Abusos HOMO-sexuales en la Iglesia
Nuevamente, en los últimos días, han salido a la luz denuncias y condenas a sacerdotes católicos
por reales o aparentes abusos sexuales dentro de la Iglesia. Lo que no
se dice (y hay que repetirlo hasta el cansancio) es lo siguiente:
NO HAY CURAS HOMOSEXUALES… hay HOMOSEXUALES CURAS
Sin ánimo de repetirnos reiteramos un vídeo y un post sobre el tema para,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Durante el siglo VI, los bárbaros comenzaron a ingresar en la Iglesia, con sus bondades y sus vicios. El ite et docete se estaba dando; faltaba acristianarlos y hacer que el Evangelio empapara la vida de los hombres.
Durante
el siglo X, llamado el siglo de hierro, las costumbres en la Iglesia se
habían vuelto insostenibles en ciertos ambientes, incluso en el propio
clero. Fue entonces cuando un hombre extraordinario, originario de
Ravena, Italia, surgió como una luminaria feroz: San Pedro Damián, monje benedictino que llegó a ser cardenal de la Iglesia y martillo de herejes.
Por entonces, decía:
“Ha arraigado entre nosotros cierto vicio sumamente asqueroso y repugnante.
Si no se lo extirpa cuanto antes con mano dura, está claro que la
espada de la cólera divina asestará sus golpes, de un momento a otro,
para la perdición de muchos (…). El pecado contra natura repta como un cangrejo hasta alcanzar a los sacerdotes[1].
La
Iglesia necesitaba de una reforma. Y así lo hizo; con el tiempo, San
Pedro Damián se convirtió incluso en doctor de la Iglesia.
* * *
Pero analicemos ahora brevemente lo que pasa en la actualidad.
En
los últimos años y como una oleada devastadora que ahora sale de nuevo a
la luz, varios casos de abusos sexuales han surgido entre los
sacerdotes católicos. Y, con toda verdad, hay que denunciarlos y
repudiar este pus de la Iglesia, sin negar la realidad.
Pero también, para mantenernos firmes y dignos, es necesario recordar ciertas verdades que, por ser política o eclesialmente incorrectas, simplemente no se dicen.
Brevitatis causae enunciaremos sólo tres de ellas.
1) La homosexualidad ¿es una enfermedad o una perversión?
Si alguien dijese hoy que la sodomía es una enfermedad, sería rápidamente lapidado por la inquisición “progre”. El mismo Catecismo hace una salvedad a tratar de ella; sin embargo, hasta hace pocos años, el Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales (algo
así como la “biblia” de los psiquiatras) la tenía entre las
“enfermedades mentales”; fue recién luego de 1973 que, por la presión
del lobby gay, la Asociación Psiquiátrica Americana la reclasificó como un “trastorno”: la disforia de género.
Esta
verdad hoy “pasada de moda”, hace apenas unos días salió de la boca del
mismísimo Francisco en una de esas entrevistas aéreas que gusta dar.
Tan eclesialmente incorrecta fue la frase que el obispo de Roma fue
censurado por la Oficina de prensa del Vaticano en su publicación oficial escrita…
Es que, hay verdades y verdades…
Pero, ¿qué dice la Biblia sobre el tema? Veamos sólo tres citas:
(Lev 18,22): “No te acuestes con un hombre como si te acostaras con una mujer. Eso es un acto infame”.
(Rm
1,26-27): “Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas.
Incluso sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que
van contra naturaleza; y, de la misma manera, los hombres han dejado sus
relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los unos por
los otros. Hombres con hombres cometen actos vergonzosos y sufren en su
propio cuerpo el castigo de su perversión”.
(1 Cor 6,9-10): “¿No
sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni
los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados,
ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos,
ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.
Muy
bien… pero entonces… ¿En qué quedamos? ¿Es una enfermedad o es una
perversión? Una vez le preguntaron esto a un político argentino quien,
en otras épocas, respondió
– “Si es una enfermedad, hay que curarla y si una perversión, hay que erradicarla”.
“Ahora… -dirá alguno- ¿qué tiene que ver todo esto con la pedofilia?”.
Pues acá vamos a la segunda verdad olvidada o silenciada.
2) La inmensa mayoría de los abusos sexuales de menores han sido abusos homosexuales
Sí;
así de claro. Las estadísticas –incluso las últimas de USA– lo
confirman. Los abusos sexuales cometidos por parte de algunos sacerdotes
católicos, fueron abusos sodomíticos.
Es decir, y para ser claros: no hay sacerdotes homosexuales, sino homosexuales que “trabajan” de sacerdotes. Para
que esta gente llegase al sacerdocio, debió de existir una pésima
selección de los candidatos, pasando por alto las cuatro idoneidades el
Código de Derecho Canónico ha exigido siempre para los candidatos a las
órdenes sagradas: la idoneidad física, psíquica, moral e intelectual…
Y en muchos casos, huelga decirlo, hubo una selección o promoción al revés…
Esto viene desde hace décadas, cosa que nos lleva a declarar la tercera verdad silenciada.
