24-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
XXIV LA INFLUENCIA HEBREA EN LA VIDA INTELECTUAL NORTEAMERICANA
"Aparece
la cuestión judía allí donde los judíos hacen acto de presencia", dice
Teodoro Herzl, "porque ellos mismos la provocan". No es su número el
que la provoca, porque en casi todos los países residen, numéricamente, más
extranjeros de otra procedencia, que hebreos. No resulta tampoco de las tan celebradas
facultades superiores judías, porque se vio que en todas partes donde el judío
se halla en la necesidad de competir con otros pueblos en las mismas
condiciones de trabajo honesto, no se advierte absolutamente nada de dichas
facultades superiores. Únicamente al quitárseles la posibilidad de muchos
ardides, se enfría notablemente el celo y la actividad en muchos hebreos.
La
cuestión hebrea en Norteamérica no se basa ni en el número de los judíos, ni en
la envidia de los yanquis por los éxitos de los judíos, sino que nace de la
influencia hebrea sobre todas las manifestaciones de la vida yanqui. El hecho
de ejercer tal influencia, lo confirman con orgullo ellos mismos. Pero si nos
dicen que ellos "nos dieron nuestra Biblia", que procede "de
ellos nuestra religión y nuestro Dios" y en todo esto no hay un átomo de
verdad, tampoco deberían enfadarse cuando nosotros nos dedicamos a completar la
lista de sus verdaderas influencias.
Proceden
estas influencias de la idea judaica, no del pueblo hebreo, pues este es solo
el portador de dicha idea. Representa esta idea la mas grosera forma del
materialismo, y se demuestra sobre todo en el terreno del trabajo.
Manifestarse en la forma de una expropiación de valores reales producto del
trabajo, a favor de valores ficticios. La filosofía hebrea aplicada no consiste
en crear valores, sino en amasar dinero, lo que constituye una diferencia
fundamental. Se explica de ahí, por ejemplo, que los hebreos no sean jamás
"capitanes de industria", sino siempre "financistas". En
suma que existe una diferencia entre "producir" y
"recoger".
El
trabajo intelectual creador, productivo, se siente atraído por su
correspondiente trabajo físico, estando ambos íntimamente ligados entre si. El
trabajador no-judío decidióse antiguamente por su oficio, según sus
inclinaciones. Solo muy difícilmente resolvióse a abandonarlo, porque entre el
y su obra existía un lazo espiritual. Prefirió ganancias menores solo por
seguir en su oficio, antes que ganar mucho dinero en otros trabajos que
interiormente le eran ajenos. El productor esta ligado a su producto. Su
trabajo es para el, no solo una fuente de ingresos, sino también una vocación
interior.
No
así el que recoge. A este poco le importa la ocupación con tal de que le rinda
dinero. No existen lazos internos, sentimientos, aficiones, sacrificios. La
obra a la cual se dedica no renunciaría totalmente a toda producción, pues
prefiere comerciar con valores y obras producidas por otros, interesándole de
ellas únicamente la utilidad que pueda extraer.
Existió
otrora también un orgullo de profesión. Los que producían fueron de temple
honrado. Se acrisolaba su carácter en la conciencia de que eran ellos mismos
una parte útil de la sociedad; en una palabra: era "productores". Y
fue la sociedad sana y vigorosa en tanto este orgullo productor reconocíase
como algo honroso. El zapatero experimentaba satisfacción y orgullo ante un par
de botas que le habían salido bien. El campesino se sacrificaba a su labor, sin
mirar de soslayo al lejano "mercado de cereales", ni al precio
constante y sonante como recompensa de su trabajo. Por doquier resulto ser la
obra lo principal; el resto era secundario.
Consistió
el único medio de destruir estos sólidos fundamentos de la sociedad natural en
divulgar otras ideas entre los pueblos, de las cuales, fue la mas peligrosa
aquella que paulatinamente iba colocando en primer termino del interés el
concepto "recolector". De tal manera toda la vida comercial yanqui
iba sufriendo una transformación radical. Los hebreos aparecieron a la cabeza
de las finanzas; pero también simultáneamente, al frente de todos los
movimientos obreros.
La
idea "recolectora", la de obtener ganancias sin miramientos de
ninguna especie, tomada por si, es completamente antisocial y destructiva. Solo
cuando se presenta secundariamente junto a la idea "productora",
adquiere cierto derecho. Pero en el instante en que una persona, o hasta una
clase entera, viene sojuzgándose a la idea "recolectora", pierde el
cemento que la uniera antes a la sociedad, se desmorona su facultad ligadora, y
sobreviene el derrumbamiento.
En
tanto los judíos no puedan probar que la penetración del espíritu hebreo haya
elevado intelectual, moral, económica y políticamente a la clase obrera, sigue
en pie la grave acusación de que su influencia fue destructiva y traidora al
pueblo.
