ETAPAS HISTORICAS DEL COMUNISMO MARXISTA
LIBRE EXAMEN Y COMUNISMO
CAPÍTULO III
La
Conspiración Comunista Mundial que ya ha conquistado el poder en la mitad del
mundo y está en el intento de devorarse a las naciones restantes, inauguró hace
poco más de un siglo su propaganda ideológica y su acción social en forma,
definida, planificada y sistemática; exactamente, con la publicación del
"Manifiesto Comunista" de Carlos Marx y Federico Engels, en febrero
de 1848, pocos días antes del primer ensayo europeo de revolución social
proletaria, iniciado en París y rápidamente propagado a otras capitales y
ciudades del continente. Claro está que el Manifiesto de la Liga, de los
Comunistas no tuvo influencia alguna en dichos movimientos, cuya inoperancia y
fracaso se debió, según Marx a su falta de preparación y organización en los
realizadores que no comprendieron la necesidad previa en toda empresa
revolucionaria de masas obreras y subordinados: la misión en base a intereses y
naciones comunes, la conciencia, de clase y la lucha de clases, de acuerdo con
la consigna que finaliza el Manifiesto Comunista:
"Proletarios
de todos los países, uníos."
Quiere
decir que la revolución socialista y obrera de 1848, fue una experiencia
ingenua y enteramente malograda en sus efectos; pero resultó aleccionadora para
los agitadores profesionales de las masas, por cuanto permitió comprobar la
absoluta esterilidad de esas formas utópicas, declamatorias y sensibles de
socialismo premarxista, así como la necesidad de que los obreros se dieran
perentoriamente una organiza don de clase, una conciencia de clase y una acción
de clase. Y esta ha sido la tarea que se impusieron Marx y Engels junto con sus
incondicionales en todas las naciones, hasta llegar a la fundación en el año
1864, de la Primera Internacional de trabajadores.
La
existencia de esta Asociación Internacional de Trabajadores fue efímera —se
disolvió en 1872—; pero sirvió para echar las bases de una organización de los
obreros, más todos los subordinados y desplazados sociales, para la defensa de
los intereses comunes de clase y la reivindicación de los derecho de clase —la
clase-víctima de los desheredados y explotados—, que hacen caso omiso de
fronteras espirituales y nacionales. De tal modo que dicha conciencia marxista
de clase, una vez que se apodera de la mente y del corazón de los humildes, los
lleva a olvidar o a repudiar sus deberes religiosos y patrióticos, en favor de
supuestos deberes de clase; esto es lo que los convierte en sujetos sin Dios y
sin Patria, para quienes el más próximo, el más cercano, el verdadero
"compatriota" y camarada, es otro miembro de la clase, sea cual fuere
su Religión y su Patria.
La
consecuencia histórica de esta propaganda ideológica y de la acción aglutinante
de la primera Internacional obrera •'fue la revolución de la Comuna de París,
el año 1871; y también fue la causa inmediata de la disolución de esa empresa
preliminar de la conspiración comunista mundial, destinada a falsificar y
desquiciar la psicología de los obreros y de los subordinados en todos los
países del mundo.
Aprovechando
el desconcierto y la desmoralización provocados por la guerra franco-prusiana
del 70, tan desastrosa para Francia, los dirigentes de las masas proletarias de
París, se adueñaron violentamente del Poder y procedieron a liquidar todas las
jerarquías existentes; en otros términos, se entregaron a la destrucción rápida
e implacablemente de todo el aparato estatal para reemplazarlo por otro de
origen y constitución proletarios" — los dirigidos se convirtieron en
dirigentes, a la manera de lo que ahora se denomina Dictadura del Proletario—.
El ensayo no duró más que dos meses hasta ser aplastado por una enérgica
reacción nacional, pero dejó una enseñanza
provechosa para los
futuros intentos, cada vez más
maduros de experiencia y mejor preparados.
