10ºMA: PARTE PARTE 1 DE 2
Pedro Piñeyro
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que exige la ley 11.723
Buenos Aires
1970
edición del autor 1970
Al genial filósofo,
sociólogo, economista,
creador del materialismo dialéctico,
fundador del socialismo científico,
organizador de la "Primera Internacional",
autor del "Manifiesto del Partido Comunista",
de "El Capital",
de cien obras medulosas que acicatearon la gesta proletaria.
Quien, a lo largo de cuarenta años de áspera lucha,
ignoró sistemáticamente la existencia de
la Banca Rothschild,
el más formidable bastión
del supercapitalismo.
,.. y el primer hombre a quien no asustaron el trueno ni
[el relámpago, inventó a Dios
y Le utilizó en su provecho.
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de Agosto de 1970
en Artes Gráficas "Sapientia"
Jvtobeu 1163 - Buenos Aires
125.
COLABORACIONISMO
Transcurrido un tiempo, el Capitán
Sakaguchi vino a verme una mañana.
—Enfrentamos un serio problema, señor
Sukarno. No contamos con arroz para alimentar a nuestros hombres y sus
testarudos compatriotas que tienen el contralor de la producción se niegan a
satisfacer nuestros pedidos.
Inmediatamente llamé a esos comerciantes y
luego de explicarles la verdadera situación, obtuve que proveyeran al ejército
japonés de las toneladas de arroz que necesitaba.
Otra seria dificultad que tuve que resolver
fue la relativa a la vida sexual de los soldados japoneses.
Cindy Adams transcribe taquigráficamente en
la página 163 de su libro, las desenfadadas explicaciones de su ilustre biografiado.
Pues si, parece que ellos no habían tenido
nada "de eso" por un tiempo demasiado prolongado. Esto habría podido
ser considerado un problema privativo de ellos, de no darse el caso de que
ellos estaban en mi país. Parlamenté con las prostitutas. "Yo no me
atrevería a sugerir a Vds. que hicieran nada contra su voluntad pero pienso que
si Vds. lo hicieran, estarían haciendo algo que es habitual en vuestro comercio
—argumenté".
Sukarno repite las reflexiones de algunas
prostitutas.
—He oído que los japoneses son ricos y muy
sueltos con su dinero —dijo una.
—Es verdad —asintió Sukarno— y también
tienen relojes-pulsera, dijes y otras chucherías.
—Yo lo considero recíprocamente beneficioso
-expresó otra mujer— no sólo nos conduciremos como grandes patriotas sino que,
además, haremos buen negocio.
Yo reuní a 120 prostitutas —sigue diciendo
Sukarno en la página 164— y las aislé en un espacio rodeado de altas defensas.
Cada hombre portaba una tarjeta que le permitía efectuar una visita por semana.
En cada una de esas visitas su tarjeta era perforada. Posiblemente, esta no es
una buena historia para ser contada. Pienso que quizá no haya estado muy bien
que el líder de una nación procurara muchachas. Estoy enterado de que existe
una palabra para denominar a las personas que lo hacen. Pero se trataba de un
serio problema que podía haber creado terrible infelicidad y yo lo solucioné de
la mejor manera que pude. Me encanta agregar que todo estuvo muy bien y a todos
hizo muy felices mi plan.
En el último párrafo de esa misma página,
agrega Sukarno:
El Coronel Fujiyama me proveía
periódicamente de un tambor con doscientos litros de gasolina. Siempre me
preguntaba: —¿No necesita Vd. dinero, señor Sukarno? y yo le respondía:
—No, muchas gracias. Mi gente me lo provee.
Fujiyama insistía, cada vez: — ¿No desea
Vd. una mejor residencia? ¿No desea Vd. que le proporcione ayudantes?; Y yo le
respondía, invariablemente: —No, muchas gracias. Vivo gratuitamente en la casa
de Waworunto. No deseo privilegios especiales. En cuanto a ayudantes, tengo
chauffeur. Su nombre es Suska.
Suska, aclaró el
Presidente Sukarno a Cindy Adams, es mi actual Embajador en la India.
126.
EL INDISPENSABLE SUKARNO
El Coronel Fujiyama comandaba el ejército
de ocupación correspondiente a la isla de Sumatra. El General Imamura, Comandante
en Jefe de todas las fuerzas de ocupación, tenía sus cuarteles generales en
Djakarta. Cumpliendo
sus propósitos de formar un gobierno civil paralelo, el General Imamura reunió
a los líderes que habían tenido actuación en el movimiento revolucionario
contra los holandeses, pero todos ellos coincidieron en que no podían integrar
ningún gabinete del cual estuviera ausente Sukarno.
Bien: hasta marzo de 1942, Indonesia había
sido una colonia holandesa. La ocupación de su territorio por las tropas
japonesas y el servil colaboracionismo de Sukarno, permitieron que el 17 de
agosto de 1945 se proclamara su condición de país independiente y soberano.
El año 1945 fue pleno de acontecimientos
políticos: la Conferencia de Yalta, en la que Roosevelt, Churchill y Stalin
determinaron el futuro del mundo por el preciso sistema Ollendorff. 138 el
fallecimiento de Roosevelt; el asesinato de Mussolini; el suicidio de Hitler;
la Conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco; la Conferencia de
Potsdam; la exitosa prueba atómica de Alamogordo, Nueva México (U.S.A.); el
lanzamiento de sendas bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki; la rendición de
Japón; el General Mac Arthur se constituye en Tokio como Interventor del
Imperio Japonés; el colaboracionista Quisling es ejecutado en Oslo (Noruega);
el colaboracionista Sukarno proclama la Independencia y asume la Presidencia de
Indonesia...
Para Sukarno hubo todavía cuatro años de
duras luchas militares y diplomáticas, pero la Internacional Financiera había
tomado sus decisiones al respecto y Holanda, reencarnación de la secular
Compañía Holandesa de las Indias Orientales, debió resignarse a admitir la
pérdida de su riquísima colonia, firmando el 2 de noviembre de 1949 el
reconocimiento de la soberanía indonesa.
El Presidente Sukarno, amado padre de la
victoria, de la nueva Indonesia y de cada uno de los cien millones de indoneses
que le adoraban como a un dios, fue elegido Presidente Constitucional el 16 de
diciembre de 1949.
Indonesia pasó a ser suya, de su propiedad
absoluta y él mismo se constituyó en un pintoresco espécimen de dictador
demagogo que abusaba del apoyo incondicional de un pueblo de abrumadora mayoría
analfabeta para imponer su arrogancia, su paranoica egolatría, su erotismo
enfermizo y su ambición sin límites.
Las 3.000 islas indonesas están pobladas
por el mismo tipo de campesino profundamente religioso, fatalista, resignado,
que dividía sus emociones entre el amor a Alá y el odio a los holandeses que
les explotaban como a esclavos desde hacía 350 años. El propio Sukarno lo pinta
con seguro trazo al repetir una conversación sostenida con su típico
"hermano indonés":
—¿Quién es el
propietario de esta tierra en la que Vd. trabaja?
—Yo, señor.
—¿Alguien comparte la
propiedad?
—No, señor. Es solo
mía.
—¿La compró Vd.?
—No, señor. Ha venido
pasando de padres a hijos a través de muchas generaciones.
—¿Es suya la pala?
—Sí, señor.
—¿Es suya la azada?
—Sí, señor.
—¿Y el arado?
—También, señor.
—¿De quién es la
cosecha que Vd. recoge?
—Mía, señor.
—¿Alcanza a satisfacer
sus necesidades?
—¿Cómo podría esta
pequeña parcela darme lo suficiente para alimentar mujer y cuatro
hijos?
—¿Vende Vd. algo de lo
que cosecha?
—Apenas nos alcanza
para mantenernos vivos. No sobra un solo grano,
—¿Tiene Vd. algún
peón?
—No, señor. No podría
pagarle.
—¿Trabaja Vd. algunas
horas para otros?
—No, señor. Aunque
trabajo duramente no me sobra tiempo para ello.
-¿Es suya la casa?
—Sí, señor. Es muy
pequeña pero es mía.
—¿Todo esto es suyo?
—Sí, señor.
—¿Trabajó alguna vez
en una fábrica?
—No, señor. Sólo
trabajé mi tierra.
—¿Su nombre?
—Marhaen, señor.
Marhaen es en Indonesia un nombre tan común
como Smith en Inglaterra o Pérez en España.
Sukarno simbolizó en
él la típica individualidad de su pueblo. Marhaen fue el insobornable soldado
de su causa.
El mismo insobornable soldado que en
nuestro país se llamó "Grasa".
El marhaenismo indonés fue el equivalente
de nuestro peronismo. (Argentina)
138 A principios de siglo apareció un
sistema Ollendorf para la enseñanza de idiomas en base a preguntas y respuestas
que siempre resultaban conversaciones entre sordos:
—¿Habla usted inglés?
—No, pero mi hermana toca el arpa.
127.
EL ESTRATÉGICO ESTRECHO DE MALACA
Cuando a mediados del siglo pasado, en
plena era de ingurgitación victoriana, los ingleses se adueñaron de las islas
de Penang y Singapur y del pequeño territorio de Malaca -en ambos extremos y
parte más angosta del Estrecho, respectivamente— se aseguraron, de hecho, el
dominio de ese estrecho, obligada vía marítima para la navegación comercial
entre Oriente y Occidente y desde el punto de vista militar, el más importante
y estratégico cuello de botella de todo el mundo. El malabarismo diplomático
de Downing Street 10 exhibió un polícromo surtido de aros, bolos, clavas y dos
anticipadas versiones de Lawrence de Arabia: los rajahes blancos James Brooke,
en Sarawak y Joseph W. Torrey, en Sabah.139
El resultado fue la constitución en damero de
la península malaya y el enclave de dos insoslayables molinetes en ambas
puertas del Estrecho.
