martes, 3 de diciembre de 2019

17-EL SUPER CAPITALISMO INTERNACIONAL-SU DOMINIO DEL MUNDO EN EL AÑO 2000



Pedro Piñeyro 

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que exige la ley 11.723
Buenos Aires
1970
edición del autor 1970

Al genial filósofo,
sociólogo, economista,
creador del materialismo dialéctico,
fundador del socialismo científico,
organizador de la "Primera Internacional",
autor del "Manifiesto del Partido Comunista",
de "El Capital",
de cien obras medulosas que acicatearon la gesta proletaria.
Quien, a lo largo de cuarenta años de áspera lucha,
ignoró sistemáticamente la existencia de
la Banca Rothschild,
el más formidable bastión
del supercapitalismo.
,.. y el primer hombre a quien no asustaron el trueno ni
[el relámpago, inventó a Dios
y Le utilizó en su provecho.


Este libro se terminó de imprimir

en el mes  de Agosto de 1970

en Artes Gráficas "Sapientia"

Jvtobeu 1163 - Buenos Aires


105.   DEDUZCAMOS...

    Cuando los sacerdotes católicos enseñan catecismo a sus pár­vulos, tratan de explicarles algo que es, ciertamente, tan difícil de explicar como de entender: "Dios está en todas partes aunque nadie Le pueda ver".
    La Internacional Financiera también posee estas virtudes de ubicuidad e invisibilidad que se atribuyen a Dios: ella también está en todas partes, aunque nadie la pueda ver.
    Y posee, resulta innecesario subrayarlo, poderes omnímodos.
    Cada gobernante debió someterse directa o indirectamente a ella para que se le permitiera gobernar. La cortejan, enviando emisarios para consultarla a cada paso. Algunos presidentes, por más sumisos, merecieron el premio de la reelección.
    Todas las organizaciones cooperativas de alto nivel —Merca­do Común Europeo, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etc.— se deben a la inspiración iluminista de la Interna­cional Financiera.
    Su influencia provoca fenómenos que suelen resultarnos inexplicables: tal la fobia de De Gaulle por Inglaterra.
    Analicemos y deduzcamos: la Banca Rothschild es, sin duda, el más sólido sostén de la Internacional Financiera. El General De Gaulle es un viejo y entrañable amigo de los Rothschild, quienes le brindaron su áurea hospitalidad durante el largo exilio londinense.121
    Monsieur Pompidou, pasó de la Gerencia General de la Banca Rothschild al cargo de Primer Ministro de Francia el mismo día en que el arrogante General-estadista asumió la Pre­sidencia de la República.122
    Este tipo de designaciones ha pasado a ser una maniobra tan corriente que la Internacional Financiera ya ni se preocupa por disimularlas. En Estados Unidos, por ejemplo, los ministros de Defensa son, invariablemente, el Presidente Ejecutivo de Ford Motor Company, como McNamara,123 el Presidente de la General Motors, como Charles E. Wilson, u otro neto representante de la Industria (en poder de la Internacional Financiera desde el crash del año 1929).
    La Secretaría de Defensa no es un cargo político. Es un cargo industrial. El tycoon ("taicún" — magnate) designado para ocuparle se limita a "vender" su capital accionario personal y
luego de ese convincente humedecer de las plantas de sus pies en el Jordán, ya queda en condiciones de administrar discrecionalmente pero con insospechable desinterés y olvido de sus pro­pios intereses de la víspera, los miles de millones de dólares que cada año se asignan al presupuesto militar americano.
    Antes de otorgar su decisivo placel al candidato demócrata John Fitzgerald Kennedy, la Internacional Financiera le había impuesto, entre otras exigencias, el compromiso de que designaría para los dos puestos-clave de su gabinete —Secretarios de Defensa, y de Estado— a los ciudadanos Robert S. Me Namara y Dean Rusk, respectivamente.
    El ambicioso aristócrata bostoniano jamás había cruzado una palabra con ninguno de ellos.
    Eliminado Kennedy por su incumplimiento de otras obliga­ciones contractuales, le sucedió su Vice, Lyndon Baines Johnson, más apto, por la humildad de su origen, para cumplir dócilmente sus funciones de Presidente-marioneta.
    En 1967 Robert Me Namara cumplió su séptimo año inin­terrumpido en la gestión.124 En ese sólo ejercicio, según datos oficiales, dispuso discredonalmente de la astronómica suma de SETENTA Y TRES MIL MILLONES DE DÓLARES.
    En el alto nivel en que la Internacional Financiera cuece sus guisos, los complejos industriales General Motors y Ford se hallan tan simbióticamente unidos entre sí como lo están los complejos financieros de la Banca y del Seguro.
    Volviendo a De Gaulle, no cabe duda de que su adhesión a la Internacional Financiera es tan firme como puede serlo la de Mc Namara o pudieron serlo, en su hora, las de Baruch, Hoover o el matrimonio Franklin-Eleanor Roosevelt. Por eso es que, cuando vemos a De Gaulle atacar tan despiadadamente a la agonizante Inglaterra de la que tantas pruebas de cordialísima hospitalidad oficial recibiera en sus largos años de exilio, debemos pensar que, más que él mismo, son sus fríos mandantes los res­ponsables de tan inelegantes actitudes.125
121 No hubo ninguna diferencia entre la hospitalidad que la Casa Rothschild ofreció al General De Gaulle y la que ofreciera a Carlos Marx desde su expulsión de Francia en 1846 hasta su muerte en 1883.
122 Monsieur Pompidou renunció, al cabo de un tiempo. Un periodisía indiscreto repitió una declaración confidencial asegurando que su separación del gobierno degaullisla y en particular, del insigne General De Gaulle, eran sólo aparentes y se debían a la necesidad de ir trabajando su propia candi­datura a la Presidencia de Francia previendo que el octogenario General "decidiera" retirarse de la política y de la función pública.
123 Henry Ford II, chairman de la Empresa, es un Presidente teórico. I,a familia Ford perdió el control de la firma al enajenar gran parte de sus acciones. Henry Ford II es ahora un funcionario a sueldo en la Empresa y entre sus obligaciones se incluye la de alquilar su nombre.
124 Con Me Ñamara se repite lo que ocurriera a fines de siglo con el Secretado de Estado John Hay. (Los secretarios de Defensa se iniciaron con el Presidente Truman en 1947 y el primero de ellos fue James V. Forrestal) . Asesinado el Presidente Mc Kinley por razones parecidas a las que provo­caron el asesinato de Kennedy, el Secretario de Estado John Hay fue mante­nido en el cargo por Teodoro Roosevelt, Vicepresidente que sucedió a aquél.

