martes, 3 de diciembre de 2019

19-EL SUPER CAPITALISMO INTERNACIONAL-SU DOMINIO EN EL MUNDO EN EL AÑO 2000


10ºMA: PARTE PARTE 1 DE 2
Pedro Piñeyro 

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que exige la ley 11.723
Buenos Aires
1970
edición del autor 1970

Al genial filósofo,
sociólogo, economista,
creador del materialismo dialéctico,
fundador del socialismo científico,
organizador de la "Primera Internacional",
autor del "Manifiesto del Partido Comunista",
de "El Capital",
de cien obras medulosas que acicatearon la gesta proletaria.
Quien, a lo largo de cuarenta años de áspera lucha,
ignoró sistemáticamente la existencia de
la Banca Rothschild,
el más formidable bastión
del supercapitalismo.
,.. y el primer hombre a quien no asustaron el trueno ni
[el relámpago, inventó a Dios
y Le utilizó en su provecho.



Este libro se terminó de imprimir

en el mes  de Agosto de 1970

en Artes Gráficas "Sapientia"
                                                  Jvtobeu 1163 - Buenos Aires



125.    COLABORACIONISMO

    Transcurrido un tiempo, el Capitán Sakaguchi vino a verme una mañana.
    —Enfrentamos un serio problema, señor Sukarno. No conta­mos con arroz para alimentar a nuestros hombres y sus testarudos compatriotas que tienen el contralor de la producción se niegan a satisfacer nuestros pedidos.
    Inmediatamente llamé a esos comerciantes y luego de expli­carles la verdadera situación, obtuve que proveyeran al ejército japonés de las toneladas de arroz que necesitaba.
    Otra seria dificultad que tuve que resolver fue la relativa a la vida sexual de los soldados japoneses.
    Cindy Adams transcribe taquigráficamente en la página 163 de su libro, las desenfadadas explicaciones de su ilustre biogra­fiado.
     Pues si, parece que ellos no habían tenido nada "de eso" por un tiempo demasiado prolongado. Esto habría podido ser consi­derado un problema privativo de ellos, de no darse el caso de que ellos estaban en mi país. Parlamenté con las prostitutas. "Yo no me atrevería a sugerir a Vds. que hicieran nada contra su voluntad pero pienso que si Vds. lo hicieran, estarían haciendo algo que es habitual en vuestro comercio —argumenté".
     Sukarno repite las reflexiones de algunas prostitutas.
    —He oído que los japoneses son ricos y muy sueltos con su dinero —dijo una.
    —Es verdad —asintió Sukarno— y también tienen relojes-pulsera, dijes y otras chucherías.
    —Yo lo considero recíprocamente beneficioso -expresó otra mujer— no sólo nos conduciremos como grandes patriotas sino que, además, haremos buen negocio.
     Yo reuní a 120 prostitutas —sigue diciendo Sukarno en la pá­gina 164— y las aislé en un espacio rodeado de altas defensas. Cada hombre portaba una tarjeta que le permitía efectuar una visita por semana. En cada una de esas visitas su tarjeta era perforada. Posiblemente, esta no es una buena historia para ser contada. Pienso que quizá no haya estado muy bien que el líder de una nación procurara muchachas. Estoy enterado de que existe una palabra para denominar a las personas que lo hacen. Pero se trataba de un serio problema que podía haber creado terrible infelicidad y yo lo solucioné de la mejor manera que pude. Me encanta agregar que todo estuvo muy bien y a todos hizo muy felices mi plan.
     En el último párrafo de esa misma página, agrega Sukarno:
    El Coronel Fujiyama me proveía periódicamente de un tam­bor con doscientos litros de gasolina. Siempre me preguntaba: —¿No necesita Vd. dinero, señor Sukarno? y yo le respondía:  
    —No, muchas gracias. Mi gente me lo provee.
    Fujiyama insistía, cada vez: — ¿No desea Vd. una mejor residencia? ¿No desea Vd. que le proporcione ayudantes?; Y yo le respondía, invariablemente: —No, muchas gracias. Vivo gratuitamente en la casa de Waworunto. No deseo privilegios espe­ciales. En cuanto a ayudantes, tengo chauffeur. Su nombre es Suska.
Suska, aclaró el Presidente Sukarno a Cindy Adams, es mi actual Embajador en la India.
 
126.    EL INDISPENSABLE SUKARNO

     El Coronel Fujiyama comandaba el ejército de ocupación correspondiente a la isla de Sumatra. El General Imamura, Co­mandante en Jefe de todas las fuerzas de ocupación, tenía sus cuarteles generales en Djakarta. Cumpliendo sus propósitos de formar un gobierno civil paralelo, el General Imamura reunió a los líderes que habían tenido actuación en el movimiento revolucionario contra los holandeses, pero todos ellos coincidieron en que no podían integrar ningún gabinete del cual estuviera ausente Sukarno.
    Bien: hasta marzo de 1942, Indonesia había sido una colonia holandesa. La ocupación de su territorio por las tropas japonesas y el servil colaboracionismo de Sukarno, permitieron que el 17 de agosto de 1945 se proclamara su condición de país independiente y soberano.
    El año 1945 fue pleno de acontecimientos políticos: la Con­ferencia de Yalta, en la que Roosevelt, Churchill y Stalin deter­minaron el futuro del mundo por el preciso sistema Ollendorff. 138 el fallecimiento de Roosevelt; el asesinato de Mussolini; el suici­dio de Hitler; la Conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco; la Conferencia de Potsdam; la exitosa prueba atómica de Alamogordo, Nueva México (U.S.A.); el lanzamiento de sen­das bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki; la rendición de Japón; el General Mac Arthur se constituye en Tokio como Interventor del Imperio Japonés; el colaboracionista Quisling es ejecutado en Oslo (Noruega); el colaboracionista Sukarno proclama la Independencia y asume la Presidencia de Indone­sia...
    Para Sukarno hubo todavía cuatro años de duras luchas militares y diplomáticas, pero la Internacional Financiera había tomado sus decisiones al respecto y Holanda, reencarnación de la secular Compañía Holandesa de las Indias Orientales, debió resignarse a admitir la pérdida de su riquísima colonia, firmando el 2 de noviembre de 1949 el reconocimiento de la soberanía indonesa.
    El Presidente Sukarno, amado padre de la victoria, de la nueva Indonesia y de cada uno de los cien millones de indoneses que le adoraban como a un dios, fue elegido Presidente Constitucional el 16 de diciembre de 1949.
    Indonesia pasó a ser suya, de su propiedad absoluta y él mismo se constituyó en un pintoresco espécimen de dictador demagogo que abusaba del apoyo incondicional de un pueblo de abrumadora mayoría analfabeta para imponer su arrogancia, su paranoica egolatría, su erotismo enfermizo y su ambición sin límites.
    Las 3.000 islas indonesas están pobladas por el mismo tipo de campesino profundamente religioso, fatalista, resignado, que dividía sus emociones entre el amor a Alá y el odio a los holan­deses que les explotaban como a esclavos desde hacía 350 años. El propio Sukarno lo pinta con seguro trazo al repetir una conversación sostenida con su típico "hermano indonés":
—¿Quién es el propietario de esta tierra en la que Vd. tra­baja?
—Yo, señor.
—¿Alguien comparte la propiedad?
—No, señor. Es solo mía.
—¿La compró Vd.?
—No, señor. Ha venido pasando de padres a hijos a través de muchas generaciones.
—¿Es suya la pala?
—Sí, señor.
—¿Es suya la azada?
—Sí, señor.
—¿Y el arado?
—También, señor.
—¿De quién es la cosecha que Vd. recoge?
—Mía, señor.
—¿Alcanza a satisfacer sus necesidades?
—¿Cómo podría esta pequeña parcela darme  lo  suficiente para alimentar mujer y cuatro hijos?
—¿Vende Vd. algo de lo que cosecha?
—Apenas nos alcanza para mantenernos vivos. No sobra un solo grano,
—¿Tiene Vd. algún peón?
—No, señor. No podría pagarle.
—¿Trabaja Vd. algunas horas para otros?
—No, señor. Aunque trabajo duramente no me sobra tiempo para ello.
-¿Es suya la casa?
—Sí, señor. Es muy pequeña pero es mía.
—¿Todo esto es suyo?
—Sí, señor.
—¿Trabajó alguna vez en una fábrica?
—No, señor. Sólo trabajé mi tierra.
—¿Su nombre?
—Marhaen, señor.
    Marhaen es en Indonesia un nombre tan común como Smith en Inglaterra o Pérez en España.
Sukarno simbolizó en él la típica individualidad de su pue­blo. Marhaen fue el insobornable soldado de su causa.
    El mismo insobornable soldado que en nuestro país se llamó "Grasa".
    El marhaenismo indonés fue el equivalente de nuestro pero­nismo. (Argentina)
 138 A principios de siglo apareció un sistema Ollendorf para la enseñanza de idiomas en base a preguntas y respuestas que siempre resultaban conversaciones entre sordos:

—¿Habla usted inglés?

—No, pero mi hermana toca el arpa.

