sábado, 14 de diciembre de 2019

15-SEGUNDA PARTE DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD

15-SEGUNDA PARTE  DEL PREFACIO PERSONAL DEL SEÑOR HENRY FORD


XV HISTORIA DE BENNETT, EDITOR PERIODISTICO INDEPENDIENTE

Consiste la primera respuesta de los judíos a cualquier crítica de su raza por un no-judío; en la amenaza y hasta en la ejecución de medidas terroristas; si es un comerciante, se le declara el boicot. La táctica que se sigue en tales casos suele ser la circulación, primero de boca en boca, de la amenaza: "hagamos callar a ese". Después por medio de la prensa aparece diariamente en lo posible con un encabezamiento llamativo, el ataque, haciendo los editores pregonar sus hojas "con revelaciones sensacionales". Se resuelve no comprar directamente a dicho comerciante, y boicotear también a todo aquel que le compre. Consiguieron con este método seguido al pie de la letra, causar el consabido "temor a los judíos". Un gerente no-judío de cierta importante casa comercial profeso con entusiasmo la idea de que la vida comercial también de biera basarse ampliamente sobre los principios de la moral y del honor. 
En un banquete ofrecido a su clientela, hablo de tales máximas, formulando el siguiente voto: "En la vida comercial es preciso asimilar cada vez mas los principios de Jesuscristo". Figuraban entre la clientela cuarenta judíos, que desde aquel instante ya no fueron clientes suyos. 
El tema de este capitulo es la historia de un boicot que duro largos años, y que se refiere al New York Herald, un diario de Nueva York que se atrevía a mantenerse independiente de las influencias hebreas. Existió dicha empresa periodística durante unos 90 años, pero desapareció por fin, al fusionarse con otra. En el campo de las informaciones universales distinguióse extraordinariamente, enviando a Henry Stanley a la exploración de África, equipando la expedición de la "Jeanette" al Polo Norte, y participando en la colocación del primer cable submarino. Más fue su mayor gloria, sin embargo, el mantenimiento, durante decenios, de su completa independencia periodística contra los ataques llevados por el judaísmo neoyorquino. Radicaba su fama en el mundo editorial en que ni su información política, ni su redacción, eran vulgares ni influenciables. 
Su propietario, James Gordon Bennet, fallecido en 1918, ocupó siempre una posición amistosa frente a los hebreos de su ciudad. Jamás estuvo predispuesto contra ellos, ni les ofendió nunca intencionalmente. Hizo en cambio hincapié en cuanto se refería a la honra de una empresa periodística independiente. Jamás admitió la teoría de que la clientela anunciadora debiera ejercer la mínima influencia sobre la redacción de un diario. 
Treinta años ha, la prensa neoyorquina era aún independiente, en tanto que hoy está efectiva y totalmente bajo el dominio hebreo. Éste, aunque se ejecuta en diferentes formas, existe, empero, incesante. Naturalmente, los directores periodísticos no lo anuncian públicamente, porque también existe para ellos la máxima de que el negocio es el negocio. Existían por aquel entonces en Nueva York ocho o nueve grandes rotativos, siendo hoy solo cinco. Gozaba el Herald del mejor renombre y se le buscaba de preferencia para anunciar, debido a su gran tirada. En lo referente a periodismo general, fue el mejor diario. 
Ascendió la población hebrea de Nueva York a principios del último decenio del siglo pasado, a menos de la tercera parte de la actual, sin que dejara por ello de representar ya una vigorosa potencia capitalista. Cualquier periodista sabe hoy que los dirigentes judíos tienen casi siempre alguna pretensión de publicar o suprimir, respectivamente ciertas noticias de la prensa. Nadie como los judíos, observan tan cuidadosamente los diario s en cuanto a noticias referentes a sus propios asuntos. Numerosos editores podrían atestiguar esto con hechos basados en su propia experiencia. 
Nunca abandonó el Herald su convicción de que nada en el mundo podía hacerle apartarse de su sagrada obligación de exponer públicamente la verdad. Tal actitud ejerció durante largo tiempo una muy saludable influencia sobre los demás diarios neoyorquinos. Cuando ocurría en los círculos cualquier escándalo, aparecían de inmediato personajes judíos influyentes en las redacciones para solicitar que se ocultara el asunto. Pero sabían los editores que dos puertas más allá se encontraba la redacción del Herald, y que este no suprimiría nada en beneficio de nadie. Por lo tanto podía decir: "Con sumo gusto complaceríamos a ustedes, pero como Herald no hará otro tanto, no nos queda mas remedio que publicar dicho asunto debido a la competencia. Tal vez consigan ustedes algo en el Herald, en cuyo caso nosotros también les serviremos gustosamente". Pero en el caso que el Herald no se achicaba, sino que, por el contrario, publicaba tales noticias sin repara en suplicas, ni en quejas, ni en amenazas. 