106.    SIGAMOS DEDUCIENDO.. .

     Asociando ideas y hechos llegamos a la conclusión de que la Internacional Financiera considera que Estados Unidos, como Inglaterra, ya han cumplido su ciclo.
    De Gaulle, que ataca a ambos con la misma ferocidad, habrá de ser el principal responsable de la inmediata o mediata, directa o indirecta devaluación del dólar del mismo modo que antes lo fue de la última devaluación de la libra. Si convenimos en que De Gaulle es un simple robot de la Internacional Financiera, resulta fácil deducir y no puede sor­prender que Estados Unidos se halle en la línea de fuego de la archipoderosa fuerza apatrida para la que no existen otros fines ni otra línea política que los indicados en la plataforma iluminista estructurada por Weisshaupt y Mendelssohn.
    La meta iluminista consiste en subdividir los continentes en confederaciones de pequeños países y organizarlos según se está experimentando ya con el Mercado Común Europeo.
    Esos países, tan independientes y soberanos como lo son en la actualidad los países subdesarrollados entre los cuales tenemos el honor de contarnos, se manejarán democráticamente con sus tradicionales tres poderes, su prensa libre, sus credos libres y sus más diversos tipos de amores libres; pero sus gobiernos seguirán la línea económica de producción y consumo que cada confede­ración les trace.
    En realidad, África, Centro y Sudamérica y Medio Oriente han llegado en su evolución natural a subdivisiones que podrán ser mantenidas, salvo el caso de países demasiado extensos como Brasil, pasible de ser subdividido convenientemente en tres o cuatro repúblicas autónomas, y nuestra misma Argentina, que deberá defender a muerte la Patagonia, con El Chocón y otras obras igualmente fundamentales, si desea evitar la disgregación programada por el cónclave de cardenales de la Internacional Financiera.
    Estados Unidos de Norte América, Rusia y China serían, aparentemente, los tres huesos más duros de pelar, pero hay treinta años por delante para resolver ese triple problema y es muy posible que a mitad de ese camino cronológico las cosas no parezcan tan difíciles.
    Hemos de volver sobre este asunto, con más detalles. De momento, queríamos anticipar nuestra impresión de que Estados Unidos de Norte América, juzgada y condenada por la Interna­cional Financiera, se halla ya en antesalas de su cámara de gases. Simple repetición del proceso seguido contra la orgullosa Albíon.
    Ya en el año 1929, sorpresivamente, la Internacional Financiera produjo en la Bolsa de Nueva York, una terrible conmoción económica —el tristemente recordado crash del 29 de octubre— que llevó a Estados Unidos a un estado de crisis comparable al que pueden provocar 41° de temperatura en un organismo humano.
    Fue el comienzo de una larga etapa de cuatro años de "de­presión" —así se la llamó— en los que la industria, el comercio y la economía en general, más y más empobrecidos cada vez, anduvieron a los tumbos. Quince millones de desocupados crearon un cuadro social desolador.
Fueron cuatro años de desesperación, de progresiva angustia que coincidieron con los cuatro años del período presidencial de Herbert Hoover y culminaron en 1933 con el cierre de todos los bancos.
    Wall Street, filial de la Internacional Financiera, convertido en frío dictador de la economía americana, aprovechó el prolon­gado knocked down que acababa de provocar a su duro adversario, la Industria, para conquistar de manera definitiva su hasta entonces inexpugnables baluartes: sus ramas automotriz, siderúr­gica, petrolera, minera, naviera, ferroviaria, aérea, telegráfico-telefónica, tabacalera, farmacéutica, etc., etc.
    La orquestación de esa trascendental revolución económico-industrial americana, digna continuadora de las revoluciones francesa de 1789 y rusa de 1917, fue el prólogo de la ya prevista y planeada segunda guerra mundial. (Prevista en 1918 al pro­mulgarse el absurdo Tratado de Versailles y planeada en 1934, aprovechando el promocionado apogeo del meteoro Hitler, Führer del ambicioso Tercer Reich alemán).
    La liberación e inmediata expulsión de Trotzky del territorio ruso en enero de 1929, habían precipitado los acontecimientos. La suerte de Trotzky estaba echada desde que, en julio de 1924, Stalin había sido elegido para reemplazar a Lenin.
    La Internacional Financiera negoció de inmediato su liber­tad. Stalin ofreció la absoluta seguridad de que no ejecutaría a Trotzky pero su ofrecimiento fue rechazado. Se le permitiría mantener como rehenes a todos los hombres, también prisioneros, que habían acompañado a Trotzky. Serían la garantía de su futura conducta política prescindente, pero Trotzky estaba enfermo y se le quería curar.
    El astuto georgiano respetaba a la enorme fuerza que res­paldaba a Trotzky y no la quiso excitar en su contra.
    Cometió un error. Apenas liberado Trotzky, la enorme fuerza pudo entrar en acción.
Zinoviev, Kamenev, Bukharin y todos los demás hombres que habían acompañado a Trotzky fueron ejecutados de inme­diato.
    Pero eso ya había sido descontado por la internacional Financiera y por el mismo Trotzky. Sus vidas por la vida del masón iluminista Trotzky.
    Los acontecimientos fueron encadenándose: liberado Trotzky en enero de 1929, el incondicional Hoover, cuidadosamente pre­parado por la Internacional Financiera para reemplazar al inope­rante puritano Calvin Coolidge, asumió la Presidencia de los Estados Unidos unas pocas semanas después y su misión habría de consistir en vigilar la salud de los niños —a quienes donó su sueldo de Presidente— iniciando un programa de conferencias que se pronunciaron en la Casa Blanca sobre "Salud y Protección de la Niñez". Asimismo, promovió la construcción de viviendas-tipo (en combinación con su alter ego Bernard Baruch), la conservación de los bosques y la explotación de las reservas minerales, pero no se enteró de la masacre que los lobos de Wall Street estaban consumando en la economía americana.
    Los cuatro años del "neutral" Hoover sirvieron para justi­ficar el arribo del "reconstructor de la Economía Americana", Franklin Delano Roosevelt, otro incondicional de la Interna­cional Financiera que aprovechó la total devastación para "re­construir" a paladar de los arquitectos de Wall Street.
    Mientras tanto, uno de los lobos de Wall Street, Edouard Warburg del Warburg Brothers Bank, viajó a Munich para ofre­cer a Hitler la financiación de su movimiento, que se sabía —Hitler lo había anticipado en su Mein Kampf— desembocaría en un ataque frontal a Stalin y además, crearía una seria preocu­pación a Doumergue, impunemente dedicado a crear dificultades a la economía americana.
    De este modo, la Internacional Financiera tomaba estratégica posición en un nuevo frente.
Se iban superando etapas previstas por los ideólogos del Iluminismo.
    Más que una filosofía —repitámoslo— el Iluminismo es una religión: la religión de los más aptos, consagrada en la vida por la inmanente ley de la selección biológica. Una religión y una mística puestas al servicio de un esfuerzo que tiende a lograr la concreción de una Revolución Universal que habrá de ser tan permanente como las leyes naturales que la inspiran. Mientras tanto, no importa que Estados Unidos, Rusia y ahora China se yergan como tres superpoderosos Estados que obstruyen el paso.
    Recurramos a la simplificación y empecemos por descartar a Estados Unidos, que hará lo que la Internacional Financiera le indique.
    Sigamos con Rusia, cuya mística comunista entró en degene­ración a la muerte de Lenin y es ya un simple remedo comunoide y convengamos en que su potencialidad aparente es la de un Estado que aumenta en sus proporciones físicas porque ha elimi­nado la propiedad privada. La hipertrofia estatal rusa, sin más válvula de escape que sus altas investigaciones nucleares y espaciales, la ha aherrojado en un unilateralismo que reduce al míni­mo —un mínimo perfectamente controlable— la enorme peli­grosidad que pudo haber llegado a alcanzar por otras vías.
    Resta la China de Mao.
    Mao ha comprendido que su revolución corre el riesgo de vivir tanto como viva él mismo. Sabe que a su muerte, cuando él no esté allí, sentado a la cabecera de la mesa familiar para imponer respeto por simple acción de presencia, las apetencias individuales desencadenarán la lucha por el poder. Ello supondría repetir el proceso ruso. Descuidar la proyec­ción al exterior, es decir, enquistarse dentro de las propias fron­teras como en un corset de hierro e ir, insensiblemente, a un aislamiento suicida. De ahí la desesperación de Mao por promover su revolución intelectual y llegar a plasmar su propia religión comunista.
    Nada de esto preocupa a la Internacional Financiera.
    Mao alcanzó el summum de su peligrosidad en el momento en que catequizó a Sukarno y pudo llegar a intentar la explosión comunista del sudeste asiático, con la absorción de los veinte
países que lo integran y el contralor del Estrecho de Malaca, verdadero paso de las Termopilas para el comercio con toda Asia.
    Pero el sensual Sukarno estaba neutralizado por su libido enfermiza, sus mejunjes afrodisíacos y la bellísima japonesa, tan perfeccionada como lo estaban las cortesanas de la vieja Alejan­dría, que la Internacional Financiera le había puesto en el camino durante su visita a Tokio.
    Indonesia fue liberada de la influencia de Sukarno y pasada a la órbita de la Internacional Financiera. Ya lo explicaremos en detalle.
    Mao no adivinó, al unirse a Ho Chi Min, que estaba colabo­rando con la Internacional Financiera, dentro de cuyos planes políticos está incluido el debilitamiento de los Estados Unidos.
    Además, la Internacional Financiera guarda en su manga el As de Triunfo: la guerra entre los monstruos: Rusia vs. China. Nunca habrá habido una guerra más fácilmente provocable.
    Pero tampoco creemos que sea necesario llegar a esos ex­tremos.
    Tal como aniquiló a la invicta Inglaterra, la Internacional Financiera hará lo propio con Rusia y China por los más impre­vistos e imprevisibles medios.
125Sin embargo, la ingratitud, la vanidad y la perversidad parecen ser características esenciales de la personalidad de este hombre que se negó fríamente a satisfacer el postrer pedido que el ya gravemente enfermo Ma­riscal Petain le formulara de manera directa y por escrito, solicitándole permiso para usar su colchón de campaña a cambio del jergón de la cárcel, plagado de parásitos, sobre el que no podía conciliar el sueño. En su sádica, monstruosa impiedad hacia su ex Jefe, a quien consideraba traidor a Francia, el General De Gaulle olvidaba que el Mariscal Petain jamás había tenido la menor vinculación con la Banca Rothschild