Marx
fue el encargado de extraer la lección revolucionaria de la Comuna, hábilmente
utilizada después en las experiencias rusas de 1905 y de 1917:
Con
un primer decreto los dirigentes de la Comuna de París, suprimieron la milicia
permanente y la reemplazaron por el pueblo armado; esto es, por milicianos
rojos. Quiere decir que la primera medida consistió en la liquidación del
Ejército. A continuación se implantó la República proletaria; por medio del
sufragio universal se eligió "naturalmente" a una mayoría de
representantes conocidos de la clase obrera.
La
Comuna procedió también a la liquidación del clero, "el instrumento
espiritual de opresión", y decretó la confiscación de todos los bienes de
la Iglesia.
Con
el fin de destruir totalmente el aparato estatal del antiguo régimen, se
procedió a la elección popular de los magistrados judiciales.
Es
así como los tres poderes del Estado pasaron a las manos de los obreros o de
sus naturales representantes y, según el comentario demagógico de Marx,
legislaron, gobernaron y administraron justicia "modesta y
concienzudamente".
He
aquí el primer ensayo organizado de los comités de obreros, campesinos y
soldados que reaparecerán, más tarde, en todas las insurrecciones armadas del
Comunismo.
Los
crímenes y brutalidades perpetrados por los dirigentes y las masas
soliviantadas de la Comuna de París, determinaron medidas extremas de represión
por parte de los gobiernos europeos en contra de la Internacional Obrera,
interiormente dividida por el choque entre comunistas y anarquistas; todo lo
cual provocó su disolución en 1872.
Pero
la Conspiración Comunista Mundial continuó su propaganda ideológica y su acción
gremial en todas las Naciones de Occidente: sólo que adoptando una nueva
técnica para atenuar la impresión de horror que dejaron los sucesos de la
Comuna. Se revistió de formalidad democrática, legalista y partidaria,
apareciendo con una máscara de moderación y de colaboracionismo en los regímenes parlamentarias y progresistas.
Dentro
de las nuevas características del Movimiento Comunista se fundó en el año 1889,
la Segunda Internacional obrera, con motivo de un congreso de trabajadores
celebrado en París. Y en el espíritu de sus directivas y decisiones, se
fundaron los partidos socialistas marxistas en todas las naciones de Europa y
América, inclusive en nuestro país (año 1896). A la sombra protectora de las
libertades democráticas, sus representantes electorales constituyeron las izquierdas de los Parlamentos burgueses e
impulsaron un reformismo legal que fue tiñendo de rojo
marxista las instituciones del Estado y el espíritu de la nación, tanto más
fuertemente cuando mayor influencia fueron ganando en la vida pública de
cada país.
Para
que se tenga una idea de esta infiltración parlamentaria del comunismo sin Dios
y sin Patria, será suficiente recordar un ejemplo de nuestra Argentina. El
fundador del partido Socialista y su principal representante, Dr. Juan B.
Justo, varias veces diputado y senador de la Nación, podía escribir
impunemente, sin que se produjeran reacciones ni sanciones públicas que :
"Las banderas no tienen importancia... de cualquier color, la bandera no
sirve sino para sugestionar y arrastrar inconscientes". "La
Vanguardia", junio 10 de 1909).
La
conspiración comunista mundial no pudo asumir un aire legalista en la Rusia de
los Zares por las características antidemocráticas del régimen; y por esto es
que mantuvo una acción clandestina y revolucionaria cuya corriente más eficaz
fue el bolchevismo o partido bolchevique, dirigido por Lenín.
En
el año 1905, la desmoralización de la Nación y la crisis económica agudísima
que provocó la derrota de Rusia en su guerra contra el Japón, fueron la ocasión
favorable para la insurrección violenta de las masas que inauguró los comités
de obreros y de soldados en el ejercicio del Poder. A pesar de haber sido
ahogada en sangre, fue el primer ensayo general de una Revolución Comunista en
Rusia y como recuerda Lenín, sin esta experiencia previa no
hubiera sido posible el golpe
victorioso de octubre de 1917.
La
idea del Poder soviético surgió en 1905, para constituirse en realidad política
moscovita a partir de 1917, en continua expansión hacia el imperio del mundo.
