sábado, 14 de diciembre de 2019

19-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

19-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
XIX INTERMEDIO LITERARIO: ¡QUE ES EL JAZZ?
Se preguntan muchas personas de donde proviene esta ininterrumpida riada de horrores musicales, que penetra hasta el seno de familias honestas, obligando a nuestra juventud a tararear las canciones salvajes de los negros. Respuesta: "el "jazz" es invención judía". Lo soso, lo viscoso, lo contrahecho, el sensualismo animal: todo es de procedencia judía: Chillidos de simios, gruñidos de la selva virgen, y voces de bestia encelada, se combinan con algunas notas semimusicales y así el espíritu genuinamente hebreo penetra en las familias que otrora habrían desechado indignadas tan ridículas costumbres. 
Se comprobó en un pleito judicial que el 80 por ciento de las canciones "populares" son propiedad de siete casas editoriales judías de música, que constituyen una especie de trust. El otro 20 por ciento es también propiedad de elementos hebreos; pero se mantiene independiente del trust citado. 
¿No es materia de reflexión el hecho de que, dondequiera que se tropiece en nuestra vida con corrientes desmoralizadoras, se halle también siempre al hebreo? En la venalidad del base-ball, en las finanzas a usura, en la relajación de nuestros escenarios siempre encontramos un grupo de judíos culpables. Judíos en la violación de la prohibición alcohólica. La política bélica nacional: en manos de hebreos. La telegrafía sin hilos: un monopolio semita. El peligro moral de las películas pornográficas: explotado por israelitas. Son los años de la prensa mediante una presión mercantil y financiera, y en un 80 por ciento los beneficiarios de la guerra, los organizadores de la más activa resistencia contra usos y costumbres cristianas. Y a guisa de apoteosis, la música populachera, mezcla de estupidez y sensualismo: ¡el jazz!  ¡otra vez los hebreos! 
Alguien dijo: "Dejadme hacer las canciones de un pueblo y conseguiré mas que dictando sus leyes". En nuestra patria el judío mete sus zarpas en una y otra cosa.
 Como la escena y la cinematografía yanqui sucumbieron al espíritu mercantil y antiartístico hebreo, así el comercio de la "música popular" se convirtió en una industria netamente judía. Sus eminencias son, en su mayoría, israelitas rusos, cuyo pasado suele ser tan discutido como el de algunos empresarios. 
Ya no canta el pueblo lo que le agrada, sino lo que los "grandes cañones" le brindan con monótona repetición  en los music-halls, basta que la ingenua juventud empiece a tararearlo por las calles. Son estos "cañones" los agentes a jornal de las fabricas judías de canciones. Metálico, y no valor intrínseco, decide de la popularidad de esa música de irracionales conocida bajo el nombre de "jazz". 
Ni siquiera en este negocio fabril musical demostraron los hebreos originalidad alguna, sino cierta facultad a los sumo para amoldarse, por no decir copiar (designación que implica una cortesía frente a lo que en realidad es: un robo intelectual). El judío no tiene facultades creadoras, sino que se adueña de lo que otros crearon, le da cierta apariencia y lo troca en negocio. Tomaron las antiguas colecciones de aires populares, melodías de opera y cuplés, y cuando nos dedicamos a examinar detenidamente los últimos cuplés de moda hallamos en ellos melodías y motivos de pasadas generaciones, mezclados con un poco de jazz, que, unidos a sentimientos sensualmente embrutecidos son lanzados al publico. 
Se estigmatiza como "beata" la música no judía, y se escucha únicamente en la buena sociedad. El pueblo, la masa, se nutre espiritualmente con música salvaje, que irrumpe en oleadas turbias desde el callejón de los Cencerros, que así se llama la calle en que viven la mayor parte de las casas editoriales judías de música. 
El primer intento de "mercantilizar" los aires populares lo realizo Julio Wittmark, antiguo cantante de baladas. Le sucedieron numerosos judíos de Este neoyorquino, muchos de los cuales amasaron fortunas al explotar el gusto popular que ellos mismos habían depravado primeramente. Uno de los que más éxitos consiguieron, fué Irwing Berlin, cuyo nombre real era el de Isidor Berliner , siendo oriundo de Rusia. 
Los comerciantes judíos poseen un sistema especial para echar por tierra el buen gusto: el de suministrar idéntica melodía con dos o tres textos diferentes. Dan por un lado el texto con el que se vende la canción en los negocios a personas entupidas que se pasan el día repitiendo el imbécil canturreo salvaje y que gustan de estar en posesión del "dernier cri". Estas canciones son malas de por si. Pero después viene el texto número 2, que "avanza un poco más", y finalmente el texto numero 3, que "llega a fondo". Los jóvenes de las capitales suelen conocer gradualmente los textos numero 2 y 3, y hasta se ofrecen casos de que las niñas de la buena sociedad los conocieran. 