107.    DECÍA PEROGRULLO...

   La amable vinculación de una pareja capaz de intercambiar genes, o de dos cazadores capaces de intercambiar ideas, pudo producir, indistintamente, el natural nacimiento de la política —decía Perogrullo.
    El hombre que fecunda a una mujer, cumple una función biológica, pero también practica una forma elemental de política.
    Los dos o más cazadores cavernícolas que compartían la seguridad de una misma cueva y el calor de un mismo rescoldo, necesitaban creer en algo que también les era común porque
conformaba una común preocupación por alimentos que se tra­ducían en salud y fuerza física.
    Ese algo en el que necesitaban creer constituyó la forma más simple de una esperanza que fue ilusión y necesitó vigorizarse en fe. Fe en la mejor suerte que le permitiera cobrar una buena pieza y regresar sanos, en la maza bien equilibrada que les per­mitía golpear con mayor fuerza, maza que pasó a ser amuleto, amuleto que pasó a adquirir la fuerza y la seguridad de "Eso" que era augurio, ilusión, esperanza y luego fue sentimiento reli­gioso y elemento esencial de la vida política en formación.
    Así pues, la política debió haber sido un menester natural y simple, pero el hombre-político la complicó deliberadamente hasta convertirla en una verdadera ciencia oculta.
    Decimos "deliberadamente" sin dar a la palabra una inten­ción crudamente malévola. El niño que despanzurra un juguete porque necesita ver qué es lo que hay en su interior, no actúa así por perversidad sino por curiosidad. Siempre termina por arrepentirse de haber causado el destrozo.
    El rudimentario hombre-alfarero empezó por cocer el barro arcilloso para dar dureza a sus cacharros y así llegó a la traslúcida porcelana.
    El hombre-político, en proceso inverso, inició una traslúcida práctica política en su tribu, la extendió al amplio valle que compartía con otras tribus y luego a otros valles que estaban detrás de las próximas montañas y de otras montañas más y más lejanas y fue opacidándola progresivamente hasta llegar al barro arcilloso de la política profesional. En este último punto fue donde aprendió, muchas veces con sangre, que el secreto de toda política exitosa estaba invariable­mente sintetizado en una fórmula mágica de solo dos palabras: "crear intereses".
    Quienes se prestaron a entenderlo así y se avinieron a crear y compartir intereses, pasaron a la Historia como grandes hom­bres-políticos; quienes se atrevieron a desconocer o a desafiar esa
ley no escrita —de Lutero a Hitler, incluyendo a Napoleón y Mussolini— fueron eliminados y execrados.
    De este último grupo subsiste aún Mao Tse Tung.
    Mirando el mapa del Lejano Oriente parecería que todo el sudeste asiático se brindara al monstruo continental chino.
    Mao y la Internacional Financiera saben que las proveedurías naturales del superpoblado mundo del mañana están en Asia, África y Latinoamérica.
    La Internacional Financiera controla absolutamente a África y a Latinoamérica.126
    No ocurre lo mismo, todavía, con la totalidad de Asia y esa temporaria parcialización se debe a Mao. Pero Mao es sólo un hombre. Un hombre a quien, teórica­mente, apenas le restan 10 ó 15 años de vida útil. Además, conviene no olvidar que Mao, hombre-político, fue inflado y promocionado por la propia Internacional Financiera para que pudiera cumplir esta función que está cumpliendo.127
    Justo es reconocer que Mao se resiste desesperadamente a ser un "idiota útil" más. Sabe que sólo tiene la posibilidad de con­cretar su emancipación en esos pocos lustros de vida útil que él, mejor que nadie, sabe que le restan. En ese corto lapso tendría que dotar a su raza de pigmento amarillo del más actualizado armamento nuclear. Mao sabe que únicamente así la dejaría en condiciones de defenderse de la raza de pigmento económico.
    Mao no puede ser Gandhi; está obligado a ser Gengis Khan.
    Tiene plena conciencia de que un hombre solo —y él lo está— no podrá oponerse, en definitiva, a todo un sistema político de magnitud astronómica, a una diabólica dinastía multifacética que se renueva en cada generación, en cada país y en cada activi­dad y se traduce en un nuevo tipo de ser humano que actúa como simple ruedecilla dentada en un mecanismo progresivamente cibernetizado.
    La tragedia de Mao está constituida por su seguridad de que la Internacional Financiera le está obligando a trabajar, a él, a Mao, en beneficio de ella. La guerra de Vietnam, magistral partida de ajedrez político au relantisseur —en acción sabiamente retardada— lo prueba sin dejar lugar a dudas.
    Aníbal y Alejandro habrían caído en la inoperancia y el desconcierto ante este nuevo tipo de guerra en el que pueden llegar a confundirse los intereses en pugna hasta el punto de que, por ejemplo, Mao deba su éxito nuclear a la contribución de la propia Internacional Financiera, porque la Internacional Financiera necesita a Mao sólidamente pertrechado —hasta pro­visto de la bomba "H", que ha aparecido en sus manos como por arte de magia— para que Mao pueda cumplir la doble ardua tarea de mostrarle los dientes a Rusia y deteriorar el poderío americano.128
    La Internacional Financiera, tan hábil para catequizar mesiánicos neuróticos y enviarles a asesinar a políticos molestos, halló en Mao al hombre que necesitaba para cumplir la misión de destruir el último imperio de Occidente y del mundo.
    El durísimo período de depresión económica que desde 1930 y por cuatro interminables años, tuviera como indiferente espec­tador al Presidente Herbert Hoover, dejó a la industria americana en poder de Wall Street o, lo que es lo mismo, de su mandante, la Internacional Financiera.
    Es sabido que Wall Street, Zurich, París, Londres, Frankfuri, Amsterdam, Singapur, Hong-Kong, Tokio, Sydney, Montreal y cuanto centro financiero existe en el mundo son simples prolon­gaciones de esa omnipotente fuerza —la Internacional Financie­ra— que ha realizado en lo económico lo que la otra Internacional —la Internacional Comunista— no ha podido realizar aún en lo político.
    Pasemos por alto los tres períodos presidenciales de Franklin Roosevelt —incluida su desconcertante actuación de Yalta, que nos resultaría incomprensible si no supiéramos que le había sido dictada por la Internacional Financiera—; pasemos también por alto la desconcertante actuación que cupo a Truman en Potsdam —que también nos resultaría incomprensible si no supiéramos que le había sido dictada por la Internacional Financiera— y llegare­mos a las medidas suicidas que condujeron a la eliminación del sumiso Chiang Kai Sek —que también resultarían incomprensibles si no supiéramos que habían sido dictadas por la Internacional Financiera.
    Nadie se desprende de un buen sirviente. Y Chiang Kai Sek lo era.
    Sin embargo, de acuerdo a planes estratégicos de alto nivel, resultaba indispensable sacrificarle y desalojarle de la China Continental para que Mao ocupara su lugar
    Se tenía el propósito de fortalecer a Mao y al Comunismo chino para utilizarles en operativos sucesivos: ayer, guerra de Corea; hoy, guerra de Vietnam; mañana, Tailandia, península malaya, estrecho de Malaca, Singapur, Filipinas.. .
    Por eso había sido preciso evitar que Mac Arthur aniquilara a Mao Tse Tung. Aún al duro precio de sacrificar al propio Mac Arthur.
126 África cumple un previsto proceso de sub-división al infinito. En cuanto a Latinoamérica —en la freezer (congeladora) , como la India— su desarrollo esta demorado sine die. La Internacional Financiera decidirá hasta cuando.
Esta es la cruda realidad.
Los hombres que se alternan en el gobierno de los países latinoameri­canos son políticos que conocen esa realidad. Cada vez que esos hombres adelantan irrealizables programas nacionales de desarrollo, fingen creer en lo que no creen. A la Internacional Financiera no le preocupa que ellos hagan ese juego invariablemente electoralista. Ella seguirá aferrada a sus planes de "desarrollo del subdesarrollo" hasta que lo considere conveniente.