Sobre
las ruinas del Poder Ruso de los Zares, levantó Lenín el Poder Soviético
administrado despóticamente por los Jefes y miembros del Partido Bolchevique.
Se trata de un Poder que empezó gravitando sobre todas las Rusias, con el
nombre de Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas —U.R.S.S. —; y que
conducido con férrea mano por Lenín primero, Stalin y Krushchev después, se
extiende pesadamente sobre mil millones de súbditos colectivizados en este año
1960. Pero su límite de expansión es el mundo entero.
Hasta
1917, esto es, hasta la Revolución Rusa triunfante y la instalación del Poder
Soviético, la Conspiración Comunista Mundial se desarrolló como una propaganda
ideológica del materialismo marxista y como una lucha de clases en pro de
reivindicaciones proletarias que se extendió a todas las naciones cristianas.
Desde 1918 y, sobre todo, desde la constitución de la Tercera Internacional
obrera o komintern, en Moscú —año 1919— la conspiración comunista mundial tiene
un centro político de dirección e irradiación que es el Poder soviético.
Tan
solo la necedad o la complicidad pueden desconocer que a partir de la
Revolución Rusa no existen movimientos ni partidos comunistas o comunizantes
que no se encuentren bajo el control de Moscú.
Más
todavía, aunque el propósito de los dirigentes de un movimiento comunista que
se desarrolla fuera de la órbita directa de la U.R.S.S., fuera mantenerse al
margen de su línea de fuerza mundial, terminaría siempre por coincidir
objetivamente con ella. Poco importan las intenciones de los dirigentes
circunstanciales de la idea; la subjetividad particular y contingente no cuenta
en absoluto cuando en el campo objetivo de la Historia Universal, juegan
fuerzas definidas y arrolladuras que arrastran en su movimiento y suman a su
eficacia, todos los esfuerzos que coinciden ideológicamente y tienden al mismo
fin en cada una de las naciones.
En
el día de hoy, todo militante o simpatizante del Comunismo, tenga o no
conciencia de ello, está al servicio del imperialismo Soviético y su jefe único
y exclusivo es Krushchov.
Subrayemos
que toda actitud personal o colectiva en el seno de una nación, inspirada por
la ideología marxista, colabora con el Poder Soviético y concurre quieras que
no, al logro de sus objetivos internacionales.
El
planteo de la conquista del Poder por el Comunismo responde en todas partes, a
la estrategia de Lenín en la Revolución Rusa. Claro está que dentro de una
estrategia invariablemente se consienten tácticas diversas, según el momento y
las circunstancias; así, por ejemplo, cuando fracasa la acción directamente
revolucionaria, el Comunismo se procura compromisos o alianzas circunstanciales
con otras fuerzas políticas, cuyos, objetivos inmediatos coinciden con los
suyos. Lo importante es no quedar nunca solo y aislado, tanto en el campo de la
política interna de una Nación, como en el campo de las luchas internacionales.
De
ahí su táctica del frente popular o alianza con los •partidos democráticos en
contra del Fascismo o del Nazismo que utilizó ampliamente en los años
anteriores y durante la 2º Guerra Mundial; y, en la actualidad, su táctica del
frente nacional o alianza con las fuerzas nacionalistas en contra del
Imperialismo Yanqui.
Siempre
se trata de lo mismo: valerse de aliados circunstanciales para seguir adelante
en su tarea demoledora del orden existente o para aplastar las reacciones que
se levantan en su contra.
Por
esto es que en Abril de 1944, Stalin disolvió la Tercera Internacional
—-Komintern—, como un gesto deferente hacia sus aliados en la guerra; pero, en
rigor, porque ya no tenía aplicación su consigna del frente popular y se
imponía un cambio de táctica para volverse en contra de sus ocasionales aliados
democráticos, haciendo que los partidos comunistas legalmente instalados en las
naciones no comunistas, levantasen la bandera antimperialista en defensa de la
soberanía nacional y de la paz.
Y
en esta finalidad inmediata, se fundó en Varsovia en el año 1947, una Cuarta
Internacional roja pero de nuevo tipo, el Kominform, con los partidos
comunistas de las diversas naciones europeas, americanas y asiáticas para
luchar contra el Imperialismo Yanqui y por la liberación nacional.