 
127.    EL ESTRATÉGICO  ESTRECHO DE MALACA
 
    Cuando a mediados del siglo pasado, en plena era de ingurgi­tación victoriana, los ingleses se adueñaron de las islas de Penang y Singapur y del pequeño territorio de Malaca -en ambos extre­mos y parte más angosta del Estrecho, respectivamente— se asegu­raron, de hecho, el dominio de ese estrecho, obligada vía marítima para la navegación comercial entre Oriente y Occidente y desde el punto de vista militar, el más importante y estratégico cuello de botella de todo el mundo. El malabarismo diplomático de Downing Street 10 exhibió un polícromo surtido de aros, bolos, clavas y dos anticipadas ver­siones de Lawrence de Arabia: los rajahes blancos James Brooke, en Sarawak y Joseph W. Torrey, en Sabah.139
    El resultado fue la constitución en damero de la península malaya y el enclave de dos insoslayables molinetes en ambas puertas del Estrecho.
    Los holandeses ya estaban allí desde muchos, muchísimos años atrás, pero la lluvia de oro de sus fabulosas ganancias comerciales les había impedido ver lo que la monopolización de esa mara­villosa vía de agua podría significar en un futuro mediato.
    Una vez más, los perspicaces ingleses nos dan motivo para que recordemos al andaluz del chascarrillo: "—¡A mí no me den pesetas! ¡Me digan donde las 'haiga'!"
    Como adecuado cerrojo de ese natural desfiladero marítimo, los ingleses oficializaron la protección de los Principados de Perak, Negri-Sembilan, Pahang y Salangor —cuya capital, Kuala Lum-pur, también lo es de la Confederación Malaya— gobernados por sultanes que aceptaron la tutela de la Gran Bretaña, en carácter de Estados federados.
    Los otros Estados malayos —Kelantan, Perlis, Kedah, Treng-ganu y Johore—, fueron incluidos como Estados no federados.
    A diferencia de sus tres Estados-colonia del Estrecho —Penang, Malaca y Singapur— los nueve Estados malayos federados o no federados ya nombrados fueron administrados como protectorados, lo mismo que Sarawak, Brunei y Sabah, que consideramos aparte por no hallarse geográficamente situados en la península malaya propiamente dicha, sino en la vecina isla de Borneo.
    En realidad, los doce Estados malayos, federados o no fede­rados, fueron administrados desde Singapur, bajo la directa super­visión de Londres.
    Singapur, actualmente república "independiente", sigue sien­do eje de la Confederación Malaya "por la influencia de las dos razas —malayos y chinos— que predominan en su integración". Tal la explicación de los estadistas occidentales. La verdadera razón de su predominio es que hasta el humo de las chimeneas de Singapur es de propiedad de la Internacional Financiera.
    Sukarno aspiraba a reunir todo el sudeste asiático en un gran imperio que, por supuesto, también aspiraba a gobernar. La llave de oro de ese gran imperio pasaría a pertenecer a quien poseyera los territorios a ambas márgenes del Estrecho de Malaca y tuviera fuerza militar para respaldar su pretensión de administrar discrecionalmente el cruce de ese Estrecho.
    La vastísima isla indonesa de Sumatra (473.600 kilómetros cuadrados de superficie: aproximadamente 1.600 kilómetros de largo por 300 kilómetros de ancho) y la paralela península ma­laya, son los territorios entre los cuales se desarrolla el Estrecho a lo largo de 965 kilómetros.
    Para Sukarno, la conquista de esos territorios malayos cons­tituía la concreción de su sueño: el dominio absoluto del Pacífico y de toda Asia.
    La vida de Singapur dependía exclusivamente del Estrecho de Malaca. Podía descartarse su automática transferencia al Activo de quien controlara la navegación a través del Estrecho.
Igual cosa ocurriría con Sarawak y Sabah, originalmente pro­vincias del Sultanato de Brunei, cuyas sucesivas cesiones y trans­ferencias, hasta caer dentro de la órbita de influencia inglesa, habían sido admitidas desde más de un siglo antes por la desaprensiva Holanda y eran, a la sazón, como un molesto grano en la punta de la nariz de Sukarno.
    La mitad de las poblaciones de los Estados confederados integrantes de la Península de Malasia,140 lo mismo que las pobla­ciones de los Estados confederados del Norte de la isla de Borneo —Sarawak y Sabah— es malaya.
    El Sultanato de Brunei, es decir, Sarawak y Sabah, había integrado desde el siglo XII el Imperio de Srivijaya, asentado en Sumatra. Azares de la guerra habían cambiado las cosas en el siglo XIV y el Sultán de Brunei había pasado a pagar tributo al imperio de Madjapahit, con asiento en Java.
    Sumatra y Java constituían, indivisiblemente, la raíz étnica de Indonesia.141
    El hecho aleatorio de que la Compañía de las Indias Orien­tales hubiera trasladado posteriormente la sede de ese Imperio a Holanda, tampoco modificaba las cosas.
    Obtenido el contralor del Estrecho de Malaca, Sukarno redi­miría de inmediato los territorios irredentos de Sarawak, Brunei y Sabah. Luego, casi sin solución de continuidad, también Tailandia, Filipinas, la otra mitad de Nueva Guinea, Japón y Australia serían liberados de la ominosa influencia occidental.
    El Estrecho de Malaca es el paso obligado del mayor tonelaje de carga. Sólo existen en el mundo cuatro pasajes marítimos fácilmente fiscalizables: Panamá, Suez, Gibraltar y Malaca, pero ninguno tan importante como este último.
    Rusia ha denunciado la exclusiva influencia occidental en la administración de estos cuatro potenciales cerrojos, aduciendo que todos los países tienen iguales derechos naturales.
    Su generalización no alcanza a ocultar su vertical interés por el Estrecho de Malaca. Sólo puede prescindir de esta vía de agua, la reducida cantidad de barcos que haya entrado al Pacífico por el Canal de Panamá o haya zarpado de los puertos situados en la costa Oeste de las Américas, pero el sólo hecho de pensar que el promedio de cruces del Canal de Panamá, por su restrictivo sistema de esclusas, es de veinte barcos diarios para las dos direc­ciones, es decir, diez hacia el Pacífico, elimina todo intento serio de comparación. No menos de 250 barcos cruzan diariamente el Estrecho de Malaca para abrirse en abanico apenas entran al Pacífico.
    Si cualquiera de estos barcos intentara cruzar a través de los estrechos existentes entre las islas del laberíntico archipiélago indonés, podría serle impedido el paso.
    Indonesia reclama derecho de soberanía hasta una línea jurisdicional que llega a 12 millas en sus bordes exteriores y derecho de interferir toda navegación que se efectúe por los estrechos internos de su archipiélago. Para facilitar este propósito de Sukarno, Rusia le proveyó de cruceros ligeros, lanchas torpederas y aviones.
    El Almirantazgo británico puntualizó la entrega rusa de una flota completa de naves de guerra y una flotilla auxiliar de lanchas torpederas rápidas. (Consta en las Actas del Parlamento inglés; 11 de marzo de 1963.)
    Si Indonesia ocupara la península malaya, el inmediato blo­queo del Estrecho de Malaca sería catastrófico para Singapur, Filipinas, Formosa, Japón, Australia.
    Los nipones, por ejemplo, sólo se autoabastecen de te y frutos del mar. El resto de su importación -provisiones de boca, petró­leo, materias primas, lo mismo que el 90 % de las materias primas que ellos devuelven manufacturadas al mundo occidental—, repi­ten el único itinerario posible. Panamá sólo podría absorber el 5 % en cada dirección. Resultaría asfixiante para Japón, Filipinas y Australia.
    El bloqueo del Estrecho de Malaca y el consiguiente aisla­miento de los países asiáticos respondería a dos objetivos primor­diales: el monopolio comercial y la irreversible comunización de Asia.
    Todo esto que constituía el sueño de Sukarno, equivalía a doce modernos trabajos de Hércules. El sabía que no podría realizarlos sin ayuda. De ahí su asociación con Mao Tse Tung.