Por lo que respecta a la Argentina, la Internacional Financiera ha resuelto que siga siendo un país agrícolo-ganadero, y habrá de ser así, sin duda, si no se produce un estado de conciencia nacional que derive en gobiernos de ver­daderos estadistas que tengan el coraje de enfrentar los problemas con inque­brantable decisión, sin dependencias de ninguna especie, y que sean capaces de movilizar al país hasta sacarlo del letargo en que lo han sumido los aneste­siantes efectos de la demagogia y la incapacidad.
Si ello no ocurre, será inútil que soñemos poseer una industria pesada similar a la que se le permitirá desarrollar a Brasil. Esa posibilidad está absolutamente descartada.
En cambio, el Fondo Monetario Internacional —FMI—, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura —FAO— y el Banco   Interamericano   de   Desarrollo  —BID—,   promueven   en  Argentina  la creación de centros de investigación para la conservación del suelo y ofrecen conceder créditos —no fijan límites— para recuperar los 34 millones de hectáreas que la erosión ha esterilizado en nuestro país, de igual modo que ofrecen otros créditos —tampoco fijan límites— para la instalación de moder­nos servicios sanitarios rurales, con laboratorios de alta investigación, similares a los existentes en la aseptizada campiña norteamericana.
Pero ni un sólo dólar para Somisa, condenada- a seguir siendo una simple quincallería.
127 Insistimos en que Mao es un involuntario auxiliar de la Internacional Financiera en los planes que ésta tiene para pauperizar a Estados Unidos, tal como ya lo hizo con la arrogante Albion. De no ser así, en abril de 1951, Truman hubiera permitido que Mac Arthur le aplastara en su embrión manchuriano.
Corea, Vietnam, Camboya, un próximo tercer frente en Tailandia o en la península malaya y la perspectiva de lanzarle en cualquier momento contra Rusia, justifican la ascensión y permanencia de Mao en el Poder.
128 El Dr. Tsicn San Tsiang, padre de la física nuclear sinocomunista, fue durante largos años, dilecto alumno y auxiliar de los sabios franceses Juan Federico Joliot e Irene Curie, en la Facultad de Ciencias de París. Posteriormente, fue contratado por los americanos para colaborar en los tra­bajos de investigación y perfeccionamiento de la fisión nuclear en el famoso MIT (Massachusetts Institute of Technical) y en la Universidad de Berkeley, California.
También tuvo a su cargo seminarios de trabajos prácticos en la planta experimental de Oak Ridge, Tennessee, dependiente de la Secretaría de Defensa.
Tsien San Tsiang contrajo todos los compromisos y firmó todos los papeles que los americanos le exigieron; formuló categórica profesión de fe antimaoísta, pero durante un viaje de vacaciones que realizó a París con su mujer e hijos, huyo a Shangai, donde le esperaba Mao.
En la actualidad es el Director de la planta atómica de Sinkiang, secun­dado por Chien Hsueh-Sen, quien también fue alumno y colaborador de los Joliot-Curie durante muchos años y más tarde, en base a esa experiencia, Profesor del Instituto de Tecnología de Massachusetts, el más prestigioso centro de espccialización técnica de Estados Unidos y quizá de todo el mundo.
Estos dos extraordinarios sabios, formados en las más exclusivas cátedras y plantas de investigación y experimentación de física nuclear occidentales, tienen a su cargo los centros de investigación y experimentación (conocidos) de Sinkiang, Lan-chú y Pao-tú y por lo menos, tres más —no localizados aún por los más sutiles servicios de espionaje— pero de cuya existencia, tanto Rusia como Estados Unidos, tienen pruebas.
Los resultados están a la vista: China detonó su primera bomba atómica de 20 kilotones el 16 de octubre de 1964, una segunda bomba de 70 kilotones el 14 de mayo de 1965 y así, progresivamente, el 9 de mayo, 27 de octubre y 27 de diciembre de 1966, hasta llegar a su primera poderosa bomba "H" del 17 de junio de 1967.
Se sabe que para una regular producción nuclear es indispensable una importante fuente de energía eléctrica. La planta de concentración de Ura­nio 235 de Lan-chú (provincia de Kan-Sú), al Oeste de China, cuenta con una capacidad energética de seis millonea de kilovatios-hora.
Utilizando sólo la cuarta parte de este potencial eléctrico se pueden producir 800 kilogramos de "Uranio 235" por año o sea, a razón de 18 kilo­gramos por carga de cada bomba, alrededor de 50 grandes bombas "H" par
Algunos meses antes de abandonar la Secretaría de Defensa, Mc Namara informó, en una reunión de la OTAN (Organización del Tratado del Atlán­tico Norte) , que Mao tenía ya un importante arsenal de bombas "H" y podría alcanzar cualquier blanco europeo desde mediados de 1970. Anticipó, asimismo, que sólo 5 años más tarde, es decir, en 1975, Mao poseería proyec­tiles de largo alcance (intercontinentales) con los que podría alcanzar cual­quier punto de la Unión.
El sucesor de Mc Namara, Clark Clifford, rectificó los cálculos de su  antecesor ante los más altos jefes del Pentágono. El (Clifford), acababa de tener información fidedigna al respecto: Mao poseería proyectiles de largo alcance desde junio de 1970.
Exactamente cinco años antes de lo calculado por Me Namara.
Permítasenos agregar, a modo de corolario, una referencia que ya constituye monótono sonsonete: al estallar la Revolución Francesa, los ilu-ministas habían logrado organizar un eficientfsimo servicio de espionaje que actuaba en todos los niveles sociales. Políticos, funcionarios, legisladores, di­plomáticos, profesionales, empleados, nobles, aristócratas, sirvientes, obreros, mendigos y prostituías, ejercían la productiva labor de espías.
La Internacional Financiera, fantasmagórico omnipoder en que se des­dobló el Iluminismo, ha ido perfeccionando, a través de los años, aquel primitivo aparato de espionaje nacional basta convertirle en una densa telaraña que  alcanza a todas las cancillerías y servicios do inteligencia del mundo. Ya desde la primera guerra mundial, la Internacional Financiera se aseguró una "copia carbónica" de todos los informes que los espías y contraespías profesionales venden a distintos gobiernos.
Paga generosamente en dinero y protección.
Consecuentemente, la Internacional Financiera influyó por intermedio de sus gobernantes amigos, para que las naciones más adelantadas de la Tierra concretaran sus mus ambiciosos y costosos proyectos de investigación científica. Hjalmar Schacht la impuso de todo lo relativo a la V 1 y V2 de von Braun; Wall Street la permitió conocer las distintas etapas hasta la obtención de la rudimentaria bomba atómica de Los Alamos y a las ediciones subsiguientes de la tcrrffícn brmba "H".
I.a Naturaleza ha dictado su ley de equilibrio biológico; la Internacional Financiera, inspirándose en tan sabia maestra, ha dictado su ley de equili­brio bélico.
No fueron los espías rusos sino la Internacional Financiera quien pro­porcionó los datos para que los comunistas pudieran producir su propia bomba "H". Logrado esto —el perfecto equilibrio—, la bomba "H" perdió su valor bélico y político. Las bombas rusa y americana se neutralizaban.
Cuando se permitió que los servicios de espionaje inglés y francés obtuvieran  la información necesaria para que los sabios de sus respectivos países pudieran reproducir la bomba "H", ésta perdió automáticamente su impor­tancia decisiva.
Pero faltaba establecer otro equilibrio: era necesario que también Mao Tse Tung tuviera su propia bomba "H".
La Internacional Financiera facilitó a los investigadores chinos Tsicri San Tslang y Chien Hsueh Sen sus primeras letras nucleares junto a los Curie, en París, y más tarde su perfeccionamiento y doctorado en los infranqueables centros de investigación americanos.