No debe despreciarse tampoco la diabólica socarronería que crea una atmósfera inmunda en todas las capas sociales. Se unen en ella cálculos malsanos con endemoniada malignidad. El río sigue corriendo, se torna cada vez mas turbio, denigra al público no-judío y acrecienta las riquezas hebreas. 
Mas todo esto ha de tener un fin. ¿Por que no vamos hacia el? Debería ser el punto de ataque la causa, no el efecto. Carece de sentido común vituperar a las gentes. Déjese circular libremente el alcohol, y tendremos un pueblo de borrachos. Sucumbirían también a otros narcóticos, si pudieran venderse con tanta libertad como los productos de la industria hebrea de la música popular. Seria torpe acusar en tales casos a las víctimas, el sentido común exige responsabilidad a los inductores. La fuente del derrumbe moral de nuestros pueblos es precisamente el grupo de mercachifles de música hebreos que domina todo este mercado.
La acusación de desmoralización, por medio de la "música para el pueblo", va acompañada de otra no menos importante, y es la de que dicha música ni siquiera es "popular en el genuino sentido del pueblo". Todo el mundo la escucha, la tararea, se le imprime en el odio en cada función cinematográfica y de music-hall, se anuncia en chillones carteles, los gramófonos la gritan noche y día, las bandas de música parecen enloquecidas reproduciéndola, y la repiten los pianos mecánicos. Por este solo poder de la simple repetición se pega a nuestros odios hasta que un nuevo "dernier cri" la sustituye. No se encuentra en todo ello verdadera popularidad. Por lo general no se hallan ni vestigios de sentimiento en esas canciones ofrecidas con enorme reclamo, sino que jóvenes y viejos sucumben simplemente al poder mecánico de determinadas frases y melodías, que día a día les atacan los tímpanos. 
La precaución de hallarse siempre "al corriente" impulsa a los propietarios de un piano a entrar en los negocios de música, para enterarse de lo que es de ultima moda. ¡Naturalmente que es siempre la música salvaje de producción hebrea, contagiando en esa forma una casa tras otra! 
En cuanto a sentimiento popular, ni rastros. Son estas canciones tan pobres en espíritu y alma, que no tienen sino una vida efímera, para fenecer de la noche a la mañana. Pero ya apareció otro nuevo "cri", y como es el último, porque la propaganda anuncia que es un "cri", y porque los "cañones" hacen que todo el mundo lo tararee, resulta que se hace "popular". Y es siempre el mismo viejo truco "cambiar el estilo" para obligar la venta y ganar dinero. Nada hay de perdurable en la producción hebrea: ni en la moda, ni en los cines, ni en las canciones. Debe siempre haber algo "dernier cri", para conducir la oleada del dinero popular hacia los bolsillos de los fabricantes de jazz. 
Hay que tener siempre presente dos cosas: que la "música para el pueblo" es casi siempre irracional y causa primordial de la desmoralización, a no ser la única que coopera con el cine. Y que tal música proceder exclusivamente de los hebreos. 
No crearon nunca los judíos aires populares; desfiguraron simplemente los ajenos. El instante en que los hebreos se apoderaron de la canción popular, es el mismo en que dejo de tener un fondo moral. La cantaba el pueblo, sin tener que ocultar nada en ella. En cambio, la moderna canción "popular" es tan dudosa, que el intérprete muchas veces hasta debe cerciorarse primero del nivel moral de su auditorio. 
Pide el gusto del publico aquello que se le ofrece con mayor frecuencia, siendo como es cuestión de costumbre. Carece el público de hoy de facultades de diferenciación y admite lo que se le ofrece. Y se transforma este gusto público en relación con el alimento espiritual que se le ofrece. Un cuarto de siglo de ilimitada influencia de teatro, cine, música popular, cafetería y prensa al estilo hebreo, unido a la impune denigración de toda contracorriente moralizadora, y el gusto del público quedara desfigurado definitivamente hasta lo desconocido. 
Cantaba antiguamente el pueblo, más no como hoy. No tuvieron los textos quizás gran profundidad intelectual y las melodías fueron tal vez sentimentales, pero los cantares de doble sentido estaban prohibidos, al menos en la buena sociedad. Así como las modas del mundo frívolo se observaban solo en determinados barrios, también las canciones sicalípticas tenían su círculo determinado. Pero rompió la moda sus límites penetrando hasta en la sociedad decente. 
