CORDOBA BAJO FUEGO
Con
las primeras luces del día, se reanudaron los combates en la capital
cordobesa. Francotiradores civiles apostados en los techos de los
hoteles Savoy, Italiano y Albéniz comenzaron a hostigar desde las
primeras horas a las tropas que el general Iñiguez tenía acantonadas en
la estación de Alta Córdoba, recibieron a su vez fuego de armas
automáticas y ametralladoras. Los civiles, a quienes se había intimado a
rendición, no se amedrentaron y siguieron disparando, obligando a
Iñiguez a desplegar sus morteros frente a los edificios y abrir fuego.
Las
descargas destruyeron parte de los frentes y obligaron a los milicianos
a capitular, desbordados por la intensidad del fuego enemigo.
Iñiguez
ordenó que los prisioneros fueran conducidos al pasadizo subterráneo
que unía los andenes de la estación, a efectos de resguardarlos del
cañoneo enemigo proveniente del observatorio astronómico.
Mientras tanto, la artillería leal seguía disparando.
Los
subtenientes Saturnino Huici y Osvaldo Fernández Anca que tenían a
cargo los cañones rebeldes, devolvían el fuego batiendo el sector de
galpones, sin precisar sus consecuencias. Uno de los proyectiles se fue
largo e impactó en las azoteas del domicilio particular del eminente
médico Dr. Gumersindo Sayago, renombrado especialista en Fisiología que,
de esa manera, sufría en “carne propia” los rigores de la guerra. Otro
proyectil explotó en el anden contiguo a las boleterías, donde el
general Iñiguez y el teniente coronel Alberto R. Nadale habían instalado
su comando, causando daños considerables en el edificio. Pero lo peor
fue cuando una esquirla alcanzó a este último, hiriéndolo de gravedad.
Nadale
cayó al suelo, herido en el pecho, mientras sus asistentes y el propio
Iñiguez se apuraban a sujetarlo. Lo colocaron sobre una manta y lo
llevaron hasta un jeep, a bordo del cual, fue evacuado velozmente hacia
un hospital.
En
su apresurada carrera, el vehículo debió internarse en territorio
rebelde bajo intenso fuego enemigo, en especial, el de los milicianos
civiles que no alcanzaban a distinguir que conducía a un herido1.
En
momentos en que Nadale era evacuado, se presentó en la estación un
individuo vestido de civil, enviado a parlamentar por el general Videla
Balaguer. Se trataba del capitán de la Fuerza Aérea Gigena Sasía quien,
según informó al presentarse en el comando leal, portaba un mensaje.
Sospechando de su persona, Iñiguez lo hizo detener y procedió a leer la
nota. En la misma, Videla Balaguer manifestaba profundo aprecio por su
persona (la de Iñiguez), a quien respetaba por saberlo un general
íntegro y decidido y le solicitaba recapacitar, invitándolo a unirse a
la revolución.
En
esas se hallaba el jefe gubernamental cuando repentinamente aparecieron
sobre sus posiciones los Gloster Meteor rebeldes al mando del capitán
Jorge Lisandro Suárez.
Los
aviones se abalanzaron sobre el 12 de Infantería ametrallando el área
inmediata a la estación, mientras recibían nutrido fuego antiaéreo. Ahí
quedó demostrado, una vez más que el armamento de los veloces cazas de
fabricación inglesa era deficitario ya que, después de los primeros
disparos, sus cañones tendían a trabarse.
Maldiciendo
entre dientes, Suárez siguió su aproximación y arrojó sobre las tropas
enemigas sus tanques suplementarios, repletos de combustible,
desencadenando incendios de proporciones. El efecto, muy similar al de
las bombas de napalm, causó una impresión tremenda.
A
Suárez le siguieron los cazas restantes, imitando su accionar y a estos
los Calquin de bombardeo liviano que descargaron sus bombas con gran
precisión. Las explosiones sacudieron con fuerza Alta Córdoba, obligando
a sus pobladores a permanecer encerrados en sus casas o en lugares
cubiertos.
“Prosigue
la lucha en Alta Córdoba…Nuevamente interviene la fuerza aérea,
hostigando incesantemente la zona ocupada por las tropas santafesinas.
Continúa el bombardeo con ‘Napalm’ y al mismo tiempo, las fuerzas de
tierra revolucionarias prosiguen la operación de ‘limpieza’.