Los holandeses ya estaban allí desde
muchos, muchísimos años atrás, pero la lluvia de oro de sus fabulosas ganancias
comerciales les había impedido ver lo que la monopolización de esa maravillosa
vía de agua podría significar en un futuro mediato.
Una vez más, los perspicaces ingleses nos
dan motivo para que recordemos al andaluz del chascarrillo: "—¡A mí no me
den pesetas! ¡Me digan donde las 'haiga'!"
Como adecuado cerrojo de ese natural
desfiladero marítimo, los ingleses oficializaron la protección de los
Principados de Perak, Negri-Sembilan, Pahang y Salangor —cuya capital, Kuala
Lum-pur, también lo es de la Confederación Malaya— gobernados por sultanes que
aceptaron la tutela de la Gran Bretaña, en carácter de Estados federados.
Los otros Estados malayos —Kelantan,
Perlis, Kedah, Treng-ganu y Johore—, fueron incluidos como Estados no
federados.
A diferencia de sus tres Estados-colonia
del Estrecho —Penang, Malaca y Singapur— los nueve Estados malayos federados o
no federados ya nombrados fueron administrados como protectorados, lo mismo que
Sarawak, Brunei y Sabah, que consideramos aparte por no hallarse
geográficamente situados en la península malaya propiamente dicha, sino en la
vecina isla de Borneo.
En realidad, los doce Estados malayos,
federados o no federados, fueron administrados desde Singapur, bajo la directa
supervisión de Londres.
Singapur, actualmente república "independiente",
sigue siendo eje de la Confederación Malaya "por la influencia de las dos
razas —malayos y chinos— que predominan en su integración". Tal la
explicación de los estadistas occidentales. La verdadera razón de su
predominio es que hasta el humo de las chimeneas de Singapur es de propiedad de
la Internacional Financiera.
Sukarno aspiraba a reunir todo el sudeste
asiático en un gran imperio que, por supuesto, también aspiraba a gobernar. La
llave de oro de ese gran imperio pasaría a pertenecer a quien poseyera los
territorios a ambas márgenes del Estrecho de Malaca y tuviera fuerza militar
para respaldar su pretensión de administrar discrecionalmente el cruce de ese
Estrecho.
La vastísima isla indonesa de Sumatra
(473.600 kilómetros cuadrados de superficie: aproximadamente 1.600 kilómetros
de largo por 300 kilómetros de ancho) y la paralela península malaya, son los
territorios entre los cuales se desarrolla el Estrecho a lo largo de 965
kilómetros.
Para Sukarno, la conquista de esos territorios
malayos constituía la concreción de su sueño: el dominio absoluto del Pacífico
y de toda Asia.
La vida de Singapur dependía exclusivamente
del Estrecho de Malaca. Podía descartarse su automática transferencia al Activo
de quien controlara la navegación a través del Estrecho.
Igual cosa ocurriría
con Sarawak y Sabah, originalmente provincias del Sultanato de Brunei, cuyas
sucesivas cesiones y transferencias, hasta caer dentro de la órbita de
influencia inglesa, habían sido admitidas desde más de un siglo antes por la desaprensiva
Holanda y eran, a la sazón, como un molesto grano en la punta de la nariz de
Sukarno.
La mitad de las poblaciones de los Estados
confederados integrantes de la Península de Malasia,140 lo mismo que
las poblaciones de los Estados confederados del Norte de la isla de Borneo
—Sarawak y Sabah— es malaya.
El Sultanato de Brunei, es decir, Sarawak y
Sabah, había integrado desde el siglo XII el Imperio de Srivijaya, asentado en
Sumatra. Azares de la guerra habían cambiado las cosas en el siglo XIV y el
Sultán de Brunei había pasado a pagar tributo al imperio de Madjapahit, con
asiento en Java.
Sumatra y Java constituían,
indivisiblemente, la raíz étnica de Indonesia.141
El hecho aleatorio de que la Compañía de
las Indias Orientales hubiera trasladado posteriormente la sede de ese Imperio
a Holanda, tampoco modificaba las cosas.
Obtenido el contralor del Estrecho de
Malaca, Sukarno redimiría de inmediato los territorios irredentos de Sarawak,
Brunei y Sabah. Luego, casi sin solución de continuidad, también Tailandia,
Filipinas, la otra mitad de Nueva Guinea, Japón y Australia serían liberados de
la ominosa influencia occidental.
El Estrecho de Malaca es el paso obligado
del mayor tonelaje de carga. Sólo existen en el mundo cuatro pasajes
marítimos fácilmente fiscalizables: Panamá,
Suez, Gibraltar y Malaca, pero ninguno tan importante como este último.
Rusia ha denunciado la exclusiva influencia
occidental en la administración de estos cuatro potenciales cerrojos, aduciendo
que todos los países tienen iguales derechos naturales.
Su generalización no alcanza a ocultar su
vertical interés por el Estrecho de Malaca. Sólo puede prescindir de esta vía
de agua, la reducida cantidad de barcos que haya entrado al Pacífico por el
Canal de Panamá o haya zarpado de los puertos situados en la costa Oeste de las
Américas, pero el sólo hecho de pensar que el promedio de cruces del Canal de
Panamá, por su restrictivo sistema de esclusas, es de veinte barcos diarios
para las dos direcciones, es decir, diez hacia el Pacífico, elimina todo
intento serio de comparación. No menos de 250 barcos cruzan diariamente el
Estrecho de Malaca para abrirse en abanico apenas entran al Pacífico.
Si cualquiera de estos barcos intentara
cruzar a través de los estrechos existentes entre las islas del laberíntico
archipiélago indonés, podría serle impedido el paso.
Indonesia reclama derecho de soberanía
hasta una línea jurisdicional que llega a 12 millas en sus bordes exteriores y
derecho de interferir toda navegación que se efectúe por los estrechos internos
de su archipiélago. Para facilitar este propósito de Sukarno,
Rusia le proveyó de cruceros ligeros, lanchas torpederas y aviones.
El Almirantazgo británico puntualizó la
entrega rusa de una flota completa de naves de guerra y una flotilla auxiliar
de lanchas torpederas rápidas. (Consta en las Actas del Parlamento inglés; 11
de marzo de 1963.)
Si Indonesia ocupara la península malaya,
el inmediato bloqueo del Estrecho de Malaca sería catastrófico para Singapur,
Filipinas, Formosa, Japón, Australia.
Los nipones, por ejemplo, sólo se
autoabastecen de te y frutos del mar. El resto de su importación -provisiones
de boca, petróleo, materias primas, lo mismo que el 90 % de las materias
primas que
ellos devuelven manufacturadas al mundo occidental—, repiten el único
itinerario posible. Panamá sólo podría absorber el 5 % en cada dirección.
Resultaría asfixiante para Japón, Filipinas y Australia.
El bloqueo del Estrecho de Malaca y el
consiguiente aislamiento de los países asiáticos respondería a dos objetivos
primordiales: el monopolio comercial y la irreversible comunización de Asia.
Todo esto que constituía el sueño de
Sukarno, equivalía a doce modernos trabajos de Hércules. El
sabía que no podría realizarlos sin ayuda. De ahí su asociación con Mao Tse
Tung.
La noche del San Bartolomé indonés —30 de
setiembre al 1° de octubre de 1965— estaba programada desde hacía muchos meses. Habría
de concretarse después que Indonesia y China se hubieran provisto de adecuado
armamento (almacén nuclear, aviones, armas, tropas, etc.) con los que
necesitarían contar para hacer frente a la reacción que provocaría en Occidente
la revolución comunista indonesa y la inmediata ocupación de los Estados que
integran la confederación malaya.
Mientras llegara ese momento, Mao Tse Tung
podría hacer el payaso zambulléndose en el río Yangtzé al cumplir 72 años y
nadar 15 kilómetros en 65 minutos.142
Por las mismas razones "de
exportación", Mao permitiría que se filtraran noticias de sus drásticas
purgas, que habían llegado a incluir al propio Presidente de la República, Liu
Chao-chi, al Secretario General del Partido, Teng Hsiao-Ping y al Secretario de
Propaganda, Tao Chou, encabezando densas legiones de traidores entregados al
más crudo revisionismo capitalista, en negativo afán de desvirtuar la
revolución cultural basada en la aplicación del pensamiento vivo del insigne
Mao.
En el exterior, Sukarno seguía insistiendo
en su absoluta desvinculación de Mao.
Los holandeses se habían empeñado en
excluir de los territorios transferidos a Indonesia la parte de Nueva Guinea
—se dividían la isla con Australia— sosteniendo que esta posesión nunca había
formado parte del archipiélago indonés.
En 1957 Sukarno solicitó al Pentágono un
crédito por 600 millones de dólares en armas —aviones supersónicos, bombarderos
y lanchas comando— sin ocultar que se proponía invadir Nueva Guinea.
Krushchev aprovechó la negativa americana para
asignar a Sukarno un crédito por valor de 250 millones de dólares en modernos
aviones y submarinos.
En 1958 Sukarno insistió en su pedido a
Estados Unidos, aprovechando la ocasión para declarar que el hecho de haber
aceptado un crédito en armas otorgado por Rusia, no le obligaba a enrolarse en
las filas del Comunismo. (La misma teoría del non-aligment que utilizara con
tanta habilidad el yugoslavo Tito.)
La respuesta a la nueva petición indonesa
fue desfavorable y no sólo fue desfavorable sino que la Central Intelligence
Agency (CÍA) dependiente del Pentágono —la misma CÍA que, según el Fiscal
americano Garrison y la más fría lógica, organizara el asesinato del Presidente
Kennedy— contribuyó con unidades ligeras de la Séptima Flota (7th Fleet),
soldados especialmente entrenados para espionaje, sabotaje y lucha en la selva
virgen y con armas, víveres y dinero, al intento revolucionario de elementos
opositores a Sukarno que habían organizado su cuartel general en algunas islas
al Sur de Filipinas y se proponían invadir Java para derrocarle.
