15-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD
XV HISTORIA DE BENNETT, EDITOR PERIODISTICO INDEPENDIENTE
Consiste
la primera respuesta de los judíos a cualquier crítica de su raza por un
no-judío; en la amenaza y hasta en la ejecución de medidas terroristas; si es
un comerciante, se le declara el boicot. La táctica que se sigue en tales casos
suele ser la circulación, primero de boca en boca, de la amenaza: "hagamos
callar a ese". Después por medio de la prensa aparece diariamente en lo
posible con un encabezamiento llamativo, el ataque, haciendo los editores
pregonar sus hojas "con revelaciones sensacionales". Se resuelve no
comprar directamente a dicho comerciante, y boicotear también a todo aquel que
le compre. Consiguieron con este método seguido al pie de la letra, causar el
consabido "temor a los judíos". Un gerente no-judío de cierta
importante casa comercial profeso con entusiasmo la idea de que la vida
comercial también de biera basarse ampliamente sobre los principios de la moral
y del honor.
En
un banquete ofrecido a su clientela, hablo de tales máximas, formulando el siguiente
voto: "En la vida comercial es preciso asimilar cada vez mas los
principios de Jesuscristo". Figuraban entre la clientela cuarenta judíos,
que desde aquel instante ya no fueron clientes suyos.
El
tema de este capitulo es la historia de un boicot que duro largos años, y que
se refiere al New York Herald, un diario de Nueva York que se atrevía a
mantenerse independiente de las influencias hebreas. Existió dicha empresa
periodística durante unos 90 años, pero desapareció por fin, al fusionarse con
otra. En el campo de las informaciones universales distinguióse
extraordinariamente, enviando a Henry Stanley a la exploración de África,
equipando la expedición de la "Jeanette" al Polo Norte, y
participando en la colocación del primer cable submarino. Más fue su mayor
gloria, sin embargo, el mantenimiento, durante decenios, de su completa
independencia periodística contra los ataques llevados por el judaísmo
neoyorquino. Radicaba su fama en el mundo editorial en que ni su información
política, ni su redacción, eran vulgares ni influenciables.
Su
propietario, James Gordon Bennet, fallecido en 1918, ocupó siempre una posición
amistosa frente a los hebreos de su ciudad. Jamás estuvo predispuesto contra
ellos, ni les ofendió nunca intencionalmente. Hizo en cambio hincapié en cuanto
se refería a la honra de una empresa periodística independiente. Jamás admitió
la teoría de que la clientela anunciadora debiera ejercer la mínima influencia
sobre la redacción de un diario.
Treinta
años ha, la prensa neoyorquina era aún independiente, en tanto que hoy está
efectiva y totalmente bajo el dominio hebreo. Éste, aunque se ejecuta en
diferentes formas, existe, empero, incesante. Naturalmente, los directores
periodísticos no lo anuncian públicamente, porque también existe para ellos la
máxima de que el negocio es el negocio. Existían por aquel entonces en Nueva
York ocho o nueve grandes rotativos, siendo hoy solo cinco. Gozaba el Herald
del mejor renombre y se le buscaba de preferencia para anunciar, debido a su
gran tirada. En lo referente a periodismo general, fue el mejor diario.
Ascendió
la población hebrea de Nueva York a principios del último decenio del siglo
pasado, a menos de la tercera parte de la actual, sin que dejara por ello de
representar ya una vigorosa potencia capitalista. Cualquier periodista sabe hoy
que los dirigentes judíos tienen casi siempre alguna pretensión de publicar o
suprimir, respectivamente ciertas noticias de la prensa. Nadie como los judíos,
observan tan cuidadosamente los diario s en cuanto a noticias referentes a sus
propios asuntos. Numerosos editores podrían atestiguar esto con hechos basados
en su propia experiencia.
Nunca
abandonó el Herald su convicción de que nada en el mundo podía hacerle
apartarse de su sagrada obligación de exponer públicamente la verdad. Tal
actitud ejerció durante largo tiempo una muy saludable influencia sobre los
demás diarios neoyorquinos. Cuando ocurría en los círculos cualquier escándalo,
aparecían de inmediato personajes judíos influyentes en las redacciones para
solicitar que se ocultara el asunto. Pero sabían los editores que dos puertas
más allá se encontraba la redacción del Herald, y que este no suprimiría nada
en beneficio de nadie. Por lo tanto podía decir: "Con sumo gusto
complaceríamos a ustedes, pero como Herald no hará otro tanto, no nos queda mas
remedio que publicar dicho asunto debido a la competencia. Tal vez consigan
ustedes algo en el Herald, en cuyo caso nosotros también les serviremos
gustosamente". Pero en el caso que el Herald no se achicaba, sino que, por
el contrario, publicaba tales noticias sin repara en suplicas, ni en quejas, ni
en amenazas.