    La noche del San Bartolomé indonés —30 de setiembre al 1° de octubre de 1965— estaba programada desde hacía muchos meses. Habría de concretarse después que Indonesia y China se hubieran provisto de adecuado armamento (almacén nuclear, aviones, armas, tropas, etc.) con los que necesitarían contar para hacer frente a la reacción que provocaría en Occidente la revolu­ción comunista indonesa y la inmediata ocupación de los Estados que integran la confederación malaya.
    Mientras llegara ese momento, Mao Tse Tung podría hacer el payaso zambulléndose en el río Yangtzé al cumplir 72 años y nadar 15 kilómetros en 65 minutos.142
    Por las mismas razones "de exportación", Mao permitiría que se filtraran noticias de sus drásticas purgas, que habían llegado a incluir al propio Presidente de la República, Liu Chao-chi, al Secretario General del Partido, Teng Hsiao-Ping y al Secretario de Propaganda, Tao Chou, encabezando densas legiones de traidores entregados al más crudo revisionismo capitalista, en negativo afán de desvirtuar la revolución cultural basada en la aplicación del pensamiento vivo del insigne Mao.
    En el exterior, Sukarno seguía insistiendo en su absoluta desvinculación de Mao.
    Los holandeses se habían empeñado en excluir de los terri­torios transferidos a Indonesia la parte de Nueva Guinea —se dividían la isla con Australia— sosteniendo que esta posesión nunca había formado parte del archipiélago indonés.
    En 1957 Sukarno solicitó al Pentágono un crédito por 600 millones de dólares en armas —aviones supersónicos, bombarde­ros y lanchas comando— sin ocultar que se proponía invadir Nueva Guinea.
    Krushchev aprovechó la negativa americana para asignar a Sukarno un crédito por valor de 250 millones de dólares en mo­dernos aviones y submarinos.
    En 1958 Sukarno insistió en su pedido a Estados Unidos, aprovechando la ocasión para declarar que el hecho de haber aceptado un crédito en armas otorgado por Rusia, no le obligaba a enrolarse en las filas del Comunismo. (La misma teoría del non-aligment que utilizara con tanta habilidad el yugoslavo Tito.)
    La respuesta a la nueva petición indonesa fue desfavorable y no sólo fue desfavorable sino que la Central Intelligence Agency (CÍA) dependiente del Pentágono —la misma CÍA que, según el Fiscal americano Garrison y la más fría lógica, organizara el asesinato del Presidente Kennedy— contribuyó con unidades lige­ras de la Séptima Flota (7th Fleet), soldados especialmente entre­nados para espionaje, sabotaje y lucha en la selva virgen y con armas, víveres y dinero, al intento revolucionario de elementos opositores a Sukarno que habían organizado su cuartel general en algunas islas al Sur de Filipinas y se proponían invadir Java para derrocarle.
    Dominada esa revolución y evidenciada la torpe intervención de la CÍA, Eisenhower trató de calmar la espectacular indignación de Sukarno con abundantes envíos regulares de armas, alimentos, medicinas, equipos camineros y agrícolas, en un repentino y muy generoso programa de ayuda americana a Indonesia.
    Sukarno seguía declamando: "Indonesia no tiene veleidades imperialistas, pero habrá de reivindicar los territorios que le pertenecen por derecho".
    Efectuó varios sorpresivos desembarcos —operaciones "coman­do"— en distintos sectores de la costa de Nueva Guinea. Kankenau, al Sur; más tarde, Manokwari, al Norte; Sorong y Sansapor, al Noroeste y por último, al Este de Sarmi, a sólo cien millas de Hollandia, capital de la isla. Estos pelotones de avezados guerrilleros no tenían la misión de pelear sino la de cumplir raids zigzagueantes y alguno que otro acto de sabotaje para alarmar a Holanda, a Estados Unidos y a la UN.
    La revelación de que Indonesia acababa de recibir 800 millones de dólares en moderno armamento ruso, las declaraciones de Su­karno y la firmeza de su actitud, agravaban seriamente el problema. El servicio de espionaje americano había enviado a Washing­ton fotografías de la flota de 120 barcos, tripulados por indoneses y "voluntarios" rusos, ya listos para invadir Nueva Guinea.
    "Esa invasión supondría arrastrar a una inevitable contienda a todo el sudeste asiático y quizá a todo el mundo" informaban.
    Los rusos aprovecharían este episodio bélico marginal para sacar las castañas del fuego con mano ajena y proporcionarían al irresponsable agresor armas nucleares que éste utilizaría sin el menor empacho.
    Washington aplastó la última resistencia de Holanda al afir­mar categóricamente: "No estamos dispuestos a correr el riesgo de vernos envueltos en una guerra nuclear".
    Howard Jones, embajador americano en Djakarta, recién lle­gado a Washington para información de rutina, repitió luego en distintas ciudades de la Unión que visitó para aclarar las no muy conocidas razones de la disputa holando-indonesa por la posesión de Nueva Guinea y justificar el voto que Washington emitiría en la UN, "que la pretensión holandesa era la cola meneando al perro".
    Una frase propia de los pintorescos políticos americanos.
    La visita oficial que el Vice-Presidente Mikoyan hizo a Sukarno, fue una clara demostración del apoyo ruso y constituyó el desahucio de Holanda.
    La votación de la UN fue unánime en favor de Indonesia.
    Holanda sólo obtuvo el magro consuelo de catorce absten­ciones.
    El 1° de mayo de 1963, Nueva Guinea fue transferida a Indonesia.
    El delegado indonés Sukarjo aseguró a la Asamblea General de la UN que Indonesia ya no promovería disputas con ningún otro país (¿Borneo? ¿Malasia?) y en adelante se dedicaría exclu­sivamente a mejorar el standard de vida de su pueblo.
    Los rusos siguieron, sin embargo, proveyendo de armas a Sukarno.
    A la denuncia del prestigioso diario australiano Sidney Morning Herald, concretando la inexplicable entrega de 10 bom­barderos pesados con un radio de acción de 4,000 millas, Indonesia contestó que "los necesitaba para combatir el contrabando y la piratería".
    Una precisa estimación del servicio de espionaje americano, formulada a comienzos de 1965, calculaba que, ya para esa fecha, la ayuda rusa a Indonesia había excedido los 1.400 millones de dólares.
  139 Sarawak, provincia del Sultanato de Brunei, había sido despótica­mente administrada por el representante del Sultán. Las rebeliones eran cosa corriente. En 1850, el aventurero inglés James Brooke intervino como mediador ante el Sultán y quedó como gobernante del territorio con el nombre de Rajah Blanco. Fue benevolente con los nativos y con la ayuda de la Flota Real Inglesa; suprimió la piratería y persiguió a los cazadores de cabezas. En 1864 se declaró independiente, obtuvo el reconocimiento de Estados Unidos y la protección de Gran Bretaña.
Sabah fue otra provincia que el Sultán de Brtinei cedió en 1850 al Sultán de Sulu y éste, a su vez, transfirió por el término de diez años a Claude Lee Moscs, primer cónsul que los americanos enviaron a Jcsselton, capital del territorio. El cónsul Moses negoció la cesión con una empresa americana de Hong Kong, de la cual era Presidente Joseph W. Torrey, a quien cupo el honor de ser designado Rajah Blanco de Sabah. Torrey cedió posteriormente sus derechos al cónsul austríaco, Barón von Ovcrbeck, quien, al oficializar la cesión ante los sultanes de Brunei y Sulu, extendió los límites de la misma hasta el Sur del río Sibuco, en territorios que pertenecían a la Indonesia colonizada por Holanda. El cónsul von Overbeck vendió sus derechos a dos co­merciantes ingleses, los hermanos Dent y éstos, en 1878, vendieron esos terri­torios a Gran Bretaña con protocolizada intervención de los sultanes de Brunei y Sulu, los cónsules Moses y von Overbeck y los señores Dent y Torrey.
En 1888, Sabas se convirtió en Protectorado inglés,
140 El diario The Straits Times, editado en Kuala Lumpur, capital de la península malaya —15 de marzo de 1964, 2* página— se hace eco de un diálogo que parece inspirado en la razón de Hitler al imponer el anschluss austríaco del 12 de marzo de 1938: "protección de los 10 millones de alemanes que viven fuera del Reich".