No
significa "reacción", la repulsión y supresión de este espíritu, sino
que constituye un retorno a los caminos de nuestros antepasados, los
anglosajones, que nos llevaron a las alturas, y cuya raza demostró que hasta
hoy salieron de ella los maestros verdaderos de las obras terrenales, los
creadores de ciudades, del comercio, industrias y trafico, y los descubridores
y exploradores de nuevos continentes; ellos y jamás los judíos, que nunca
fueron constructores ni exploradores, sino que cuando mucho siguieron las
huellas de los conquistadores. Sin embargo, por este mero hecho de que en su
vida jamás fueron los primeros en poner el pie en selvas vírgenes no merecen
reproche; mas si por el cinismo con que exigen para ellos igualdad en todos los
derechos, como aquellos conquistadores. Otro reproche mucho mas grave aun
merecen los descendientes de aquellos anglosajones, por abandonar el honrado
idealismo de sus antepasados, recogiendo, en cambio, las turbias ideas de
Judas.
Constituyen
las Universidades de manera especial, el blanco de los ataques de estas ideas
hebreas. Es aquí donde el espíritu de los anglosajones corre peligro en su
esencia, sucumbiendo los hijos de los fundadores de la filosofía de los
destructores. Con toda inocencia se entrega el joven estudiante a las alegrías
de la libertad espiritual, y ya le rodean ideas seductoras, cuyos orígenes y
consecuencias no sabe apreciar. Juventud significa extravagancia, es la
fermentación que presagia un buen desarrollo. Arrogante y osado sacude las
viejas creencias paternas. Emanan estas actitudes de un exceso de vigor, que
luego se trocara en fuerte virilidad. Justamente en esta época de su desarrollo
cae la juventud más fácilmente en las redes que astutamente se le tienden.
Muchos, al correr de los años, vuelven a hallar los buenos fundamentos
antiguos. Reconocen, entonces, que el "amor libre" puede ser una
seducción para el libertinaje juvenil, pero que la familia, el viejo cariño y
la lealtad de un hombre a una mujer y a los hijos de los dos, ofrece la única
base sólida no solo de la sociedad en general, sino de la fuerza del carácter
personal, y de todo progreso moral. Y advierten también, que en lo que respecta
a las "revoluciones", aunque se pueden pronunciar hermosos discursos,
en los cuales se nada en súper-humanidades, no representan realmente la forma
más lógica para el progreso humano. Y también reconocerán que bajo la bandera
estrellada de los Estados Unidos se vive mucho mejor que bajo la estrella
soviética.
Desde
hace años se ocupan diarios y revistas del alarmante estado de animo existente
en nuestras Universidades, y buscan las causas que lo provocan. La respuesta
(para quien comprendió la influencia hebrea sobre nuestra vida toda), resulta
en extremo sencilla: es que el espíritu hebreo de critica negativa, destruyo en
nuestra juventud el respeto y la estima a las buenas tradiciones yanquis, en
unión con las teorías social-revolucionarias también hebreas. Conjuntamente
trabajan estas ideas hebreas en el cumplimiento del plan expuesto en los
"Protocolos de los Sabios de Sión", en el sentido de disolver las
comunidades políticas y nacionales de los infieles, mediante ideas absurdas
continuamente repetidas.
Es
inútil quejarse de la "irreligiosidad" y del "radicalismo"
de nuestra juventud estudiantil, pues tales fenómenos se presentan siempre en
unión con la falta de madurez espiritual. Mas no es inútil, en cambio,
demostrar que el radicalismo revolucionario y la hostilidad contra el
fundamento religioso de la ley moral, provienen de una y la misma fuente.
Colóquese por encima de esta fuente del espíritu revolucionario y de la
irreligiosidad el termino "judío", y dígase con franqueza a los hijos
de anglosajones en que fuente beben.
Se
vigorizan las energías revolucionarias acumuladas en el judaísmo con la
autoridad de que gozan los estudiantes y algunos profesores no-judíos, que se
dejaron engañar en Rusia, y sabemos todavía lo que significaba en la historia
revolucionaria de ese país la palabra "estudiante".
¿Como
reaccionar contra ello? Pues, simplemente llamando por su nombre verdadero la
fuente y el carácter de las influencias que inundaron nuestras Universidades.
Deberá saber los estudiantes que es necesario que se decidan ya por el espíritu
de sus antepasados anglosajones, o por el del desierto de Siria, encarnado en
la tribu de Judá. Es decir: si desean seguir a los constructores o a los
destructores. El único reactivo eficaz e infalible contra la influencia del
espíritu hebreo consiste en volver a hacer nacer en nosotros el orgullo racial.
Fueron nuestros padres hijos de la raza anglosajona-celta; hombres que poseían
una fuerza cultural inoculada en su sangre y su destino, que en regiones
inhospitalarias clavaron la bandera de una creación cultural; que por poniente
avanzaban hasta California, y por el norte hasta Alaska; que poblaban Australia
y ocupaban los pasos de los continentes en Suez, Gibraltar y en Panamá; que
abrieron zonas tropicales, y conquistaron las regiones perennemente heladas.