Dominada esa revolución y evidenciada la
torpe intervención de la CÍA, Eisenhower trató de calmar la espectacular
indignación de Sukarno con abundantes envíos regulares de armas, alimentos, medicinas,
equipos camineros y agrícolas, en un repentino y muy generoso programa de ayuda
americana a Indonesia.
Sukarno seguía declamando: "Indonesia
no tiene veleidades imperialistas, pero habrá de reivindicar los territorios
que le pertenecen por derecho".
Efectuó varios sorpresivos desembarcos
—operaciones "comando"— en distintos sectores de la costa de Nueva
Guinea. Kankenau, al Sur; más tarde, Manokwari, al Norte; Sorong y Sansapor, al
Noroeste y por último, al Este de Sarmi, a sólo cien millas de Hollandia,
capital de la isla. Estos pelotones de avezados guerrilleros no
tenían la misión de pelear sino la de cumplir raids zigzagueantes y alguno que
otro acto de sabotaje para alarmar a Holanda, a Estados Unidos y a la UN.
La revelación de que Indonesia acababa de
recibir 800 millones de dólares en moderno armamento ruso, las declaraciones de
Sukarno y la firmeza de su actitud, agravaban seriamente el problema. El
servicio de espionaje americano había enviado a Washington fotografías de la
flota de 120 barcos, tripulados por indoneses y "voluntarios" rusos,
ya listos para invadir Nueva Guinea.
"Esa invasión supondría arrastrar a
una inevitable contienda a todo el sudeste asiático y quizá a todo el
mundo" informaban.
Los rusos aprovecharían este episodio
bélico marginal para sacar las castañas del fuego con mano ajena y
proporcionarían al irresponsable agresor armas nucleares que éste utilizaría
sin el menor empacho.
Washington aplastó la última resistencia de
Holanda al afirmar categóricamente: "No estamos dispuestos a correr el
riesgo de vernos envueltos en una guerra nuclear".
Howard Jones, embajador americano en
Djakarta, recién llegado a Washington para información de rutina, repitió
luego en distintas ciudades de la Unión que visitó para aclarar las no muy
conocidas razones de la disputa holando-indonesa por la posesión de Nueva
Guinea y justificar el voto que Washington emitiría en la UN,
"que la pretensión holandesa era la cola meneando al perro".
Una frase propia de los pintorescos
políticos americanos.
La visita oficial que el Vice-Presidente
Mikoyan hizo a Sukarno, fue una clara demostración del apoyo ruso y constituyó
el desahucio de Holanda.
La votación de la UN fue unánime en favor
de Indonesia.
Holanda sólo obtuvo el magro consuelo de
catorce abstenciones.
El 1° de mayo de 1963, Nueva Guinea fue
transferida a Indonesia.
El delegado indonés Sukarjo aseguró a la
Asamblea General de la UN que Indonesia ya no promovería disputas con ningún
otro país (¿Borneo? ¿Malasia?) y en adelante se dedicaría exclusivamente a
mejorar el standard de vida de su pueblo.
Los rusos siguieron, sin embargo,
proveyendo de armas a Sukarno.
A la denuncia del prestigioso diario
australiano Sidney Morning Herald, concretando la inexplicable entrega de 10
bombarderos pesados con un radio de acción de 4,000 millas, Indonesia contestó
que "los necesitaba para combatir el contrabando y la piratería".
Una precisa estimación del servicio de
espionaje americano, formulada a comienzos de 1965, calculaba que, ya para esa
fecha, la ayuda rusa a Indonesia había excedido los 1.400 millones de dólares.
139 Sarawak, provincia del Sultanato de
Brunei, había sido despóticamente administrada por el representante del
Sultán. Las rebeliones eran cosa corriente. En 1850, el aventurero inglés James
Brooke intervino como mediador ante el Sultán y quedó como gobernante del
territorio con el nombre de Rajah Blanco. Fue benevolente con los nativos y con
la ayuda de la Flota Real Inglesa; suprimió la piratería y persiguió a los
cazadores de cabezas. En 1864 se declaró independiente, obtuvo el
reconocimiento de Estados Unidos y la protección de Gran Bretaña.
Sabah fue otra provincia que el Sultán
de Brtinei cedió en 1850 al Sultán de Sulu y éste, a su vez, transfirió por el
término de diez años a Claude Lee Moscs, primer cónsul que los americanos
enviaron a Jcsselton, capital del territorio. El cónsul Moses negoció la cesión
con una empresa americana de Hong Kong, de la cual era Presidente Joseph W.
Torrey, a quien cupo el honor de ser designado Rajah Blanco de Sabah. Torrey
cedió posteriormente sus derechos al cónsul austríaco, Barón von Ovcrbeck,
quien, al oficializar la cesión ante los sultanes de Brunei y Sulu, extendió
los límites de la misma hasta el Sur del río Sibuco, en territorios que
pertenecían a la Indonesia colonizada por Holanda. El cónsul von Overbeck
vendió sus derechos a dos comerciantes ingleses, los hermanos Dent y éstos, en
1878, vendieron esos territorios a Gran Bretaña con protocolizada intervención
de los sultanes de Brunei y Sulu, los cónsules Moses y von Overbeck y los
señores Dent y Torrey.
En 1888, Sabas se convirtió en
Protectorado inglés,
140 El diario The Straits Times, editado en Kuala Lumpur, capital de la
península malaya —15 de marzo de 1964, 2* página— se hace eco de un diálogo que
parece inspirado en la razón de Hitler al imponer el anschluss austríaco del 12 de marzo de 1938:
"protección de los 10 millones de alemanes que viven fuera del
Reich".
Interlocutores: embajadores Senu bin
Abdal Rahman, de Malasia y Mohamed Yamin, de Indonesia.
—Kuala Lumpur no debería de proyectar
reformas políticas en Malasia sin pensar antes en Indonesia.
— ¡En Indonesia! ¿Por qué?
—Pues, porque Uds. son tres millones do
malayos y nosotros, sólo en Sumatra, somos veinte millones.
141 bernard
H. M. vlekke, History of Indonesia, pág. 17,
142 Japan Times del
26 de julio de 1966, pág. 1, informaba que Mao Tse Tung se había arrojado a las
aguas del caudaloso río Yangtzé el día 16 de julio a las 11 a.m., había nadado
durante 65 minutos y a favor de una fuerte correntada había alcanzado a
recorrer casi 15 kilómetros. Mao había salido del agua por sus propios medios,
sin exteriorizar señales de cansancio, desautorizando de ese modo las versiones
difundidas en el extranjero, que le daban como seriamente enfermo
128.
"ARGENTINE-TYPE OIL AGREEMENT"
En sociedad, Sukarno era un hombre alegre,
jovial, de amplia sonrisa y mirada franca; le encantaba hacer bromas y referir
cuentos escabrosos. Se autoclasificaba, burlándose de sí mismo,
como un espécimen risqué. Pero todo eso era
simple apariencia. La verdad era otra.
Quizá sus espontáneas carcajadas y sus afectuosos palmoteos alcanzaran a
disimular su verdadera personalidad y a presentarle como un hombre
absolutamente natural, pero aún en sociedad, Sukarno era un hombre prevenido,
alerta, que lo hacía todo con avisado espíritu de cálculo.
Vivía tratando de extraer provecho de todo,
porque en las reuniones a las que él concurría también concurrían políticos,
diplomáticos y mujeres bonitas.
Trataba a las mujeres con la velada
suficiencia del "yo podría conquistarte, si me lo propusiera". Con los
hombres era sumamente cordial pero no disimulaba su "paternalismo"
aunque fueran mayores en edad. Todos le
parecían inferiores a él.
De Khrushchev dijo alguna vez "que se
había destacado sólo porque Malenkov y Molotov eran mucho peores que él" y
de Kennedy, "lo que verdaderamente me gusta de él, es Jacqueline";
Mao era el único hombre a quien Sukarno
respetaba de igual a igual. En el orden diplomático, entendía los
acuerdos como vías de una sola dirección: la de su conveniencia. Su intención, al hacer un negocio, era hacer negocio; que
la otra parte lo hiciera en menor grado o dejara de hacerlo, era cuestión de la
otra parte.
Sin embargo, en una ocasión se le había
escapado la liebre.
Hacía ya algunos años, acuciado por su
permanente falta de divisas, había negociado con un consorcio de compañías
petroleras americanas, la explotación de los yacimientos petrolíferos indoneses
de los que se había incautado al desalojar a Holanda del archipiélago.
Los concesionarios, Stanvac Oil, de la
Standard Oil Co. de New Jersey y de Socony Mobil Oil Co; Caltex Oil, de la
Standard Oil Co de California y de Texaco Inc., y Pan American, por sí misma,
le reconocían un jugoso royalty por metro cúbico de petróleo crudo extraído.
Sukarno impuso una base mínima de producción que duplicaba la
producción promedio de los holandeses, formulada sobre autorizados cálculos
estimativos.
Los ingresos previstos resultaron sumamente
atrayentes y Sukarno firmó el contrato en la seguridad de que hacía un
espléndido negocio.
Distintos factores circunstanciales le
habían inducido a error: los holandeses, por intermedio de la Shell Oil, del
Royal Dutch Shell Group, propiedad, a su vez, de la Dutch-British Oil Co
—Compañía Petrolera Holando-Británica— parecían no haber dado al negocio del
petróleo indonés toda la importancia que sólo su inagotable cuenca de Borneo
hubiera justificado plenamente.
Pero la virtual inagotabilidad de esa
gigantesca hoya, precisamente cubicada por los técnicos de la Dutch-British
Oil Co, nunca había trascendido.
Los magnates petroleros, dignos
iluministas, practicaban el sabio consejo del filósofo chino Yang-Chu:
"Que no sepan que eres rico, si puedes evitarlo".