Observadores aéreos informan que una columna de vehículos, proveniente
de Alta Gracia, avanza por la ruta de acceso a Córdoba. Ubicados estos
efectivos con exactitud, desde el aire, actúa la artillería y bate
completamente a la columna, observándose notable precisión en el tiro.
En horas de la mañana se produce el ataque de bombarderos Avro Lincoln,
provenientes del Comando de Represión de Buenos Aires: la pista del
I.A.M.E. es alcanzada. No obstante, en medio de las explosiones y el
humo, decolan aviones Gloster, que interceptan a los atacantes, y aunque
no logran batirlos, por haberse interrumpido sus cañones a la primera
ráfaga, realizan una notable labor de intercepción, obligándolos por fin
a regresar con algunas averías de importancia” (“Parte de Guerra”, Revista “Cielo”).
Mientras
se desarrollaban estos ataques, las tropas del general Iñiguez se
obstinaban en consolidar sus posiciones a este lado del Río Primero con
el objeto de avanzar con mayor seguridad sobre el grueso de las
posiciones revolucionarias. Sus patrullas adelantadas chocaron con
pelotones enemigos en el Puente Centenario, a solo ocho cuadras de la
estación del ferrocarril, siendo contenidas con gran vigor desde el otro
lado, por una muralla de autos, ómnibus y camiones desplegados a lo
ancho de las avenidas Vélez Sárfield y General Paz, baluarte principal
de las defensas rebeldes desde donde efectivos de paracaidistas, cadetes
de Aeronáutica y comandos civiles disparaban intermitentemente,
impidiéndoles el acceso al centro de la ciudad. Sin embargo, para
entonces, pelotones de exploración de las fuerzas gubernamentales habían
descubierto que el puente inmediato al Mercado de Abasto, al sudeste de
Alta Córdoba, se hallaba despejado y hacia allí despachó Iñíguez parte
de sus fuerzas (11.50), después de recibir los refuerzos del
recientemente llegado Regimiento 11 de Infantería al mando del teniente
coronel Enrique Guillermo Podestá. Podestá detuvo sus tropas en Alem al
400, pleno barrio Firpo y se adelantó con su Estado Mayor para
subordinarse al general Iñiguez.
Las
tropas de Podestá, se tirotearon con efectivos rebeldes parapetados en
los edificios vecinos y recibieron disparos desde vehículos civiles que,
osadamente, aparecían a alta velocidad para sorprenderlas, resultando
gravemente herido el sargento ayudante Arnaldo Gregorutti de las fuerzas
leales.
El
11 de Infantería no pudo llegar en mejor momento. El general Iñiguez lo
desplazó hacia la izquierda, en dirección al puente del Mercado de
Abasto, mientras su artillería batía las posiciones que defendían Puente
Centenario. La idea era cruzar todo el regimiento hacia el Mercado y
lanzarlo velozmente hacia el centro, para tomar el Cabildo, sede del
Departamento de Policía.
El plan fue transmitido al general Sosa Molina y aquel lo aprobó.
Cuando
el enfrentamiento arreciaba, Sosa Molina, completamente convencido del
triunfo, llamó al Comando de Represión en la Capital Federal y le
comunicó que Córdoba estaba rodeada y que las tropas que respondían al
gobierno se hallaban listas para el asalto final.
Mientras
el alto oficial pasaba su informe, proyectiles de morteros y fuego de
armas automáticas caían sin cesar sobre las posiciones del 12 de
Infantería en un desesperado y heroico esfuerzo por contener su avance.
En
los alrededores de la ciudad también hubo acciones. A las 03.00 un
Beechcraft AT-11 que había decolado minutos antes de la Escuela de
Aviación Militar, arrojó bengalas sobre Malagueño para realizar
observaciones sobre las posiciones enemigas. Horas después (08.00) el
general Aquiles Moschini envió desde Juárez Celman al Regimiento 15 de
Infantería con órdenes precisas de apoderarse del aeródromo de Pajas
Blancas, punto de vital importancia desde el que los aviones rebeldes
habían llevado a cabo ataques a partir de las 06.40 de esa mañana. A
muchas de aquellas máquinas se les ordenó mantenerse en vuelo, en espera
de nuevas instrucciones.
