19-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
XIX INTERMEDIO LITERARIO: ¡QUE ES EL JAZZ?
Se
preguntan muchas personas de donde proviene esta ininterrumpida riada de
horrores musicales, que penetra hasta el seno de familias honestas, obligando a
nuestra juventud a tararear las canciones salvajes de los negros. Respuesta:
"el "jazz" es invención judía". Lo soso, lo viscoso, lo
contrahecho, el sensualismo animal: todo es de procedencia judía: Chillidos de
simios, gruñidos de la selva virgen, y voces de bestia encelada, se combinan
con algunas notas semimusicales y así el espíritu genuinamente hebreo penetra
en las familias que otrora habrían desechado indignadas tan ridículas
costumbres.
Se
comprobó en un pleito judicial que el 80 por ciento de las canciones
"populares" son propiedad de siete casas editoriales judías de
música, que constituyen una especie de trust. El otro 20 por ciento es también
propiedad de elementos hebreos; pero se mantiene independiente del trust
citado.
¿No
es materia de reflexión el hecho de que, dondequiera que se tropiece en nuestra
vida con corrientes desmoralizadoras, se halle también siempre al hebreo? En la
venalidad del base-ball, en las finanzas a usura, en la relajación de nuestros
escenarios siempre encontramos un grupo de judíos culpables. Judíos en la
violación de la prohibición alcohólica. La política bélica nacional: en manos
de hebreos. La telegrafía sin hilos: un monopolio semita. El peligro moral de
las películas pornográficas: explotado por israelitas. Son los años de la
prensa mediante una presión mercantil y financiera, y en un 80 por ciento los
beneficiarios de la guerra, los organizadores de la más activa resistencia
contra usos y costumbres cristianas. Y a guisa de apoteosis, la música
populachera, mezcla de estupidez y sensualismo: ¡el jazz! ¡otra vez los hebreos!
Alguien
dijo: "Dejadme hacer las canciones de un pueblo y conseguiré mas que
dictando sus leyes". En nuestra patria el judío mete sus zarpas en una y
otra cosa.
Como la escena y la cinematografía yanqui
sucumbieron al espíritu mercantil y antiartístico hebreo, así el comercio de la
"música popular" se convirtió en una industria netamente judía. Sus
eminencias son, en su mayoría, israelitas rusos, cuyo pasado suele ser tan
discutido como el de algunos empresarios.
Ya
no canta el pueblo lo que le agrada, sino lo que los "grandes
cañones" le brindan con monótona repetición en los music-halls, basta que la ingenua
juventud empiece a tararearlo por las calles. Son estos "cañones" los
agentes a jornal de las fabricas judías de canciones. Metálico, y no valor
intrínseco, decide de la popularidad de esa música de irracionales conocida
bajo el nombre de "jazz".
Ni
siquiera en este negocio fabril musical demostraron los hebreos originalidad
alguna, sino cierta facultad a los sumo para amoldarse, por no decir copiar
(designación que implica una cortesía frente a lo que en realidad es: un robo
intelectual). El judío no tiene facultades creadoras, sino que se adueña de lo
que otros crearon, le da cierta apariencia y lo troca en negocio. Tomaron las
antiguas colecciones de aires populares, melodías de opera y cuplés, y cuando
nos dedicamos a examinar detenidamente los últimos cuplés de moda hallamos en
ellos melodías y motivos de pasadas generaciones, mezclados con un poco de
jazz, que, unidos a sentimientos sensualmente embrutecidos son lanzados al
publico.
Se
estigmatiza como "beata" la música no judía, y se escucha únicamente
en la buena sociedad. El pueblo, la masa, se nutre espiritualmente con música
salvaje, que irrumpe en oleadas turbias desde el callejón de los Cencerros, que
así se llama la calle en que viven la mayor parte de las casas editoriales
judías de música.
El
primer intento de "mercantilizar" los aires populares lo realizo
Julio Wittmark, antiguo cantante de baladas. Le sucedieron numerosos judíos de
Este neoyorquino, muchos de los cuales amasaron fortunas al explotar el gusto
popular que ellos mismos habían depravado primeramente. Uno de los que más
éxitos consiguieron, fué Irwing Berlin, cuyo nombre real era el de Isidor
Berliner , siendo oriundo de Rusia.
Los
comerciantes judíos poseen un sistema especial para echar por tierra el buen
gusto: el de suministrar idéntica melodía con dos o tres textos diferentes. Dan
por un lado el texto con el que se vende la canción en los negocios a personas
entupidas que se pasan el día repitiendo el imbécil canturreo salvaje y que
gustan de estar en posesión del "dernier cri". Estas canciones son
malas de por si. Pero después viene el texto número 2, que "avanza un poco
más", y finalmente el texto numero 3, que "llega a fondo". Los
jóvenes de las capitales suelen conocer gradualmente los textos numero 2 y 3, y
hasta se ofrecen casos de que las niñas de la buena sociedad los
conocieran.