Interlocutores: embajadores Senu bin Abdal Rahman, de Malasia y Mohamed Yamin, de Indonesia.

—Kuala Lumpur no debería de proyectar reformas políticas en Malasia sin pensar antes en Indonesia.

— ¡En Indonesia! ¿Por qué?

—Pues, porque Uds. son tres millones do malayos y nosotros, sólo en Sumatra, somos veinte millones.

141 bernard H. M. vlekke, History of Indonesia, pág. 17,

 142 Japan Times del 26 de julio de 1966, pág. 1, informaba que Mao Tse Tung se había arrojado a las aguas del caudaloso río Yangtzé el día 16 de julio a las 11 a.m., había nadado durante 65 minutos y a favor de una fuerte correntada había alcanzado a recorrer casi 15 kilómetros. Mao había salido del agua por sus propios medios, sin exteriorizar señales de cansancio, desautorizando de ese modo las versiones difundidas en el extranjero, que le daban como seriamente enfermo

 
128.    "ARGENTINE-TYPE OIL AGREEMENT"
 
    En sociedad, Sukarno era un hombre alegre, jovial, de amplia sonrisa y mirada franca; le encantaba hacer bromas y referir cuen­tos escabrosos. Se autoclasificaba, burlándose de sí mismo, como un espécimen risqué. Pero todo eso era simple apariencia. La verdad era otra.   Quizá sus espontáneas carcajadas y sus afectuosos palmoteos alcanzaran a disimular su verdadera personalidad y a presentarle como un hom­bre absolutamente natural, pero aún en sociedad, Sukarno era un hombre prevenido, alerta, que lo hacía todo con avisado espíritu de cálculo.
    Vivía tratando de extraer provecho de todo, porque en las reuniones a las que él concurría también concurrían políticos, diplomáticos y mujeres bonitas.
    Trataba a las mujeres con la velada suficiencia del "yo podría conquistarte, si me lo propusiera". Con los hombres era sumamente cordial pero no disimulaba su "paternalismo" aunque fueran mayores en edad. Todos le parecían inferiores a él.
    De Khrushchev dijo alguna vez "que se había destacado sólo porque Malenkov y Molotov eran mucho peores que él" y de Kennedy, "lo que verdaderamente me gusta de él, es Jacqueline";
    Mao era el único hombre a quien Sukarno respetaba de igual a igual. En el orden diplomático, entendía los acuerdos como vías de una sola dirección: la de su conveniencia. Su intención, al hacer un negocio, era hacer negocio; que la otra parte lo hiciera en menor grado o dejara de hacerlo, era cuestión de la otra parte.
    Sin embargo, en una ocasión se le había escapado la liebre.
    Hacía ya algunos años, acuciado por su permanente falta de divisas, había negociado con un consorcio de compañías petroleras americanas, la explotación de los yacimientos petrolíferos indoneses de los que se había incautado al desalojar a Holanda del archipié­lago.
    Los concesionarios, Stanvac Oil, de la Standard Oil Co. de New Jersey y de Socony Mobil Oil Co; Caltex Oil, de la Standard Oil Co de California y de Texaco Inc., y Pan American, por sí misma, le reconocían un jugoso royalty por metro cúbico de petróleo crudo extraído. Sukarno impuso una base mínima de producción que duplicaba la producción promedio de los holandeses, formu­lada sobre autorizados cálculos estimativos.
    Los ingresos previstos resultaron sumamente atrayentes y Sukarno firmó el contrato en la seguridad de que hacía un espléndido negocio.
    Distintos factores circunstanciales le habían inducido a error: los holandeses, por intermedio de la Shell Oil, del Royal Dutch Shell Group, propiedad, a su vez, de la Dutch-British Oil Co —Compañía Petrolera Holando-Británica— parecían no haber dado al negocio del petróleo indonés toda la importancia que sólo su inagotable cuenca de Borneo hubiera justificado plenamente.
    Pero la virtual inagotabilidad de esa gigantesca hoya, precisa­mente cubicada por los técnicos de la Dutch-British Oil Co, nunca había trascendido.
    Los magnates petroleros, dignos iluministas, practicaban el sabio consejo del filósofo chino Yang-Chu: "Que no sepan que eres rico, si puedes evitarlo".
    Toda esa explotación había estado en manos de la Royal Dutch Shell Group, de la que la Corona holandesa era simbólicamente parte mayoritaria desde que la Compañía de las Indias Orientales había fingido transferirla el archipiélago para poner a ese inagota­ble emporio de riqueza —verdadero Jardín de Alá, por su 95 % de población musulmana— a cubierto de la insaciable voracidad de la corona inglesa.
    Las tres cuartas partes de la enorme isla de Borneo descansan sobre un profundo lago subterráneo de petróleo. La extracción del fluido, por simples razones de menor gasto de explotación, se hacía preferentemente perforando pozos sobre los 1.000 kilómetros de costa de los protectorados ingleses de Sarawak y Sabah, que cubren, al Norte de la isla, una franja de ancho variable entre 120 y 220 kilómetros.
    Dado que este ítem era compartido entre la Shell holandesa y la Shell inglesa —ya dijimos que el negocio mundial del petróleo está en manos de la Internacional Financiera, aunque por allí aparezcan la Reina Juliana y el Príncipe Bernardo junto con el Rey de Kuwait, el Emperador de Arabia Saudita o el Sha Reza Pahlevi con sendos nominales paquetes mayoritarios de acciones— no había existido ningún inconveniente para que la explotación se hubiera organizado de esa manera, evitando largos oleoductos, cargando crudo de los depósitos al buque-tanque, consignado a plantas petroquímicas del exterior en las que la mayor parte de lo extraído se refinaba e industrializaba con mayores ventajas.
    La Compañía Holando-Británica, de propiedad de la Shell holando-británica subsidiaria de la Shell internacional, había repe­tido el procedimiento empleado al succionar petróleo desde los bordes exteriores de la Reserva Naval N° 1 de Elk Hills, Cali­fornia, en épocas del Presidente Harding.
    Hasta la invasión japonesa del Pacífico (1942) parecía que todo el sudeste asiático iba a seguir marchando sobre los mismos carriles. Las cuencas petrolíferas indonesas constituían una reserva y se trataban como reserva.
    El petróleo no se pudre.
    En cambio, los holandeses dedicaban especialísima atención a las especias, que no costaban otra cosa que el tiempo que era preciso esperar a que adquirieran sazón, se vendían discrecionalmente, eran todo ganancia y cuyo volumen de producción, en un archipiélago tropical de 3.000 islas importantes y otras tantas me­nores, resultaba virtualmente ilimitado.
    Toda la quina (quinina) del mundo, canela, pimienta, azafrán, clavo, tabaco, café, te, arroz, soya, copra, etc., con una mano de obra nativa de costo ínfimo y un flete marítimo que el fácil estibaje y la posibilidad de máxima compresión de la carga, hacían también sumamente bajo.
    Una flota de cargueros repletos de especias, tan fáciles de cosechar, transportar y comerciar, resultaba un negocio que jamás presentaba dificultades imprevistas.
    Indonesia era, sin la menor duda, la región más rica de la Tierra en aquellas maravillosas 3.000 islas de 2.000.000 de kilóme­tros cuadrados y una sufrida población aborigen de 100.000.000 de esclavos al servicio feudalizado de un pequeño arrogante país de 30.000 kilómetros cuadrados y sólo 10.000.000 de habitantes.
    Todo esto había inducido a error a Sukarno y le había hecho creer que, al firmar el contrato con Stanvac Oil, Caltex Oil y Pan American, era él quien hacía el mejor negocio.
    Las distintas técnicas de explotación —movimiento, natural espectacularidad y volumen al cargar las perfumadas especias y la imposibilidad de controlar la silenciosa, casi deliberadamente misteriosa carga a granel, durante días enteros, desde los enormes depósitos al barco, en el caso del petróleo— habían hecho caer a Sukarno en una errónea apreciación de valores y le habían con­vencido de que aquella aparentemente inofensiva clausulita determinando un mínimo de producción tan difícil de alcanzar, que él había hecho agregar al contrato, disminuía de modo notable el margen de ganancia de los americanos.
    Sus ministros elogiaron su astucia y él sonrió, satisfecho de sí mismo, pero al advertir, algunos meses después, que los americanos diversificaban los cáteos, ubicaban nuevas áreas en Sumatra, Java y el grupo de las islas Bangka, sobre el Estrecho de Karimata y seguían multiplicando las perforaciones e intensificando la pro­ducción —al punto de que ya el segundo año de la concesión duplicaban la mínima prevista y dos años más tarde llegaban a extraer 170.000.000 de barriles standard de 42 galones— sin haber perforado más que unos pocos nuevos pozos sobre el borde Oeste de los ubérrimos yacimientos de Borneo (Sambas y Singkawan) so pretexto de su antieconomicidad, Sukarno se sintió burlado y estafado y reaccionó como reaccionan los timadores cuando sus ardides se vuelven, como boomerangs, en su contra.
    Sus rezongos iniciales se diluyeron en el vacío. Las grandes corporaciones industriales o financieras gozan de la ventaja de su absoluta impersonalidad. Además, el momento no habría resultado propicio para nin­guno de sus típicos arrestos violentos: finalizaba la segunda presidencia de Eisenhower; se iniciaba el período presidencial de Ken­nedy.
    Dos factores pesaban para calmar el fastidio de Sukarno: los gobiernos americanos son celosos defensores de las inversiones del capital americano en ultramar; por otra parte, Sukarno tenía en danza perspectivas de préstamos de gran volumen. Se hallaba en plena tarea de ordeñe de la mansa vaca americana pero temía que todo pudiera volverse en su contra si cancelaba, sin razones vale­deras, un contrato que él mismo había firmado consciente y espontáneamente.
    Durante tres años amenazó a las compañías petroleras ameri­canas con la rescisión "de aquel maldito contrato". La participación que recibía el Estado indonés había llegado a ser sencillamente indecorosa. Las empresas habían respondido, invariablemente, que estaban prontas a discutir nuevas condiciones "que satisficieran al Señor Presidente", pero el propio Sukarno, absorbido por más graves y trascendentales problemas —Nueva Guinea, Sarawak, Sabali, Malasia— iba dilatando de un mes a otro e insensiblemente, de un año a otro, la discusión de esas nuevas condiciones.
    Además, como no tenía idea precisa del máximo que podría reclamar —sólo había averiguado que el Sultán de Brunei, un lacayo de Inglaterra, recibía el 12,5 % en concepto de royalty y esto era aún inferior a su propia participación por la que pro­testaba— temía que los taimados directivos de las compañías petro­leras volvieran a engañarle.
    En esos nerviosos días, vísperas de acontecimientos que gravi­tarían decisivamente en el futuro político de Indonesia, alguien casualmente, en alguna charla informal, le dio la solución para su molesto problema del petróleo.
    (Se nos ocurre —no lo afirmamos— que pudo ser el Embajador argentino, Dr. Quintana, típico gentleman latino con quien el Presidente Sukarno mantenía muy cordiales relaciones amistosas)
    Sukarno se carteaba extraoficialmente con el Presidente Ken­nedy.
    Le escribió de inmediato, pidiéndole que designara dos técnicos de su confianza para que actuaran como jueces en la discusión de los nuevos contratos petroleros.
    Los representantes de Kennedy y los de las compañías petro­leras arribaron a Djakarta, en el mismo avión, pocos días después.
    Venían preparados para una agotadora discusión, pero el desconcertante Sukarno, en una de sus típicas actitudes, sorprendió a todos, incluso al Embajador americano que les acompañaba, al afirmar, apenas cambiados los saludos de estilo:
     Creo que no habrá discusión, señores, quiero formular una sola pregunta: ¿puede existir algún inconveniente para que las compañías petroleras americanas reproduzcan con Indonesia un convenio que ya han celebrado con otro país?
    Absolutamente  ningún  inconveniente, Señor Presidente.
    Pues bien: yo reclamo, entonces, el mismo contrato que us­tedes han celebrado con el Presidente Frondizi, de la República Argentina.                                                                               
    La "discusión" había durado menos de medio minuto.
    Luego de tres años de rezongos y amenazas, Sukarno acababa de obtener, en treinta segundos escasos, el Argentina-type Oil Agreement —20 años de duración— que ponía feliz término a su enojoso problema del petróleo.143
 
