jueves, 19 de diciembre de 2019

3-ETAPAS HISTORICAS DEL COMUNISMO MARXISTA



ETAPAS HISTORICAS DEL COMUNISMO MARXISTA
LIBRE EXAMEN Y COMUNISMO

CAPÍTULO III



La Conspiración Comunista Mundial que ya ha conquistado el poder en la mitad del mundo y está en el intento de devorarse a las naciones restantes, inauguró hace poco más de un siglo su propaganda ideológica y su acción social en forma, definida, planificada y sistemática; exactamente, con la publicación del "Manifiesto Comunista" de Carlos Marx y Federico Engels, en febrero de 1848, pocos días antes del primer ensayo europeo de revolución social proletaria, iniciado en París y rápidamente propagado a otras capitales y ciudades del continente. Claro está que el Manifiesto de la Liga, de los Comunistas no tuvo influencia alguna en dichos movimientos, cuya inoperancia y fracaso se debió, según Marx a su falta de preparación y organización en los realizadores que no comprendieron la necesidad previa en toda empresa revolucionaria de masas obreras y subordinados: la misión en base a intereses y naciones comunes, la conciencia, de clase y la lucha de clases, de acuerdo con la consigna que finaliza el Manifiesto Comunista:
"Proletarios de todos los países, uníos."
Quiere decir que la revolución socialista y obrera de 1848, fue una experiencia ingenua y enteramente malograda en sus efectos; pero resultó aleccionadora para los agitadores profesionales de las masas, por cuanto permitió comprobar la absoluta esterilidad de esas formas utópicas, declamatorias y sensibles de socialismo premarxista, así como la necesidad de que los obreros se dieran perentoriamente una organiza don de clase, una conciencia de clase y una acción de clase. Y esta ha sido la tarea que se impusieron Marx y Engels junto con sus incondicionales en todas las naciones, hasta llegar a la fundación en el año 1864, de la Primera Internacional de trabajadores.
La existencia de esta Asociación Internacional de Trabajadores fue efímera —se disolvió en 1872—; pero sirvió para echar las bases de una organización de los obreros, más todos los subordinados y desplazados sociales, para la defensa de los intereses comunes de clase y la reivindicación de los derecho de clase —la clase-víctima de los desheredados y explotados—, que hacen caso omiso de fronteras espirituales y nacionales. De tal modo que dicha conciencia marxista de clase, una vez que se apodera de la mente y del corazón de los humildes, los lleva a olvidar o a repudiar sus deberes religiosos y patrióticos, en favor de supuestos deberes de clase; esto es lo que los convierte en sujetos sin Dios y sin Patria, para quienes el más próximo, el más cercano, el verdadero "compatriota" y camarada, es otro miembro de la clase, sea cual fuere su Religión y su Patria.
La consecuencia histórica de esta propaganda ideológica y de la acción aglutinante de la primera Internacional obrera •'fue la revolución de la Comuna de París, el año 1871; y también fue la causa inmediata de la disolución de esa empresa preliminar de la conspiración comunista mundial, destinada a falsificar y desquiciar la psicología de los obreros y de los subordinados en todos los países del mundo.
Aprovechando el desconcierto y la desmoralización provocados por la guerra franco-prusiana del 70, tan desastrosa para Francia, los dirigentes de las masas proletarias de París, se adueñaron violentamente del Poder y procedieron a liquidar todas las jerarquías existentes; en otros términos, se entregaron a la destrucción rápida e implacablemente de todo el aparato estatal para reemplazarlo por otro de origen y constitución proletarios" — los dirigidos se convirtieron en dirigentes, a la manera de lo que ahora se denomina Dictadura del Proletario—. El ensayo no duró más que dos meses hasta ser aplastado por una enérgica reacción nacional, pero dejó   una   enseñanza   provechosa   para   los   futuros   intentos, cada vez más maduros de experiencia y mejor preparados.