No
debe despreciarse tampoco la diabólica socarronería que crea una atmósfera
inmunda en todas las capas sociales. Se unen en ella cálculos malsanos con
endemoniada malignidad. El río sigue corriendo, se torna cada vez mas turbio,
denigra al público no-judío y acrecienta las riquezas hebreas.
Mas
todo esto ha de tener un fin. ¿Por que no vamos hacia el? Debería ser el punto
de ataque la causa, no el efecto. Carece de sentido común vituperar a las
gentes. Déjese circular libremente el alcohol, y tendremos un pueblo de
borrachos. Sucumbirían también a otros narcóticos, si pudieran venderse con
tanta libertad como los productos de la industria hebrea de la música popular.
Seria torpe acusar en tales casos a las víctimas, el sentido común exige
responsabilidad a los inductores. La fuente del derrumbe moral de nuestros
pueblos es precisamente el grupo de mercachifles de música hebreos que domina
todo este mercado.
La
acusación de desmoralización, por medio de la "música para el
pueblo", va acompañada de otra no menos importante, y es la de que dicha
música ni siquiera es "popular en el genuino sentido del pueblo".
Todo el mundo la escucha, la tararea, se le imprime en el odio en cada función
cinematográfica y de music-hall, se anuncia en chillones carteles, los
gramófonos la gritan noche y día, las bandas de música parecen enloquecidas
reproduciéndola, y la repiten los pianos mecánicos. Por este solo poder de la
simple repetición se pega a nuestros odios hasta que un nuevo "dernier
cri" la sustituye. No se encuentra en todo ello verdadera popularidad. Por
lo general no se hallan ni vestigios de sentimiento en esas canciones ofrecidas
con enorme reclamo, sino que jóvenes y viejos sucumben simplemente al poder
mecánico de determinadas frases y melodías, que día a día les atacan los
tímpanos.
La
precaución de hallarse siempre "al corriente" impulsa a los
propietarios de un piano a entrar en los negocios de música, para enterarse de
lo que es de ultima moda. ¡Naturalmente que es siempre la música salvaje de
producción hebrea, contagiando en esa forma una casa tras otra!
En
cuanto a sentimiento popular, ni rastros. Son estas canciones tan pobres en
espíritu y alma, que no tienen sino una vida efímera, para fenecer de la noche
a la mañana. Pero ya apareció otro nuevo "cri", y como es el último,
porque la propaganda anuncia que es un "cri", y porque los
"cañones" hacen que todo el mundo lo tararee, resulta que se hace
"popular". Y es siempre el mismo viejo truco "cambiar el
estilo" para obligar la venta y ganar dinero. Nada hay de perdurable en la
producción hebrea: ni en la moda, ni en los cines, ni en las canciones. Debe
siempre haber algo "dernier cri", para conducir la oleada del dinero
popular hacia los bolsillos de los fabricantes de jazz.
Hay
que tener siempre presente dos cosas: que la "música para el pueblo"
es casi siempre irracional y causa primordial de la desmoralización, a no ser
la única que coopera con el cine. Y que tal música proceder exclusivamente de
los hebreos.
No
crearon nunca los judíos aires populares; desfiguraron simplemente los ajenos.
El instante en que los hebreos se apoderaron de la canción popular, es el mismo
en que dejo de tener un fondo moral. La cantaba el pueblo, sin tener que
ocultar nada en ella. En cambio, la moderna canción "popular" es tan
dudosa, que el intérprete muchas veces hasta debe cerciorarse primero del nivel
moral de su auditorio.
Pide
el gusto del publico aquello que se le ofrece con mayor frecuencia, siendo como
es cuestión de costumbre. Carece el público de hoy de facultades de
diferenciación y admite lo que se le ofrece. Y se transforma este gusto público
en relación con el alimento espiritual que se le ofrece. Un cuarto de siglo de
ilimitada influencia de teatro, cine, música popular, cafetería y prensa al
estilo hebreo, unido a la impune denigración de toda contracorriente moralizadora,
y el gusto del público quedara desfigurado definitivamente hasta lo
desconocido.
Cantaba
antiguamente el pueblo, más no como hoy. No tuvieron los textos quizás gran
profundidad intelectual y las melodías fueron tal vez sentimentales, pero los
cantares de doble sentido estaban prohibidos, al menos en la buena sociedad.
Así como las modas del mundo frívolo se observaban solo en determinados
barrios, también las canciones sicalípticas tenían su círculo determinado. Pero
rompió la moda sus límites penetrando hasta en la sociedad decente.
Las
viejas canciones populares grabadas por si solas en la memoria, no quedaban
jamás fuera de moda. ¿Quien podría hoy recordar la más popular del mes
pasado?