129.    RENDICIÓN  DE CUENTAS

      Era indudable que Sukarno se movía con singular inteligencia.
    Estados Unidos también había sido exhaustivamente exprimi­do por el voraz líder indonés.
    En setiembre de 1963 —dos meses antes de ser asesinado— el Presidente Kennedy, convencido, por fin, de la cínica volubilidad de Sukarno, había decidido suspender toda ulterior ayuda militar o económica a Indonesia. Estados Unidos había malgastado más de  1.000 millones de dólares en su vano intento de conquistar la amistad y la adhesión de Sukarno.
Sin conseguir ni lo uno ni lo otro.
    Sukarno tenía plena conciencia del inmenso valor de sus tres mil islas y no precisamente por su incalculable potencial económico sino por su extraordinaria situación geográfica que las convertía en eje del sudeste asiático y de todo Oriente.
    Nadie en el mundo era tan poderoso como este presidente vitalicio, adorado como un dios por su pueblo, dueño de los más ricos territorios, de mares propios, de un alucinante futuro político inmediato: ocupación de Malasia, contralor del Estrecho de Ma­laca, dominio del sudeste asiático, de todo el Pacífico, de todo el mundo. ..
    Las tres potencias más grandes de la Tierra se desesperaban por asociarse a él y él se enorgullecía por los continuos homenajes de Kennedy, Mao y Khrushchev.
    Las prostitutas profesionales y los políticos profesionales actúan de manera similar: ellas dan su cuerpo a muchos hombres pero sólo comparten los goces del preferido —ello no significa, sin embargo, que éste sea eximido del pago del servicio—; en cuanto a los políticos —Sukarno, en este caso— era evidente que prefería a Mao Tse Tung, pero Mao Tse Tung también pagaba, lo mismo que los otros.
    Más utilitario que las prostitutas, Sukarno había elegido a Mao y compartía los sueños y los goces de Mao por razones políti­cas, étnicas y geográficas. El hecho de que ambos fueran comunistas constituía un mero complemento.
    Sukarno lo hacía todo así: cálculo, análisis, especulación. Como bandera o pretexto, Indonesia; en el verdadero fondo, en la raíz, en la quintaesencia de sus más profundas motivaciones, él, sólo él y nada más que él, en un fenómeno de auto-ósmosís sentimental, de imbibición espiritual, de involucionado cesarismo, de exaltación narcisista, que excluía cuanto no convergiera en el vértice de sus propósitos.
    Ningún conquistador de la Tierra hizo más por su patria, pero ¿lo hacía Sukarno por su patria o por sí mismo? Indonesia era la patria de quienes le seguían a él. Para Sukarno era una propiedad, un instrumento. Las sucesivas conquistas de Sukarno eran ampliaciones de una industria en constante auge.
    Un administrador común se habría asignado sueldo y deter­minada participación en las ganancias. Como todos los dictadores, Sukarno no se consideraba administrador sino dueño del 100 % de las acciones. Así lo confesó a la hermosa Cindy Adams, al dictarle sus Memoirs:
     Vivo entre el lujo, en palacios como Bogar, señalado por mis visitantes ilustres como el más fastuoso de todo el Este, pero a pesar de los paradisíacos jardines y de la suntuosidad oriental de sus interiores —riquísimas alfombras, magnífica cristalería, estu­pendas obras de arte— yo me siento cansado, miro hacia atrás, paso revista a cuanto he podido realizar y pienso si Alá me con­cederá diez años más de vida que me permitan consolidar mi legado a Indonesia.
    Paso largas vigilias pensando en el futuro de mi amado pue­blo y en lo que aún me queda por hacer. Por supuesto, no dejo de pensar en lo que llevo hecho.
    Indonesia cuenta hoy con 55 importantes maternidades, 5.000 médicos, 500 farmacéuticos, 4.000 centros de salud para post-parturientas; el 70 % de la población está ya inmunizada contra la malaria. El 90 % de la producción mundial de quinina es indonesa. Me propongo seguir multiplicando la producción de ce­mento, de fertilizantes, de todo tipo de aceite, caucho, maderas finas, tabaco, té, azúcar, especias, toda esa industria que estuvo en manos holandesas y hoy nos pertenece totalmente.
    También me he preocupado por desarrollar nuestra marina mercante hasta superar las necesidades del transporte ínter-isleño indonés y nuestras fuerzas armadas son las más numerosas y mejor equipadas del Sur de Asia.
    Socialmente, nuestro progreso ha sido extraordinario. He prestado preferentemente atención a la emancipación de la mujer indonesa, al punto de que no sólo podemos alardear de tener mujeres ministros sino de tener también más de cien mujeres jueces. Los holandeses dejaron 32 escuelas secundarias; hoy te­nemos bastante más de 2.000.
    Otra de mis preocupaciones es la de dotar a todos los igno­rantes campesinos indoneses de casas modernas de ladrillo y ce­mento, provistas de cocinas, despensas, baños completos y ense­ñarles a usar todo eso, en bien de un mejor estado sanitario general.
    Podría jactarme de haber organizado un sistema de gobierno comunal perfecto, único en el mundo, para todos los municipios del archipiélago.
    Un sistema simple, familiar, que impide reyertas, sospechas, desagrados y malentendidos. Los habitantes de cada municipio eligen un Concejo formado por tres ediles. Es obligatorio que uno represente a los campesinos, otro a los pueblerinos y otro sea independiente.
    Preside el de mayor edad.
    El secreto está en que todas las resoluciones, de cualquiera índole que sean deberán adoptarse por unanimidad.
    Pero hay una cosa de la que me envanezco de manera muy especial; absolutamente justificada, según creo: mientras China, Rusia, India y aún países europeos, no han podido evitar una minimizada diversificación de lenguas en sus territorios medite­rráneos, yo he logrado que en las 10.000 grandes y pequeñas islas indonesas solo se hable un único idioma: el Bahasa Indonesia.
    Mi pueblo me ama por todo esto.
    Mi pueblo sabe que Alá me llamará algún día pero mi pue­blo quiere que eso ocurra cuando Alá lo decida y no antes.
    Festejando mi cumpleaños de 1962, mi pueblo instituyó la Tjakrabirawa, una guardia personal especial de 3.000 oficiales jó­venes extraídos de las cuatro armas. Todos ellos son consumados paracaidistas y expertos guerrilleros, pero sólo trescientos elegidos entre los de mi mismo grupo sanguíneo, tienen el máximo honor de ser mis guardias personales inmediatos.
    Otro grupo de ellos, conociendo mis gustos, se preocupan por que no falten buenos músicos, danzarines y cantantes en los actos o reuniones a los que yo concurra. Previendo la posibilidad de que los asistentes me piden que pronuncie un discurso —cosa que ocurre siempre— un grupo de esos hombres, técnicos del Regímiento Electrónico, habrán dispuesto con anterioridad la insta­lación de un dispositivo de transmisión y amplificación.
    Mis hombres conocen cuales son mis platos favoritos. Se constituyen en la cocina, donde vigilan la preparación de todo lo que habrá de serme presentado. Ellos mismos, con uniforme de mucamos de comedor, prueban previamente esas comidas y luego me las llevan a la mesa.
    Donde quiera que yo vaya, en interiores y exteriores, pró­ximos o estratégicamente alejados, hay hombres de mi Tjakrabi-ra\va cuidándome celosamente.
    Yo he solido escapar de mis palacios en horas de la noche para ir a dormir en alguna otra cama. Ya no puedo hacerlo desde que la Tjakrabirawa vigila mis pasos. A la mañana siguiente de la última vez que lo hice, hallé una nota sobre mi escritorios "Que­rido Bapak (padrecito): Nosotros somos los responsables de su vida. Le rogamos no vuelva a escapar otra vez. Firmados Su Tja­krabirawa.
    Pues, sí; mi Tjakrabirawa puede cuidar mi vida pero no pue­de cuidar mi salud.
    Yo tengo un riñon que es una fábrica de cálculos úricos y otro que mis médicos querrían observar radioscópicamente cada minuto.
    Me piden que no grite, que no me enfurezca porque eso pro­duce úlceras, pero ¿cómo voy a mantenerme calmo si cada cinco minutos me llega una mala noticia'? Mi espontáneo desahogo es gritar e insultar. Son ellos quienes van a sufrir de úlceras y no yo.
    Cada mañana, tomo con el café de mi desayuno un buen cocktail de diez vitamina, acompañándole con una regular can­tidad de jalea real.
    La siesta sería muy beneficiosa para mis nervios, pero nunca he podido dormir después del lunch de mediodía. Descanso le­yendo. En todas mis habitaciones hay libros en los más insólitos lugares.
    Alguna vez, alguien se ha atrevido a insinuar que yo debería retirarme a descansar. ¿Retirarme yo? No podría hacerlo. Yo no podría vivir mis últimos años con el temor de ser asesinado. No. Yo deberé trabajar por mi Indonesia hasta mi último aliento.
    Además, ¿adonde podría ir yo? Yo no tengo casa ni una mi­serable parcela de tierra. Tampoco tengo dinero ni ahorros.
    Más de una vez ha ocurrido que yo no tuviera una sola rupia para los gastos de mi casa 144 . En una visita a un país extranjero, mi Embajador en esc país tuvo que comprarme un pijama porque el pijama que el Presidente Sukarno llevaba en su maleta estaba destrozado.
    El Estado me proporciona casa, luz, comida, cuatro automó­viles para mi uso y tres para uso de mis huéspedes, pero yo soy el único Presidente del mundo que no tiene una casa de su pro­piedad.
    No hace mucho, mis marhaens (equivalente al "grasa" peronista) iniciaron una colecta para construirme una casa.
    La prohibí. Yo no quiero recibir nada de mi pueblo. Quiero, en cambio, darlo todo por él.
    Tampoco quiero —el día que Alá me llame a su lado para enviarme luego al Infierno— que se inscriban todos mis títulos en la lápida que cubrirá mis restos. Que no se lea: "Aquí yace Su Más Egregia Excelencia, el Honorable Señor Doctor Ingeniero Hadji Sukarno, Primer Presidente de la República de Indonesia, Comandante Supremo de sus Fuerzas Armadas, Gran Líder de su Revolución, Primer Ministro, Líder Supremo del Frente Na­cional, etc., etc., etc.,"
Quiero una lápida que diga, simplemente: "Aquí yace Sukarno, intérprete del pueblo indonés".145   
143 The Wall Street Journal, marzo 1-1963; The Economist, junio 8-1963.
144 Dramática lección de humildad para Perón, quien se lamentaba de verse obligado a vivir "con sólo trescientos pesos mensuales".

El gran Calderón pareció haber previsto las duras vicisitudes de los dos dictadores:

Cuentan de un sabio, que un día,          más pobre y triste que yo?

tan pobre y mísero estaba,                     y cuando el rostro volvió.

que sólo se sustentaba                           halló  la   respuesta, viendo,

de   unas  yerbas que  cogía.                     que  iba otro sabio cogiendo

/Habrá otro —entre sí, decía—              las hojas que él arrojó.

 145 Otra posse de Sukarno. El estaba convencido de que, a su muerte, toda Indonesia se convertiría en un inmenso mitológico Walhalla en el que imperaría, como un Dios único, mientras existiera un indonés vivo. Alguna vez se había burlado del "Valle de los Caídos", acotando: "A Franco le faltó agregar el corazón de un solo español".
 
