sábado, 14 de diciembre de 2019

21-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD


21-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

XXI CONFESIONES DE UN SUPERIOR DE LA ORDEN DE B'NAI B'RITH

Uno de los más destacados jefes de la Orden de B'nai B'rith, fue León Stuart Levi. Abogado de profesión, escaló la presidencia de la citada Orden en 1900, y falleció en 1904. Figuró activamente en la política internacional de su pueblo, y aseguran que fue colaborador del Secretario de Estado Hay, en varios asuntos importantes. Las frases que se citan a continuación son de la época de su presidencia del B'nai B'rith, y fueron publicadas por la Orden al año después de su fallecimiento, en un folleto recordatorio de su personalidad. No es posible, pues, dudar de su autenticidad. 
Algunos defensores no-judíos del judaísmo se indignan cuando se llama la atención sobre el carácter oriental de algunos procedimientos hebreos. Levi, en cambio, no niega ese carácter oriental, sino que lo subraya. Disculpa Levi en la página 104 del folleto ciertos defectos de educación del hebreo diciendo que, "nativo de Oriente, y forzado por espacio de veinte siglos a vivir sólo entre sus congéneres, conservó en sus costumbres mucho de lo característico oriental". Habla en la página 312 del "afecto a la oriental de los padres". Tan paladina confesión puede recomendarse a los serviles periodistas que desde el fondo de su ignorancia acerca del hebraísmo toman la indicación del carácter oriental del hebreo como una ofensa a dicho pueblo. 
Refiriéndose a la cuestión judía, dice Levi: "Si me he detenido mayormente en estos asuntos es porque debo confesar que si bien al hebreo se le negaron muchas cosas que le correspondían por derecho, también exige en ocasiones más de lo que le corresponde. Una de las cosas repetidas con mayor persistencia es la de que no existe una cuestión hebrea, que el judío es un ciudadano igual a otro cualquiera, y que, en tanto obedezca las leyes y no se las vea con los Tribunales, su vida no debe estar sujeta a publica inspección. Tal afirmación sería fundada en el caso de que no exigiera sino poder vivir tranquilo y pacíficamente. Pero si el hebreo pide igualdad de derechos, tendrá también que consentir que su modo de proceder este sujeto a cierto control, contra el que no existe negativa formal que valga. A este respecto tampoco debe ser el hebreo excesivamente sensible. La carencia de lógica o la ignorancia con respecto a la cuestión hebrea no se haya exclusivamente en aquellos que son hostiles a los judíos... Los refugiados llegados de Rusia, Galitzia y Rumania elevaron el concepto y dieron a la cuestión judía cierta importancia. Va comprendiendo, desde entonces, el mundo que presenciamos un segundo éxodo, que promete muy pronto variar completamente el aspecto de los hebreos residentes en el hemisferio occidental del globo" (pág. 59). 
Sostiene Levi, en repetidas oportunidades, que los judíos forman una raza, y no sólo una comunidad religiosa, sino una nación y no sólo una Iglesia, y que él terminó judío debería interpretarse en sentido biológico y no teológico. 
"Es verdad, es raza y religión están tan íntimamente ligadas entre sí, que nadie puede decir exactamente, donde empieza la una y termina la otra" (pág. 116)." No es cierto que los judíos lo sean únicamente por su religión".  
"Un esquimal, un indio de América, podrían adoptar las creencias judías, podrían cumplir cada fórmula y con todo el ceremonial de la ley mosaica y su ritual, siendo, entonces, judíos por la religión. Pero, sin embargo, a nadie se le ocurrirá considerarles ni por un instante entre los judíos nacionales ... No basta con que se profesen las creencias hebreas, sino que es preciso que sea descendiente directo de un pueblo, que otrora tenía su gobierno visible y su territorio, hasta la segunda destrucción de su Estado. Este suceso arrebató a los judíos su tierra y su Estado, dispersándoles sobre la faz del mundo, mas no por eso destruyó la idea nacional ni racial, que era el eje de su nacionalidad y de su religión. ¿Quién, entonces, puede atreverse a afirmar que los hebreos no son una raza? La sangre es la base y el símbolo de la idea racial, y no hay pueblo en el mundo que pueda reclamar con tanto derecho la pureza y uniformidad de su sangre, como el judío" (págs. 190-91). 
"La religión sola no caracteriza a un pueblo. Se dijo ya que con sólo profesar la religión mosaica, no es uno judío. Por otra parte, un judío sigue siempre siéndolo aún cuando abjure de su fe " (pág. 200). 
De igual opinión son otros hebreos, tales como Brandeis, miembro del Supremo de los Estados Unidos, cuando dijo: "Confesemos que nosotros, los hebreos, constituimos una nacionalidad determinada, y que todo hebreo, viva donde viva, y crea lo que crea, forzosamente es un súbdito de aquella". 