Cierto
banquero hebreo exigió repetidas veces que Bennett prescindiera de su redactor
financiero. El banquero en cuestión especuló en títulos mejicanos en una época
en que los mismos eran muy inseguros. En cierta oportunidad en que se quería
colocar una cantidad extraordinariamente grande de dichos títulos a los
crédulos norteamericanos, trajo el Herald la noticia de una revolución mejicana
en preparación, y que, efectivamente, estallo poco después. Dicho banquero,
airado, recurrió a todos los resortes posibles para lograr la cesantía de aquel
redactor, pero sin conseguir sus propósitos.
En
otra oportunidad en que cierto miembro de una conocida familia hebrea se vio
comprometido en un escándalo, declinó Bennett el pedido su suprimirlo, con el
razonamiento de que, si idéntico escándalo hubiese ocurrido en una familia
perteneciente a otra raza cualquiera, se publicaría lo mismo sin miramientos de
ninguna índole.
Mas
el periodismo es también negocio mercantil. Existen cosas que un diario no
puede tocar sin correr el riesgo de sacar sus propias fuentes. Se impone esta
máximo desde el momento en que los principales ingresos ya no salen tanto de la
suscripción y venta, como de los avisos. Cubren apenas los primeros, los gastos
de papel. Por dicha razón, los clientes anunciantes son, por los menos, de
tanta importancia como las fabricas de papel. Y dado que los más importantes
clientes anunciadores son los grandes comerciantes, y como estos se hallan, en
su mayoría, en manos hebreas, nada más natural sino que estos se esfuercen por
influenciar la parte informativa de aquellos diarios a los que confían sus
anuncios.
Constituyo
siempre un orgullo de los judíos de Nueva York tener a un hebreo por alcalde.
Cuando los principales partidos políticos estaban divididos entre si,
supusieron los judíos que había llegado el momento de imponerse. Calculaban que
los diarios no desatenderían un petitorio firmado por los propietarios de los
grandes almacenes, como clientes de "peso", y dirigieron una breve
carta "rigurosamente confidencial" a todos los editores de diarios
neoyorquinos, en la que les pedían apoyaran la candidatura hebrea a la
alcaldía.
Se
vieron los editores en apuros. Reflexionaron larga y profundamente acerca del
problema. La redacción del Herald telegrafió el contenido de la carta a
Bennett, que se hallaba en viaje, y que telegráficamente contestó "Dése a
publicidad la carta", lo cual se hizo. Quedo estigmatizada la labor
subterránea de la clientela judía de anuncios, y el Nueva York no-judío vióse
libre de una pesadilla. El Herald, por su parte, declaro que estaba dispuesto a
defender los intereses públicos, y no los particulares.
Los
dirigentes judíos atacaron al Herald y al hombre que había osado descubrir sus
proyectos. Fué el Herald el órgano de la buena sociedad neoyorquina, y cuido
Bennett de que únicamente los apellidos de familias verdaderamente prominentes
aparecieran en las columnas de su diario. Los numerosos cuentos de como Bennett
burlo a los judíos súbitamente enriquecidos en su afán de aparecer en las
"Notas sociales", son de los mas chusco que se conoce en la historia
periodística. Pero a pesar de todo fue lo suficientemente prudente para no
provocar el odio franco de los judíos. No es que se sintiera predispuesto
contra ellos. Solo que no se dejaba atemorizar.
Se
aliaron todos los elementos ricos e influyentes del hebraísmo neoyorquino para
asestar a Bennett el golpe decisivo que le abatiera. Retiraron como un solo
hombre los clientes hebreos sus anuncios de los diarios de Bennett, Herald y
Evening Telegram, basando tal proceder en el pretexto de que el Herald
evidenciaba abierta hostilidad contra los judíos. El motivo verdadero de su
proceder fue la firme voluntad de anular a un editor periodístico
norteamericano que se atrevía a mantenerse independiente de ellos.
El
golpe fue mortal, en efecto, significando la perdida de casi medio millón de
dólares anuales. Cualquier otro diario de Nueva York hubiese quebrado
inmediatamente. Lo sabían los hebreos y esperaban tranquilamente la quiebra de
Bennett a quien declararon su enemigo.
Pero
Bennett era un luchador instintivo. Es probable, además, que conociera la
"psiquis" hebrea mejor que todos los no-judíos neoyorquinos juntos.
Contestóles en una forma realmente inesperada y sensible para sus adversarios.
Las columnas principales de sus diarios habían estado copadas hasta ese momento
solo por avisos de los judíos. Las ofreció entonces en condiciones
excepcionalmente ventajosas a comerciantes no-judíos, y estos, que
anteriormente, gracias a la mayor riqueza de los avisadores judíos, se habían
visto arrinconados en los reversos, o en las columnas de menor importancia,
brillaron desde aquel instante en los lugares de mas eficacia anunciadora. Uno
de los negociantes no-judíos que saco mayor provecho de esta situación fue John
Wanamaker, cuyos formidables anuncios siguieron desde entonces apareciendo sin
cesar, en los diarios de Bennett, que siguieron publicándose en idéntico
volumen, tirada y parte de anuncios. No se produjo la tan calculada catástrofe.
