todo eso redundaría en exclusivo beneficio de Judá. 
Podría prolongarse a voluntad tal enumeración, porque la influencia hebrea llega a todos los terrenos de nuestra vida cultural. 
Dijo cierto propietario anglosajón mal aconsejado por un diario: "Cuando los hebreos pueden tanto, es porque tienen también el derecho para ello", lo cual no es mas que una variación sobre el lema de: "¿Como es posible que tres millones de hebreos puedan dominar a cien millones de norteamericanos?" 
Quedemos de acuerdo en que si la inteligencia hebrea resulta superior, si sus facultades espirituales demostraran mayor valía, deben vencer, y en que fuerza y la ideología anglosajonas deben hundirse en el polvo bajo la planta de Judea. 
Pero ante todo, que ambas ideas con la visera levantada, bajen a la arena de combate. No es una lucha leal, el que la idea anglosajona en cinematógrafos, escuelas y Universidades sea ocultada a los anglosajones con el pretexto de que es "sectaria", o "chauvinista", o "anticuada", u otras estulticias por el estilo. Es deshonroso e indecente que las ideas judías se cubran con el pabellón de Anglo-Sajonia. Llamemos a la herencia espiritual y cultural de nuestros antepasados por su honesto nombre anglosajón, y la idea hebrea no triunfara jamás sobre ella. Esta no puede vencer, sino cuando haya logrado arrancar a un pueblo del suelo sagrado de su arraigada cultura.
Fue Judá la que rompió las hostilidades. A nadie arredra la lucha, cuando esta se lleva francamente. A tal objeto, deben saber nuestros estudiantes y maestros, que en esa lucha se juega la existencia de los bienes espirituales de nuestra raza, que creo toda la cultura de que disfrutamos y que se siente con bríos  suficientes para ir edificando todavía la cultura de tiempos venideros. Y deben saber, por otro lado, que el que nos ataca es el judío. 
Esto es todo cuanto hace falta. Y justamente contra esto protestan los hebreos, llamándolo "odio de razas". ¿Por que? Porque la ideología hebrea debe lamentablemente fracasar desde el instante en que no pueda ocultarse bajo una bandera falsa, desde que no pueda ya atacar revestida de falsos e ingeniosos disfraces. No teme la ideología aria la luz del día. 
¡Permitid que cada idea enarbole su propio lábaro, y ya veremos!