130.    EL DIOS SUKARNO
 
    Sukarno era él. Sólo él. Narciso, ególatra, absoluto, astro, dios. Indonesia era suya, de su propiedad. El había luchado toda su vida por ella. La había conquistado, la había sometido para preñarla con sus sueños faraónicos.
    Aquellos cien millones de indoneses que llevaban tres siglos y medio doblados sobre el surco, rumiando su amargo odio al holandés, fueron tierra fértil para una prédica rabiosa que produjo el milagro de mantener la perfecta comunión de tres mil islas. Confiaron en Sukarno. Lo esperaron todo de él. Le veneraron. Pusieron en él toda la fe. Toda la mística fe que él exigía.
Ignoramos si Sukarno se inspiró en San Agustín ("Fe es creer que Dios, Quien salva a unos pocos y condena a una enorme mayoría, es misericordioso; Fe es creer que Dios, Quien parece gozarse colmándonos de desdichas al punto de que antes merecería nuestro odio que nuestro amor, es justo; por ello, os digo: si fuéramos capaces de explicarnos por qué Dios se muestra más inicuo y cruel que un malvado, entonces no habríamos necesidad de la Fe"), cuando quince siglos más tarde, ya entronizado bonaparte, expresó:
     Yo sé que mi pueblo se mata trabajando, sé que sufre hambre, sé que viste harapos, sé que no goza de ningún halago material, pero esto no me preocupa, porque también sé que mi pueblo está orgulloso del honor de sufrir hambre y de carecer de lo indis­pensable para que todas las riquezas de Indonesia sean para hacer de Indonesia la nación más poderosa de la Tierra.
     Al amparo de la filosofía agustiniana, los papas, los obispos y toda la privilegiada casta que vestía sotana pudo vivir en la más grosera concupiscencia mientras los cristianos sufrían hambre; al amparo de su propia filosofía, Sukarno podía olvidar que su pueblo se mataba trabajando, que seguía sufriendo hambre, que seguía vistiendo harapos, mientras él tenía cinco esposas simultá­neas en cinco fabulosos palacios, viajaba por todo el mundo con numeroso séquito y boato imperial y en una de sus típicas extra­vagancias, había distraído veinte millones de dólares del último crédito concedido por Kennedy para estabilización de la rupia, en la adquisición de tres lujosísimos cuatrirreactores para su uso privado.
    A raíz de esta disparatada compra, el Senador Hugh Scott, republicano por el Estado de Pennsylvania, bramaría en la Alta Cámara (7 de marzo de 1963) : "No concibo que nuestro gobierno pueda seguir concediendo conscientemente préstamos a Indonesia."
    Pero los cien millones de indoneses tenían tan inquebrantable fe en Sukarno como la que reclamaba San Agustín de los cristianos. ¿Qué podía importarles la maldición de trabajar de sol a sol y sufrir hambre y vestir harapos mientras Sukarno diversificaba su placentera vida en cinco palacios y viajaba como un rey —que lo era— y despilfarraba millones, si él, el Bung, el amado Padrecito, el Dios vengador, había vencido y humillado al odiado holandés, había mantenido unidas las tres mil islas, había anexado Nueva Guinea, estaba próximo a redimir Sarawak, Sabah, toda Malasia y había sido elegido por Alá para hacer de Indonesia la nación más poderosa de la Tierra?

131.    SUKARNO, FIGURA MUNDIAL
 
    El 1 de mayo de 1963, Holanda entregó a Indonesia aquella mitad Oeste de la isla de Nueva Guinea que había venido explo­tando durante siglos. Fue un acto fríamente protocolar que se celebró en la ciudad capital de ese territorio, Hollandia, cuyo nombre se había modificado en la circunstancia por el neutralizado Kotaburu (Ciudad Nueva), para ser cambiado posteriormente por el de Sukarnopurna (Puerta de Sukarno).
    Algunos días después, en uno de sus discursos hebdomadarios, Sukarno proclamaba un nuevo slogan: Ambeg para ma arta, (lo más importante, antes).
    Acababa de inventar las prioridades.
    Su Prioridad número 1 fue dramáticamente expresada en un verdadero alarido de guerra: ¡Ganjang Malaysia!; textualmente: ¡De­vorar Malasia!
    La ley de la jungla conjugada en el insustituible verbo motor de la jungla: devorar. Devorar Malasia para hacer suyo el Estrecho de Malaca.
    Nueva Guinea, por la que había bregado durante 14 años, acababa de serle entregada.
Su firme propósito de desalojar a Holanda de su último reducto en el sudeste asiático, aún a costa de una guerra que podría haber adquirido magnitud universal por la prevista inter­vención de Rusia y China en favor de Indonesia, había forzado la enérgica presión conjunta de Washington D.C. y la UN para que Holanda capitulara. La misma exitosa fórmula de Nueva Guinea habría de darle el triunfo en Malasia.
    Anexiones sucesivas. Hitler redivivo.
    El 15 de mayo de 1963 (il ferro, batirlo caldo) lanzó por primera vez sus comandos contra Tebedu, un pequeño pueblo del distrito de Serian, en Sarawak.
    En el curso de los doce meses siguientes —15 de mayo de 1963 a 12 de mayo de 1964— los Estados malayos sufrieron ciento seis ataques similares. Comandos salvajes, que atacaban con saña de poseídos e incendiaban viviendas, graneros, bosques circundantes, en indis­criminado terrorismo.Los ingleses les denominaron Indonesian Border Terrorists (IBT).
    El 9 de setiembre de 1963, el delegado del gobierno de Kuala Lumpur exhibió en la UN un sinnúmero de pruebas —armas, documentos, fotografías, etc.— que no dejaban lugar a dudas con respecto a la nacionalidad de los terroristas. El delegado indonés, Sudjarwo, admitió que los "voluntarios indoneses habían invadido Malasia" y agregó, con nerviosa vehe­mencia: "|Es Malasia quien deberá decidir si quiere la paz o la guerra!".                                                                                       
    Pocos días después —setiembre 25— el propio Sukarno confir­maría los belicosos propósitos de su delegado, al expresar en un discurso: "La Confederación Malaya constituye la perpetuación de la influencia británica en el sudeste asiático. Esa es la razón por la que Indonesia se propone aplastar a Malasia".
    Olvidando la promesa de no seguir ayudando a Indonesia, formulada al Pentágono, el Presidente Kennedy escribió privada­mente a Sukarno ofreciéndole un préstamo inmediato de 70 millo­nes de dólares y la renovada ayuda americana, si él   (Sukarno) garantizaba el cese de sus ataques contra Malasia.
    En su primer discurso siguiente, Sukarno se refirió al ofreci­miento de Kennedy y se mofó de la condicionada ayuda americana.
    Kennedy no insistió, pero el Fondo Monetario Internacional declaró cancelado su respaldo de 50 millones de dólares asignados a Indonesia en concepto de stand by. Sólo a medias, porque Sukarno ya había hecho uso de 20 millones.
    Mientras tanto, la situación económica del archipiélago se agravó hasta tornarse verdaderamente angustiosa. Inflación, Miseria, Hambre. Todo con mayúscula. Sobre todo en las ciudades. El cambio libre ascendió, en horas, de 900 a 12.500 rupias por cada dólar.
    El costo de la vida se duplicó en menos de una semana.
    China envió 100.000 toneladas de arroz. Indonesia ya superaba entonces los 120 millones de habitantes. De haber distribuido equi­tativamente ese arroz, habrían correspondido 833 gramos a cada indonés.
    Una noche, el Primer Ministro Subandrio se atrevió a in­terrumpir el sueño de Sukarno para comunicarle el asesinato de Kennedy.
    La noticia quedó en los umbrales del tímpano. En cambio, tomó conciencia de que estaba lloviendo con fuerza.
    Apretó a la japonesa Dewi entre sus brazos y siguió dur­miendo.
    Horas más tarde, pensaría: "—De todos modos, era un filón agotado."
    La inflación adquirió un ritmo incontrolable. Cuando los hasta entonces respetados billetes de mil rupias se convirtieron en níqueles, aparecieron sus "majwes" de 5 y 10.000 rupias, pero tampoco inspiraron respeto.
    El verdadero pueblo seguía estando tan lejos de estos nuevos valores como lo había estado antes de los anteriores. Los salarios de los obreros oscilaban entre las 2.000 y 3.000 rupias mensuales. Suma insuficiente para mantener a una sola persona.
    Los empleados públicos se complementaban para reducir al mínimo sus horarios a fin de poder cumplir otras actividades. Un Jefe de División de cualquier ministerio podía dedicar algunas horas al manejo de un ómnibus o un taxímetro. Era sabido que los conductores de una unidad de transporte, se embolsaban el importe de algunos viajes o de algunos pasajes o detenían la mar­cha para extraer nafta de los tanques y entregarla a alguno de los fingidos pasajeros.
     La policía solucionaba toda clase de contravenciones y delitos menores a cambio de una proporcionada cantidad de rupias.
En las compras, era necesario pagar la cantidad exacta para evitar que los empleados o cajeros se equivocaran al devolver el sobrante. La corrupción alcanzaba a todos los niveles. Los ministros, jueces y altos funcionarios se mostraban tan dispuestos a vender su alma al diablo como el último de sus subalternos. Las clases bajas sufrían hambre.146 El hambre provocaba el
llanto de los niños y el insomnio de los padres, pero Sukarno sabía que esa hambre física era tierra de almacigo para su comunismo.
    1964 habría de ser el año-hambre. El mundo fue impulsado por hambrientos. Los hambrientos harían la grandeza de Indo­nesia,                                                                                                
    Las incursiones de los terroristas se sucedían a razón de dos, mínimo, en cada semana.
Como el secreto de su éxito dependía de la sorpresa, los puntos elegidos para asestar los golpes solían ser absolutamente dispares y caprichosos en lo que se refería a su situación geográfica o a su importancia política.
    Algunos de esos golpes revelaban tanta imaginación como la que había demostrado poseer el ministro argentino Borlenghi, de triste recuerdo, al hacer quemar una bandera patria por sus propios hombres para que fueran inculpados sus opositores nacionalistas.
    Es sabido que el 90 % de la población indonesa profesa la religión musulmana y que el mismo Sukarno se remite con unción a Alá y a su Profeta muchas veces cada día. El 21 de julio de 1964 se realizaba en Singapur una gran procesión musulmana. Elementos desconocidos la atacaron alevosamente. Resultaron 30 muertos y alrededor de 500 heridos, un tercio de estos, de suma gravedad.
    El 2 de setiembre siguiente, otra pretendida reyerta racial y religiosa dejó 20 muertos y 170 heridos entre los musulmanes singapureños. Por supuesto, en ambos casos se alzaron voces de quinta­columnistas indoneses acusando a los resentidos ingleses de haber provocado esos desmanes.
    El 17 de agosto de 1964, día de la Independencia de Indone­sia, dos batallones de marines indoneses desembarcaron en una amplia playa al Sur de Mersing —Johore— apoyados por un ba­tallón de paracaidistas y gran cantidad de guerrilleros que seguían, expectantes, ambas operaciones. Las barcazas retornaron al mar y los hombres se internaron en la espesa selva sin haber demostrado preocupación por que su acción fuera o no advertida.
    Los raids de los terroristas indoneses seguían efectuándose en variada intensidad pero siempre con un promedio regular de casi diez incursiones por mes.
    Kuala Lumpur, temerosa de una invasión en gran escala, requirió la ayuda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, acusando abiertamente a Indonesia. El delegado indonés negó que su gobierno tuviera la menor participación en esa sistematizada acción terrorista contra los Esta­dos malayos y sostuvo que esa acción estaba inspirada por Ingla­terra.
    A un irresponsable como Sukarno era preciso eliminarle por un atentado, declararle la guerra o invitarle a parlamentar. Esto último era lo que permitían los principios democráticos de las potencias democráticas y esto fue lo que se hizo.
    Viajero impenitente, Sukarno se entrevistó con el Primer Ministro malayo Rahman y Robert Kennedy en Tokio y luego con Rahman y el Presidente Macapagal, en Manila.
    Robert Kennedy, todavía Fiscal General de la Nación a tres meses del asesinato de su hermano, se había prestado a complacer el pedido del Presidente Johnson para contribuir a suavizar la tensión existente entre el clan Kennedy y el nuevo Presidente de la Unión, sobre quien recaían cada vez más vehementes sospechas de que hubiera estado en antecedentes del peligro que amenazaba al confiado John en Dallas.
    Robert Kennedy, convertido por decreto en desfacedor de entuertos asiáticos, había salido de Washington D.C. con profundo pesimismo diplomático, sabiendo que aquel nudo gordiano no podría ser deshecho de ninguna manera.
    La ocasión de reeditar la hazaña de Alejandro se había perdido trece años antes, en el instante mismo en que Truman, obedeciendo órdenes de sus superiores, eliminara de un plumazo al General Mac Arthur.
    Robert Kennedy, puritano turista de luto, nostalgíoso de sus nueve hijos y de su mujer, grávida del décimo, cumplió su gira en quince días y en la misma palangana de Pilatos lavó la frase que servía de colofón a su breve informe: "Solución asiática para el problema asiático".
    Para entonces, los raids terroristas se iniciaban también desde las regiones selváticas de la frontera tailandesa para asolar villorrios de Perlis, Kedah y Kelantan.
    Al mismo tiempo que esos tres  Estados malayos norteños sufrían el azote de los vándalos  indoneses, Sukarno se reunía nuevamente en Manila con Rahman y el Presidente Macapagal.   Finalizaba junio de 1964.
    Sukarno corría su maratón política contra reloj o para decirlo con mayor propiedad, "contra calendario". Todas sus actitudes de primer plano tendían a distraer la atención de los analistas políti­cos del Pentágono y de la UN.
 146 El Secretario General del Partido Comunista, Dipa Nusantara Aidit, colaboraba asiduamente en el Harían Rakjat, el diario de mayor circulación de Indonesia (órgano oficial del Partido Comunista).