108.    REVELACIONES   POSTUMAS   DE MAC ARTHUR
   
    El General Douglas Mac Arthur comentaría su relevo dicien­do textualmente:
    Pude haber ganado la guerra de Corea en un plazo máximo de diez días. Puedo afirmarlo categóricamente porque de las veinte campañas que dirigí en mi vida militar, ésta habría de haber sido la que mayor seguridad y confianza me inspiraba. Me proponía destruir el poder aéreo del enemigo dejando caer entre 30 y 50 bombas atómicas sobre sus bases aéreas y depósitos.
    Luego habría recurrido a medio millón de soldados propor­cionados por Chiang Kai Sek, dirigidos por dos divisiones de marines americanos. Una parte de estas fuerzas habría desem­barcado en Antung para avanzar hacia el Este por el camino que bordea el Río Yalú. La otra parte, encabezada por la segunda división de marines habría desembarcado simultáneamente en Najín y avanzado hacia el Oeste, por el mismo camino paralelo al Yalú. Ambas fuerzas se habrían encontrado a los dos días de marcha, formando una muralla humana a lo largo de la frontera septentrional de Corea. Todos los barcos necesarios para reforzar esta acción estaban ya en Japón. De haberse necesitado, eventualmente, algún refuerzo naval, también lo tenía en Pearl Harbour.
    El Octavo Ejército, extendido a lo largo del Paralelo 38, pre­sionaría al enemigo desde el Sur, mientras la fuerza anfibia —las dos divisiones de marines y los 500.000 soldados chinos naciona­listas— lo habrían presionado desde el Norte. De ese modo, entre un millón y un millón y medio de soldados comunistas habrían quedado cercados por un cinturón de hierro que hubiera impe­dido su abastecimiento.
    El comando enemigo se hubiera tenido que enfrentar con el problema del hambre a los diez días de nuestro desembarco. Pienso ahora que el enemigo hubiera pedido la paz apenas se hubiera enterado de la destrucción de su fuerza aérea y del blo­queo de sus rutas de abastecimiento.
    Para evitar la posibilidad de que el enemigo concibiera la idea de concentrar sus tropas con el propósito de forzar el cruce del Río Yalú y salvar el cerco, yo tenía el plan de que mis fuerzas del Norte avanzaran hacia el Sur extendiendo desde e! Mar del Japón hasta el Mar Amarillo un cinturón de cobalto radioactivo que podría haber sido lanzado desde camiones o aviones. El cobalto radioactivo tiene una vida activa de 60 a 120 años. Quie­re decir que, por lo menos, Corea no habría podido ser invadida desde el Norte en 60 años. El enemigo no habría podido avanzar a través del cordón radioactivo.
    ¿Rusia? Me hicieron reír los temores del grupo Truman Acheson, Marshall, Bradley y demás generales del Estado Mayor. Rusia no iba a comprometer sus ejércitos en una guerra en favor de China, allá en la punta de un interminable ferrocarril que conducía a un campo de batalla metido en una península que sólo tenía salida al mar. Rusia no podía pensar seriamente en hacernos frente. Además, tampoco hubiera peleado apoyando a China porque ya sentía inquietud y desconfianza hacia aquel coloso que ella misma había alentado.
    La tregua en que entramos —ese tremendo error de negarnos a vencer cuando pudimos haber vencido— dio a China comunista el respiro que necesitaba. Los primitivos aeródromos de Manchuria se convirtieron en modernas instalaciones con pistas de dos millas de extensión.
    China comunista tenía un solo centro de producción de armas antes de que el Presidente Truman me destituyera. Ahora ha construido cuatro nuevos centros de producción semejantes a aquél. Pienso que en cincuenta años más, si consigue desarrollar sus instalaciones de construcción de aviones, China comunista será una de las primeras potencias militares del mundo.
    En ese momento estaba a nuestro alcance destruir el ejército chino comunista y el poder militar chino comunista. Probable­mente para siempre. Mi plan era facilísimo, pero un grupo de aislacionistas y de jefes de Estado Mayor politizados,126 me rehusó el derecho de llevarlo a cabo.
    Usted se sorprenderá al oírme llamar aislacionistas a Tru­man, Acheson, Marshall y demás. ¡Ellos eran los auténticos ais­lacionistas! Hicieron una sola cosa diferente de lo que llamamos aislacionismo en este país: extendieron sus muros hasta incluir a Europa occidental. Nunca abarcaron al mundo como un todo. Nunca justipreciaron las enormes fuerzas de Asia. En tiempos de Eisenhower —un hombre ingenuo y honesto que no quiere lastimar a nadie— hemos persistido en ese aislacionismo. Con el tiempo, abandonaremos nuestras posiciones e intereses en el Pacífico.
    Consideramos conveniente aclarar que el General Douglas Mac Arthur formuló estas declaraciones al prestigioso columnista Bob Considine, de la King Features Syndicate, el 25 de enero de 1954, en la suite que ocupaba permanentemente en la exclusiva torre del hotel Waldorf Astoria, de Nueva York.
    Al dejar el servicio activo, Mac Arthur había aceptado la Presidencia de la poderosa Remington Rand Corporation y esta­blecido su domicilio en Waldorfs Tower.
    Nos vence la tentación de apuntar una nota curiosa: en su mismo piso, servidos por los mismos ascensores y salidas a un vestíbulo común, también ocuparon durante años, suites similares a la suya —cien dólares diarios— el ex-Presidente Herbert Hoover y la actriz Marilyn Monroe. La actriz se suicidó en su residencia de Los Angeles en 1962 mientras Mac Arthur y Hoover fallecieron en Nueva York, ambos en 1964.
    El General Mac Arthur impuso al periodista Considine la, expresa condición de que las declaraciones que formulaba en la interview no habrían de ser publicadas mientras él (Mac Arthur) viviera.
    Mac Arthur había sido destituido por el Presidente Truman el 11 de abril de 1951. El 17 de diciembre de 1952 entrevistó al Presidente electo Dwight Eisenhower en la residencia de John Foster Dulles, en Nueva York.
    Eisenhower asumiría la Presidencia de la Nación el 20 de enero de 1953.
    Acota el periodista Considine:
    A Mac Arthur le molestó igualmente, el hecho de que un hombre que había recibido de él miles de órdenes —Eisenhower había sido varios años su Ayudante de Campo— se hubiera ne­gado a cumplir lo que Mac Arthur consideraba la orden más importante: un plan para terminar con la guerra fría que habría ubicado a Eisenhower en lo que Mac Arthur llamaba un papel mesiánico. En la entrevista que estoy refiriendo —sigue Consi­dine— pedí al General Mac Athur que me narrara lo que había sucedido en la visita que efectuó a Eisenhower en casa de Foster Dulles el 17 de diciembre de 1952
    Eisenhower acababa de volver de su viaje secreto a Corea, cumpliendo lo prometido en su campaña electoral. En su ausen­cia, el General Mac Arthur había dicho en un discurso que tenía un plan sencillo y practicable para terminar con la guerra fría. Se negó a comunicárselo a Truman —con gran indignación de éste— pero accedió a entregárselo a Eisenhower a su regreso.
    Así reconstruyó Mac Arthur la escena:
    Inicié yo la conversación. Hablé durante una hora y cuarto. No creo que sería juego limpio revelar a usted mi plan; seria una carga injusta para usted, como periodista.
   Baste decir que cuando terminé de hablar, Eisenhower golpeó la mesa, se levantó de un salto y comenzó a pasear por la habi­tación. ¡Esto es magnifico! —comenzó—. Es. . . Pero Foster Dulles lo interrumpió: General —le dijo— recuerde que cu el barco en que volvíamos de Corea convinimos en no emprender nada de ese tipo durante todo un año. Quedamos en que dedicaríamos el primer año a consolidar nuestra posición. Y siguió hablando du­rante un cuarto de hora.