3) Hay una extraña relación entre los abusos litúrgico/doctrinales y los abusos sexuales
No
queremos decir con esto –valga la aclaración de entrada– que sólo se
han dado los casos en ambientes “progresistas”. No. La realidad siempre
manda y el caso Maciel y los Legionarios de Cristo, Karadima y El Bosque, y Buela, con el Instituto del Verbo Encarnado, demuestran lo contrario, como escribimos al redactar Los “abusos sexuales de los buenos”. Es decir: la sodomía no es exclusiva de los “progres”, pero hay, sí, una relación entre progresismo y abuso homosexual. Veamos.
La
Iglesia siempre ha sido enormemente delicada en el trato que sus
ministros deben tener con el prójimo, varón o mujer; y esto no por
jansenista, sino porque sabe que en el hombre (en todo hombre) el pecado
original ha dejado marcas. Esta es la razón –entre otras– por la cual
existían rejillas en los antiguos confesionarios.
En la vida del genial San Juan Bosco, patrono de la juventud, se lee:
«Con
sus mismos alumnos, que tanto le querían y a quienes él correspondía
con amor paterno, mantenía siempre un aspecto reservado y digno y nunca
se permitió zalamerías de ningún género como besarlos o abrazarlos. A lo
sumo, para demostrarles su satisfacción por la buena conducta, ponía un
instante su mano sobre el hombro o sobre la cabeza o golpeaba
ligeramente su mejilla, acompañando siempre esta caricia con un oportuno
consejo (…). Formaba a los clérigos asistentes semejantes a
él. Les llamaba la atención si advertía que tenían demasiada
familiaridad con los alumnos. No permitía que los asieran de la mano,
que los dejaran entrar en sus celdas, ni que anduvieran en los
dormitorios entre cama y cama, salvo el caso de grave necesidad. Quería
que todo entretenimiento o conversación se tuviera en presencia de
todos, y bajo ningún pretexto en lugares apartados. Les advertía que en
sus gestos, escritos y palabras no hubiese nada que, ni de lejos,
ofreciera dudas sobre su virtud”[2].
Es
decir: siempre la Iglesia intentó ser extremadamente cuidadosa. La
pregunta entonces es obligada ¿cómo pudo ser que tantos hombres de Dios
(obispos o cardenales incluidos) hayan caído en el pecado nefando en los
últimos años? Quizás podamos arriesgar una respuesta y es esta.
Antiguamente, el sacerdote era un hombre consagrado al sobrio y estricto servicio del altar.
Con los vertiginosos cambios del mundo moderno y la nueva liturgia que
se impuso de modo abrupta a inorgánicamente luego del Concilio Vaticano
II, el sacerdote no tardó en convertirse, poco a poco, en el centro de
la “asamblea” y su anfitrión mayor (la misma postura de mirar al pueblo
en vez de mirar a Dios en la Santa Misa, ya dice mucho).
Despojado
muchas veces de las rúbricas litúrgicas y librado a la libertad de la
predicación sin sanciones concretas, los abusos doctrinales y las
innovaciones en las misas, llegaron a convertirse en hábitos, es decir, en algo-que-se-tiene-como-propio. Y acá va la pregunta: si no se respetaban las cosas divinas, ¿por qué deberían respetarse las terrenales? Hay quienes llegan incluso más lejos diciendo: “los
abusos sexuales cometidos por clérigos están relacionados con los
abusos litúrgicos, y la perversión sexual es reflejo de la perversión
litúrgica”.
No
lo sabemos con certeza. Lo cierto es que, el planteo no resulta
irracional. Los abusos perpetrados contra la liturgia y los sacramentos
son de los mayores delitos que se pueda cometer contra Dios. Si lo más
grande y más santo que existe no merece la máxima veneración, ¿cómo va a
serlo nuestro prójimo?
“Si
no somos capaces de tratar con respeto el Cuerpo de Nuestro Señor y
Salvador, ¿cómo vamos a respetar el cuerpo del prójimo? (…). Cuando la
Misa se echa a perder, todo lo demás se estropea también (…). No es
casual que el papa (Benedicto) que se está encargando de limpiar la
Iglesia de abusos esté también empeñado en limpiar la liturgia. Si no
somos capaces de respetar a Dios, no nos respetaremos unos a otros”[3].
* * *
Hasta aquí entonces las reflexiones.
¿Qué hacer ante todo esto?
- De nuestra parte, penitencia, oración y reparación; sabiendo que, desde el principio, el trigo y la cizaña están mezclados aquí abajo.
- Saber que, con esto, aunque se ha exagerado hasta el cansancio para afear el rostro de la Esposa de Cristo, hay casos probados y ciertos que debemos rechazar con todas nuestras fuerzas, condenándolos sin justificativos; éste será un signo de credibilidad.
- Promover una verdadera reforma de la Iglesia, desde la verdad y la castidad, sin puritanismos ni laxismos.
Si todo esto es una gran purificación de la Iglesia, entonces pasará.
Y si es un signo del fin de los tiempos, a levantar las cabezas, que está pronta nuestra liberación.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] San Pedro Damián, Tratados (Vol II), Tratado VII: Liber gomorrhianus, traducción y notas de José-Fernando Rey Ballesteros, edición Kindle 2017, 20.
[2] Jean Baptiste Lemoyne, Memorias biográficas.