miércoles, 19 de junio de 2019

ATAQUE AL AVISO “SOBRAL”

El Aviso "Sobral" navega con su puente destruído

A las 22.00 hs del 2 de mayo, zarpó de Puerto Argentino el aviso de la Armada, “Alférez Sobral”, cuyo comandante, el capitán de corbeta Sergio Raúl Gómez Roca, había recibido órdenes de ubicar a los tripulantes el bombardero Canberra derribado el día anterior y proceder a su rescate.

Eran las 03.00 del 3 de mayo cuando el destructor “Coventry” detectó un eco en su radar, información que envió inmediatamente al “Hermes”.

Al ser descubierta, la embarcación argentina se encontraba a unas 100 millas marítimas al noroeste de las islas y eso llamó la atención del enemigo que no tenía unidades en ese sector.

Del portaaviones partió un helicóptero, el Sea King matrícula ZA-129 del Escuadrón 826, tripulado por el comodoro S. M. Chandler y los oficiales C. C. McBean, A. J. Moss y P. W. Coombres quienes en vuelo rasante y a 70 millas del grupo principal, detectaron la nave a través de sus aparatos de visión nocturna.

El aviso navegaba con los focos principales encendidos cuando su tripulación vio al helicóptero aproximarse. Informado de la novedad, el capitán Gómez Roca ordenó apagar todas las luces y abrir fuego con sus armas automáticas, acción que obligó al Sea King a alejarse.
En su retirada, el radar de la aeronave británica señaló un nuevo eco que hizo suponer a su operador la presencia de una segunda embarcación. Sin perder tiempo envió la información al “Hermes” ignorando que en realidad era el mismo barco moviéndose en otra dirección, tratando de desorientar a posibles perseguidores.
Recibido el mensaje, los destructores “Coventry” y “Glasgow”, despacharon hacia el norte a sus helicópteros Lynx HAS 2, armados con misiles Sea Skua de 165 libras, los cuales estuvieron sobre el buque tras un vuelo de veinte minutos.
El aparato matrícula XZ242 del “Coventry”, tripulado por el capitán de corbeta Rich y el teniente Ledingham, hizo su aproximación y disparó a una distancia de 8 millas, impactando directamente en el casco y destruyendo completamente una lancha de la dotación. El Lynx del “Glasgow”, por su parte (matrícula XZ247), volaba con su equipo de transmisión UHF roto, por lo que su piloto, el capitán de corbeta Lister y el teniente Ormshaw, se hallaban abocados a su reparación. Superado el inconveniente, detectaron un eco y suponiendo que se trataba del averiado “Sobral”, enfilaron decididamente hacia él.
Pensando que podía estar naufragando, Lister inició la búsqueda de sobrevivientes y en eso estaba cuando a las 01.35 (04.35Z), fue atacado por armas antiaéreas ligeras.
Lister disparó a su vez y sus misiles alcanzaron de lleno a la nave argentina, destruyendo completamente su centro de mando. En el ataque pereció el capitán Gómez Roca junto con el guardiamarina Claudio Olivieri, los cabos Ernesto del Monte, Mario Alancay, Sergio Medina y Daniel Tonina y los marineros Héctor Dufrechu y Roberto Derrico, ocho hombres en total, además de numerosos heridos y destrozos en la estructura.
Cuando los helicópteros se retiraban, el Aviso “Sobral” emprendió el regreso navegando sobre un mar embravecido, agitado por vientos de 35 nudos, en un derrotero al que los autores de Air Falklands War (Malvinas. La Guerra Aérea) calificaron de epopéyico.
El enemigo estaba convencido que sus aparatos habían atacado a dos embarcaciones diferentes y por eso, en un primer momento, informaron que habían averiado seriamente a una, el “Sobral” y hundido a otra, el “Comodoro Somellera”, que luego se supo, llegó a puerto intacto. Los Lynx habían disparado contra el mismo barco engañados por su cambio de posición.
El 4 de mayo el “Sobral” tomó contacto con la base de Puerto Deseado y poco después, las autoridades navales enviaron en su ayuda al “Comodoro Py”.
Las naves establecieron contacto en alta mar y tras una navegación sin incidencias, el 5 de mayo por la mañana hicieron su ingreso en Puerto Deseado.
Una actividad febril tenía lugar en los muelles, donde se habían dado cita personal de la Marina, médicos, enfermeras y policías, para socorrer a los heridos y bajar a los muertos, estos últimos cubiertos por mantas blancas. Fueron momentos de extremo dramatismo y ansiedad, que volvieron a repetirse cuando en una ceremonia posterior, el comandante de Operaciones Navales, vicealmirante Juan José Lombardo, despidió sus restos con emotivas palabras.
Los cuerpos de los marinos muertos fueron enviados en avión a la Base Naval de Puerto Belgrano en tanto la Junta Militar daba a conocer el hecho a través del comunicado Nº 18.
Hoy se puede apreciar parte del puente de mando del “Sobral” en el Museo Naval de Tigre, junto al Skyhawk A4Q del teniente Marcelo Márquez (que pereció piloteando otro avión), un Grumman F9F Panther del portaaviones “Independencia” que en 1963 tomó parte en el conflicto entre “Azules” y “Colorados”, un North American AT-6 de los tiempos de la Revolución Libertadora y varias piezas de artillería de otros conflictos bélicos.