    Yo observaba a Ike —prosiguió diciendo Mac Arthur—. Pude ver que su entusiasmo se extinguía poco a poco. Cuando Dulles terminó de hablar, estábamos otra vez en el punto del cual yo había partido. Me levanté y poco faltó para que, en mi ansiedad, abrazara a Ike. Puse mis manos sobre sus hombros y le dije: Ike, esta es la última vez que le hablo en esta forma. Usted está por asumir un cargo que es el más elevado de este mundo. Estoy orgulloso de que un hombre que ha estado tan cerca de mi como lo ha estado usted, haya alcanzado esta tremenda preeminencia. Su victoria en Europa, su honestidad, su integridad, su radiante y maravillosa personalidad se han combinado para hacer de usted un hombre único. A usted le quieren y respetan todas las nacio­nes del orbe. Hasta en la Unión Soviética es usted profunda­mente respetado. Usted tiene la más grande oportunidad de hacer el bien que nadie haya tenido desde el nacimiento de Jesucristo. Tiene en sus manos, hoy, el poder necesario para causar la mayor impresión que se haya hecho en la civilización desde la crucifi­xión de Cristo. Si al ir a la Casa Blanca actúa instantánea y dinámicamente con este programa, la Historia no dejará de re­cordarle como un Mesías.
    Pero no tiene mucho tiempo. Por nuestros errores en Asia le hemos dado al enemigo la posesión —cada vez más fuerte— de la mitad de la población de la Tierra y el 60 por ciento de sus recursos naturales cuando se los explote debidamente. Le hemos presentado en bandeja los baluartes que incrementarán su fuerza. Lo estamos dejando avanzar hacia el África. Al repu­diar nuestra antigua tradición de que la victoria es la única razón para entrar en guerra, lo hemos estimulado en todas partes.
    Aún hay tiempo para cambiar la marcha. Esa marcha sólo puede ser invertida por usted, el hombre más querido y respe­tado del mundo en este momento. Usted y yo hemos combatido juntos mucho tiempo.   Hemos tenido nuestros altibajos. He co­metido mi buena porción de errores y usted los suyos. Eisenhower sonrió al oírme decir esto —recordó Mac Arthur y siguió diciendo: Desde el principio, sentí por usted, Ike, el afecto de un hermano mayor. No vacile en tomar el mando. La suya es una misión mesiánica, créalo. Su nombre será un nombre bendito. Pero si espera un año, le vaticino por mi vida que cada uno de sus primeros tres meses en la Casa Blanca, su popularidad disminuirá. Cada día de los tres próximos meses su influencia se irá esfu­mando. Y cada día de los seis meses siguientes perderá estatura geográfica. Al terminar el año, usted ya no será lo que es hoy una figura trascendente. Para entonces, será principalmente la cabeza titular del Partido Republicano y estará ocupado en las tareas menores de mantener la unidad de ese Partido en un año de elecciones.
    Yo no habría podido ver más claro todo ese futuro que esta­ba profetizando si hubiera estado mirando una bola de cristal —comentó Mac Arthur. Luego continuó emocionado: Había lá­grimas en los ojos de Eisenhower cuando cruzamos nuestras mi­radas. Ambos, él y yo, callados. Pero el silencio de la habitación fue roto por la voz fría y calculadora del abogado Dulles, quien había vuelto a ocupar su tribuna. Su estado de ánimo era un poco paternal, benevolente, cuando dijo: ¡Muy interesante!... ¡Muy interesante!. . y enseguida, volviéndose a Eisenhower, agre­gó: Pero la verdad es que el General Mac Arthur podría estar ahora  tan  equivocado  como  lo  estuvo  antes, cuando  apoyó  a Bob Taft contra usted.130
    El General Mac Arthur siguió diciendo al periodista Considine:
    Pude sentir el enfriamiento de Eisenhower. Pasados unos instantes, retiré mis manos de sus hombros y señalé: —Bien; creo que es todo lo que hay que decir. Nos dispusimos a partir, pero antes de salir le dije: No tendrá que preocuparse por mí cuando esté en la Casa Blanca. No quiero nada. No me propongo par­ticipar en debates públicos ni tratar de forzar leyes o políticas. Adiós y que Dios le bendiga.
    Dejemos ahora al ilustre héroe del Pacífico que murió con la amargura de haber visto a dos presidentes de la Unión tomar deliberadamente por el atajo errado y retornemos a la cruda realidad que en este momento nos ofrece el líder comunista chino.
    Acaso Mao sepa cuanto debe a Foster Dulles, de igual modo que sabrá, sin duda, cuanto debe a Truman y a Acheson.
    Como el genio de la lámpara de Aladino, Mao es liberado para trabajar en beneficio de quien frote la lámpara. Mao está condenado a seguir trabajando, por inercia política, en favor de la Internacional Financiera. Se verá obligado a seguir mantenien­do un permanente estado de guerra que empobrecerá a Estados Unidos, soliviantará a su población negra y a su población blanca, prostituirá su juventud, corromperá su estudiantado, llevará al contribuyente a sufrir exacciones fiscales confiscatorias y a todo el país al caos y a la posibilidad de su división en varias confe­deraciones regionales tan autónomas y soberanas como países independientes.
129 El circunspecto General Mac Arthur no podía ser más explícito ni entrar en mayores detalles. Sin embargo, en su patriótica indignación, fue lo suficientemente concreto como para que se dedujera el verdadero significado de sus calificaciones "aislacionistas" y "jefes de Estado Mayor politizados" que asignó a Truman y Acheson por un lado y a los generales Marshall y Bradley por otro.
Esos mismos estadistas y esos mismos jefes de Estado Mayor o aquellos que les sucedieron e insistieron en su línea política, son quienes hoy lamentan o fingen lamentar la magnitud alcanzada por la guerra de Yietnam y la pavo­rosa potencialidad militar de la China comunista de la hora actual.
Infiérase el oculto paralelismo de dos episodios que, aparentemente, no tienen relación entre sí: Mac Arthur fue destituido para que no aniquilara a China comunista; el Presidente Kennedy fue asesinado para que no pusiera fin a la guerra de Vietnam retirando a las tropas americanas de ese frente de lucha.
Todo indica que sólo se persigue un permanente estado de guerra con el lógico debilitamiento de Estados Unidos.
130 Dullcs se refería a un episodio registrado durante la Convención Re­publicana celebrada en Chicago el 17 de julio de 1952.
Luego de cinco períodos presidenciales demócratas, los cerebros politices de Wall Street recordaron que la función gubernativa desgasta a los hombres y a los partidos. La depresión y la segunda guerra mundial hablan incidido para que Frankim D. Roosevelt fuera elegido Presidente cuatro veces conse­cutivas y Truman fuera reelecto en 1949.
Resultaba electoralmente higiénico —higiene gimnástica— ofrecer al abur­guesado pueblo americano, fluctuante por naturaleza, el pretexto que justifi­cara su cambio. Un héroe de guerra que representara a los republicanos, por ejemplo. Mac Arthur llenaba todas las condiciones menos una y principal: no era "ma­nejable".
Se le desechó, sin más trámite. Se optó, en cambio, por el General "cinco estrellas" Dwight D. Eisenhower, a quien el Mariscal Montgomery citara en sus Memoirs como un "mediocre oficial de Estado Mayor".
Los cerebros necesitaban un candidato que no tuviera escrúpulos en jugar, al cierre de la campaña proselitista, el As que ellos le pondrían en la manga. El padrón femenino, decisivo en los cómputos electorales, estaba inte­grado por madres, esposas, hermanas y novias que no entendían el porqué de esa lejana guerra en la que morían sus amados muchachos.
Corea...  ¿Qué importaba Corea?...
En las primarias que el Partido Republicano había ido realizando en distintas ciudades para auscultar la opinión, había sobresalido Robert Taft, 63 años, eminente abogado y político, Senador, 28 años de experiencia legis­lativa, Presidente del Partido Republicano, hijo del 27' Presidente de la Unión.. . Un Presidente ideal. Mac Arthur se volcó en su favor. Esto era lo que acababa de recordar Dulles.
Al cierre de las "primarias" Taft había reunido 464 votos y Eisenhower sólo 390. Pero estaba resuelto que Eisenhower habría de ser el candidato que triunfara en la Convención del Partido Republicano y así ocurrió. Salió a la palstra nacional como candidato del Partido Republicano. Su adversario, el demócrata Stevenson, era un rival realmente importante pero después de una campaña pareja y de profecías más parejas todavía, Eisenhower jugó "su As", según se explica más adelante, y triunfó.
    