Toda esa explotación había estado en manos
de la Royal Dutch Shell Group, de la que la Corona holandesa era simbólicamente
parte mayoritaria desde que la Compañía de las Indias Orientales había fingido
transferirla el archipiélago para poner a ese inagotable emporio de riqueza
—verdadero Jardín de Alá, por su 95 % de población musulmana— a cubierto de la
insaciable voracidad de la corona inglesa.
Las tres cuartas partes de la enorme isla
de Borneo descansan sobre un profundo lago subterráneo de petróleo. La
extracción del fluido, por simples razones de menor gasto de explotación, se
hacía preferentemente perforando pozos sobre los 1.000 kilómetros de costa de
los protectorados ingleses de Sarawak y Sabah, que cubren, al Norte de la isla,
una franja de ancho variable entre 120 y 220 kilómetros.
Dado que este ítem era compartido entre la
Shell holandesa y la Shell inglesa —ya dijimos que el negocio mundial del
petróleo está en manos de la Internacional Financiera, aunque por allí
aparezcan la Reina Juliana y el Príncipe Bernardo junto con el Rey de
Kuwait, el Emperador de Arabia Saudita o el Sha Reza Pahlevi con sendos
nominales paquetes mayoritarios de acciones— no había existido ningún
inconveniente para que la explotación se hubiera organizado de esa manera,
evitando largos oleoductos, cargando crudo de los depósitos al buque-tanque,
consignado a plantas petroquímicas del exterior en las que la mayor parte de lo
extraído se refinaba e industrializaba con mayores ventajas.
La Compañía Holando-Británica, de propiedad
de la Shell holando-británica subsidiaria de la Shell internacional, había repetido
el procedimiento empleado al succionar petróleo desde los bordes exteriores de
la Reserva Naval N° 1 de Elk Hills, California, en épocas del Presidente
Harding.
Hasta la invasión japonesa del Pacífico
(1942) parecía que todo el sudeste asiático iba a seguir marchando sobre los
mismos carriles. Las cuencas petrolíferas indonesas constituían una reserva
y se trataban como reserva.
El petróleo no se pudre.
En cambio, los holandeses dedicaban
especialísima atención a las especias, que no costaban otra cosa que el tiempo
que era preciso esperar a que adquirieran sazón, se vendían discrecionalmente,
eran todo ganancia y cuyo volumen de producción, en un archipiélago tropical de
3.000 islas importantes y otras tantas menores, resultaba virtualmente
ilimitado.
Toda la quina (quinina) del mundo, canela,
pimienta, azafrán, clavo, tabaco, café, te, arroz, soya, copra, etc., con una
mano de obra nativa de costo ínfimo y un flete marítimo que el fácil estibaje y
la posibilidad de máxima compresión de la carga, hacían también sumamente bajo.
Una flota de cargueros repletos de
especias, tan fáciles de cosechar, transportar y comerciar, resultaba un
negocio que jamás presentaba dificultades imprevistas.
Indonesia era, sin la menor duda, la región
más rica de la Tierra en aquellas maravillosas 3.000 islas de 2.000.000 de
kilómetros cuadrados y una sufrida población aborigen de 100.000.000 de esclavos
al servicio feudalizado de un pequeño arrogante país de 30.000 kilómetros
cuadrados y sólo 10.000.000 de habitantes.
Todo esto había inducido a error a Sukarno
y le había hecho creer que, al firmar el contrato con Stanvac Oil, Caltex Oil y
Pan American, era él quien hacía el mejor negocio.
Las distintas técnicas de explotación
—movimiento, natural espectacularidad y volumen al cargar las perfumadas especias
y la imposibilidad de controlar la silenciosa, casi deliberadamente misteriosa
carga a granel, durante días enteros, desde los enormes depósitos al barco, en
el caso del petróleo— habían hecho caer a Sukarno en una errónea apreciación de
valores y le habían convencido de que aquella aparentemente inofensiva
clausulita determinando un mínimo de producción tan difícil de alcanzar, que él
había hecho agregar al contrato, disminuía de modo notable el margen de
ganancia de los americanos.
Sus ministros elogiaron su astucia y él
sonrió, satisfecho de sí mismo, pero al advertir, algunos meses después, que
los americanos diversificaban los cáteos, ubicaban nuevas áreas en Sumatra,
Java y el grupo de las islas Bangka, sobre el Estrecho de Karimata y seguían
multiplicando las perforaciones e intensificando la producción —al punto de
que ya el segundo año de la concesión duplicaban la mínima prevista y dos años
más tarde llegaban a extraer 170.000.000 de barriles standard de 42 galones—
sin haber perforado más que unos pocos nuevos pozos sobre el borde Oeste de los
ubérrimos yacimientos de Borneo (Sambas y Singkawan) so pretexto de su
antieconomicidad, Sukarno se sintió burlado y estafado y reaccionó como
reaccionan los timadores cuando sus ardides se vuelven, como boomerangs, en su
contra.
Sus rezongos iniciales se diluyeron en el
vacío. Las grandes corporaciones industriales o financieras gozan de la ventaja
de su absoluta impersonalidad. Además, el momento no habría resultado
propicio para ninguno de sus típicos arrestos violentos: finalizaba la segunda
presidencia de Eisenhower; se iniciaba el período presidencial de Kennedy.
Dos factores pesaban para calmar el
fastidio de Sukarno: los gobiernos americanos son celosos defensores de las
inversiones del capital americano en ultramar; por otra parte, Sukarno tenía en
danza perspectivas de préstamos de gran volumen. Se hallaba en plena tarea de
ordeñe de la mansa vaca americana pero temía que todo pudiera volverse en su
contra si cancelaba, sin razones valederas, un contrato que él mismo había
firmado consciente y espontáneamente.
Durante tres años amenazó a las compañías
petroleras americanas con la rescisión "de aquel maldito contrato".
La participación que recibía el Estado indonés había llegado a ser
sencillamente indecorosa. Las empresas habían respondido,
invariablemente, que estaban prontas a discutir nuevas condiciones "que
satisficieran al Señor Presidente", pero el propio Sukarno, absorbido por
más graves y trascendentales problemas —Nueva Guinea, Sarawak, Sabali, Malasia—
iba dilatando de un mes a otro e insensiblemente, de un año a otro, la
discusión de esas nuevas condiciones.
Además, como no tenía idea precisa del
máximo que podría reclamar —sólo había averiguado que el Sultán de Brunei, un
lacayo de Inglaterra, recibía el 12,5 % en concepto de royalty y esto era aún
inferior a su propia participación por la que protestaba— temía que los
taimados directivos de las compañías petroleras volvieran a engañarle.
En esos nerviosos días, vísperas de
acontecimientos que gravitarían decisivamente en el futuro político de
Indonesia, alguien casualmente, en alguna charla informal, le dio la solución
para su molesto problema del petróleo.
(Se nos ocurre —no lo afirmamos— que pudo
ser el Embajador argentino, Dr. Quintana, típico gentleman latino con quien el
Presidente Sukarno mantenía muy cordiales relaciones amistosas)
Sukarno se carteaba extraoficialmente con
el Presidente Kennedy.
Le escribió de inmediato, pidiéndole que designara
dos técnicos de su confianza para que actuaran como jueces en la discusión de
los nuevos contratos petroleros.
Los representantes de Kennedy y los de las
compañías petroleras arribaron a Djakarta, en el mismo avión, pocos días
después.
Venían preparados para una agotadora
discusión, pero el desconcertante Sukarno, en una de sus típicas actitudes,
sorprendió a todos, incluso al Embajador americano que les acompañaba, al
afirmar, apenas cambiados los saludos de estilo:
Creo que no habrá discusión, señores,
quiero formular una sola pregunta: ¿puede existir algún inconveniente para que
las compañías petroleras americanas reproduzcan con Indonesia un convenio que
ya han celebrado con otro país?
Absolutamente ningún inconveniente, Señor Presidente.
Pues bien: yo reclamo, entonces, el mismo contrato que ustedes han
celebrado con el Presidente Frondizi, de la República Argentina.
La
"discusión" había durado menos de medio minuto.
Luego de tres años de rezongos y amenazas,
Sukarno acababa de obtener, en treinta segundos escasos, el Argentina-type Oil
Agreement —20 años de duración— que ponía feliz término a su enojoso problema
del petróleo.143
129.
RENDICIÓN DE CUENTAS
Era indudable que Sukarno se movía con
singular inteligencia.
Estados Unidos también había sido
exhaustivamente exprimido por el voraz líder indonés.
En setiembre de 1963 —dos meses antes de
ser asesinado— el Presidente Kennedy, convencido, por fin, de la cínica
volubilidad de Sukarno, había decidido suspender toda ulterior ayuda militar o
económica a Indonesia. Estados Unidos había malgastado más de 1.000 millones de dólares en su vano intento de conquistar la amistad y la
adhesión de Sukarno.
Sin conseguir ni lo
uno ni lo otro.
Sukarno tenía plena conciencia del inmenso
valor de sus tres mil islas y no precisamente por su incalculable potencial
económico sino por su extraordinaria situación geográfica que las convertía en
eje del sudeste asiático y de todo Oriente.
Nadie en el mundo era tan poderoso como
este presidente vitalicio, adorado como un dios por su pueblo, dueño de los más
ricos territorios, de mares propios, de un alucinante futuro político inmediato:
ocupación de Malasia, contralor del Estrecho de Malaca, dominio del sudeste
asiático, de todo el Pacífico, de todo el mundo. ..
Las tres potencias más grandes de la Tierra
se desesperaban por asociarse a él y él se enorgullecía por los continuos
homenajes de Kennedy, Mao y Khrushchev.
Las prostitutas profesionales y los
políticos profesionales actúan de manera similar: ellas dan su cuerpo a muchos
hombres pero sólo comparten los goces del preferido —ello no significa, sin
embargo, que éste sea eximido del pago del servicio—; en cuanto a los políticos
—Sukarno, en este caso— era evidente que prefería a Mao Tse Tung, pero Mao Tse
Tung también pagaba, lo mismo que los otros.