Los hechos parecían demostrar que Alexander Haig tenía razón. El hundimiento del “General Belgrano” ofuscó al gobierno argentino y echó por tierra el plan de paz del presidente de Perú en el preciso momento en que parecía ser aceptado.
De todas maneras, el Dr. Costa Méndez manifestó que el mismo (el plan de paz), debía ser tenido en cuenta y no se lo debía descartar, pero los integrantes de la Junta no dieron cabida a sus palabras porque estaban realmente enfurecidos.
Si en ese momento la Argentina hubiese actuado con más aplomo, si hubiese “usado la cabeza” y meditado más fríamente en lugar de obcecarse, las cosas podrían haber seguido un curso distinto, favorable a su posición en un 90%. En una palabra, de haber aceptado la propuesta peruana, aún a costa del hundimiento del crucero, Gran Bretaña se hubiese encontrado en una posición realmente complicada pues, debido al uso de la fuerza, Estados Unidos no hubiera podido sostener su postura y se habría visto forzado a poner coto a sus agresiones obligándola a negociar. Por otro lado, la opinión pública internacional habría retirado su apoyo al Reino Unido en vista de la violencia de sus acciones y Buenos Aires podría haber encontrado un mayor número de adeptos. Pese a ello, la Junta Militar y la Argentina entera se bloquearon y decidieron contraatacar.
Esa misma noche, a las 00.30 del 3 de abril, Belaúnde Terry llamó a Galtieri sumamente preocupado por los acontecimientos que habían tenido lugar. Su par argentino le agradeció la inquietud y le respondió que él estaba más preocupado aún, refiriéndole a continuación, el desagrado que imperaba en el gobierno y las fuerzas armadas. Después de lo sucedido, bajo ningún punto de vista se aceptaría una tregua, y mucho menos la paz.
Belaúnde dijo entender perfectamente la situación y que esperaba esa respuesta. Galtieri le informó que tenía pensado enviar a Lima una delegación encabezada por el general Iglesias, para explicarle al gobierno peruano la posición argentina.
Belaúnde habló de la posibilidad de entablar una nueva línea de comunicación con el gobierno norteamericano, más precisamente con el presidente Reagan, con el propósito de hacerlo entrar en razones y convencerlo de modificar la política errónea que estaba aplicando, pero Galtieri no lo creyó viable.
El presidente argentino cerró la conversación agradeciendo a su colega su entrega y de paso le dio entender que cualquier intento de hacer recapacitar al primer mandatario americano iba a ser inútil. 
El peruano creía haber notado un cambio en la actitud de Haig pero Galtieri no estuvo de acuerdo. Belaúnde suponía ingenuamente que el secretario de Estado norteamericano estaba frustrado y molesto por el proceder agresivo de Londres y que por ello podría estar dispuesto a escuchar. Y con ese concepto cerró la conversación.
Ni bien terminó de hablar, el mandatario argentino se comunicó con el general Iglesias y el contralmirante Moya para notificarles que debían viajar a Lima.
El 3 de mayo por la mañana, el embajador peruano Arias Stella llamó a Costa Méndez y le informó que su par británico en Perú le había hecho entrega de una nota de su gobierno en la cual expresaba que las puertas de las negociaciones diplomáticas no estaban cerradas todavía. Nadie tomó en serio esas palabras ni les prestó atención. El canciller argentino respondió que la Junta no deseaba escuchar ninguna otra propuesta y que una de las causas que más enfado le provocaba de los norteamericanos era el apoyo satelital que le estaban proporcionando al enemigo.
El mismo quedó confirmado mucho tiempo después cuando en el programa de TV “Falklands Special” emitido el 15 de junio a las 21.30 (hora de Gran Bretaña), el periodista Tom Mangold de la BBC entrevistó al agente de inteligencia electrónica Jim Bamfrod, quien confirmó la existencia de un acuerdo secreto entre Washington y Londres para compartir ese tipo de información. Según sus palabras, el pacto proporcionaba al Reino Unido acceso directo a la intrincada red de espionaje de los EE.UU. y con ello, a una vital fuente de conocimiento.
Los satélites norteamericanos utilizados por Gran Bretaña fueron los KH-11 de la CIA, los Vortex, operador por la Oficina Nacional de Reconocimiento de la USAF y los DS-SCS que orbitaban a 22.300 millas de altura (satélites de defensa del Servicio de Comunicaciones) y resultaron de suma utilidad a la hora de brindar protección de la fuerza de tareas británica, señalando los detalles de las costas, la ubicación de las unidades de superficie argentinas, cuadros climáticos y sobre todo, intercepción del tráfico militar cifrado.
Una vez obtenida la información, el satélite iniciaba una trayectoria orbital en dirección norte, pasando por territorio argentino mientras obtenía fotografías y otras señales de inteligencia que almacenaba en su tape. Cuarenta y cinco minutos después hacía lo propio sobre Inglaterra enviando los datos recogidos a la estación terrestre de Menwith Hill, Yorkshire, región próxima a Harrowgate, asiento de la Agencia Nacional de Seguridad que dirigía personal norteamericano. Allí se la procesaba y se la retransmitía a Cheltenham, centro de comunicaciones del gobierno británico, de donde, a su vez se la enviaba al Ministerio de Defensa y a la flota en operaciones. El único problema era la demora porque desde que era captada hasta su llegada a destino, esa información tardaba entre 4 y 5 horas.
Aquel día las acciones se limitaron principalmente a operaciones de rescate y misiones de patrulla y exploración, tanto marítima como aérea.
Cerca de la media noche, un avión Neptune P-2 de la Armada Argentina despegó de Río Grande para realizar tareas de exploración lejana. Una hora y media después le siguió el Boeing TC-91 del experimentado vicecomodoro Jorge Eduardo Riccardini, llevando a su par, el vicecomodoro Héctor Cid como copiloto y los suboficiales Andrés Martín Hustey y José Genaro Ramos como navegante y radarista respectivamente. Un segundo Neptune hizo lo propio a las 07.29 del 4 de mayo para relevar al anterior, ignorando que su vuelo iba a pasar a la historia.
Cerca del mediodía, el Hércules KC-130 del vicecomodoro Enrique Pessana (indicativo "Rata"), se acercó a las islas en misión de reabastecimiento en vuelo. Completaban la tripulación, el primer teniente Gerardo Vaccaro, el mayor Eduardo Gómez, los suboficiales auxiliares Oscar Ardizzoni, Marcos Amengual, Manuel Lombino y los cabos principales Mario Cemino y Luis Martínez. El día anterior, el C-130 piloteado por el comodoro Jorge Francisco Martínez (indicativo "Pato"), hizo patrullaje a larga distancia, rompiendo el bloqueo británico. Lo acompañaban el vicecomodoro Alfredo Abelardo Cano como copiloto, el capitán Juan Carlos Hrubik como navegante, el mayor Carlos Alberto Torielli como radarista y los suboficiales mayores Salvador Gilberto y Guillermo Mario Aguirre como asistentes. El aparato despegó de Comodoro Rivadavia a las 09.00 y llegó a Malvinas a las 15.00, sin mayores inconvenientes.
En horas de la tarde, más precisamente a las 17.00, decolaron de Río Grande dos Super Etendard de la Armada para efectuar prácticas de reaprovisionamiento en vuelo con aviones Hércules KC-130. Al mismo tiempo, aviones Sea Harrier hacían aproximaciones a gran altura sobre Puerto Argentino al tiempo que los radares de tierra captaban ecos de helicópteros que hicieron temer nuevos ataques.
En Prado del Ganso, el Pucará del capitán Grunert, dañado el 1 de mayo, había sido reparado y se hallaba nuevamente operativo. Ese mismo día, un helicóptero transportó hacia la Isla Borbón, equipo y repuestos para un avión similar apostado en la Estación Aeronaval “Calderón”.
Una ceremonia significativa tuvo lugar en el hipódromo de Prado del Ganso al ser inhumados los restos del personal caído el 1 de mayo.
Ese día Londres anunció que el lujoso transatlántico “Queen Elizabeth II” y el portacontenedores “Atlantic Couseway” (Gemelo del “Atlantic Conveyor”) habían sido requisados junto a otros dos cargueros tipo ferry para ser despachados al Atlántico Sur, el primero con tropas y el segundo con material logístico. Con ello se elevaba el número de buques remitidos hacia la zona de conflicto a 75 unidades a las que se irían sumando otras a medida que pasaba el tiempo.
Mientras esto sucedía en el mar, el Reino Unido movilizaba presurosamente a la Brigada de Infantería 5 en tanto se modificaban y ponían a punto nuevas unidades de Harrier GR3 y Sea Herrier para reforzar a las que operaban en la zona de conflicto.
Del otro lado del Atlántico, el Pentágono recibía, con cierto grado de asombro varios pedidos de material por parte de Gran Bretaña,en especial la última versión de aviones Hércules KC-10 que todavía no habían sido incorporados a la USAP.