Cierto banquero hebreo exigió repetidas veces que Bennett prescindiera de su redactor financiero. El banquero en cuestión especuló en títulos mejicanos en una época en que los mismos eran muy inseguros. En cierta oportunidad en que se quería colocar una cantidad extraordinariamente grande de dichos títulos a los crédulos norteamericanos, trajo el Herald la noticia de una revolución mejicana en preparación, y que, efectivamente, estallo poco después. Dicho banquero, airado, recurrió a todos los resortes posibles para lograr la cesantía de aquel redactor, pero sin conseguir sus propósitos. 
En otra oportunidad en que cierto miembro de una conocida familia hebrea se vio comprometido en un escándalo, declinó Bennett el pedido su suprimirlo, con el razonamiento de que, si idéntico escándalo hubiese ocurrido en una familia perteneciente a otra raza cualquiera, se publicaría lo mismo sin miramientos de ninguna índole. 
Mas el periodismo es también negocio mercantil. Existen cosas que un diario no puede tocar sin correr el riesgo de sacar sus propias fuentes. Se impone esta máximo desde el momento en que los principales ingresos ya no salen tanto de la suscripción y venta, como de los avisos. Cubren apenas los primeros, los gastos de papel. Por dicha razón, los clientes anunciantes son, por los menos, de tanta importancia como las fabricas de papel. Y dado que los más importantes clientes anunciadores son los grandes comerciantes, y como estos se hallan, en su mayoría, en manos hebreas, nada más natural sino que estos se esfuercen por influenciar la parte informativa de aquellos diarios a los que confían sus anuncios. 
Constituyo siempre un orgullo de los judíos de Nueva York tener a un hebreo por alcalde. Cuando los principales partidos políticos estaban divididos entre si, supusieron los judíos que había llegado el momento de imponerse. Calculaban que los diarios no desatenderían un petitorio firmado por los propietarios de los grandes almacenes, como clientes de "peso", y dirigieron una breve carta "rigurosamente confidencial" a todos los editores de diarios neoyorquinos, en la que les pedían apoyaran la candidatura hebrea a la alcaldía. 
Se vieron los editores en apuros. Reflexionaron larga y profundamente acerca del problema. La redacción del Herald telegrafió el contenido de la carta a Bennett, que se hallaba en viaje, y que telegráficamente contestó "Dése a publicidad la carta", lo cual se hizo. Quedo estigmatizada la labor subterránea de la clientela judía de anuncios, y el Nueva York no-judío vióse libre de una pesadilla. El Herald, por su parte, declaro que estaba dispuesto a defender los intereses públicos, y no los particulares. 
Los dirigentes judíos atacaron al Herald y al hombre que había osado descubrir sus proyectos. Fué el Herald el órgano de la buena sociedad neoyorquina, y cuido Bennett de que únicamente los apellidos de familias verdaderamente prominentes aparecieran en las columnas de su diario. Los numerosos cuentos de como Bennett burlo a los judíos súbitamente enriquecidos en su afán de aparecer en las "Notas sociales", son de los mas chusco que se conoce en la historia periodística. Pero a pesar de todo fue lo suficientemente prudente para no provocar el odio franco de los judíos. No es que se sintiera predispuesto contra ellos. Solo que no se dejaba atemorizar. 
Se aliaron todos los elementos ricos e influyentes del hebraísmo neoyorquino para asestar a Bennett el golpe decisivo que le abatiera. Retiraron como un solo hombre los clientes hebreos sus anuncios de los diarios de Bennett, Herald y Evening Telegram, basando tal proceder en el pretexto de que el Herald evidenciaba abierta hostilidad contra los judíos. El motivo verdadero de su proceder fue la firme voluntad de anular a un editor periodístico norteamericano que se atrevía a mantenerse independiente de ellos. 
El golpe fue mortal, en efecto, significando la perdida de casi medio millón de dólares anuales. Cualquier otro diario de Nueva York hubiese quebrado inmediatamente. Lo sabían los hebreos y esperaban tranquilamente la quiebra de Bennett a quien declararon su enemigo. 
Pero Bennett era un luchador instintivo. Es probable, además, que conociera la "psiquis" hebrea mejor que todos los no-judíos neoyorquinos juntos. Contestóles en una forma realmente inesperada y sensible para sus adversarios. Las columnas principales de sus diarios habían estado copadas hasta ese momento solo por avisos de los judíos. Las ofreció entonces en condiciones excepcionalmente ventajosas a comerciantes no-judíos, y estos, que anteriormente, gracias a la mayor riqueza de los avisadores judíos, se habían visto arrinconados en los reversos, o en las columnas de menor importancia, brillaron desde aquel instante en los lugares de mas eficacia anunciadora. Uno de los negociantes no-judíos que saco mayor provecho de esta situación fue John Wanamaker, cuyos formidables anuncios siguieron desde entonces apareciendo sin cesar, en los diarios de Bennett, que siguieron publicándose en idéntico volumen, tirada y parte de anuncios. No se produjo la tan calculada catástrofe. Para sus adversarios, en cambio, la situación resultó tragicómica, apareciendo más competidores no-judíos en las columnas anunciadoras de más realce, en tanto ellos quedaban excluidos de la propaganda en los diarios mas leídos de la ciudad. El boicot recayó, pues, sobre los propios boicoteadores. 
