21-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
XXI CONFESIONES DE UN SUPERIOR DE LA ORDEN DE B'NAI B'RITH
Uno
de los más destacados jefes de la Orden de B'nai B'rith, fue León Stuart Levi.
Abogado de profesión, escaló la presidencia de la citada Orden en 1900, y
falleció en 1904. Figuró activamente en la política internacional de su pueblo,
y aseguran que fue colaborador del Secretario de Estado Hay, en varios asuntos
importantes. Las frases que se citan a continuación son de la época de su
presidencia del B'nai B'rith, y fueron publicadas por la Orden al año después
de su fallecimiento, en un folleto recordatorio de su personalidad. No es
posible, pues, dudar de su autenticidad.
Algunos
defensores no-judíos del judaísmo se indignan cuando se llama la atención sobre
el carácter oriental de algunos procedimientos hebreos. Levi, en cambio, no
niega ese carácter oriental, sino que lo subraya. Disculpa Levi en la página
104 del folleto ciertos defectos de educación del hebreo diciendo que,
"nativo de Oriente, y forzado por espacio de veinte siglos a vivir sólo
entre sus congéneres, conservó en sus costumbres mucho de lo característico
oriental". Habla en la página 312 del "afecto a la oriental de los
padres". Tan paladina confesión puede recomendarse a los serviles
periodistas que desde el fondo de su ignorancia acerca del hebraísmo toman la
indicación del carácter oriental del hebreo como una ofensa a dicho
pueblo.
Refiriéndose
a la cuestión judía, dice Levi: "Si me he detenido mayormente en estos
asuntos es porque debo confesar que si bien al hebreo se le negaron muchas
cosas que le correspondían por derecho, también exige en ocasiones más de lo
que le corresponde. Una de las cosas repetidas con mayor persistencia es la de
que no existe una cuestión hebrea, que el judío es un ciudadano igual a otro
cualquiera, y que, en tanto obedezca las leyes y no se las vea con los
Tribunales, su vida no debe estar sujeta a publica inspección. Tal afirmación
sería fundada en el caso de que no exigiera sino poder vivir tranquilo y
pacíficamente. Pero si el hebreo pide igualdad de derechos, tendrá también que
consentir que su modo de proceder este sujeto a cierto control, contra el que
no existe negativa formal que valga. A este respecto tampoco debe ser el hebreo
excesivamente sensible. La carencia de lógica o la ignorancia con respecto a la
cuestión hebrea no se haya exclusivamente en aquellos que son hostiles a los
judíos... Los refugiados llegados de Rusia, Galitzia y Rumania elevaron el
concepto y dieron a la cuestión judía cierta importancia. Va comprendiendo,
desde entonces, el mundo que presenciamos un segundo éxodo, que promete muy
pronto variar completamente el aspecto de los hebreos residentes en el
hemisferio occidental del globo" (pág. 59).
Sostiene
Levi, en repetidas oportunidades, que los judíos forman una raza, y no sólo una
comunidad religiosa, sino una nación y no sólo una Iglesia, y que él terminó
judío debería interpretarse en sentido biológico y no teológico.
"Es
verdad, es raza y religión están tan íntimamente ligadas entre sí, que nadie
puede decir exactamente, donde empieza la una y termina la otra" (pág.
116)." No es cierto que los judíos lo sean únicamente por su
religión".
"Un
esquimal, un indio de América, podrían adoptar las creencias judías, podrían
cumplir cada fórmula y con todo el ceremonial de la ley mosaica y su ritual,
siendo, entonces, judíos por la religión. Pero, sin embargo, a nadie se le
ocurrirá considerarles ni por un instante entre los judíos nacionales ... No
basta con que se profesen las creencias hebreas, sino que es preciso que sea
descendiente directo de un pueblo, que otrora tenía su gobierno visible y su
territorio, hasta la segunda destrucción de su Estado. Este suceso arrebató a
los judíos su tierra y su Estado, dispersándoles sobre la faz del mundo, mas no
por eso destruyó la idea nacional ni racial, que era el eje de su nacionalidad
y de su religión. ¿Quién, entonces, puede atreverse a afirmar que los hebreos
no son una raza? La sangre es la base y el símbolo de la idea racial, y no hay
pueblo en el mundo que pueda reclamar con tanto derecho la pureza y uniformidad
de su sangre, como el judío" (págs. 190-91).
"La
religión sola no caracteriza a un pueblo. Se dijo ya que con sólo profesar la
religión mosaica, no es uno judío. Por otra parte, un judío sigue siempre
siéndolo aún cuando abjure de su fe " (pág. 200).
De
igual opinión son otros hebreos, tales como Brandeis, miembro del Supremo de
los Estados Unidos, cuando dijo: "Confesemos que nosotros, los hebreos,
constituimos una nacionalidad determinada, y que todo hebreo, viva donde viva,
y crea lo que crea, forzosamente es un súbdito de aquella".
Levi,
según esto, defiende el aislamiento exigido y practicado por los judíos. "
En cuanto al número, el de los judíos, en dos mil años, apenas varió . No
reclutaron acólitos para su religión. Se apropiaron artes, letras y
civilización de muchas generaciones, pero manteniéndose libres de toda mezcla
de sangre. Su propia sangre la infiltraron en la de varios otros pueblos, sin
que admitieran para sí la sangre de aquellos".