Marx fue el encargado de extraer la lección revolucionaria de la Comuna, hábilmente utilizada después en las experiencias rusas de 1905 y de 1917:
Con un primer decreto los dirigentes de la Comuna de París, suprimieron la milicia permanente y la reemplazaron por el pueblo armado; esto es, por milicianos rojos. Quiere decir que la primera medida consistió en la liquidación del Ejército. A continuación se implantó la República proletaria; por medio del sufragio universal se eligió "naturalmente" a una mayoría de representantes conocidos de la clase obrera.
La Comuna procedió también a la liquidación del clero, "el instrumento espiritual de opresión", y decretó la confiscación de todos los bienes de la Iglesia.
Con el fin de destruir totalmente el aparato estatal del antiguo régimen, se procedió a la elección popular de los magistrados judiciales.
Es así como los tres poderes del Estado pasaron a las manos de los obreros o de sus naturales representantes y, según el comentario demagógico de Marx, legislaron, gobernaron y administraron justicia "modesta y concienzudamente".
He aquí el primer ensayo organizado de los comités de obreros, campesinos y soldados que reaparecerán, más tarde, en todas las insurrecciones armadas del Comunismo.
Los crímenes y brutalidades perpetrados por los dirigentes y las masas soliviantadas de la Comuna de París, determinaron medidas extremas de represión por parte de los gobiernos europeos en contra de la Internacional Obrera, interiormente dividida por el choque entre comunistas y anarquistas; todo lo cual provocó su disolución en 1872.
Pero la Conspiración Comunista Mundial continuó su propaganda ideológica y su acción gremial en todas las Naciones de Occidente: sólo que adoptando una nueva técnica para atenuar la impresión de horror que dejaron los sucesos de la Comuna. Se revistió de formalidad democrática, legalista y partidaria, apareciendo con una máscara de moderación y de colaboracionismo en los  regímenes parlamentarias y progresistas.
Dentro de las nuevas características del Movimiento Comunista se fundó en el año 1889, la Segunda Internacional obrera, con motivo de un congreso de trabajadores celebrado en París. Y en el espíritu de sus directivas y decisiones, se fundaron los partidos socialistas marxistas en todas las naciones de Europa y América, inclusive en nuestro país (año 1896). A la sombra protectora de las libertades democráticas, sus representantes electorales constituyeron las   izquierdas de los Parlamentos burgueses e impulsaron   un  reformismo legal que fue tiñendo de rojo marxista las instituciones del Estado y el espíritu de la nación, tanto  más  fuertemente cuando mayor influencia fueron ganando en la vida pública de cada país.
Para que se tenga una idea de esta infiltración parlamentaria del comunismo sin Dios y sin Patria, será suficiente recordar un ejemplo de nuestra Argentina. El fundador del partido Socialista y su principal representante, Dr. Juan B. Justo, varias veces diputado y senador de la Nación, podía escribir impunemente, sin que se produjeran reacciones ni sanciones públicas que : "Las banderas no tienen importancia... de cualquier color, la bandera no sirve sino para sugestionar y arrastrar inconscientes". "La Vanguardia", junio 10 de 1909).
La conspiración comunista mundial no pudo asumir un aire legalista en la Rusia de los Zares por las características antidemocráticas del régimen; y por esto es que mantuvo una acción clandestina y revolucionaria cuya corriente más eficaz fue el bolchevismo o partido bolchevique, dirigido por Lenín.
En el año 1905, la desmoralización de la Nación y la crisis económica agudísima que provocó la derrota de Rusia en su guerra contra el Japón, fueron la ocasión favorable para la insurrección violenta de las masas que inauguró los comités de obreros y de soldados en el ejercicio del Poder. A pesar de haber sido ahogada en sangre, fue el primer ensayo general de una Revolución Comunista en Rusia y como recuerda Lenín, sin esta experiencia previa  no  hubiera  sido posible el golpe victorioso de octubre de 1917.
La idea del Poder soviético surgió en 1905, para constituirse en realidad política moscovita a partir de 1917, en continua expansión hacia el imperio del mundo.