En la edición del 10 de octubre de 1964, Aidit afirmaba: "Sukarno y yo hemos comido carne de rata. Se puede comer. El pueblo indonés tendrá quecomer esa carne mientras subsista esta situación cíe hambre que Sukarno no podrá solucionar hasta que no hava solucionado los graves problemas que amenazan a Indonesia como nación".
  
132.    LA BOMBA:  OBSESIÓN  DE SUKARNO

      Sukarno esperaba que los físicos de Mao, concienzudamente entrenados en Estados Unidos, detonaran su primera bomba ató­mica.
    Físicos indoneses, también entrenados en los más exclusivos centros nucleares americanos, colaboraban con sus colegas chinos en la planta atómica de Sinkiang, base del imprevisible poder político futuro de Mao.
    Sukarno tenía la certeza de que su más cara ilusión —su bomba atómica— estaba ya a punto de verse realizada. Gozaba recordando detalles que jamás había confiado a nadie.
    El 8 de agosto de 1945 había sido citado por las autoridades militares japonesas. Procedimiento usual: un mayor acompañado de un asistente iba en su busca. Horas después le devolvían a su casa en un jeep.
    Esta vez no había sido así. El Coronel a cargo de la Guardia, le había informado:
    —El General Terauchi, Comandante Supremo de las fuerzas japonesas del sudeste asiático, desea hablar urgentemente con Vd., Ingeniero Sukarno. El avión que le llevará al Cuartel General de Saigón está esperándole a Vd. para partir.
    El General Terauchi recién le había recibido al tercer día de su llegada a Saigón. En nombre del gobierno imperial, le proponía encabezar el primer gobierno de Indonesia independiente.
Sukarno regresó a Djakarta el 14 de agosto, en un avión carguero sin asientos, en el que debió viajar hacinado entre cien malolientes soldados japoneses, tendidos largo a largo como una carnada de sardinas. Las seis horas del viaje directo de Saigón a Djakarta se hicieron interminables.
    No pensaba en planes de gobierno. Otra cosa, algo que había sabido a medias, más que sabido, adivinado, intuido, polarizaba sus ideas. Dos días antes de partir de regreso, accidentalmente, por la indiscreción o desesperación de un joven capitán japonés a quien halló acostado, borracho y bebiendo en la común habitación del Hotel Catinat, esforzándose por interpretar el farfullado inglés básico del ebrio, se había enterado de que los malditos americanos habían arrojado bombas atómicas sobre indefensas ciudades japo­nesas y las habían destruido totalmente.
    Le vio dormirse y esperó un largo rato, inútilmente, a que despertara. La llegada de otros jóvenes oficiales le indujo a salir. Su tarjeta de identificación le permitió caminar por la irrecono­cible Avenida Do, bordear el río que cruzaba la ciudad y entrar más tarde, buscando fresco, al templo annamita que guarda el sepulcro del Mariscal Duyet.
    No había podido confirmar lo que sospechaba ni obtener nueva información.
    Adivinó que los japoneses se rendirían y presintió que la bomba atómica habría de ser el arma del futuro.
    El 15 de agosto de 1945, día siguiente de su retorno a Djakarta, Japón se rindió incondicionalmente.
    El 17 de agosto de 1945 Sukarno proclamó la independencia de Indonesia.
    La bomba atómica era su obsesión.
    —Ningún país podrá considerarse realmente independiente mientras no posea la bomba atómica —pensaba.
    Nueve años después, una resolución del Presidente Eisenhower, anticipada por alguna agencia noticiosa, le produjo una corazo­nada.
    Vio la posibilidad. Hasta le resultó lógico que aquello que había soñado alguna vez, se hiciera factible. Había también una coincidencia, un augurio, una premoni­ción: la bomba había precipitado la independencia indonesa, ha­bían nacido juntas, estaban hermanadas... Quizá por primera y única vez en su vida, el cínico Sukarno soñó despierto, un minuto.
    En 1954, Eisenhower dispuso que una comisión de físicos americanos visitara las más alejadas regiones de Asia para deter­minar la radioactividad remanente. Los gobernantes americanos tienen la democrática costumbre de difundir por los diarios hasta los menores detalles de sus oclu­siones intestinales.
    (Hitler decía y no del todo en broma, que él no había nece­sitado montar un servicio de espionaje en Estados Unidos porque estaba suscripto al New York Times).
    Lo cierto fue que Sukarno se enteró de los propósitos de Eisenhower bastante antes de que se firmara el respectivo decreto. Se apresuró a preparar la mise en scéne.
    Cuando los físicos americanos llegaron a Djakarta —octava ciudad de su itinerario: Hiroshima, Nagasaki, Seoul (Korea), Sapporo (Hokaido), Okinawa, Taipei (Formosa), Manila, Djakarta, etc.— se vieron gratamente sorprendidos al encontrar allí, en pleno funcionamiento, un Consejo Atómico Nacional bajo la celosa supervisión política del propio Presidente de la República y la dirección técnica de los más autorizados físicos de la Universidad de Bandung.
    El Presidente Sukarno era en 1954 un héroe romántico de prestigio universal.
    Las páginas de los 1.800 diarios americanos con sus 80 millo­nes de ejemplares en tiraje combinado —periodismo modular— ha­bían idealizado sus largos años de perseguido revolucionario, su gesta irredentista y sus declarados propósitos de marchar a la zaga de Estados Unidos, país al que los libros de texto de las escuelas comunes indonesas consagraban como el campeón de la Democracia y de la coexistencia pacífica.
    La simpatía personal de Sukarno jugó un papel importan­tísimo. Agasajó dignamente en su palacio de Bogor a la delegación de jóvenes científicos yankies y colaboró con ellos, proporcionán­doles medios para que pudieran realizar verificaciones de radio­actividad en las más pintorescas regiones del archipiélago, preocu­pándose, asimismo, por que les acompañaran profesores de la Universidad de Bandung y hermosas secretarias que agregaban un toque especial a aquella excursión de trabajo.
    Sukarno seguía concediendo decisiva influencia al condimento sexual.
    Al presentar su informe a Eisenhower, los físicos americanos destacaron la encomiable preocupación de Indonesia por la inves­tigación atómica aplicada a fines pacíficos y subrayaron la inesti­mable cooperación del Presidente Sukarno, dejando sentadas las bases del Acuerdo de Asistencia Atómica, (Atomic Attendance Agreement — "AAA")l47 que un año más tarde firmaron Estados Unidos e Indonesia de igual a igual, como potencias atómicas equivalentes.
Sukarno se propuso extraer el mayor provecho posible de esta convencional paridad.     Reorganizó el original Consejo Atómico Nacional y le convirtió, ya ampliado, perfeccionado y en moderna sede propia, en el "Instituto Nacional para la Investigación de la Energía Atómica con Fines Pacíficos de la República de Indo­nesia".
    Siguiendo un plan predeterminado, el gobierno de Indonesia formuló sucesivas invitaciones a prestigiosos físicos americanos a quienes el Embajador indonés dejaba saber al visitarles, donde quiera que estuvieren sus centros de actividades, que habrían de ser declarados "huéspedes oficiales" y que la invitación —tres pasa­jes por Pan American Airways, vio Tokio— se extendía a sus respectivas esposas y a un secretario.
    Cuando un hombre de ciencia es honrado por el gobierno de un país al que considera lealmente asociado al suyo propio, viaja a ese país para pronunciar una conferencia o dictar un cursillo de dos o tres clases ante un auditorio de estudiosos que le escuchan con el respeto con que se escucha a un sabio y tiene en ese audi­torio, como un oyente o un alumno más, al Jefe de ese gobierno, no puede dejar de sentirse halagado y naturalmente inclinado a compartir, con espontánea confianza, el tesoro de sus conoci­mientos.
    La conferencia era grabada en un moderno aparato Telefunken que se retiraba para proceder a su transcripción apenas el disertante pronunciaba la última palabra y el pequeño salón de actos del Instituto estallaba en aplausos.
    Un investigador siempre se siente orgulloso de sus descubri­mientos. Resultaría contradictorio, ilógico, que un investigador sincero se substrajera al legítimo orgullo de exponer sus conquistas y sus metas científicas sin maliciosos retaceos.
    El astuto Sukarno especulaba con todos estos factores alea­torios. Su título de ingeniero y su probada vocación físico-nuclear, le permitían justificar su interés personal por el tema. Sobre esa premisa, lograba agregar amables prolongaciones a las clases o conferencias, al formular intencionadas preguntas referidas a algu­nos aspectos del problema atómico sobre los que interesaba conocer la última palabra.
    El espontáneo diálogo posterior, totalmente off the record, parecía no quedar registrado y este detalle no dejaba de estimular la amplitud de las respuestas del conferenciante. Este ignoraba que una serie de pequeños micrófonos hábilmente dispuestos y disimu­lados seguían grabando cada una de las sílabas que pronunciaba.
 147 Los americanos son muy supersticiosos y suelen hacer cabala de cada detalle. Como los antiguos, despanzurrarían a cualquier animal doméstico para "leer" sus visceras.