Fueron germanos los que fundaron casi todos los Estados que dieron a los
pueblos normas imperecederas, y que en cada siglo dejaron un claro ideal. Ni su
Dios ni su religión fueron tomados de los judíos, sino que son ellos el pueblo "predilecto"
del Señor, los dueños del mundo, al que van perfeccionando cada vez más, pero
sin destruirlo primero como el hebreo pretende.
En
el campamento de una raza así, entre los hijos de tales padres, se va
deslizando un pueblo sin cultura, sin religión ni ideal, sin idioma propio, sin
una gran hazaña, como no sea en el terreno de "ganar dinero",
expulsado de todas las naciones que le brindaron hospitalidad. Y ¿pretenden
venir a decir a los retoños de los sajones lo que es preciso hacer para que el
mundo sea perfecto?
Debe
existir en la Universidades tribuna libre e intercambio libre de ideas; pero lo
judío, que se siga llamando judío, y en general, que aprendan nuestros hijos a
darse cuenta cabal de lo que es el misterio de la raza.
Se
hace ya la luz. Los procedimientos de la raza extraña quedan en evidencia.
Estos son sencillos: se exige primero la "secularización" de la
escuela elemental: este concepto es de origen hebreo y persiguen fines hebreos.
Consiste su habilidad en que el niño no debe llegar a saber en modo alguno, que
cultura y patria radican en los fundamentos de la religión anglosajona. ¡Ni una
palabra de esto! Tampoco el niño deberá enterarse de nada de lo que pudiera
instruir debidamente acerca de la raza judía.
Preparado
así el terreno, maduro el fruto para avanzar contra los colegios secundarios y
las Universidades, con el "noble" objeto de ridiculizar todo lo
cristiano y de llenar el vacío producido por las ideas disolventes judías.
Se
"secularizan", las escuelas elementales, y se "judaízan"
las Universidades. El conjunto se denomina "liberalismo", que tan
insistentemente recomiendan los voceros judíos. En las entidades obreras, en la
Iglesia y en las Universidades, ya despunto ese liberalismo sobre los apreciativos
fundamentos del trabajo, de la fe, y de la vida social. El capitalismo
huérfano, es solo el capitalismo productor no-judío; la ortodoxia atacada no es
otra que la religión de Cristo; la forma societaria expuesta a acérrima
critica, es la genuinamente aria. La destrucción de todo eso redundaría en
exclusivo beneficio de Judá.
Podría
prolongarse a voluntad tal enumeración, porque la influencia hebrea llega a
todos los terrenos de nuestra vida cultural.
Dijo
cierto propietario anglosajón mal aconsejado por un diario: "Cuando los
hebreos pueden tanto, es porque tienen también el derecho para ello", lo
cual no es mas que una variación sobre el lema de: "¿Como es posible que
tres millones de hebreos puedan dominar a cien millones de
norteamericanos?"
Quedemos
de acuerdo en que si la inteligencia hebrea resulta superior, si sus facultades
espirituales demostraran mayor valía, deben vencer, y en que fuerza y la
ideología anglosajonas deben hundirse en el polvo bajo la planta de Judea.
Pero
ante todo, que ambas ideas con la visera levantada, bajen a la arena de
combate. No es una lucha leal, el que la idea anglosajona en cinematógrafos,
escuelas y Universidades sea ocultada a los anglosajones con el pretexto de que
es "sectaria", o "chauvinista", o "anticuada", u
otras estulticias por el estilo. Es deshonroso e indecente que las ideas judías
se cubran con el pabellón de Anglo-Sajonia. Llamemos a la herencia espiritual y
cultural de nuestros antepasados por su honesto nombre anglosajón, y la idea
hebrea no triunfara jamás sobre ella. Esta no puede vencer, sino cuando haya
logrado arrancar a un pueblo del suelo sagrado de su arraigada cultura.
Fue
Judá la que rompió las hostilidades. A nadie arredra la lucha, cuando esta se
lleva francamente. A tal objeto, deben saber nuestros estudiantes y maestros,
que en esa lucha se juega la existencia de los bienes espirituales de nuestra
raza, que creo toda la cultura de que disfrutamos y que se siente con
bríos suficientes para ir edificando
todavía la cultura de tiempos venideros. Y deben saber, por otro lado, que el
que nos ataca es el judío.
Esto
es todo cuanto hace falta. Y justamente contra esto protestan los hebreos,
llamándolo "odio de razas". ¿Por que? Porque la ideología hebrea debe
lamentablemente fracasar desde el instante en que no pueda ocultarse bajo una
bandera falsa, desde que no pueda ya atacar revestida de falsos e ingeniosos
disfraces. No teme la ideología aria la luz del día.
¡Permitid que cada idea enarbole su propio
lábaro, y ya veremos!