Más utilitario que las prostitutas, Sukarno
había elegido a Mao y compartía los sueños y los goces de Mao por razones
políticas, étnicas y geográficas. El hecho de que ambos fueran comunistas
constituía un mero complemento.
Sukarno lo hacía todo así: cálculo,
análisis, especulación. Como bandera o pretexto, Indonesia; en el verdadero
fondo, en la raíz, en la quintaesencia de sus más profundas motivaciones, él,
sólo él y nada más que él, en un fenómeno de auto-ósmosís sentimental, de
imbibición espiritual, de involucionado cesarismo, de exaltación narcisista,
que excluía cuanto no convergiera en el vértice de sus propósitos.
Ningún conquistador de la Tierra hizo más
por su patria, pero ¿lo hacía Sukarno por su patria o por sí mismo?
Indonesia era la patria de quienes le seguían a él. Para Sukarno era una
propiedad, un instrumento. Las sucesivas conquistas de Sukarno eran
ampliaciones de una industria en constante auge.
Un administrador común se habría asignado
sueldo y determinada participación en las ganancias. Como todos los
dictadores, Sukarno no se consideraba administrador sino dueño del 100 % de las
acciones. Así lo
confesó a la hermosa Cindy Adams, al dictarle sus Memoirs:
Vivo entre el lujo, en palacios como Bogar, señalado por mis visitantes
ilustres como el más fastuoso de todo el Este, pero a pesar de los paradisíacos
jardines y de la suntuosidad oriental de sus interiores —riquísimas alfombras,
magnífica cristalería, estupendas obras de arte— yo me siento cansado, miro
hacia atrás, paso revista a cuanto he podido realizar y pienso si Alá me concederá
diez años más de vida que me permitan consolidar mi legado a Indonesia.
Paso largas vigilias pensando en el futuro de mi amado pueblo y en lo
que aún me queda por hacer. Por supuesto, no dejo de pensar en lo que llevo
hecho.
Indonesia cuenta hoy con 55 importantes maternidades, 5.000 médicos, 500
farmacéuticos, 4.000 centros de salud para post-parturientas; el 70 % de la
población está ya inmunizada contra la malaria. El 90 % de la producción
mundial de quinina es indonesa. Me propongo seguir multiplicando la producción
de cemento, de fertilizantes, de todo tipo de aceite, caucho, maderas finas,
tabaco, té, azúcar, especias, toda esa industria que estuvo en manos holandesas
y hoy nos pertenece totalmente.
También me he preocupado por desarrollar nuestra marina mercante hasta
superar las necesidades del transporte ínter-isleño indonés y nuestras fuerzas
armadas son las más numerosas y mejor equipadas del Sur de Asia.
Socialmente, nuestro progreso ha sido extraordinario. He prestado preferentemente
atención a la emancipación de la mujer indonesa, al punto de que no sólo
podemos alardear de tener mujeres ministros sino de tener también más de cien
mujeres jueces. Los holandeses
dejaron 32 escuelas secundarias; hoy tenemos bastante más de 2.000.
Otra de mis preocupaciones es la de dotar a todos los ignorantes
campesinos indoneses de casas modernas de ladrillo y cemento, provistas de
cocinas, despensas, baños completos y enseñarles a usar todo eso, en bien de
un mejor estado sanitario general.
Podría jactarme de haber organizado un sistema de gobierno comunal
perfecto, único en el mundo, para todos los municipios del archipiélago.
Un sistema simple, familiar, que impide reyertas, sospechas, desagrados
y malentendidos. Los
habitantes de cada municipio eligen un Concejo formado por tres ediles. Es
obligatorio que uno represente a los campesinos, otro a los pueblerinos y otro
sea independiente.
Preside el de mayor edad.
El secreto está en que todas las resoluciones, de cualquiera índole que
sean deberán adoptarse por unanimidad.
Pero hay una cosa de la que me envanezco de manera muy especial;
absolutamente justificada, según creo: mientras China, Rusia, India y aún
países europeos, no han podido evitar una minimizada diversificación de lenguas
en sus territorios mediterráneos, yo he logrado que en las 10.000 grandes y
pequeñas islas indonesas solo se hable un único idioma: el Bahasa Indonesia.
Mi pueblo me ama por todo esto.
Mi pueblo sabe que Alá me llamará algún día pero mi pueblo quiere que
eso ocurra cuando Alá lo decida y no antes.
Festejando mi cumpleaños de 1962, mi pueblo instituyó la Tjakrabirawa,
una guardia personal especial de 3.000 oficiales jóvenes extraídos de las
cuatro armas. Todos ellos son consumados paracaidistas y expertos guerrilleros,
pero sólo trescientos elegidos entre los de mi mismo grupo sanguíneo, tienen el
máximo honor de ser mis guardias personales inmediatos.
Otro grupo de ellos, conociendo mis gustos, se preocupan por que no
falten buenos músicos, danzarines y cantantes en los actos o reuniones a los
que yo concurra. Previendo la posibilidad de que los asistentes me piden que
pronuncie un discurso —cosa que ocurre siempre— un grupo de esos hombres,
técnicos del Regímiento Electrónico, habrán dispuesto con anterioridad la instalación
de un dispositivo de transmisión y amplificación.
Mis hombres conocen cuales son mis platos favoritos. Se constituyen en
la cocina, donde vigilan la preparación de todo lo que habrá de serme
presentado. Ellos mismos, con uniforme de mucamos de comedor, prueban
previamente esas comidas y luego me las llevan a la mesa.
Donde quiera que yo vaya, en interiores y exteriores, próximos o
estratégicamente alejados, hay hombres de mi Tjakrabi-ra\va cuidándome
celosamente.
Yo he solido escapar de mis palacios en horas de la noche para ir a
dormir en alguna otra cama. Ya no puedo hacerlo desde que la Tjakrabirawa
vigila mis pasos. A la mañana siguiente de la última vez que lo hice, hallé una
nota sobre mi escritorios "Querido Bapak (padrecito): Nosotros somos los
responsables de su vida. Le rogamos no vuelva a escapar otra vez. Firmados Su
Tjakrabirawa.
Pues, sí; mi Tjakrabirawa puede cuidar mi vida pero no puede cuidar mi
salud.
Yo tengo un riñon que es una fábrica de cálculos úricos y otro que mis
médicos querrían observar radioscópicamente cada minuto.
Me piden que no grite, que no me enfurezca porque eso produce úlceras,
pero ¿cómo voy a mantenerme calmo si cada cinco minutos me llega una mala
noticia'? Mi espontáneo desahogo es gritar e insultar. Son ellos quienes van a
sufrir de úlceras y no yo.
Cada mañana, tomo con el café de mi desayuno un buen cocktail de diez
vitamina, acompañándole con una regular cantidad de jalea real.
La siesta sería muy beneficiosa para mis nervios, pero nunca he podido
dormir después del lunch de mediodía. Descanso leyendo. En todas mis
habitaciones hay libros en los más insólitos lugares.
Alguna vez, alguien se ha atrevido a insinuar que yo debería retirarme a
descansar. ¿Retirarme yo? No podría hacerlo. Yo no podría vivir mis últimos
años con el temor de ser asesinado. No. Yo deberé trabajar por mi Indonesia
hasta mi último aliento.
Además, ¿adonde podría ir yo? Yo no tengo casa ni una miserable parcela
de tierra. Tampoco tengo dinero ni ahorros.
Más de una vez ha ocurrido que yo no tuviera una sola rupia para los
gastos de mi casa 144 . En una visita a un país extranjero, mi
Embajador en esc país tuvo que comprarme un pijama porque el pijama que el
Presidente Sukarno llevaba en su maleta estaba destrozado.
El Estado me proporciona casa, luz, comida, cuatro automóviles para mi
uso y tres para uso de mis huéspedes, pero yo soy el único Presidente del mundo
que no tiene una casa de su propiedad.
No hace mucho, mis marhaens (equivalente al "grasa" peronista)
iniciaron una colecta para construirme una casa.
La prohibí. Yo no quiero recibir nada de mi pueblo. Quiero, en cambio,
darlo todo por él.
Tampoco quiero —el día que Alá me llame a su lado para enviarme luego al
Infierno— que se inscriban todos mis títulos en la lápida que cubrirá mis
restos. Que no se lea: "Aquí yace Su Más Egregia Excelencia, el Honorable
Señor Doctor Ingeniero Hadji Sukarno, Primer Presidente de la República de
Indonesia, Comandante Supremo de sus Fuerzas Armadas, Gran Líder de su
Revolución, Primer Ministro, Líder Supremo del Frente Nacional, etc., etc.,
etc.,"
Quiero una lápida que diga, simplemente:
"Aquí yace Sukarno, intérprete del pueblo indonés".145
143 The Wall Street Journal, marzo 1-1963; The Economist, junio 8-1963.
144 Dramática lección de humildad para
Perón, quien se lamentaba de verse obligado a vivir "con sólo trescientos
pesos mensuales".
El gran Calderón pareció haber previsto
las duras vicisitudes de los dos dictadores:
Cuentan de un sabio, que un día, más pobre y triste que yo?
tan pobre y mísero estaba, y cuando el rostro volvió.
que sólo se sustentaba halló la respuesta,
viendo,
de
unas yerbas que cogía. que iba otro sabio cogiendo
/Habrá otro —entre sí, decía— las hojas que él arrojó.
145 Otra posse de Sukarno. El estaba convencido de que, a su
muerte, toda Indonesia se convertiría en un inmenso mitológico Walhalla en el
que imperaría, como un Dios único, mientras existiera un indonés vivo. Alguna
vez se había burlado del "Valle de los Caídos", acotando: "A
Franco le faltó agregar el corazón de un solo español".