El mismo 3 de mayo la Argentina perdió otro aviador naval, integrante de la Primera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque con asiento en Punta Indio, provincia de Buenos Aires.
El Aermacchi MB-339 era un motorreactor biplaza de origen italiano, que había comenzado a fabricarse en 1967 con las siglas MB-326. El MB-339 comenzó a producirse a partir de 1973 y varios de ellos fueron adquiridos por la Armada Argentina, seis de los cuales fueron despachados hacia el Teatro de Operaciones en abril de 1982.
Se trataba de un avión de adiestramiento con doble comando, capacitado para brindar apoyo táctico a tropas de infantería y efectuar ataques a vehículos e instalaciones fijas. La contra que ofrecía era su vulnerabilidad, en especial a las defensas antiaéreas y a la aviación enemiga pero la compensaban con su versatilidad y capacidad de maniobra.
La diferencia con el modelo MB-326 radicaba principalmente en su equipo electrónico, algo más sofisticado y moderno y en el rediseño de la parte anterior de su fuselaje y cabina.
Su armamento constaba de dos cañones de 30 mm, uno en cada ala y coheteras de 5 pulgadas que en conjunto proporcionaban una buena capacidad de fuego. Debían su notable agilidad y rapidez al sistema hidráulico de sus alerones, que le proporcionaba gran velocidad al momento de responder a los mandos, alcanzando una velocidad próxima de 900 km/hora.
El capitán de corbeta Carlos Alberto Molteni, un destacado piloto que tenía sobre sus hombros una gran experiencia en materia de entrenamiento y horas de vuelo, era el comandante de la escuadrilla conformada por aquellos seis aparatos.
Durante el mes de abril los pilotos efectuaron numerosos vuelos de exploración y reconocimiento armado desde Puerto Argentino. Durante los mismos, descubrieron diversos sectores y cañadones que les serían de suma utilidad en caso de tener que trabarse en combate aéreo con los Harrier.
Cuando se produjo el ataque del 1 de mayo, el personal de la escuadrilla se hallaba durmiendo fuera del aeródromo (unas 25 personas). Afortunadamente, ni un solo Aermacchi fue alcanzado, como tampoco su dotación y solo el barro, producto de los estallidos, salpicó sus estructuras.
Mientras los técnicos inspeccionaban la zona bombardeada, tuvo lugar un segundo ataque que tampoco ocasionó daños.
Cuando cayeron las primeras bombas, el capitán Molteni recorría el sector, observando el material disperso y ni bien se dio el alerta, corrió hacia una alcantarilla ubicada junto a uno de los caminos de acceso y se arrojó en su interior en tanto la tierra se sacudía con los estruendos.
Desde su improvisado refugio, el jefe de la escuadrilla pudo observar la incursión aérea enemiga tratando de recordar los lugares donde habían caído los proyectiles sin explotar. El lugar era un verdadero infierno, con el sonido de los estallidos, el rugir de los aviones, el tableteo de la metralla y las baterías antiaéreas respondiendo la agresión.
La incursión no dio resultados porque tanto la pista como los aviones seguían operables, una circunstancia que comenzaba a preocupar al alto mando británico.