Hemos
anticipado que estas tácticas móviles y oportunistas de lucha se aplican en
función del mismo e invariable plan estratégico, urdido por Lenín y seguido
tenazmente por Stalin y Krushchov, bajo la inspiración del fundador del
movimiento, Carlos Marx.
Lenín
ha formulado con precisión militar dicho plan, cuyo equivalente en la guerra es
la estrategia de la aproximación indirecta:
Hay
que aplazar las operaciones hasta que la desintegración moral del adversario
facilite un golpe aniquilador.
Solo
que los dirigentes soviéticos plantean la misma guerra internacional para sus
fines revolucionarios, puesto que la guerra no es para el comunismo más que la
continuación de su revolución por otros medios.
Lo
fijo e invariable en la acción comunista mundial, dirigida y controlada por el
Poder Soviético desde 1917, es la, dislocación moral de todos los otros poderes
espirituales y políticos existentes. En la paz y en la guerra, se trata siempre
de ablandar, debilitar, descomponer, desquiciar, por todos los medios de
propaganda ideológica y de acción social, la economía, la educación, las
jerarquías naturales, la fe, y la moral de las naciones.
La
insurrección comunista es una máquina que no se siente, que no hace ruido a
pesar de su trabajo continuo de demolición en las almas y costumbres de los
pueblos. No se siente ni hace ruido hasta que consigue desmoralizar y
desmovilizar las almas y las colectividades.
El
acto final es: "El puñetazo a un paralítico". El puñetazo de Trotsky,
el táctico de Lenín, a la nación rusa paralizada por la Guerra, la masonería y
el bolchevismo el 25 de octubre de 1917 Bolchevizar quiere decir, justamente,
la acción comunista que tiende a paralizar la vida de una Nación y a reducir a
la impotencia a sus fuerzas de resistencia, a fin de que una pequeña minoría
férreamente disciplinada pueda asestar un golpe decisivo al paralítico y adueñarse
del Poder, tal como ocurrió en la Revolución Rusa: Lenín y los dirigentes
Bolcheviques eran una ínfima minoría en la inmensa Rusia, pero constituían un
bloque monolítico y decidido, como para darle el golpe de gracia a la República
del socialista Kerensky que en pocos meses de demagogia y subversión de todas
las jerarquías espirituales, civiles y militares, había terminado de postrar
definitivamente a la antigua Rusia de los Zares.
La
obra principal de Lenín fue la creación del partido bolchevique; esto es, la
perfecta organización de un grupo de revolucionarios profesionales —entre los
cuales se encontraban Stalin y Trotsky—, poderosamente armado con la ideología
marxista y sus consignas demoledoras, lo mismo de la cultura que de la economía
de las naciones. Y con dicho partido bolchevique, arrasó todo el aparato
estatal existente en Rusia y fundó sobre la base del autoritarismo y la
disciplina más absoluta, el nuevo Poder Soviético que Stalin supo consolidar y
extender sobre la mitad del mundo.
Por
cierto que el Poder Soviético cuya ocupación principal es bolchevizar a los
otros poderes de la tierra, está perfectamente inmunizado contra el virus
bolchevique. Es un Poder rígidamente jerarquizado y organizado hasta la
regulación de los detalles más ínfimos, cuya 'unidad monolítica personifica el
Zar Rojo, ayer Stalin, hoy Krushchov —y cuya administración minuciosa está a
cargo de una minoría dirigente— los miembros del Partido. Y el resto de los
pueblos sometidos la inmensa multitud comunizada bajo el régimen del terror y
del crimen, trabaja sin descanso para levantar la pirámide de un poderío
gigantesco.