130.
EL DIOS SUKARNO
Sukarno era él. Sólo él. Narciso, ególatra,
absoluto, astro, dios. Indonesia era suya, de su propiedad. El
había luchado toda su vida por ella. La había conquistado, la había sometido
para preñarla con sus sueños faraónicos.
Aquellos cien millones de indoneses que
llevaban tres siglos y medio doblados sobre el surco, rumiando su amargo odio
al holandés, fueron tierra fértil para una prédica rabiosa que produjo el
milagro de mantener la perfecta comunión de tres mil islas. Confiaron en
Sukarno. Lo esperaron todo de él. Le veneraron. Pusieron en él toda la fe. Toda
la mística fe que él exigía.
Ignoramos si Sukarno
se inspiró en San Agustín ("Fe
es creer que Dios, Quien salva a unos pocos y condena a una enorme mayoría, es
misericordioso; Fe es creer que Dios, Quien parece gozarse colmándonos de
desdichas al punto de que antes merecería nuestro odio que nuestro amor, es
justo; por ello, os digo: si fuéramos capaces de explicarnos por qué Dios se
muestra más inicuo y cruel que un malvado, entonces no habríamos necesidad de
la Fe"), cuando quince
siglos más tarde, ya entronizado bonaparte, expresó:
Yo sé que mi pueblo se mata trabajando, sé
que sufre hambre, sé que viste harapos, sé que no goza de ningún halago
material, pero esto no me preocupa, porque también sé que mi pueblo está
orgulloso del honor de sufrir hambre y de carecer de lo indispensable para que
todas las riquezas de Indonesia sean para hacer de Indonesia la nación más
poderosa de la Tierra.
Al amparo de la filosofía agustiniana, los
papas, los obispos y toda la privilegiada casta que vestía sotana pudo vivir en
la más grosera concupiscencia mientras los cristianos sufrían hambre; al amparo
de su propia filosofía, Sukarno podía olvidar que su pueblo se mataba trabajando,
que seguía sufriendo hambre, que seguía vistiendo harapos, mientras él tenía
cinco esposas simultáneas en cinco fabulosos palacios, viajaba por todo el
mundo con numeroso séquito y boato imperial y en una de sus típicas extravagancias,
había distraído veinte millones de dólares del último crédito concedido por
Kennedy para estabilización de la rupia, en la adquisición de tres lujosísimos
cuatrirreactores para su uso privado.
A raíz de esta disparatada compra, el
Senador Hugh Scott, republicano por el Estado de Pennsylvania, bramaría en la
Alta Cámara (7 de marzo de 1963) : "No concibo que nuestro gobierno pueda
seguir concediendo conscientemente préstamos a Indonesia."
Pero los cien millones de indoneses tenían
tan inquebrantable fe en Sukarno como la que reclamaba San Agustín de los
cristianos. ¿Qué podía importarles la maldición de trabajar de sol a sol y
sufrir hambre y vestir harapos mientras Sukarno diversificaba su placentera
vida en cinco palacios y viajaba como un rey —que lo era— y despilfarraba
millones, si él, el Bung, el amado Padrecito, el Dios vengador, había vencido y
humillado al odiado holandés, había mantenido unidas las tres mil islas, había
anexado Nueva Guinea, estaba próximo a redimir Sarawak, Sabah, toda Malasia y había
sido elegido por Alá para hacer de Indonesia la nación más poderosa de la
Tierra?
131.
SUKARNO, FIGURA MUNDIAL
El 1 de mayo de 1963, Holanda entregó a
Indonesia aquella mitad Oeste de la isla de Nueva Guinea que había venido explotando
durante siglos. Fue un acto fríamente protocolar que se celebró en la ciudad
capital de ese territorio, Hollandia, cuyo nombre se había modificado en la
circunstancia por el neutralizado Kotaburu (Ciudad Nueva), para ser cambiado
posteriormente por el de Sukarnopurna (Puerta de Sukarno).
Algunos días después, en uno de sus
discursos hebdomadarios, Sukarno proclamaba un nuevo slogan: Ambeg para ma
arta, (lo más importante, antes).
Acababa de inventar las prioridades.
Su Prioridad número 1 fue dramáticamente
expresada en un verdadero alarido de guerra: ¡Ganjang Malaysia!; textualmente:
¡Devorar Malasia!
La ley de la jungla conjugada en el
insustituible verbo motor de la jungla: devorar. Devorar Malasia para hacer
suyo el Estrecho de Malaca.
Nueva
Guinea, por la que había bregado durante 14 años, acababa de serle entregada.
Su firme propósito de
desalojar a Holanda de su último reducto en el sudeste asiático, aún a costa de
una guerra que podría haber adquirido magnitud universal por la prevista intervención
de Rusia y China en favor de Indonesia, había forzado la enérgica presión
conjunta de Washington D.C. y la UN para que Holanda capitulara. La
misma exitosa fórmula de Nueva Guinea habría de darle el triunfo en Malasia.
Anexiones sucesivas. Hitler redivivo.
El 15 de mayo de 1963 (il ferro, batirlo
caldo) lanzó por primera vez sus comandos contra Tebedu, un pequeño pueblo del
distrito de Serian, en Sarawak.
En el curso de los doce meses siguientes
—15 de mayo de 1963 a 12 de mayo de 1964— los Estados malayos sufrieron ciento
seis ataques similares. Comandos salvajes, que atacaban con saña de
poseídos e incendiaban viviendas, graneros, bosques circundantes, en indiscriminado
terrorismo.Los ingleses les denominaron Indonesian Border Terrorists (IBT).
El 9 de setiembre de 1963, el delegado del
gobierno de Kuala Lumpur exhibió en la UN un sinnúmero de pruebas —armas,
documentos, fotografías, etc.— que no dejaban lugar a dudas con respecto a la
nacionalidad de los terroristas. El delegado indonés, Sudjarwo,
admitió que los "voluntarios indoneses habían invadido Malasia" y
agregó, con nerviosa vehemencia: "|Es Malasia quien deberá decidir si
quiere la paz o la guerra!".
Pocos días después —setiembre 25— el propio
Sukarno confirmaría los belicosos propósitos de su delegado, al expresar en un
discurso: "La Confederación Malaya constituye la perpetuación de la
influencia británica en el sudeste asiático. Esa es la razón por la que
Indonesia se propone aplastar a Malasia".
Olvidando la promesa de no seguir ayudando
a Indonesia, formulada al Pentágono, el Presidente Kennedy escribió privadamente
a Sukarno ofreciéndole un préstamo inmediato de 70 millones de dólares y la
renovada ayuda americana, si él
(Sukarno) garantizaba el cese de sus ataques contra Malasia.
En su primer discurso siguiente, Sukarno se
refirió al ofrecimiento de Kennedy y se mofó de la condicionada ayuda
americana.
Kennedy no insistió, pero el Fondo Monetario Internacional declaró
cancelado su respaldo de 50 millones de dólares asignados a Indonesia en
concepto de stand by. Sólo a medias, porque Sukarno ya había hecho
uso de 20 millones.
Mientras tanto, la situación económica del
archipiélago se agravó hasta tornarse verdaderamente angustiosa. Inflación,
Miseria, Hambre. Todo con mayúscula. Sobre todo en las ciudades. El cambio libre ascendió, en horas, de 900 a 12.500 rupias
por cada dólar.
El costo de la vida se duplicó en menos de
una semana.
China envió 100.000 toneladas de arroz.
Indonesia ya superaba entonces los 120 millones de habitantes. De haber
distribuido equitativamente ese arroz, habrían correspondido 833 gramos a cada
indonés.
Una noche, el Primer Ministro Subandrio se
atrevió a interrumpir el sueño de Sukarno para comunicarle el asesinato de
Kennedy.
La noticia quedó en los umbrales del
tímpano. En
cambio, tomó conciencia de que estaba lloviendo con fuerza.
Apretó a la japonesa Dewi entre sus brazos y
siguió durmiendo.
Horas más tarde, pensaría: "—De todos
modos, era un filón agotado."
La inflación adquirió un ritmo
incontrolable. Cuando los hasta entonces respetados billetes de mil rupias se
convirtieron en níqueles, aparecieron sus "majwes" de 5 y 10.000
rupias, pero tampoco inspiraron respeto.
El verdadero pueblo seguía estando tan
lejos de estos nuevos valores como lo había estado antes de los anteriores. Los
salarios de los obreros oscilaban entre las 2.000 y 3.000 rupias mensuales.
Suma insuficiente para mantener a una sola persona.
Los empleados públicos se complementaban
para reducir al mínimo sus horarios a fin de poder cumplir otras actividades.
Un Jefe de División de cualquier ministerio podía dedicar algunas horas al
manejo de un ómnibus o un taxímetro. Era sabido que los conductores de una
unidad de transporte, se embolsaban el importe de algunos viajes o de algunos
pasajes o detenían la marcha para extraer nafta de los tanques y entregarla a
alguno de los fingidos pasajeros.
La policía solucionaba toda clase de
contravenciones y delitos menores a cambio de una proporcionada cantidad de
rupias.
En las compras, era
necesario pagar la cantidad exacta para evitar que los empleados o cajeros se
equivocaran al devolver el sobrante. La corrupción alcanzaba a todos
los niveles. Los ministros, jueces y altos funcionarios se mostraban tan
dispuestos a vender su alma al diablo como el último de sus subalternos.
Las clases bajas sufrían hambre.146 El
hambre provocaba el
llanto de los niños y
el insomnio de los padres, pero Sukarno sabía que esa hambre física era tierra
de almacigo para su comunismo.
1964 habría de ser el año-hambre. El mundo
fue impulsado por hambrientos. Los hambrientos harían la grandeza de Indonesia,
Las incursiones de los terroristas se
sucedían a razón de dos, mínimo, en cada semana.