Sobre las ruinas del Poder Ruso de los Zares, levantó Lenín el Poder Soviético administrado despóticamente por los Jefes y miembros del Partido Bolchevique. Se trata de un Poder que empezó gravitando sobre todas las Rusias, con el nombre de Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas —U.R.S.S. —; y que conducido con férrea mano por Lenín primero, Stalin y Krushchev después, se extiende pesadamente sobre mil millones de súbditos colectivizados en este año 1960. Pero su límite de expansión es el mundo entero.
Hasta 1917, esto es, hasta la Revolución Rusa triunfante y la instalación del Poder Soviético, la Conspiración Comunista Mundial se desarrolló como una propaganda ideológica del materialismo marxista y como una lucha de clases en pro de reivindicaciones proletarias que se extendió a todas las naciones cristianas. Desde 1918 y, sobre todo, desde la constitución de la Tercera Internacional obrera o komintern, en Moscú —año 1919— la conspiración comunista mundial tiene un centro político de dirección e irradiación que es el Poder soviético.
Tan solo la necedad o la complicidad pueden desconocer que a partir de la Revolución Rusa no existen movimientos ni partidos comunistas o comunizantes que no se encuentren bajo el control de Moscú.
Más todavía, aunque el propósito de los dirigentes de un movimiento comunista que se desarrolla fuera de la órbita directa de la U.R.S.S., fuera mantenerse al margen de su línea de fuerza mundial, terminaría siempre por coincidir objetivamente con ella. Poco importan las intenciones de los dirigentes circunstanciales de la idea; la subjetividad particular y contingente no cuenta en absoluto cuando en el campo objetivo de la Historia Universal, juegan fuerzas definidas y arrolladuras que arrastran en su movimiento y suman a su eficacia, todos los esfuerzos que coinciden ideológicamente y tienden al mismo fin en cada una de las naciones.
En el día de hoy, todo militante o simpatizante del Comunismo, tenga o no conciencia de ello, está al servicio del imperialismo Soviético y su jefe único y exclusivo es Krushchov.
Subrayemos que toda actitud personal o colectiva en el seno de una nación, inspirada por la ideología marxista, colabora con el Poder Soviético y concurre quieras que no, al logro de sus objetivos internacionales.
El planteo de la conquista del Poder por el Comunismo responde en todas partes, a la estrategia de Lenín en la Revolución Rusa. Claro está que dentro de una estrategia invariablemente se consienten tácticas diversas, según el momento y las circunstancias; así, por ejemplo, cuando fracasa la acción directamente revolucionaria, el Comunismo se procura compromisos o alianzas circunstanciales con otras fuerzas políticas, cuyos, objetivos inmediatos coinciden con los suyos. Lo importante es no quedar nunca solo y aislado, tanto en el campo de la política interna de una Nación, como en el campo de las luchas internacionales.
De ahí su táctica del frente popular o alianza con los •partidos democráticos en contra del Fascismo o del Nazismo que utilizó ampliamente en los años anteriores y durante la 2º Guerra Mundial; y, en la actualidad, su táctica del frente nacional o alianza con las fuerzas nacionalistas en contra del Imperialismo Yanqui.
Siempre se trata de lo mismo: valerse de aliados circunstanciales para seguir adelante en su tarea demoledora del orden existente o para aplastar las reacciones que se levantan en su contra.
Por esto es que en Abril de 1944, Stalin disolvió la Tercera Internacional —-Komintern—, como un gesto deferente hacia sus aliados en la guerra; pero, en rigor, porque ya no tenía aplicación su consigna del frente popular y se imponía un cambio de táctica para volverse en contra de sus ocasionales aliados democráticos, haciendo que los partidos comunistas legalmente instalados en las naciones no comunistas, levantasen la bandera antimperialista en defensa de la soberanía nacional y de la paz.