Levi
designa a los matrimonios mixtos entre judíos y no-judíos como
"bastardos", expresando: "Creo justo que los judíos eviten el
matrimonio con no-judíos y viceversa, tal como se evita el matrimonio con
enfermos, tuberculosos, escrufulosos o negros " (pág. 249).
Defiende
Levi, asimismo, las escuelas públicas para niños no-judíos: los niños hebreos,
en cambio, deberían educarse aparte. "A mi juicio, deberían educarse los
niños hebreos sólo en colegios hebreos" (pág. 254). "No solamente
constituye una ventaja positiva e inmediata educar a nuestros niños como
hebreos, sino que resulta imprescindible para nuestra propia conservación. La
experiencia demuestra que nuestra juventud se aparta de nuestro pueblo al
rozarse con no judíos" (pág. 255).
Asombrosamente
franco resulta Levi al declarar: "Ya que estamos lejos de ser perfectos
caballeros en nuestra totalidad, no podemos razonablemente exigir ser admitidos
como clase en la alta sociedad no judía. Sigamos, pues, en nuestro puesto"
(pág. 260).
En
lo referente al reproche de carencia de ánimo, que tan a menudo se hace a los
hebreos, dice Levi: "El valor físico es sólo un apéndice y no un elemento
principal del carácter hebreo, que con escasas excepciones se puede aplicar a
todos los pueblos orientales. El sentimiento y el temor al peligro están
reciamente arraigados en ellos; mas no el cultivo a la impavidez o el miedo que
distingue a los grandes países de Europa occidental" (pág. 205).
Justamente
a este cuidado de rehuir el peligro atribuye Levi la especial importancia de
los hebreos entre los otros pueblos. Estos luchan, en tanto que el hebreo sabe
pacientar, y sólo, según Levi, es infinitamente más valioso. Otras naciones
pueden jactarse de sus éxitos bélicos y de sus triunfos, pero pese los
múltiples frutos de sus victorias, jamás fueron de larga duración. Se puede
decir con razón que el país cuya grandeza se funda en el valor físico, degenera
en la discordia y en la extenuación... Creo que en la virtud del sufrimiento
poseen los judíos un amparo contra la degeneración, que caracteriza la historia
de los otros pueblos".
Los
voceros judíos hasta ahora negaron la participación hebrea en la revolución
alemana del 48, profetizada por Disraelí en su obra "Coningsby". Nos
dice Levi al respecto: "La revolución alemana de 1848 indujo a numerosos
judíos cultos a emigrar a Norteamérica... Inútil ocuparse más detalladamente de
los sucesos del 48, bastando la indicación de que varios de aquellos
revolucionarios fueron hebreos, y que gran número de ellos, perseguidos por
aquellos gobiernos, huyeron a Norteamérica" (págs. 181-182). Aquellos
hebreos revolucionarios figuran hoy en nuestro país como nuestros señores financieros.
Aquí hallaron amplias libertades para explotar a las gentes y pueblos enteros a
su gusto y antojo. Todavía hoy mantienen íntimas relaciones con Francfort sobre
él Maine, la capital del hebraísmo financiero internacional.
Allí
donde la lógica y las necesidades raciales lleguen a chocar entre sí, abandona
Levi la lógica, diciendo, verbigracia: "Por diversas razones siguen los
judíos manteniendo su aislamiento. Teóricamente no lo debieron hacer, sino que
en nuestras entidades societarias deberíamos admitir a todo no judío bueno y
digno, que nos honre con su solicitud de socio. Pero lo que teóricamente
hallamos bien, puede prácticamente ser inoportuno. Ciertamente constituye una
injusticia excluir a una persona digna, precisamente por ser no judía. Más, ¿dónde
podríamos fijar el límite?".
No
podemos vituperar a Levi por aferrarse tanto a su pueblo. Cada cual tiene su
puesto obligado cerca de sus compatriotas. Merecen únicamente censura los
no-judíos aduladores, renegados de su propia raza, parásitos de los judíos,
hermafroditas internacionales, que mantendrían mejor su honra, si poseyeran y
proclamaran siquiera una milésima parte del orgullo de raza, que distingue al
hebreo.
¿Por
qué los judíos están tan íntimamente ligados entre sí? ¿Qué les distingue de
los demás? ¿Acaso su religión? Que la mantengan incólume para extraños e
infieles. ¿Tal vez su raza? En caso afirmativo, debe ocultarse detrás de ella
algún objeto político determinado. ¿Cuál será este? ¿Palestina? Se confirma
esta esperanza leyendo los diarios que, por intermedio de la Prensa Asociada,
se inundan de telegramas sobre Palestina las agencias telegráficas hebreas.
Pero no se nota aún que la Palestina se haya judaizado definitivamente.
El
objetivo político judío no es ni otro que el dominio del mundo en el sentido
material. Este dominio, excluyendo todo otro motivo, ofrece la explicación de
sus instintos en migratorios en sentido político, de propaganda y
revolucionario.