El 2 de mayo el personal de la base efectuó una exhaustiva limpieza del aeródromo y siguiendo instrucciones del comodoro Héctor Destri, procedió a cavar pozos con el objeto de hacer creer al enemigo que había dañado la pista. La medida dio excelentes resultados pues, finalizada la guerra, se supo que los ingleses reconocieron haber caído en la trampa al analizar las fotografías tomadas por aviones Nimrod MK-2 a gran altura.
Antes del medio día del 3 de mayo el capitán Molteni recibió la orden de alistamiento para atacar un probable destructor enemigo situado a 60 millas náuticas al sudeste de Puerto Argentino, dentro del radial 150/60. Su numeral sería el teniente de fragata Carlos Alberto Benítez, de 28 años de edad, cariñosamente apodado “Chino”, cuya misión era proporcionarle cobertura darle cobertura.
Cuando los relojes marcaban las 14.00 horas, los dos pilotos se dirigieron a la sala de prevuelo para efectuar la evaluación de la trayectoria. Finalizada la reunión abordaron un jeep guiado por un soldado y se encaminaron hacia el costado de la pista donde aguardaban sus aeronaves. En esos momentos, un Hércules C-130, con sus motores en marcha y la tripulación en sus puestos, descargaba grandes cajones de embalaje, tarea en la que trabajaba presurosamente una docena de hombres. Había un techo de nubes a 300 metros y la visibilidad era de 5 kilómetros.
Molteni y Benítez se ataron a los asientos y pusieron sus motores en marcha. A las 14.55 empujaron sus palancas y dando plena potencia a sus turbinas comenzaron a rodar en dirección a la cabecera, el capitán adelante y el teniente de fragata detrás.
A las 15.05 aceleraron al máximo y poco después comenzaron a carretear, levantando vuelo uno tras otro para pegarse enseguida al agua e iniciar un recorrido hacia el noroeste.
Los aviones volaron las primeras millas sin novedad, separados 200 metros uno de otro en formación abierta sobre un mar encrespado. En esas condiciones llegaron al objetivo sin encontrar absolutamente nada.
A través del micrófono, Molteni le ordenó a Benítez seguir en la misma dirección pero los resultados fueron iguales: no se observaba actividad enemiga por ningún lado.
Sabiendo que los ingleses operaban sobre el sector noreste/sudeste del archipiélago, los Aermacchi viraron a la izquierda, y manteniendo ese rumbo siguieron otros siete minutos en absoluto silencio radial.
Como no hallaron nada, Molteni movió las alas para indicarle a Benítez que debían regresar y así fue como realizando un amplio giro, enfilaron de vuelta a Puerto Argentino.
Con la ciudad a la vista, el jefe de la escuadrilla rompió el silencio de radio e informó a la torre de control que se aproximaban, previendo de ese modo la acción de las antiaéreas propias.
Como se dio cuenta que se estaba inclinado un tanto hacia el sur, movió su palanca a la derecha y así corrigió el rumbo, colocándose en paralelo a la pista. A 4 millas de la cabecera ordenó a su numeral bajar el tren de aterrizaje e inició la corrida de descenso.