109.    EL UBICUO  CAMISERO TRUMAN

    El Partido Demócrata había triunfado en las cinco sucesivas elecciones presidenciales -posteriores a Herbert Hoover: Roosevelt, 1933/1937, 1937/1941, 1941/1945 y, excepcionalmente, debi­do a la situación de guerra, por un cuarto período, 1945/1949.
    Al fallecer Roosevelt el 12 de abril de 1945, su vicepresiden­te, Harry S. Truman, completó ese cuarto período y fue reelegido, a su vez, por un nuevo período constitucional, 1949/1953, al batir al republicano Dewey por 303 contra 189 electores.
    Truman, hombre de humilde extracción, obligado a ganarse la vida desde temprana edad, sólo había podido cursar algunos grados de enseñanza primaria en su pueblo natal, Independence (Missouri).
    Lustrador de zapatos, vendedor de diarios, tipógrafo del Kansas City Star, empleado ferroviario, auxiliar del banco local, cumplió un período de un año como soldado raso en la Missouri National Guard (1905) de donde trató de pasar a la Academia Militar de West Point, siendo rechazado por su escasa vista y por sus escasos conocimientos. Decepcionado, retornó a la pequeña chacra de sus padres hasta que la inminente intervención de su patria en la primera contienda mundial, le llevó a inscribirse como aspirante a oficial voluntario en la Escuela de Artillería de Fort Sill (Oklahoma) en 1917, cuando contaba ya 34 años de edad.
    Se batió valientemente en Los Vosgos y Argonne, mereciendo sendas citaciones en la Orden del Día y sucesivos ascensos a Primer Teniente, Capitán y Mayor. De regreso a su país, se dedicó al comercio y abrió una tienda en la que vendió camisas, corbatas y artículos de mercería.
    El fresco recuerdo de su heroica conducta en la guerra europea, justificó que se le eligiera Juez de Paz por el período 1922/1924. En tal carácter, asistió a la Escuela de Derecho de Kansas, donde adquirió conceptos jurídicos básicos pero no obtu­vo ningún título. De esa época datan su incorporación a la Masonería y su activa militancia en el Partido Demócrata, en cuya representación ocupó una banca en el Senado de Washington, diez años después. Demostró tan masónica obediencia para votar según se le ordenaba "desde arriba", que mereció ser reelegido por un nuevo período.
    Ya hemos dicho que el Iluminismo, la Masonería-Madre, el Comunismo, la Banca Rothschild, Wall Street, las Masonerías-Filiales —entre ellas, la americana- son simples estamentos de la Internacional Financiera.
    Admitimos que no exista lo que podríamos llamar "ínterrelación" entre las mil y una divisiones que constituyen ese inconcebible Super-Estado Financiero Universal, pero aseguramos que todos ellos están particularmente conectados con la cúspide —"Sacro Colegio" de la Internacional Financiera— y son mane­jados desde esa inescrutable altura tal como son manejados institucionalmente la Banca, el Seguro, el Petróleo, la Metalurgia y todos los complejos industriales existentes a lo alto y ancho de los cinco continentes.
    La disciplinada conducta de Truman durante sus dos perío­dos senatoriales, le valió ser designado para integrar la fórmula que por cuarta vez encabezaba Franklin Delano Roosevelt.
    El estado de salud de Roosevelt era ya sumamente precario.
    El Consejo Directivo de cualquier partido político de orga­nización normal habría considerado que suponía un verdadero riesgo reelegirle. Sin embargo, él y su mujer, Eleanor, se hallaban tan identificados con los inidentificables pontífices de la finanza ecuménica, que se le consideró apto para seguir siendo Presidente de los Estados Unidos de Norte América mientras estuviera en condiciones de estampar una firma que, llegado el caso, también podía serle falsificada.
    Cuando un gobernante, ya en estado precomatoso, firma maquinalmente un decreto sin saber lo que firma, o alguien imita su firma porque el titular es incapaz de sostener la pluma, lo que interesa es que esa firma —tanto da que haya sido inconsciente o apócrifa— sea refrendada por el Ministro respec­tivo.
    Franklin D. Roosevelt inició su cuarto período el 20 de enero de 1945130bis y murió el 12 de abril siguiente, esto es, exactamente 2 meses y 23 días después.
    Truman se condujo tan satisfactoriamente durante los 45 meses y 7 días restantes, que el Partido Demócrata y la Internacional Financiera resolvieron designarle candidato a Presidente para el siguiente período.
    Nadie hubiera arriesgado un cuarto de dólar apostando a su favor.
    Su acción de gobierno, canalizada en preferente favor de distintas oligarquías, había sido tan inconveniente para los inte­reses populares que se descontaba su categórica derrota.
    Pero no ocurrió así. Las mismas fuerzas que habían mante­nido a Roosevelt y habían hecho posible que, como en la leyenda del Cid, su cadáver ganara la última batalla, lo mantuvieron luego a Truman para que siguiera ejecutando fríamente aquellos absurdos yerros políticos: entrega del inerme Chiang Kai Sek a la voracidad de Mao Tse Tung, carta blanca a Stalin en Potsdam para que tomara cuanto le apeteciera, designación del mediocre General Eisenhower en carácter de Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, ignominioso relevo del General Mac Arthur, el más brillante general norteamericano de todas las épocas, orden de arrojar sendas bombas atómicas, "con propósi­tos de escarmiento", sobre dos ciudades abiertas de Japón, etc., etc.
    Harry Truman venció al republicano Thomas Dewey por 303 contra 189 electores.
    Cuando Truman cumplió, por fin, su segundo período de gobierno, rechazó la candidatura que se le ofrecía.
    Truman, ambicioso y tenaz como ninguno, jamás habría rechazado la posibilidad de seguir siendo Presidente de la Unión, salvo orden en contrario.
    La orden existió, sin ninguna duda. El la cumplía al retirarse a escribir aquellas aburridas Memoirs en las que se limitaba a citar una serie de resoluciones y decretos sin referirse, en ningún caso, a los verdaderos intereses que habían inspirado cada uno de ellos.
    Se había utilizado a Truman sin el menor pudor adminis­trativo ni político, hasta convertirle en ejecutor de órdenes que sólo un hombre como Truman podía haber cumplido.
    Stevenson, por ejemplo, se habría negado categóricamente a firmar cualquiera de los decretos de los que Truman se jactaría más tarde en sus Memoirs. Por eso fue que Stevenson no pudo llegar a la Presidencia de los Estados Unidos de Norte América.
    Los factores de poder que dirigen la política americana suelen necesitar irresponsables del tipo de Truman. Algunos años antes habían apelado a Warren Harding pero se habían visto precisados a eliminarle al comprobar que Harding había olvidado sus compromisos. (Cuarenta años más tarde, otro Presidente —John F. Kennedy— sería eliminado por la misma razón).
    El caso de Truman había sido distinto. Se había portado como un buen chico, pero se le había exprimido al máximo. En adelante, Truman no podría ser otra cosa que un decorativo ex-Presidente de la República en las filas de su propio Partido.
    Por simple reflejo, el Partido Demócrata había resultado tan perjudicado por la actuación de Truman que tampoco podría tener aspiraciones de consagrar a otro de sus hombres hasta que pasaran algunos años.
    Por eso fue que Eisenhower —que en el primer momento venía consignado al Partido Demócrata— fue desviado hacia el Partido Republicano.
130 bis A partir del segundo mandato de Roosevelt, año 1937, los presi­dentes de Estados Unidos asumen su cargo el día 20 de enero a mediodía, con­forme lo dispone la vigésima enmienda a la constitución de ese país. Hasta el año 1933 la fecha de asunción del cargo era el 4 de marzo.

110.    EISENHOWER DERROTA A STEVENSON

    El Gobernador de Illinois, Adlai Stevenson, declaró el 19 de julio de 1952 a un repórter de la Associated France Press, en la reunión anual de gobernadores que ese año se celebraba en Houston:
No he aceptado esa candidatura todavía. Tomaré mi decisión de acuerdo con una determinada situación que deberé resolver antes.
    Stevenson sabía que su adversario habría de ser Eisenhower y no Taft. Sabía también cuales habrían de ser las fuerzas que apoyarían al ex-Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas.
Stevenson era, quizá, el más brillante jurista americano y un constitucionalista de merecido prestigio internacional. Aristócrata de Illinois, venía cumpliendo un ejemplar gobierno en ese Estado. Su desinterés personal era proverbial. Su bufete de abogado, en Chicago, pudo haberle producido verdaderas fortunas pero apenas le había permitido vivir decorosamente con su mujer y sus cuatro hijos.
    Stevenson nunca había defendido a otros clientes que a aquellos que le hubieran convencido previamente a él mismo de su inocencia. Para cualquier jurado, el sólo hecho de que Stevenson se prestara a defender a un imputado, constituía la mejor prueba en favor del mismo.
    Por ello, nunca había perdido un asunto.
    El americano común acarició la esperanza de que Stevenson realizara una tranquila política hogareña y desterrara aquella absurda tendencia imperialista que estaba costando tantos centenares de vidas y tantos centenares de millones de dólares; miraba, en cambio, con profunda desconfianza a su antagonista, el Gene­ral Eisenhower, profesional de la guerra, quien viviría en estado de guerra como un pez en el agua.
    Lo que el americano común no sospechaba y aún hoy sigue ignorando, es que existen poderosísimos, irresistibles factores de poder que manejan a su arbitrio la política interna de todos los países grandes o pequeños del mundo, entre los que se hallaba y se halla, en la primera línea, Estados Unidos de Norte América.
    Factores de poder que ya habían impartido a Truman la orden de que se retirara a cuarteles de invierno a escribir sus Memoirs y que ya habían dispuesto que el próximo Presidente de los Estados Unidos de Norte América habría de ser el héroe de guerra, General de Ejército ("cinco estrellas") Dwight D. Eisenhower.
     Por entonces, el propio Eisenhower ignoraba la suerte que "podría caberle y por más que su ignorancia en lides electorales corriera pareja con la ignorancia en lides guerreras que el Mariscal Montgomery le atribuye en sus "Memorias", no podía desco­nocer que la prueba era sumamente difícil por los extraordinarios méritos personales de su oponente, el demócrata Stevenson.
    Ambos, Eisenhower y Stevenson, cumplieron una intensa campaña proselitista.
    Los organizadores de la campaña de Ike Eisenhower (I like Ike) habían programado el discurso final del General algo des­pués que Stevenson pronunciara el suyo.
    Cada familia americana tenía uno de sus miembros luchando en Corea.
    Quinientos muchachos morían cada mes en aquella cruenta guerra en el Lejano Oriente, cuyas razones nadie entendía. Por eso, todo el país había esperado los discursos finales de aquellos hombres, uno de los cuales habría de ser el futuro Presidente, confiando en oir alguna promesa que permitiera vislumbrar la posibilidad de terminar de algún modo esa guerra que se había convertido en una verdadera pesadilla de sangre.
    El tono de Stevenson, mesurado, digno, no resultaba propicio para formular promesas demasiado optimistas.  Stevenson sabía que no podía formularlas porque no podría cumplirlas. El electorado no podría entender como, a veces, intensificar al máximo una ofensiva, suele constituir la mejor forma de abreviar la lucha.
    En cambio, el discurso final de Eisenhower superó el estallido de una poderosa bomba atómica.
    Era el ¡Sésamo, ábrete! que la Internacional Financiera le apuntaba al oído y él repetía dócilmente, sin tener conciencia de que estaba inventando una derrota a lo Pirro.
    Eisenhower declaró solemnemente:
    Si resulto electo Presidente, empeño mi palabra de honor, como ciudadano y como soldado, que mi primer acto de gobierno será firmar la paz en Corea.
    Fue una indignidad que se tradujo en 442 electores.
    Por supuesto, Eisenhower cumplió su promesa y esto significó un verdadero descalabro para las armas y las finanzas americanas.
    Por contrario imperio, Mao Tse Tung obtuvo ventajas que los propios americanos, tan dados a toda forma de estadística, jamás habrían podido llegar a justipreciar.                                           
    También eso estaba calculado en los planes de la Internacional Financiera: vigorizar a Mao Tse Tung para que en un mo­mento determinado empezara a constituirse en el fantasma que amenazara las posesiones americanas en el paradisíaco sudeste asiático. Precisamente esto que, a quince años de entonces, es hoy la guerra de Vietnam y podrá ser mañana un segundo frente en Kuala Lumpur o Malaca. 
    Pero no nos adelantemos a los acontecimientos y retornemos al flamante Presidente Eisenhower.
    Seguía siendo el mismo hombre que, a lo largo de toda su vida profesional, había nadado a favor de la corriente. Alto, desgarbado, campechano, con la simpatía que inspiraban su pron­ta sonrisa de hortera y su mansa mirada de bovino.
    "Un hombre ingenuo y honesto que no quiere lastimar a nadie", como lo definió afectuosamente Mac Arthur.
    Su congénita incapacidad de ser agresivo le convertía en la negación del gobernante, tal como antes le convirtiera en la negación del hombre de armas. Y sin embargo, había llegado al más alto grado del escalafón militar internacional y a la más alta jerarquía nacional del escalafón civil.