Y en esta finalidad inmediata, se fundó en Varsovia en el año 1947, una Cuarta Internacional roja pero de nuevo tipo, el Kominform, con los partidos comunistas de las diversas naciones europeas, americanas y asiáticas para luchar contra el Imperialismo Yanqui y por la liberación nacional.
Hemos anticipado que estas tácticas móviles y oportunistas de lucha se aplican en función del mismo e invariable plan estratégico, urdido por Lenín y seguido tenazmente por Stalin y Krushchov, bajo la inspiración del fundador del movimiento, Carlos Marx.
Lenín ha formulado con precisión militar dicho plan, cuyo equivalente en la guerra es la estrategia de la aproximación indirecta:
Hay que aplazar las operaciones hasta que la desintegración moral del adversario facilite un golpe aniquilador.
Solo que los dirigentes soviéticos plantean la misma guerra internacional para sus fines revolucionarios, puesto que la guerra no es para el comunismo más que la continuación de su revolución por otros medios.
Lo fijo e invariable en la acción comunista mundial, dirigida y controlada por el Poder Soviético desde 1917, es la, dislocación moral de todos los otros poderes espirituales y políticos existentes. En la paz y en la guerra, se trata siempre de ablandar, debilitar, descomponer, desquiciar, por todos los medios de propaganda ideológica y de acción social, la economía, la educación, las jerarquías naturales, la fe, y la moral de las naciones.
La insurrección comunista es una máquina que no se siente, que no hace ruido a pesar de su trabajo continuo de demolición en las almas y costumbres de los pueblos. No se siente ni hace ruido hasta que consigue desmoralizar y desmovilizar las almas y las colectividades.
El acto final es: "El puñetazo a un paralítico". El puñetazo de Trotsky, el táctico de Lenín, a la nación rusa paralizada por la Guerra, la masonería y el bolchevismo el 25 de octubre de 1917 Bolchevizar quiere decir, justamente, la acción comunista que tiende a paralizar la vida de una Nación y a reducir a la impotencia a sus fuerzas de resistencia, a fin de que una pequeña minoría férreamente disciplinada pueda asestar un golpe decisivo al paralítico y adueñarse del Poder, tal como ocurrió en la Revolución Rusa: Lenín y los dirigentes Bolcheviques eran una ínfima minoría en la inmensa Rusia, pero constituían un bloque monolítico y decidido, como para darle el golpe de gracia a la República del socialista Kerensky que en pocos meses de demagogia y subversión de todas las jerarquías espirituales, civiles y militares, había terminado de postrar definitivamente a la antigua Rusia de los Zares.
La obra principal de Lenín fue la creación del partido bolchevique; esto es, la perfecta organización de un grupo de revolucionarios profesionales —entre los cuales se encontraban Stalin y Trotsky—, poderosamente armado con la ideología marxista y sus consignas demoledoras, lo mismo de la cultura que de la economía de las naciones. Y con dicho partido bolchevique, arrasó todo el aparato estatal existente en Rusia y fundó sobre la base del autoritarismo y la disciplina más absoluta, el nuevo Poder Soviético que Stalin supo consolidar y extender sobre la mitad del mundo.
Por cierto que el Poder Soviético cuya ocupación principal es bolchevizar a los otros poderes de la tierra, está perfectamente inmunizado contra el virus bolchevique. Es un Poder rígidamente jerarquizado y organizado hasta la regulación de los detalles más ínfimos, cuya 'unidad monolítica personifica el Zar Rojo, ayer Stalin, hoy Krushchov —y cuya administración minuciosa está a cargo de una minoría dirigente— los miembros del Partido. Y el resto de los pueblos sometidos la inmensa multitud comunizada bajo el régimen del terror y del crimen, trabaja sin descanso para levantar la pirámide de un poderío gigantesco.