A
la vez que se potencia hasta el absolutismo, el Poder Soviético se consagra a
debilitar y anarquizar el Poder en los otros Estados por medio de la
conspiración comunista mundial. Tiene razón
Curzio Malaparte cuando nos
advierte en su libro sobre la "Técnica del Golpe de Estado"
que: "Stalin es el único hombre de Estado que ha sabido sacar provecho de
la lección de octubre de 1917. Si los comunistas de todos los países de Europa
deben aprender de Trotsky el arte de apoderarse del Poder, la verdad es que de
Stalin deben aprender los gobiernos liberales y democráticos, el arte de
asegurar la defensa del Estado contra la táctica de la insurrección comunista"'.
El
temor de fortalecer demasiado la autoridad en todos los órdenes —espiritual,
político, militar, educacional, familiar, etc. es la contribución más eficaz al
triunfo de la Revolución Comunista en las Naciones cristianas y a la expansión
del Poder Soviético.
Fortalecer
el principio de autoridad y el espíritu de subordinación, restaurar las
jerarquías naturales y el sentido de responsabilidad personal, son los
expedientes indispensables para detener el proceso de bolchevización en las
almas y en las naciones, en la propia alma y en la propia patria.
Una
legión de activistas emboscados —nativos y extranjeros— infiltrados en las
diversas actividades sociales desarrolla por todos los medios ideológicos
posibles —directos o indirectos—, una tarea destinada a socavar, debilitar,
"sabotear" la vida de la Nación. No actúan, en general, con el rótulo
de Comunistas ni hablan como militantes o simpatizantes siquiera; pero tienden
siempre a desmoralizar a los que trabajan con fe en la Patria, a sembrar el escepticismo
y la duda, a convertir en derrotistas y resentidos, a sus compañeros de tarea,
por ejemplo.
De
esta manera van configurando la traición mental y la desmovilización ética en
el ciudadano que cede a esta, influencia negativa y disolvente.
Y
junto a la acción clandestina y disimulada que desarrolla el activista lo mismo
en las Fuerzas Armadas que en la Universidad o en un sindicato obrero, está el
proselitismo manifiesto de los militantes y simpatizantes del Comunismo
Internacional y de la Unión Soviética, presentada como la "Patria
Universal del Prolectariado".
Repárese
en el hecho de que toda publicación Comunista o comunizante cuando no entona
las más fervientes loas a la Unión Soviética y a su conductor, guarda un
expresivo silencio al respecto, a la vez que ataca implacablemente al
imperialismo Yanqui y a su "intención" de arrastrar al mundo a una
nueva guerra. De donde resulta que tan solo el que defiende incondicionalmente
a la U.R.S.S. está en la línea de los intereses y aspiraciones de la clase
obrera, así como de la preservación de la paz en la tierra.
Por
otra parte, la Unión Soviética no oculta al resto del mundo su función rectora
del Comunismo Internacional y su propósito de bolchevización de las naciones
que escapan a su dominio y contralor políticos. Así como por ejemplo, en la
edición del 15 de septiembre de 1948, de "El Bolchevique" órgano
político y doctrinario del Comité Central del Partido Comunista Ruso, se lee
esta clara y terminante declaración:
"Las
leyes generales de la transición del Capitalismo al Socialismo, reveladas por
Marx y Engels, contrastadas, aplicadas y desarrolladas por Lenín y Stalin sobre
la base de la experiencia del Partido Bolchevique y del Estado Soviético, son
obligatorias en todos los países.
El
gran experimento histórico del partido bolchevique es una guía para la acción
de los comunistas y de los trabajadores de todos los países".
El
subrayado nos pertenece; hemos querido destacar como los propios dirigentes
soviéticos son, a la vez, los empresarios del Comunismo Internacional, origen,
paradigma y ejemplo de toda acción revolucionaria marxista, a través de la
experiencia bolchevique de la Revolución Rusa de 1917.
No
es posible engañarse acerca de la inevitable subordinación de los movimientos
comunistas o comunizantes que se desarrollan en cualquiera de las naciones
occidentales, a la dirección Soviética. Con la aplicación, en cualquier grado y
medida, de las consignas marxistas para resolver los problemas sociales, se
coincide necesariamente con la línea objetiva de la acción soviética en el
orden internacional.