Esto rebasaba los límites. Los hebreos quisieron hacer las paces, volviendo a Bennett, para ocupar nuevamente sus antiguos puestos en los avisos. Pero Bennett dijo que no. Propusieron tarifas mas elevadas, y Bennett contesto: "¡No, señores!". Tuvieron que renunciar definitivamente a sus anuncios en lugares de preferencia. 
Acaeció aun algo cómico. Ciertos hebreos, cuyo sentido mercantil estaba mas desarrollado que su instinto racial, siguieron insertando sus avisos en el Herald aun durante el boicot al ver como regresaban contritos sus hermanos rebeldes a los puestos que buenamente pudieron ocupar, creyeron que Bennet había aceptado a estos ofreciéndoles tarifas reducidas y le enviaron una carta solicitando para ellos un trato igual. También se publico esta carta, declarando que a ninguno de los hebreos anunciantes le había sido aplicada tarifa especial alguna. 
Bennett venció, pero la victoria le costo muy cara. Durante la duración del boicot, aumentaron constantemente la población hebrea de Nueva York y su poderío. En el periodismo también surgían cada año mas poderosos, suponiendo que con el predominio en la prensa neoyorquina podrían dirigir la ideología de la nación entera. Vieron en Nueva York la cabeza de los Estados Unidos, cuando cualquier persona prudente la conceptuaba un foco infeccioso. 
Mediante fusiones disminuyó el número de los grandes rotativos neoyorquinos. A  Sochs , hebreo de Filadelfia, adquirió el Times de  Nueva York, convirtiéndolo en un diario de gran circulación, aunque con el principal objetivo de servir a los intereses semitas. Se elogia y defiende en sus columnas al judaísmo, constantemente, en tanto que a otras razas se menciona someramente. .
Finalmente apareció Hearst en escena, un peligroso agitador, no solo por estar complicado en asuntos equívocos, sino también por servir a una categoría dudosa de hombres. Se rodeó de un núcleo de judíos, les favoreció, y les trato con guante blanco; tropezó también con ellos a veces, pero jamás escribió la verdad sobre ellos, ni les abandonó. Como recompensa, gozaba del favor de sus avisos. 
Se colocó así la piedra fundamental del predominio hebreo sobre la prensa norteamericana, y en adelante siguió creciendo cada vez más. Fue apagándose el brillo de los antiguos nombres yanquis de editores-periodistas. 
Se funda una empresa periodística sobre una pe rsonalidad relevante, o constituye un simple negocio mercantil. Tiene en este último caso mayores perspectivas de sobrevivir a su fundador. El Herald estaba identificado con Bennett. Con su salida tuvo por fuerza que perder la empresa la mayor parte de su fuerza y relieve. Bennett quiso a su empresa, como a un hijo. A fin de evitar que su obra llegara a ser presa de los hebreos, dispuso en su testamento, que el Herald no cayera jamás en manos de un solo dueño, a cuyo objeto ordeno que todos los ingresos se acreditaran a un fondo en favor de sus colaboradores. Bennett falleció en mayo de 1918. 
Los enemigos hebreos del Herald, aun en postura hostil, retiraban sistemáticamente sus avisos para, en lo posible, forzar la venta del diario. Fuertes elementos financieros del bando contrario empezaron a comprender y a temer el naciente peligro de una prensa completamente judaizada. Reunieron una fuerte cantidad e hicieron comprar el diario por F. A. Munsey. Ante el asombro general, este cambio después de color y fusiono la empresa con la del "New York Sun". La obra de Gordon Bennett desapareció con dicha transacción y sus colaboradores se hallan hoy esparcidos. 
El triunfo de los hebreos constituyo una victoria financiera ganada sobre un muerto. Mientras vivió Bennett, fue un vencedor, financiera y moralmente. Siempre recordaran los norteamericanos al Herald como ultimo baluarte frente al hebraísmo neoyorquino, en cuyo periodismo actual este predomina más que en ninguna otra ciudad del mundo entero. Existe en otras partes alguno que otro diario que diga la verdad acerca de los hebreos. En Nueva York ni siquiera. Y así quedaran las cosas, hasta que los norteamericanos despierten de su somnolencia, deslindando claramente el punto de vista nacional. Entonces podría ocurrir que los todopoderosos de hoy tengan por que temblar ante la perspectiva del mañana. 
Es la moraleja de esta historia, que todo provenga de Nueva York hay que contemplarlo con desconfianza, porque procede del centro del gobierno hebreo, cuya finalidad tiende a influenciar las ideas del pueblo norteamericano para dominarle absolutamente algún día.