Como el secreto de su
éxito dependía de la sorpresa, los puntos elegidos para asestar los golpes
solían ser absolutamente dispares y caprichosos en lo que se refería a su
situación geográfica o a su importancia política.
Algunos de esos golpes revelaban tanta
imaginación como la que había demostrado poseer el ministro argentino
Borlenghi, de triste recuerdo, al hacer quemar una bandera patria por sus
propios hombres para que fueran inculpados sus opositores nacionalistas.
Es sabido que el 90 % de la población
indonesa profesa la religión musulmana y que el mismo Sukarno se remite con
unción a Alá y a su Profeta muchas veces cada día. El 21 de julio de 1964 se
realizaba en Singapur una gran procesión musulmana. Elementos desconocidos la
atacaron alevosamente. Resultaron 30 muertos y alrededor de 500 heridos, un
tercio de estos, de suma gravedad.
El 2 de setiembre siguiente, otra
pretendida reyerta racial y religiosa dejó 20 muertos y 170 heridos entre los
musulmanes singapureños. Por supuesto, en ambos casos se alzaron
voces de quintacolumnistas indoneses acusando a los resentidos ingleses de
haber provocado esos desmanes.
El 17 de agosto de 1964, día de la
Independencia de Indonesia, dos batallones de marines indoneses desembarcaron
en una amplia playa al Sur de Mersing —Johore— apoyados por un batallón de
paracaidistas y gran cantidad de guerrilleros que seguían, expectantes,
ambas operaciones. Las barcazas retornaron al mar y los hombres se internaron
en la espesa selva sin haber demostrado preocupación por que su acción fuera o
no advertida.
Los raids de los terroristas indoneses
seguían efectuándose en variada intensidad pero siempre con un promedio regular
de casi diez incursiones por mes.
Kuala Lumpur, temerosa de una invasión en
gran escala, requirió la ayuda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
acusando abiertamente a Indonesia. El delegado indonés negó que su
gobierno tuviera la menor participación en esa sistematizada acción terrorista
contra los Estados malayos y sostuvo que esa acción estaba inspirada por Inglaterra.
A un irresponsable como Sukarno era preciso
eliminarle por un atentado, declararle la guerra o invitarle a parlamentar. Esto
último era lo que permitían los principios democráticos de las potencias
democráticas y esto fue lo que se hizo.
Viajero impenitente, Sukarno se entrevistó
con el Primer Ministro malayo Rahman y Robert Kennedy en Tokio y luego con
Rahman y el Presidente Macapagal, en Manila.
Robert Kennedy, todavía Fiscal General de
la Nación a tres meses del asesinato de su hermano, se había prestado a
complacer el pedido del Presidente Johnson para contribuir a suavizar la
tensión existente entre el clan Kennedy y el nuevo Presidente de la Unión,
sobre quien recaían cada vez más vehementes sospechas de que hubiera estado en
antecedentes del peligro que amenazaba al confiado John en Dallas.
Robert Kennedy, convertido por decreto en
desfacedor de entuertos asiáticos, había salido de Washington D.C. con profundo
pesimismo diplomático, sabiendo que aquel nudo gordiano no podría ser deshecho
de ninguna manera.
La ocasión de reeditar la hazaña de
Alejandro se había perdido trece años antes, en el instante mismo en que
Truman, obedeciendo órdenes de sus superiores, eliminara de un plumazo al
General Mac Arthur.
Robert Kennedy, puritano turista de luto,
nostalgíoso de sus nueve hijos y de su mujer, grávida del décimo, cumplió su
gira en
quince días y en la misma palangana de Pilatos lavó la frase que servía de colofón a su breve informe: "Solución
asiática para el problema asiático".
Para entonces, los raids terroristas se
iniciaban también desde las regiones selváticas de la frontera tailandesa para
asolar villorrios de Perlis, Kedah y Kelantan.
Al mismo tiempo que esos tres Estados malayos norteños sufrían el azote de
los vándalos indoneses, Sukarno se
reunía nuevamente en Manila con Rahman y el Presidente Macapagal. Finalizaba junio de 1964.
Sukarno corría su maratón política contra
reloj o para decirlo con mayor propiedad, "contra calendario". Todas
sus actitudes de primer plano tendían a distraer la atención de los analistas
políticos del Pentágono y de la UN.
146 El Secretario General del Partido
Comunista, Dipa Nusantara Aidit, colaboraba asiduamente en el Harían Rakjat, el diario de mayor circulación de Indonesia
(órgano oficial del Partido Comunista).
En la edición del 10 de octubre de 1964,
Aidit afirmaba: "Sukarno y yo hemos comido carne de rata. Se puede comer.
El pueblo indonés tendrá quecomer esa carne mientras subsista esta situación
cíe hambre que Sukarno no podrá solucionar hasta que no hava solucionado los
graves problemas que amenazan a Indonesia como nación".
132.
LA BOMBA: OBSESIÓN DE SUKARNO
Sukarno esperaba que los físicos de Mao,
concienzudamente entrenados en Estados Unidos, detonaran su primera bomba atómica.
Físicos indoneses, también entrenados en
los más exclusivos centros nucleares americanos, colaboraban con sus colegas
chinos en la planta atómica de Sinkiang, base del imprevisible poder político
futuro de Mao.
Sukarno tenía la certeza de que su más cara
ilusión —su bomba atómica— estaba ya a punto de verse realizada. Gozaba
recordando detalles que jamás había confiado a nadie.
El 8 de agosto de 1945 había sido citado
por las autoridades militares japonesas. Procedimiento usual: un mayor
acompañado de un asistente iba en su busca. Horas después le devolvían a su
casa en un jeep.
Esta vez no había sido así. El Coronel a
cargo de la Guardia, le había informado:
—El General Terauchi, Comandante Supremo de
las fuerzas japonesas del sudeste asiático, desea hablar urgentemente con Vd.,
Ingeniero Sukarno. El avión que le llevará al Cuartel General de Saigón está
esperándole a Vd. para partir.
El General Terauchi recién le había
recibido al tercer día de su llegada a Saigón. En nombre del gobierno imperial,
le proponía encabezar el primer gobierno de Indonesia independiente.
Sukarno regresó a
Djakarta el 14 de agosto, en un avión carguero sin asientos, en el que debió
viajar hacinado entre cien malolientes soldados japoneses, tendidos largo a
largo como una carnada de sardinas. Las seis horas del viaje directo de Saigón
a Djakarta se hicieron interminables.
No pensaba en planes de gobierno. Otra
cosa, algo que había sabido a medias, más que sabido, adivinado, intuido,
polarizaba sus ideas. Dos días antes de partir de regreso,
accidentalmente, por la indiscreción o desesperación de un joven capitán
japonés a quien halló acostado, borracho y bebiendo en la común habitación del
Hotel Catinat, esforzándose por interpretar el farfullado inglés básico del
ebrio, se había enterado de que los malditos americanos habían arrojado bombas
atómicas sobre indefensas ciudades japonesas y las habían destruido
totalmente.
Le vio dormirse y esperó un largo rato,
inútilmente, a que despertara. La llegada de otros jóvenes oficiales le indujo
a salir. Su tarjeta de identificación le permitió caminar por la irreconocible
Avenida Do, bordear el río que cruzaba la ciudad y entrar más tarde, buscando
fresco, al templo annamita que guarda el sepulcro del Mariscal Duyet.
No había podido confirmar lo que sospechaba
ni obtener nueva información.
Adivinó que los japoneses se rendirían y
presintió que la bomba atómica habría de ser el arma del futuro.
El 15 de agosto de 1945, día siguiente de
su retorno a Djakarta, Japón se rindió incondicionalmente.
El 17 de agosto de 1945 Sukarno proclamó la
independencia de Indonesia.
La bomba atómica era su obsesión.
—Ningún país podrá considerarse realmente
independiente mientras no posea la bomba atómica —pensaba.
Nueve años después, una resolución del
Presidente Eisenhower, anticipada por alguna agencia noticiosa, le produjo una
corazonada.
Vio la posibilidad. Hasta le resultó lógico
que aquello que había soñado alguna vez, se hiciera factible. Había
también una coincidencia, un augurio, una premonición: la bomba había
precipitado la independencia indonesa, habían nacido juntas, estaban
hermanadas... Quizá por primera y única vez en su vida, el cínico Sukarno soñó
despierto, un minuto.
En 1954, Eisenhower dispuso que una
comisión de físicos americanos visitara las más alejadas regiones de Asia para
determinar la radioactividad remanente. Los gobernantes
americanos tienen la democrática costumbre de difundir por los diarios hasta
los menores detalles de sus oclusiones intestinales.
(Hitler decía y no del todo en broma, que
él no había necesitado montar un servicio de espionaje en Estados Unidos
porque estaba suscripto al New York Times).
Lo cierto fue que Sukarno se enteró de los
propósitos de Eisenhower bastante antes de que se firmara el respectivo
decreto. Se
apresuró a preparar la mise en scéne.
Cuando los físicos americanos llegaron a
Djakarta —octava ciudad de su itinerario: Hiroshima, Nagasaki, Seoul (Korea),
Sapporo (Hokaido), Okinawa, Taipei (Formosa), Manila, Djakarta, etc.— se vieron
gratamente sorprendidos al encontrar allí, en pleno funcionamiento, un Consejo
Atómico Nacional bajo la celosa supervisión política del propio Presidente de
la República y la dirección técnica de los más autorizados físicos de la
Universidad de Bandung.
El Presidente Sukarno era en 1954 un héroe
romántico de prestigio universal.
Las páginas de los 1.800 diarios americanos
con sus 80 millones de ejemplares en tiraje combinado —periodismo modular— habían
idealizado sus largos años de perseguido revolucionario, su gesta irredentista
y sus declarados propósitos de marchar a la zaga de Estados Unidos, país al que
los libros de texto de las escuelas comunes indonesas consagraban como el
campeón de la Democracia y de la coexistencia pacífica.