Constituyen
las melodías un caso de por si. En varias oportunidades los tribunales tuvieron
que hacer constar que fueron "adaptadas", es decir, robadas. La causa
de esta nueva forma especial de indecencia hebrea consiste en la táctica
genuinamente suya de aumentar en lo posible la venta rápida. Antes, un nuevo
cantar por semana, una o dos nuevas obras en toda la temporada, marcaban los
limites. Al aparecer los cinematógrafos, desapareció esta costumbre. A fin de
poder sacar diariamente el dinero del bolsillo de las personas, hoy que variar
también diariamente el programa, y para presentar todos los días un
"número" nuevo, es preciso abaratar en lo posible los gastos de
producción. Fabricación en serie para acrecentar los ingresos. El valor
intrínseco: ¡cosa secundaria! Pero resulta que no hay bastantes canciones
buenas para suministrar a diario otra nueva, no existen suficientes obras
buenas para trocarlas en drama cinematográfico. Lo que les falta a dichas obras
en valor artístico, se les sustituye por sicalipsis. Es la sicalipsis la salsa
picante destinada a hacerle tragar al público la estúpida serie de obras
cinematográficas y canciones populares.
¿Que
por que únicamente los hebreos se prestan a ello? Porque representa un sistema,
que no es factible a ninguna otra raza, porque ninguna otra vive y muere tanto
por el mercantilismo como la israelita. ¿Quien, salvo el judío, seria capaz de
combinar los términos "aires populares" y "arte", con la de
"proveer" y "vender"?
Según
el concepto judío, popularidad no significa sino moda y modernismo. No hace
falta para garantizar su éxito, que una canción, ni por su melódica, ni por su
texto, posea el mínimo valor; basta con repetirla indefinidamente, hasta que se
grabe en los odios de la masa: entonces se convierte en "popular". Se
concurre al teatro y se escucha cierta canción "sosa", pero no nos
atrevemos a decirlo, porque "todo el mundo" la canta. De pronto uno
mismo la entona. La toca en casa la niña en el piano, y resuena desde todas las
puertas y ventanas, hasta que un día desaparece. Es que ya existe un sucesor:
otro "cri" en el callejón de los Cencerros. Se va repitiendo
nuevamente el martirio, y así, de treinta a cincuenta veces por año.
No
hay que olvidar que esto es sistema, método. En absoluto casual. Es exactamente
lo mismo que en las "demostraciones" y "revoluciones":
existe siempre un centro perfectamente organizado, que conoce el mecanismo en
todos sus detalles, que lo prepara y hace funcionar. Hay un método para hacer
una "revolución", exactamente tan "popular" como cualquier
obra cinematográfica, o cualquier canción: repetición incesante, hasta que la
melodía lanzada sea del dominio público.
Todo
estudio de "arte" reproducido en salas de variedades y cafés
cantantes, demuestra que se trata solo de mercadería judía.
Simultáneamente,
el predominio hebreo en la música significa que toda la música no-judía queda
excluida. Por valiosa que sea una canción de cualquier no-judío, no hallara
nunca el camino que conduce al gran publico. Los propietarios de casas de
música, los críticos, agentes, editores, empresarios de music-halls, la mayoría
de los cantantes y recitadores no solo son hebreos, sino que lo son
conscientemente a fin de apoyarse mutuamente y con absoluta exclusión de todo
lo nojudío.
Comprenderán
perfectamente los amigos leales del pueblo el peligro mortal que tal canción
popular irradia; pero resulta también que se rebusca generalmente en sitio
equivocado. Y mientras tanto, en cierto pequeño grupo sigue impunemente
maculándonos jazz, "cinematografía" y bailes indecorosos, derrochando
dinero a millares, para recogerlo a millones. Si fuera no judío este grupo de
personas, todo el mundo lo señalaría con el dedo. Pero es judío y queda
invulnerable a toda critica. Todo terminara, pero únicamente en el momento en
que se pronuncie claramente el nombre de los israelitas que lo dirigen.
Es
demasiado claro para poderlo liquidar con la frase "prejuicios de
raza". Es un caso típicamente judío, y lo es sobre la base de hechos
innegables.
No
conforme con entrometerse cotidianamente en nuestra vida, en todas sus fases,
desde el oro indispensable para nuestra economía nacional, hasta el pan nuestro
de cada día, la influencia judía penetra también en nuestros hogares, fijando
la clase de canciones que al piano se pueden cantar. En el caso,
desgraciadamente imposible, en la práctica, de poder aplicar a cada pieza de
las que compone nuestra existencia diaria, y que resulte influenciada por el
espíritu hebreo, un letrero que diga "judío", resultaría un conjunto
capaz de asombrarnos y de hacernos levantar en armas.