Las viejas canciones populares grabadas por si solas en la memoria, no quedaban jamás fuera de moda. ¿Quien podría hoy recordar la más popular del mes pasado? 
Constituyen las melodías un caso de por si. En varias oportunidades los tribunales tuvieron que hacer constar que fueron "adaptadas", es decir, robadas. La causa de esta nueva forma especial de indecencia hebrea consiste en la táctica genuinamente suya de aumentar en lo posible la venta rápida. Antes, un nuevo cantar por semana, una o dos nuevas obras en toda la temporada, marcaban los limites. Al aparecer los cinematógrafos, desapareció esta costumbre. A fin de poder sacar diariamente el dinero del bolsillo de las personas, hoy que variar también diariamente el programa, y para presentar todos los días un "número" nuevo, es preciso abaratar en lo posible los gastos de producción. Fabricación en serie para acrecentar los ingresos. El valor intrínseco: ¡cosa secundaria! Pero resulta que no hay bastantes canciones buenas para suministrar a diario otra nueva, no existen suficientes obras buenas para trocarlas en drama cinematográfico. Lo que les falta a dichas obras en valor artístico, se les sustituye por sicalipsis. Es la sicalipsis la salsa picante destinada a hacerle tragar al público la estúpida serie de obras cinematográficas y canciones populares. 
¿Que por que únicamente los hebreos se prestan a ello? Porque representa un sistema, que no es factible a ninguna otra raza, porque ninguna otra vive y muere tanto por el mercantilismo como la israelita. ¿Quien, salvo el judío, seria capaz de combinar los términos "aires populares" y "arte", con la de "proveer" y "vender"? 
Según el concepto judío, popularidad no significa sino moda y modernismo. No hace falta para garantizar su éxito, que una canción, ni por su melódica, ni por su texto, posea el mínimo valor; basta con repetirla indefinidamente, hasta que se grabe en los odios de la masa: entonces se convierte en "popular". Se concurre al teatro y se escucha cierta canción "sosa", pero no nos atrevemos a decirlo, porque "todo el mundo" la canta. De pronto uno mismo la entona. La toca en casa la niña en el piano, y resuena desde todas las puertas y ventanas, hasta que un día desaparece. Es que ya existe un sucesor: otro "cri" en el callejón de los Cencerros. Se va repitiendo nuevamente el martirio, y así, de treinta a cincuenta veces por año. 
No hay que olvidar que esto es sistema, método. En absoluto casual. Es exactamente lo mismo que en las "demostraciones" y "revoluciones": existe siempre un centro perfectamente organizado, que conoce el mecanismo en todos sus detalles, que lo prepara y hace funcionar. Hay un método para hacer una "revolución", exactamente tan "popular" como cualquier obra cinematográfica, o cualquier canción: repetición incesante, hasta que la melodía lanzada sea del dominio público. 
Todo estudio de "arte" reproducido en salas de variedades y cafés cantantes, demuestra que se trata solo de mercadería judía. 
Simultáneamente, el predominio hebreo en la música significa que toda la música no-judía queda excluida. Por valiosa que sea una canción de cualquier no-judío, no hallara nunca el camino que conduce al gran publico. Los propietarios de casas de música, los críticos, agentes, editores, empresarios de music-halls, la mayoría de los cantantes y recitadores no solo son hebreos, sino que lo son conscientemente a fin de apoyarse mutuamente y con absoluta exclusión de todo lo nojudío. 
Comprenderán perfectamente los amigos leales del pueblo el peligro mortal que tal canción popular irradia; pero resulta también que se rebusca generalmente en sitio equivocado. Y mientras tanto, en cierto pequeño grupo sigue impunemente maculándonos jazz, "cinematografía" y bailes indecorosos, derrochando dinero a millares, para recogerlo a millones. Si fuera no judío este grupo de personas, todo el mundo lo señalaría con el dedo. Pero es judío y queda invulnerable a toda critica. Todo terminara, pero únicamente en el momento en que se pronuncie claramente el nombre de los israelitas que lo dirigen. 
Es demasiado claro para poderlo liquidar con la frase "prejuicios de raza". Es un caso típicamente judío, y lo es sobre la base de hechos innegables. 
No conforme con entrometerse cotidianamente en nuestra vida, en todas sus fases, desde el oro indispensable para nuestra economía nacional, hasta el pan nuestro de cada día, la influencia judía penetra también en nuestros hogares, fijando la clase de canciones que al piano se pueden cantar. En el caso, desgraciadamente imposible, en la práctica, de poder aplicar a cada pieza de las que compone nuestra existencia diaria, y que resulte influenciada por el espíritu hebreo, un letrero que diga "judío", resultaría un conjunto capaz de asombrarnos y de hacernos levantar en armas.