La simpatía personal de Sukarno jugó un
papel importantísimo. Agasajó dignamente en su palacio de Bogor a
la delegación de jóvenes científicos yankies y colaboró con ellos, proporcionándoles
medios para que pudieran realizar verificaciones de radioactividad en las más
pintorescas regiones del archipiélago, preocupándose, asimismo, por que les
acompañaran profesores de la Universidad de Bandung y hermosas secretarias que
agregaban un toque especial a aquella excursión de trabajo.
Sukarno seguía concediendo decisiva
influencia al condimento sexual.
Al presentar su informe a Eisenhower, los
físicos americanos destacaron la encomiable preocupación de Indonesia por la
investigación atómica aplicada a fines pacíficos y subrayaron la inestimable
cooperación del Presidente Sukarno, dejando sentadas las bases del Acuerdo de
Asistencia Atómica, (Atomic Attendance Agreement — "AAA")l47
que un año más tarde firmaron Estados Unidos e Indonesia de
igual a igual, como potencias atómicas equivalentes.
Sukarno se propuso
extraer el mayor provecho posible de esta convencional paridad. Reorganizó el original Consejo Atómico
Nacional y le convirtió, ya ampliado, perfeccionado y en moderna sede propia,
en el "Instituto Nacional para la Investigación de la Energía Atómica con
Fines Pacíficos de la República de Indonesia".
Siguiendo un plan predeterminado, el
gobierno de Indonesia formuló sucesivas invitaciones a prestigiosos físicos
americanos a quienes el Embajador indonés dejaba saber al visitarles, donde
quiera que estuvieren sus centros de actividades, que habrían de ser declarados
"huéspedes oficiales" y que la invitación —tres pasajes por Pan
American Airways, vio Tokio— se extendía a sus respectivas esposas y a un
secretario.
Cuando un hombre de ciencia es honrado por
el gobierno de un país al que considera lealmente asociado al suyo propio,
viaja a ese país para pronunciar una conferencia o dictar un cursillo de dos o
tres clases ante un auditorio de estudiosos que le escuchan con el respeto con
que se escucha a un sabio y tiene en ese auditorio, como un oyente o un alumno
más, al Jefe de ese gobierno, no puede dejar de sentirse halagado y
naturalmente inclinado a compartir, con espontánea confianza, el tesoro de sus
conocimientos.
La conferencia era grabada en un moderno
aparato Telefunken que se retiraba para proceder a su transcripción apenas el
disertante pronunciaba la última palabra y el pequeño salón de actos del
Instituto estallaba en aplausos.
Un investigador siempre se siente orgulloso
de sus descubrimientos. Resultaría contradictorio, ilógico, que un
investigador sincero se substrajera al legítimo orgullo de exponer sus
conquistas y sus metas científicas sin maliciosos retaceos.
El astuto Sukarno especulaba con todos
estos factores aleatorios. Su título de ingeniero y su probada vocación
físico-nuclear, le permitían justificar su
interés personal por el tema. Sobre esa premisa, lograba agregar amables
prolongaciones a las clases o conferencias, al formular intencionadas preguntas
referidas a algunos aspectos del problema atómico sobre los que interesaba
conocer la última palabra.
El espontáneo diálogo posterior, totalmente
off the record, parecía no quedar registrado y este detalle no dejaba de
estimular la amplitud de las respuestas del conferenciante. Este ignoraba que
una serie de pequeños micrófonos hábilmente dispuestos y disimulados seguían
grabando cada una de las sílabas que pronunciaba.
147 Los americanos son muy
supersticiosos y suelen hacer cabala de cada detalle. Como los antiguos,
despanzurrarían a cualquier animal doméstico para "leer" sus
visceras.
Se dejan llevar por sus primeras
impresiones sin pensar que esas primeras impresiones tienen origen en simples
motivaciones de forma o color, es decir, puramente estéticas.
Por esa razón, desde el Presidente
Eisenhower hasta el último físico americano consideraron como un buen augurio
aquella hermosa sigla: "AAA".
133.
EL PERTINAZ SUKARNO
Los físicos
americanos y sus esposas regresaban a su país inmejorablemente impresionados
por el cordialísimo tratamiento que Sukarno y la gentil Mme. Hartini, su
mujer, les habían dispensado.
Este tipo de specific relations rindió a Sukarno óptimos frutos.
Entre 1959 y 1964, físicos indoneses, en
número que llegó a alcanzar a cien, gozaron de becas para cursar altos estudios
de perfeccionamiento en las principales universidades americanas, con
automática adscripción posterior a ciclos de trabajos prácticos en plantas
atómicas donde ultrapoderosos reactores realizaban el repetido milagro de
envasar un sol en cada pequeño receptáculo blindado.
Pero Berkeley o MIT no eran los únicos
puntos donde los físicos indoneses se perfeccionaban. Moscú concedía tantas
becas como el gobierno indonés pidiera.
Sucesivos teams de físicos indoneses
siguieron cursos de perfeccionamiento nuclear en institutos especializados
moscovitas. El
diario oficial indonés Pantja Sila —17 de junio de 1960— terminaba su editorial
con esta frase: "Antes de que transcurra mucho tiempo tendremos técnicos
especializados que desarrollarán nuestro propio programa atómico en nuestros
modernos laboratorios de investigación, permitiéndonos prescindir de toda
potencia extranjera".
Los "modernos laboratorios de
investigación" consistían, hasta ese momento, en un modesto reactor-tipo
"Triga Mark II" de sólo 250 kw. proporcionado por los americanos e
instalado con gran aparato exterior en Jogjakarta.
Un meccano para entretenimiento de los
flamantes físicos indoneses.
El potencial no justificaba la arrogante
profecía del editorialista del Pantja Sila pero bastó al maquiavélico Sukarno
para provocar la prevista reacción de Khrushchev.
Pocos meses después —15 de marzo de 1961—
Indonesia firmó un Acuerdo Nuclear con Rusia por el cual Rusia se comprometía a
construir en Serpong, próximo a Djakarta, "un reactor de no menor potencia
de 2.000 kw.".
El programa atómico se puso, entonces, bajo
estricto contralor militar, designándose Director del mismo al estudioso
General Hartono.
Una inmediata intensiva exploración
geológica en las distintas islas del archipiélago se concretó felizmente en
Sumatra y Borneo, donde los exploradores hallaron ricos yacimientos de uranio y
berilio. Posteriormente,
los más prestigiosos físicos de la Universidad de Bandung fueron enviados a la
planta atómica de Sinkiang, donde trabajaron a las órdenes del extraordinario
físico chino Tsien San Tsiang —a cuyas órdenes ya habían trabajado antes en la
planta atómica americana de Oak Ridge— y del no menos extraordinario Chien
Hsueh-Sen de quien habían sido alumnos en el Instituto de Tecnología de
Massachusetts.
No hubo secretos para los físicos
indoneses y un grupo de ellos fue enviado a la Planta de Concentración de
Lan-chú que procesa el enriquecimiento del uranio con un régimen energético de
seis millones de kilovatios-hora.
El 6 de octubre de 1964, los físicos chinos
ofrecieron un banquete de despedida a los hombres de ciencia indoneses con
ocasión de su regreso a Djakarta.
El jefe de la delegación visitante,
Profesor Hadwidjadja, expresó que "los hombres del Instituto de
Investigación Atómica indonés guardarían celoso recuerdo de la fraternal
cordialidad y la generosidad científica de sus hermanos chinos, a quienes auguraba
el mayor éxito en la concreción inmediata de la hazaña nuclear que colocaría a
la China de Mao Tse Tung a la par de los más adelantados pueblos de la
Tierra". (Hadwidjadja se refería, sin duda, a la Bomba Atómica de 20
kilotones que los sabios Tsien San Tsiang y Chien Hsueh-Sen hicieron detonar el
16 de octubre de 1964).
Tres días después, arribaron al aeropuerto
Kemajoran, Djakarta, de regreso de Estados Unidos, los físicos indoneses
doctores Soepadi y Samaun, quienes venían de obtener sendos títulos de
"Ingeniero Nuclear" en Michigan State University y Stanford
University, respectivamente. Declararon a los periodistas:
"—Indonesia estará muy pronto a la vanguardia de la investigación nuclear
en esta parte del globo."
Había viajado con ellos y les acompañaba en
ese momento, el reputado físico americano, profesor Gerald Logan, quien era
portador de 62 barras de "Uranio 235" que pesaban 100 libras y tenía
la misión de entregar ese valioso presente al Instituto Nacional para la
Investigación de la Energía Atómica con Fines Pacíficos de la República de
Indonesia.
El 16 de octubre —los acontecimientos se
precipitaban— Mao Tse Tung hizo detonar su primera bomba atómica.
Un mes después —el 15 de noviembre de 1964—
el Director del Instituto de Investigación Atómica, General Hartono, declaró en
un acto oficial, en presencia de Sukarno:
—A fines del próximo año, Indonesia hará
explotar su primera bomba atómica.
"Fines del próximo año" podían
considerarse los tres últimos meses: octubre, noviembre o diciembre de 1965.
A raíz de esa afirmación categórica del
General Hartono, el Pentágono requirió información al embajador
americano Howard Jones, quien se expidió asegurando "que él, personalmente, no creía que
Indonesia pudiera hacer detonar su primera bomba atómica antes de un plazo
calculado entre los tres y los cinco años".
Estados Unidos, como Argentina y algunos
otros países que proporcionan exequias de lujo a políticos o generales
desplazados, designándoles embajadores, contaba con embajadores singularmente
ineptos.
El embajador Howard Jones estaba entre
ellos.
Por lo que al Pentágono respecta, ¿acaso
ignoraba que la primera bomba atómica indonesa habría de ser preparada con el
uranio enriquecido que Estados Unidos había enviado a Indonesia por intermedio
del físico Dr. Logan?