Se dejan llevar por sus primeras impresiones sin pensar que esas primeras impresiones tienen origen en simples motivaciones de forma o color, es decir, puramente estéticas.

Por esa razón, desde el Presidente Eisenhower hasta el último físico ame­ricano consideraron como un buen augurio aquella hermosa sigla: "AAA".
 
133.    EL  PERTINAZ  SUKARNO
 
    Los físicos americanos y sus esposas regresaban a su país inmejorablemente impresionados por el cordialísimo tratamiento que Sukarno y la gentil Mme. Hartini, su mujer, les habían dispensado.
    Este tipo de specific relations rindió a Sukarno óptimos frutos.
    Entre 1959 y 1964, físicos indoneses, en número que llegó a alcanzar a cien, gozaron de becas para cursar altos estudios de perfeccionamiento en las principales universidades americanas, con automática adscripción posterior a ciclos de trabajos prácticos en plantas atómicas donde ultrapoderosos reactores realizaban el repe­tido milagro de envasar un sol en cada pequeño receptáculo blindado.
    Pero Berkeley o MIT no eran los únicos puntos donde los físicos indoneses se perfeccionaban. Moscú concedía tantas becas como el gobierno indonés pidiera.
    Sucesivos teams de físicos indoneses siguieron cursos de per­feccionamiento nuclear en institutos especializados moscovitas. El diario oficial indonés Pantja Sila —17 de junio de 1960— terminaba su editorial con esta frase: "Antes de que transcurra mucho tiempo tendremos técnicos especializados que desarrollarán nuestro propio programa atómico en nuestros modernos labora­torios de investigación, permitiéndonos prescindir de toda potencia extranjera".
    Los "modernos laboratorios de investigación" consistían, hasta ese momento, en un modesto reactor-tipo "Triga Mark II" de sólo 250 kw. proporcionado por los americanos e instalado con gran aparato exterior en Jogjakarta.
    Un meccano para entretenimiento de los flamantes físicos indoneses.
    El potencial no justificaba la arrogante profecía del editorialista del Pantja Sila pero bastó al maquiavélico Sukarno para provocar la prevista reacción de Khrushchev.
    Pocos meses después —15 de marzo de 1961— Indonesia firmó un Acuerdo Nuclear con Rusia por el cual Rusia se comprometía a construir en Serpong, próximo a Djakarta, "un reactor de no menor potencia de 2.000 kw.".
    El programa atómico se puso, entonces, bajo estricto contralor militar, designándose Director del mismo al estudioso General Hartono.
    Una inmediata intensiva exploración geológica en las distin­tas islas del archipiélago se concretó felizmente en Sumatra y Borneo, donde los exploradores hallaron ricos yacimientos de uranio y berilio. Posteriormente, los más prestigiosos físicos de la Universidad de Bandung fueron enviados a la planta atómica de Sinkiang, donde trabajaron a las órdenes del extraordinario físico chino Tsien San Tsiang —a cuyas órdenes ya habían trabajado antes en la planta atómica americana de Oak Ridge— y del no menos extraordinario Chien Hsueh-Sen de quien habían sido alumnos en el Instituto de Tecnología de Massachusetts.
     No hubo secretos para los físicos indoneses y un grupo de ellos fue enviado a la Planta de Concentración de Lan-chú que procesa el enriquecimiento del uranio con un régimen energético de seis millones de kilovatios-hora.
    El 6 de octubre de 1964, los físicos chinos ofrecieron un banquete de despedida a los hombres de ciencia indoneses con ocasión de su regreso a Djakarta.
    El jefe de la delegación visitante, Profesor Hadwidjadja, expresó que "los hombres del Instituto de Investigación Atómica indonés guardarían celoso recuerdo de la fraternal cordialidad y la generosidad científica de sus hermanos chinos, a quienes augu­raba el mayor éxito en la concreción inmediata de la hazaña nuclear que colocaría a la China de Mao Tse Tung a la par de los más adelantados pueblos de la Tierra". (Hadwidjadja se refe­ría, sin duda, a la Bomba Atómica de 20 kilotones que los sabios Tsien San Tsiang y Chien Hsueh-Sen hicieron detonar el 16 de octubre de 1964).
    Tres días después, arribaron al aeropuerto Kemajoran, Dja­karta, de regreso de Estados Unidos, los físicos indoneses doctores Soepadi y Samaun, quienes venían de obtener sendos títulos de "Ingeniero Nuclear" en Michigan State University y Stanford University, respectivamente. Declararon a los periodistas: "—Indonesia estará muy pronto a la vanguardia de la investigación nuclear en esta parte del globo."
    Había viajado con ellos y les acompañaba en ese momento, el reputado físico americano, profesor Gerald Logan, quien era portador de 62 barras de "Uranio 235" que pesaban 100 libras y tenía la misión de entregar ese valioso presente al Instituto Nacio­nal para la Investigación de la Energía Atómica con Fines Pacíficos de la República de Indonesia.
    El 16 de octubre —los acontecimientos se precipitaban— Mao Tse Tung hizo detonar su primera bomba atómica.
    Un mes después —el 15 de noviembre de 1964— el Director del Instituto de Investigación Atómica, General Hartono, declaró en un acto oficial, en presencia de Sukarno:
    —A fines del próximo año, Indonesia hará explotar su pri­mera bomba atómica.
    "Fines del próximo año" podían considerarse los tres últimos meses: octubre, noviembre o diciembre de 1965.
    A raíz de esa afirmación categórica del General Hartono, el Pentágono requirió información al embajador americano Howard Jones, quien se expidió asegurando "que él, personalmente, no creía que Indonesia pudiera hacer detonar su primera bomba atómica antes de un plazo calculado entre los tres y los cinco años".
    Estados Unidos, como Argentina y algunos otros países que proporcionan exequias de lujo a políticos o generales desplazados, designándoles embajadores, contaba con embajadores singularmen­te ineptos.
    El embajador Howard Jones estaba entre ellos.
    Por lo que al Pentágono respecta, ¿acaso ignoraba que la primera bomba atómica indonesa habría de ser preparada con el uranio enriquecido que Estados Unidos había enviado a Indonesia por intermedio del físico Dr. Logan?