Alcanzado
el objetivo, el 15 de Infantería desplegó los cañones de sus dos
secciones de artillería e inició la ofensiva. Las escasas tropas que
defendían el aeródromo, integradas por cadetes de la Fuerza Aérea y
milicianos civiles al mando de oficiales de Aeronáutica, opusieron una
férrea resistencia pese a encontrarse mal armados. En los combates cayó
muerto el soldado Ernesto Chaves y fue herido un oficial de apellido
Mansilla, ambos integrantes de las tropas defensoras.
A
poco de iniciado el cañoneo, la Escuela de Aviación Militar recibió
desde Pajas Blancas un desesperado pedido de auxilio. El poder de fuego
al que estaba siendo sometido el aeródromo era impresionante y de
continuar, resultaría imposible mantener la posición.
A
las 08.50 decoló desde la Agrupación Aérea un DL-22 que diez minutos
después ametralló a las tropas leales forzándolas a buscar cobertura en
el terreno. El avión se retiró acosado por el fuego de las baterías
antiaéreas en el mismo momento en que un monomotor Fiat de observación
hacía reglaje de tiro de artillería para la Escuela de Aviación Militar.
Veinte minutos después un aparato de iguales características arrojó
volantes sobre Río Segundo, La Cruz, Río Tercero y Alta Gracia, e
informó a la torre de control que acababa de detectar una importante
concentración de vehículos en la plaza principal de la última ciudad.
El
piloto efectuó un amplio viraje hacia el norte, dejando a su izquierda
el Dique Los Molinos; cruzó el río Anizacate y cuando sobrevolaba las
Sierras Bajas avistó una extensa columna motorizada integrada por
ómnibus, camiones y jeeps, que se desplazaba hacia la Escuela de
Aviación Militar, poniendo en peligro la posición rebelde. Eso decidió
al comando del general Lonardi a lanzar un nuevo ataque para detenerla y
para ello fueron alistados dos Gloster Meteor y tres Beechcraft AT-11
que decolaron a las 09.30 para embestir con bombas y metralla.
Después
de que pilotos y mecánicos efectuasen los últimos controles, los cazas
se ubicaron juntos en la cabecera de la pista y cuando la torre ordenó
despegar, iniciaron el carreteo elevándose al mismo tiempo a gran
velocidad. Le siguió la sección de los Beechcraft, que decolaron uno
detrás de otro para perderse en la lejanía con rumbo sudoeste. Diez
minutos después, la escuadrilla divisó al objetivo cuando se desplazaba
por detrás de las sierras en dirección a la capital.
A
través de la radio, el líder advirtió a los otros aviones y les ordenó
iniciar corrida de bombardeo, lanzándose él en primer lugar.
El
Gloster Meteor abrió fuego con sus cañones acribillando a varios
vehículos de la columna y luego arrojó sus bombas seguido inmediatamente
después por el aparato Nº 2.
Los
efectivos leales detuvieron la marcha y corrieron en busca de cobertura
sin responder la agresión. Lo hicieron recién cuando llegaron los AT-11
pero escasos fueron sus resultados. Los tres bombarderos lanzaron sus
cargas y se elevaron para perderse en la lejanía, volando hacia el
noreste.
Cuando
se desarrollaban esas acciones, un cuarto Beechcraft bombardeó
nuevamente al 15 de Infantería cuando sus unidades de desplazaban frente
a Pajas Blancas, ataque que se repitió veinte minutos después (09.40),
con resultados relativos. Las mismas tropas fueron ametralladas por un
DL-22 a las 09.55 y a las 10.00 un Beechcraft volvió a bombardearlas en
momentos en que ingresaban en el perímetro del aeródromo, desbordando
sus líneas defensivas. Los estallidos sacudieron la región y los
tableteos de las ametralladoras y las baterías antiaéreas incrementaron
la sensación de guerra sumiendo en angustia y temor a los habitantes del
sector norte de la capital provincial.
A
las 09.30 el comodoro Krausse se comunicó con el teniente Raúl Barcalá
para ordenarle que destruyera el radio-faro Córdoba, ubicado en una
pequeña edificación a escasos 500 metros del edificio principal de Pajas
Blancas. La operación era imperiosa porque, de caer el objetivo en
manos leales, radio “La Voz de la Libertad” quedaría bloqueada.