                   111.    EL VERDADERO PRESIDENTE                         

    Felizmente, estaba allí John Foster Dulles, en su doble función de mentor del Presidente y cancerbero de la Internacional Financiera,  tal como lo estuvieran antes Charles  Hughes con               Harding, Frank Kellog con Coolidge y Edward Stettinius con Truman. Tal como lo estaría, años más tarde, Dean Rusk con J-Kennedy y Johnson.
    Foster Dulles era, en rigor de verdad, el Presidente. Eisen­hower sólo estaba allí para cargar con la responsabilidad de todo cuanto el Secretario de Estado decretara.
    La Internacional Financiera no se preocupa por la elegancia con que se muevan o caigan los hombres que utiliza. Les utiliza, simplemente. Así pues, la Internacional Financiera habla llevado a Eisenhower a la situación de consumar una tremenda deslealtad con su patria.
    Ningún hombre de honor podría dar a los enemigos de su patria la ventaja de anticiparles su propósito de pedir el armis­ticio.
    Eisenhower, soldado profesional, se había prestado a ello.
    Los comunistas sabían que luego de su solemne juramento, Eisenhower sería elegido.
    Sabían, también, que Eisenhower estaría obligado a cumplir ese juramento.
    Olvidando que jugaba algo que debía serle sagrado porque no era suyo sino de la nación que le había conferido los má­ximos honores y creía y confiaba en él, dejó ver deliberada­mente sus naipes. No le importó la desastrosa transacción en que embarcaba a quienes representaba, si ello le permitía cobrar su comisión: la Presidencia. Sobre la base de ese antipatriótico ardid inicial, Eisenhower prosiguió gobernando tal como lo habría hecho el propio Herbert Hoover. El Hoover del crash económico.
    Cuando el país entero se conmovía hasta sus cimientos por aquella catástrofe financiera que, justamente a lo largo de los cuatro años de su período de gobierno, provocaba el hundimiento de la economía nacional, Hoover centraba su atención en el problema de la salud de los niños, la conservación de los bosques, la detección de nuevos yacimientos petrolíferos y la ampliación de préstamos a los chacareros por medio de los Farm Loan Banks cuya creación auspició y cuyo desarrollo promovió.
    Además, donó su sueldo de Presidente a un Fondo for under-paid help (de ayuda a los malpagados).
    Eisenhower, como Hoover, ignoró sistemáticamente las vio­lentas reclamaciones obreras. Como no leía diarios sino una síntesis de noticias que hallaba cada mañana sobre la mesa en que desayunaba, tampoco se enteró de que gruesos sectores obre­ros apelaban a la huelga. (Foster Dulles había comisionado a un periodista de su confianza para que, con el fin de evitar inútiles desagrados a Mister President, se armara esa síntesis en base a noticias agradables).
    Eisenhower intensificó el programa de armamentos —cohetes dirigidos de largo alcance, Polaris, etc.— y con su invariable expresión bondadosa bregó por la reunificación de la dividida Alemania.
    Al producirse los sangrientos incidentes raciales de Little Rock, con un penoso saldo de negros muertos y heridos —los estudiantes blancos, apoyados por toda la población blanca y por el feroz Gobernador Orval Faubus, negaban a una brillantísima estudiante negra el derecho de ingresar a la Universidad local— Eisenhower envió a la importante ciudad sureña todo un regi­miento blindado, con su correspondiente dotación de tanques de guerra, para proteger a la población blanca de la lógica reac­ción de los negros.
    Más tarde cometería el tremendo error de permitir que se vendieran tanques Sherman a los árabes y desatender las desespe­radas reclamaciones de los más poderosos magnates judeo-americanos, aduciendo que los árabes habían pagado cash (contado) y los tanques les pertenecían.





112.    EL  ABSURDO  VICEPRESIDENTE  NIXON

    El vicepresidente Richard Nixon trataba de no quedar a la zaga. Agrio, impulsivo, caprichoso, intolerante, había tenido la virtud de enemistarse con los senadores demócratas, con los senadores republicanos y con todos los sectores de opinión.
    No podía soportar que se le contradijera.
    Su quehacer oficial estaba salpicado de episodios pintorescos que hasta los propios legisladores republicanos repetían jocosa­mente.
    Asistió, especialmente invitado por damas de una importante institución filantrópica, a una comida que se realizó en el Waldorf Astoria. Sólo estaba previsto un discurso en el que la señora Presidenta se referiría a la obra realizada y a la que, proyectaban realizar. En uno de sus párrafos finales, la oradora expresó la espe­ranza de que el Capitolio advirtiera la existencia de ese tipo de obras benéficas domésticas que también necesitaban una parte de la generosa ayuda que se enviaba al exterior. En medio de una exposición de aridez estadística, fue una alusión amable que provocó risas y aplausos.
    Nixon tuvo la impresión enfermiza de que todas aquellas personas que le miraban, sin dejar de reir, se estaban riendo de él.
    Le excitó la sensación de ridículo.
    Se incorporó junto a la señora Presidenta que aún seguía de pie, extendió un brazo para lograr silencio y expresó que se veía obligado a aclarar que el gobierno del General Eisenhower sabía lo que hacía y que aprovechaba la ocasión para recordar a las señoras presentes que para ellas habría de ser mucho más conveniente atender a la educación de sus hijos que intervenir en política.
    En otra ocasión en que le había tocado acompañar al Primer Ministro ruso Nikita Krushchev en su visita a una granja-modelo, se enfureció por el tono en que le replicó en cierto momento el ilustre visitante, tan grosero como él. Pese a los juegos malabares del intérprete, creyó adivinar que el ruso le había llamado tonto. Le enfrentó, airado, le puso su índice a cinco centímetros de la nariz y le espetó, mirándole a los ojos:
    ¡Creo que el tonto es usted!
    El desplante fue registrado por las cámaras. Los diarios tergiversando el asunto, informaron que la discusión se había originado al deslizarse una referencia a la ayuda que Rusia pres­taba a Fidel Castro y acotaron que el vicepresidente Richard Nixon parecía ser el único hombre en el mundo a quien no intimidaba el prepotente Krushchev.
    La desinteligencia entre ambos se había producido porque Krushchev no admitía que Estados Unidos produjera más gran­des y mejores patatas que Rusia.
    Habían transcurrido dos años y medio desde que Eisenhower asumiera el gobierno. Dos años y medio pueden constituir un lapso suficientemente largo como para que un país adquiera conciencia acerca de su acierto o desacierto en la elección de un determinado Presidente.
    El pueblo americano tenía conciencia formada. Estaba profundamente decepcionado.
    Pero muchos americanos optimistas, optimistas a outrance —"si la vida te da un limón, hazte una limonada"— se consolaban pensando que, dentro de todo, no les había ido tan mal. "—¡Cuán­to peor habría sido —se decían— de haber estado invertida la fórmula!".