A la vez que se potencia hasta el absolutismo, el Poder Soviético se consagra a debilitar y anarquizar el Poder en los otros Estados por medio de la conspiración comunista mundial. Tiene razón  Curzio Malaparte cuando nos  advierte en su libro sobre la "Técnica del Golpe de Estado" que: "Stalin es el único hombre de Estado que ha sabido sacar provecho de la lección de octubre de 1917. Si los comunistas de todos los países de Europa deben aprender de Trotsky el arte de apoderarse del Poder, la verdad es que de Stalin deben aprender los gobiernos liberales y democráticos, el arte de asegurar la defensa del Estado contra la táctica de la insurrección comunista"'.
El temor de fortalecer demasiado la autoridad en todos los órdenes —espiritual, político, militar, educacional, familiar, etc. es la contribución más eficaz al triunfo de la Revolución Comunista en las Naciones cristianas y a la expansión del Poder Soviético.
Fortalecer el principio de autoridad y el espíritu de subordinación, restaurar las jerarquías naturales y el sentido de responsabilidad personal, son los expedientes indispensables para detener el proceso de bolchevización en las almas y en las naciones, en la propia alma y en la propia patria.
Una legión de activistas emboscados —nativos y extranjeros— infiltrados en las diversas actividades sociales desarrolla por todos los medios ideológicos posibles —directos o indirectos—, una tarea destinada a socavar, debilitar, "sabotear" la vida de la Nación. No actúan, en general, con el rótulo de Comunistas ni hablan como militantes o simpatizantes siquiera; pero tienden siempre a desmoralizar a los que trabajan con fe en la Patria, a sembrar el escepticismo y la duda, a convertir en derrotistas y resentidos, a sus compañeros de tarea, por ejemplo.
De esta manera van configurando la traición mental y la desmovilización ética en el ciudadano que cede a esta, influencia negativa y disolvente.
Y junto a la acción clandestina y disimulada que desarrolla el activista lo mismo en las Fuerzas Armadas que en la Universidad o en un sindicato obrero, está el proselitismo manifiesto de los militantes y simpatizantes del Comunismo Internacional y de la Unión Soviética, presentada como la "Patria Universal del Prolectariado".
Repárese en el hecho de que toda publicación Comunista o comunizante cuando no entona las más fervientes loas a la Unión Soviética y a su conductor, guarda un expresivo silencio al respecto, a la vez que ataca implacablemente al imperialismo Yanqui y a su "intención" de arrastrar al mundo a una nueva guerra. De donde resulta que tan solo el que defiende incondicionalmente a la U.R.S.S. está en la línea de los intereses y aspiraciones de la clase obrera, así como de la preservación de la paz en la tierra.
Por otra parte, la Unión Soviética no oculta al resto del mundo su función rectora del Comunismo Internacional y su propósito de bolchevización de las naciones que escapan a su dominio y contralor políticos. Así como por ejemplo, en la edición del 15 de septiembre de 1948, de "El Bolchevique" órgano político y doctrinario del Comité Central del Partido Comunista Ruso, se lee esta clara y terminante declaración:
"Las leyes generales de la transición del Capitalismo al Socialismo, reveladas por Marx y Engels, contrastadas, aplicadas y desarrolladas por Lenín y Stalin sobre la base de la experiencia del Partido Bolchevique y del Estado Soviético, son obligatorias en todos los países.
El gran experimento histórico del partido bolchevique es una guía para la acción de los comunistas y de los trabajadores de todos los países".
El subrayado nos pertenece; hemos querido destacar como los propios dirigentes soviéticos son, a la vez, los empresarios del Comunismo Internacional, origen, paradigma y ejemplo de toda acción revolucionaria marxista, a través de la experiencia bolchevique de la Revolución Rusa de 1917.
No es posible engañarse acerca de la inevitable subordinación de los movimientos comunistas o comunizantes que se desarrollan en cualquiera de las naciones occidentales, a la dirección Soviética. Con la aplicación, en cualquier grado y medida, de las consignas marxistas para resolver los problemas sociales, se coincide necesariamente con la línea objetiva de la acción soviética en el orden internacional.