Levi, según esto, defiende el aislamiento exigido y practicado por los judíos. " En cuanto al número, el de los judíos, en dos mil años, apenas varió . No reclutaron acólitos para su religión. Se apropiaron artes, letras y civilización de muchas generaciones, pero manteniéndose libres de toda mezcla de sangre. Su propia sangre la infiltraron en la de varios otros pueblos, sin que admitieran para sí la sangre de aquellos". 
Levi designa a los matrimonios mixtos entre judíos y no-judíos como "bastardos", expresando: "Creo justo que los judíos eviten el matrimonio con no-judíos y viceversa, tal como se evita el matrimonio con enfermos, tuberculosos, escrufulosos o negros " (pág. 249). 
Defiende Levi, asimismo, las escuelas públicas para niños no-judíos: los niños hebreos, en cambio, deberían educarse aparte. "A mi juicio, deberían educarse los niños hebreos sólo en colegios hebreos" (pág. 254). "No solamente constituye una ventaja positiva e inmediata educar a nuestros niños como hebreos, sino que resulta imprescindible para nuestra propia conservación. La experiencia demuestra que nuestra juventud se aparta de nuestro pueblo al rozarse con no judíos" (pág. 255). 
Asombrosamente franco resulta Levi al declarar: "Ya que estamos lejos de ser perfectos caballeros en nuestra totalidad, no podemos razonablemente exigir ser admitidos como clase en la alta sociedad no judía. Sigamos, pues, en nuestro puesto" (pág. 260). 
En lo referente al reproche de carencia de ánimo, que tan a menudo se hace a los hebreos, dice Levi: "El valor físico es sólo un apéndice y no un elemento principal del carácter hebreo, que con escasas excepciones se puede aplicar a todos los pueblos orientales. El sentimiento y el temor al peligro están reciamente arraigados en ellos; mas no el cultivo a la impavidez o el miedo que distingue a los grandes países de Europa occidental" (pág. 205). 
Justamente a este cuidado de rehuir el peligro atribuye Levi la especial importancia de los hebreos entre los otros pueblos. Estos luchan, en tanto que el hebreo sabe pacientar, y sólo, según Levi, es infinitamente más valioso. Otras naciones pueden jactarse de sus éxitos bélicos y de sus triunfos, pero pese los múltiples frutos de sus victorias, jamás fueron de larga duración. Se puede decir con razón que el país cuya grandeza se funda en el valor físico, degenera en la discordia y en la extenuación... Creo que en la virtud del sufrimiento poseen los judíos un amparo contra la degeneración, que caracteriza la historia de los otros pueblos". 
Los voceros judíos hasta ahora negaron la participación hebrea en la revolución alemana del 48, profetizada por Disraelí en su obra "Coningsby". Nos dice Levi al respecto: "La revolución alemana de 1848 indujo a numerosos judíos cultos a emigrar a Norteamérica... Inútil ocuparse más detalladamente de los sucesos del 48, bastando la indicación de que varios de aquellos revolucionarios fueron hebreos, y que gran número de ellos, perseguidos por aquellos gobiernos, huyeron a Norteamérica" (págs. 181-182). Aquellos hebreos revolucionarios figuran hoy en nuestro país como nuestros señores financieros. Aquí hallaron amplias libertades para explotar a las gentes y pueblos enteros a su gusto y antojo. Todavía hoy mantienen íntimas relaciones con Francfort sobre él Maine, la capital del hebraísmo financiero internacional. 
Allí donde la lógica y las necesidades raciales lleguen a chocar entre sí, abandona Levi la lógica, diciendo, verbigracia: "Por diversas razones siguen los judíos manteniendo su aislamiento. Teóricamente no lo debieron hacer, sino que en nuestras entidades societarias deberíamos admitir a todo no judío bueno y digno, que nos honre con su solicitud de socio. Pero lo que teóricamente hallamos bien, puede prácticamente ser inoportuno. Ciertamente constituye una injusticia excluir a una persona digna, precisamente por ser no judía. Más, ¿dónde podríamos fijar el límite?".   
No podemos vituperar a Levi por aferrarse tanto a su pueblo. Cada cual tiene su puesto obligado cerca de sus compatriotas. Merecen únicamente censura los no-judíos aduladores, renegados de su propia raza, parásitos de los judíos, hermafroditas internacionales, que mantendrían mejor su honra, si poseyeran y proclamaran siquiera una milésima parte del orgullo de raza, que distingue al hebreo. 
¿Por qué los judíos están tan íntimamente ligados entre sí? ¿Qué les distingue de los demás? ¿Acaso su religión? Que la mantengan incólume para extraños e infieles. ¿Tal vez su raza? En caso afirmativo, debe ocultarse detrás de ella algún objeto político determinado. ¿Cuál será este? ¿Palestina? Se confirma esta esperanza leyendo los diarios que, por intermedio de la Prensa Asociada, se inundan de telegramas sobre Palestina las agencias telegráficas hebreas. Pero no se nota aún que la Palestina se haya judaizado definitivamente. 
El objetivo político judío no es ni otro que el dominio del mundo en el sentido material. Este dominio, excluyendo todo otro motivo, ofrece la explicación de sus instintos en migratorios en sentido político, de propaganda y revolucionario.