Para sus adversarios, en cambio, la situación resultó tragicómica, apareciendo
más competidores no-judíos en las columnas anunciadoras de más realce, en tanto
ellos quedaban excluidos de la propaganda en los diarios mas leídos de la
ciudad. El boicot recayó, pues, sobre los propios boicoteadores.
Esto
rebasaba los límites. Los hebreos quisieron hacer las paces, volviendo a
Bennett, para ocupar nuevamente sus antiguos puestos en los avisos. Pero
Bennett dijo que no. Propusieron tarifas mas elevadas, y Bennett contesto:
"¡No, señores!". Tuvieron que renunciar definitivamente a sus
anuncios en lugares de preferencia.
Acaeció
aun algo cómico. Ciertos hebreos, cuyo sentido mercantil estaba mas desarrollado
que su instinto racial, siguieron insertando sus avisos en el Herald aun
durante el boicot al ver como regresaban contritos sus hermanos rebeldes a los
puestos que buenamente pudieron ocupar, creyeron que Bennet había aceptado a
estos ofreciéndoles tarifas reducidas y le enviaron una carta solicitando para
ellos un trato igual. También se publico esta carta, declarando que a ninguno
de los hebreos anunciantes le había sido aplicada tarifa especial alguna.
Bennett
venció, pero la victoria le costo muy cara. Durante la duración del boicot,
aumentaron constantemente la población hebrea de Nueva York y su poderío. En el
periodismo también surgían cada año mas poderosos, suponiendo que con el
predominio en la prensa neoyorquina podrían dirigir la ideología de la nación
entera. Vieron en Nueva York la cabeza de los Estados Unidos, cuando cualquier
persona prudente la conceptuaba un foco infeccioso.
Mediante
fusiones disminuyó el número de los grandes rotativos neoyorquinos. A Sochs , hebreo de Filadelfia, adquirió el
Times de Nueva York, convirtiéndolo en
un diario de gran circulación, aunque con el principal objetivo de servir a los
intereses semitas. Se elogia y defiende en sus columnas al judaísmo,
constantemente, en tanto que a otras razas se menciona someramente. .
Finalmente
apareció Hearst en escena, un peligroso agitador, no solo por estar complicado
en asuntos equívocos, sino también por servir a una categoría dudosa de
hombres. Se rodeó de un núcleo de judíos, les favoreció, y les trato con guante
blanco; tropezó también con ellos a veces, pero jamás escribió la verdad sobre
ellos, ni les abandonó. Como recompensa, gozaba del favor de sus avisos.
Se
colocó así la piedra fundamental del predominio hebreo sobre la prensa
norteamericana, y en adelante siguió creciendo cada vez más. Fue apagándose el
brillo de los antiguos nombres yanquis de editores-periodistas.
Se
funda una empresa periodística sobre una pe rsonalidad relevante, o constituye
un simple negocio mercantil. Tiene en este último caso mayores perspectivas de
sobrevivir a su fundador. El Herald estaba identificado con Bennett. Con su
salida tuvo por fuerza que perder la empresa la mayor parte de su fuerza y
relieve. Bennett quiso a su empresa, como a un hijo. A fin de evitar que su
obra llegara a ser presa de los hebreos, dispuso en su testamento, que el
Herald no cayera jamás en manos de un solo dueño, a cuyo objeto ordeno que
todos los ingresos se acreditaran a un fondo en favor de sus colaboradores.
Bennett falleció en mayo de 1918.
Los
enemigos hebreos del Herald, aun en postura hostil, retiraban sistemáticamente
sus avisos para, en lo posible, forzar la venta del diario. Fuertes elementos
financieros del bando contrario empezaron a comprender y a temer el naciente
peligro de una prensa completamente judaizada. Reunieron una fuerte cantidad e
hicieron comprar el diario por F. A. Munsey. Ante el asombro general, este
cambio después de color y fusiono la empresa con la del "New York
Sun". La obra de Gordon Bennett desapareció con dicha transacción y sus
colaboradores se hallan hoy esparcidos.
El
triunfo de los hebreos constituyo una victoria financiera ganada sobre un
muerto. Mientras vivió Bennett, fue un vencedor, financiera y moralmente.
Siempre recordaran los norteamericanos al Herald como ultimo baluarte frente al
hebraísmo neoyorquino, en cuyo periodismo actual este predomina más que en
ninguna otra ciudad del mundo entero. Existe en otras partes alguno que otro
diario que diga la verdad acerca de los hebreos. En Nueva York ni siquiera. Y
así quedaran las cosas, hasta que los norteamericanos despierten de su
somnolencia, deslindando claramente el punto de vista nacional. Entonces podría
ocurrir que los todopoderosos de hoy tengan por que temblar ante la perspectiva
del mañana.
Es
la moraleja de esta historia, que todo provenga de Nueva York hay que
contemplarlo con desconfianza, porque procede del centro del gobierno hebreo,
cuya finalidad tiende a influenciar las ideas del pueblo norteamericano para
dominarle absolutamente algún día.