Cabe concluir sin temor de equivocarse que:
No se puede ser comunista o simpatizar con las soluciones marxistas en el terreno económico, social o espiritual, sin estar, quieras que no, al servicio del imperialismo soviético.
 El imperialismo soviético es incomparablemente más peli-groso y más fuerte que el imperialismo económico y financiero, por cuanto no busca, en primer término, el dominio sobre los bienes materiales de las naciones sometidas; su poder absorbente y totalitario apunta, sobre todo, a lo sustancial del hombre y de los pueblos, a su alma y a su ánimo.
El Poder Soviético o imperialismo comunista quiere antes al hombre mismo que aquello que le pertenece al hombre; quiere la vida misma de la Nación antes que los bienes exteriores que la Nación posee.
Por esto es que no puede haber transacción, ni compromiso, ni tregua posible con el Comunismo internacional cuyo centro de Poder reside en Moscú. Tal como acabamos de leer en sus propias declaraciones oficiales, su meta es la Revolución Comunista en el mundo entero y el sometimiento de todas las naciones al Poder Soviético.
Es notorio que dentro de las fronteras con la Unión Soviética y de los países Europeos y Asiáticos que están detrás de la cortina de hierro, no se toleran disidencias y ni siquiera la más leve oposición al pensamiento oficial. No se transige con nada ni con nadie, y por medio del más despiadado terror policial se impone la unanimidad moral.
Pero ese mismo Poder Soviético ordena a los Partidos Comunistas que controla en las demás Naciones, procurar toda clase de alianzas y compromisos con otros partidos —sean democráticos y liberales o reaccionarios—, de acuerdo con las conveniencias de cada momento.
Todo lo que el Poder Soviético prohíbe absolutamente en su jurisdicción, lo propicia democráticamente en la jurisdicción de los otros Estados. Y para disimular su absoluta falta de escrúpulos en el juego de su política internacional, Stalin en el año 1944, como ya hemos referido, dejó aparentemente el timón de la Revolución en las otras naciones, disolviendo el Komintern. Desde entonces la Conspiración Comunista Mundial viene adoptando una supuesta forma nacional y aparece en cada uno de los países, como portaestandarte de la soberanía y paladín de la causa de la Patria en contra del agresor imperialista.
Los partidos comunistas han sido declarados "mayores de edad" y se ha resuelto que la Revolución Mundial se haga a través de revoluciones nacionales que se irán realizando en el momento y en la forma que los agentes locales estimen conveniente. Y por esto es que los mismos comunistas que hasta ayer renegaban de la Patria y de sus símbolos sagrados, levantando la bandera roja del rencor y entonando la Internacional por las calles de nuestra ciudad; ahora se revisten de fingido patriotismo, emplean los colores nacionales y entonan el Himno Nacional, convocando a la unión de todas las fuerzas antiimperialistas, defensoras de la soberanía y amantes de la Paz para luchar contra los "chacales sanguinarios de la guerra" que en el día de hoy, serían los democráticos anglosajones, como hace diez años habrían sido los nazis alemanes y los fascistas italianos.
Claro está que para cambiar de frente y pregonar las consignas que se repudiaban un momento antes, con ese descaro absoluto y esa cínica impudicia, se requiere profesar la ética de la traición o del oportunismo materialista que no reconoce ninguna valla ni límite alguno en la conducta. Es la doctrina que Lenín enseñaba a los conspiradores bolcheviques, amonestando a los tímidos que no osaban saltar todos los cercos.
"Esas gentes, si todavía no saben que todos los límites en la naturaleza y en la sociedad, son variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura posible a menos que se sometan a un estudio prolongado".
Ningún límite moral, ningún freno de la acción, ningún temor de Dios ni escrúpulo alguno de conciencia, ninguna fidelidad ni sentido del honor: he aquí el "estilo" de la revolución comunista que amenaza la, existencia misma de la Patria, de la familia y de la dignidad personal. He aquí la "moral" de los enemigos contra quienes debemos luchar en defensa de todo lo que es sagrado y venerable.