Barcalá,
experimentado piloto, instructor de bombarderos livianos y ganador de
todas las pruebas de tiro y bombardeo desde la creación de la Fuerza
Aérea, trepó a su Calquin, carreteó y tomando velocidad, despegó hacia
el aeródromo virando hacia el norte para cubrir los 12 kilómetros que lo
separaban de él. Durante su aproximación, observó que en una de las
cabeceras de la pista las fuerzas de ambos bandos combatían
intensamente, comprendiendo que eso le permitiría llegar al objetivo sin
demasiados inconvenientes.
El
piloto se acercó en línea recta, calculó la distancia y arrojó su
bomba, alcanzando la casilla del radio-faro. Para alivio del comodoro
Krause, el mismo quedó completamente destruido, media hora antes de que
las tropas gubernamentales se apoderasen del sector.
La llegada de las fuerzas leales obligó a sus defensores a retirarse hacia Arguello, después de dos horas y media de combate.
Ya
en poder del aeródromo, el Regimiento 15 de Infantería fue atacado con
proyectiles de morteros, bombas y metralla y a las 10.50 bombardeado por
aviones Beechcraft, Calquin y Gloster Meteor que repitieron sus
incursiones cincuenta minutos después (11.40). Sin embargo, la posición
permaneció en poder de las fuerzas leales, convirtiendo ese punto en una
amenaza para la revolución.
La
situación se había tornado extremadamente confusa en Alta Gracia, donde
el gobernador Luchini había llegado al frente de un pelotón policial
con el que había salido de Córdoba 48 horas antes, para dirigir la
represión. Luchini no terminaba de comprender la actitud pasiva del
general Morello, que no se decidía a iniciar la ofensiva sobre la
capital provincial y liquidar el alzamiento de una vez por todas. Según
su parecer, el comandante de la IV División
disponía de tropas suficientes para apoyar a Iñiguez y acabar con la
revolución, opinión que compartían el general Arnaldo Sosa Molina, el
jefe de la Escuela Mecanizada,
coronel Ercolano y el general José Alejandro Falconier, que desde su
comando en Río Cuarto, despachó al mayor Alfonso Mauvecín con la
“sugerencia” de iniciar la embestida a la mayor brevedad posible.
Como
explica Ruiz Moreno, las fuerzas de Morello ya no eran la masa informe y
desorganizada del primer día de combate, duramente hostigada por la
aviación y la artillería rebeldes, sino una fuerza considerable
compuesta por unidades poderosas como el Regimiento 14 de Infantería de
Río Cuarto, dos batallones de la Escuela Mecanizada de Buenos Aires, el
Grupo de Artillería Liviana de San Luis y otras fuerzas oriundas de
Córdoba. Sin embargo, su gente no se decidía y continuaba a la
defensiva, sin lanzar la acometida final.
Imágenes
Fotografías de Jorge R. Schneider obtenidas durante los sucesos quer tuvieron lugar
entre el 16 y el 21 de septiembre de 1955 en la ciudad de Córdoba
Una ametralladora pesada se dispone a disparar sobre las
fuerzas leales que avanzan sobre Alta Córdoba
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Comandos civiles revolucionarios toman ubicación en las inmediaciones de la estación del ferrocarril |
Daños en la estación ferroviaria
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Un vagón alcanzado por una bomba de 750 kgs arrojada desde un I.Ae-24 Calquin
en Alta Córdoba
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Otro vagón destruido en la estación del Ferrocarril Gral. Bme. Mitre
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Vivienda particular destruida por un impacto
de artillería en Alta Córdoba
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Después del combate, dos niños observan la destrucción en inmediaciones del Hotel Savoy
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Otra vivienda destruida en Alta Córdoba
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Un impacto de artillería ha destruido parcialmente el frente del Hotel Savoy en Alta Córdoba
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Interior del Hotel Savoy después de la batalla
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Ruinas y desolación en Alta Córdoba
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Comandos civiles revolucionarios se aprestan a entrar en combate
en la Escuela de Aviación Militar
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Un vivac rebelde en la Escuela de Aviación Militar. Civiles y militares velan sus armas
en espera de nuevos enfrentamientos
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Civiles y militares rebeldes en la Escuela de Aviación |
Notas
1 Los regimientos peronistas carecían de equipos sanitarios como para atender casos graves.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)