Cabe
concluir sin temor de equivocarse que:
No
se puede ser comunista o simpatizar con las soluciones marxistas en el terreno
económico, social o espiritual, sin estar, quieras que no, al servicio del
imperialismo soviético.
El imperialismo soviético es incomparablemente
más peli-groso y más fuerte que el imperialismo económico y financiero, por
cuanto no busca, en primer término, el dominio sobre los bienes materiales de
las naciones sometidas; su poder absorbente y totalitario apunta, sobre todo, a
lo sustancial del hombre y de los pueblos, a su alma y a su ánimo.
El
Poder Soviético o imperialismo comunista quiere antes al hombre mismo que
aquello que le pertenece al hombre; quiere la vida misma de la Nación antes que
los bienes exteriores que la Nación posee.
Por
esto es que no puede haber transacción, ni compromiso, ni tregua posible con el
Comunismo internacional cuyo centro de Poder reside en Moscú. Tal como acabamos
de leer en sus propias declaraciones oficiales, su meta es la Revolución
Comunista en el mundo entero y el sometimiento de todas las naciones al Poder
Soviético.
Es
notorio que dentro de las fronteras con la Unión Soviética y de los países
Europeos y Asiáticos que están detrás de la cortina de hierro, no se toleran
disidencias y ni siquiera la más leve oposición al pensamiento oficial. No se
transige con nada ni con nadie, y por medio del más despiadado terror policial
se impone la unanimidad moral.
Pero
ese mismo Poder Soviético ordena a los Partidos Comunistas que controla en las
demás Naciones, procurar toda clase de alianzas y compromisos con otros
partidos —sean democráticos y liberales o reaccionarios—, de acuerdo con las
conveniencias de cada momento.
Todo
lo que el Poder Soviético prohíbe absolutamente en su jurisdicción, lo propicia
democráticamente en la jurisdicción de los otros Estados. Y para disimular su
absoluta falta de escrúpulos en el juego de su política internacional, Stalin
en el año 1944, como ya hemos referido, dejó aparentemente el timón de la
Revolución en las otras naciones, disolviendo el Komintern. Desde entonces la
Conspiración Comunista Mundial viene adoptando una supuesta forma nacional y
aparece en cada uno de los países, como portaestandarte de la soberanía y
paladín de la causa de la Patria en contra del agresor imperialista.
Los
partidos comunistas han sido declarados "mayores de edad" y se ha
resuelto que la Revolución Mundial se haga a través de revoluciones nacionales
que se irán realizando en el momento y en la forma que los agentes locales
estimen conveniente. Y por esto es que los mismos comunistas que hasta ayer
renegaban de la Patria y de sus símbolos sagrados, levantando la bandera roja
del rencor y entonando la Internacional por las calles de nuestra ciudad; ahora
se revisten de fingido patriotismo, emplean los colores nacionales y entonan el
Himno Nacional, convocando a la unión de todas las fuerzas antiimperialistas,
defensoras de la soberanía y amantes de la Paz para luchar contra los
"chacales sanguinarios de la guerra" que en el día de hoy, serían los
democráticos anglosajones, como hace diez años habrían sido los nazis alemanes
y los fascistas italianos.
Claro
está que para cambiar de frente y pregonar las consignas que se repudiaban un
momento antes, con ese descaro absoluto y esa cínica impudicia, se requiere
profesar la ética de la traición o del oportunismo materialista que no reconoce
ninguna valla ni límite alguno en la conducta. Es la doctrina que Lenín enseñaba
a los conspiradores bolcheviques, amonestando a los tímidos que no osaban
saltar todos los cercos.
"Esas
gentes, si todavía no saben que todos los límites en la naturaleza y en la
sociedad, son variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura
posible a menos que se sometan a un estudio prolongado".
Ningún
límite moral, ningún freno de la acción, ningún temor de Dios ni escrúpulo
alguno de conciencia, ninguna fidelidad ni sentido del honor: he aquí el
"estilo" de la revolución comunista que amenaza la, existencia misma
de la Patria, de la familia y de la dignidad personal. He aquí la
"moral" de los enemigos contra quienes debemos luchar en defensa de
todo lo que es sagrado y venerable.