-Abajo y trabado, señor –le respondió Benítez.

Los aviones pasaron el Faro San Felipe y casi enseguida su líder tocó la pista sin ningún inconveniente. Sin detener la marcha, se apresuró a despejar la cinta asfáltica rodando en busca de la plataforma y en eso estaba cuando una explosión proveniente de los cerros lo hizo estremecer.
Molteni descendió rápidamente y al mirar hacia las alturas vio una densa columna de humo elevándose al cielo.
Al tiempo que se quitaba el casco corrió hasta un grupo de hombres que observaban en dirección a la explosión y a los gritos les preguntó que había sucedido. Nadie le contestó. Mecánicos y soldados se hallaban petrificados, sumidos en profunda angustia.
¿Qué había ocurrido?
En pleno descenso una fuerte ráfaga de viento le hizo perder el control a Benítez y por esa razón una de sus alas pegó contra las rocas y se desprendió. Su aparato se estrelló contra la pendiente y estalló, provocando un gran incendio.
Al parecer, el piloto intentó eyectarse pues su cuerpo fue hallado intacto, sujeto a su asiento, a pocos metros del avión, pero no llegó a salir despedido con la fuerza suficiente. Fue recogido por personal de rescate y conducido a Puerto Argentino para ser enterrado en su cementerio, ante una formación especial.
Sobre la cruz de su tumba el capitán Molteni colocó su casco y un compañero hizo lo propio con el Rosario que el aviador llevaba encima, emotiva imagen que quedó registrada para la posteridad en una difundida fotografía de Eduardo Aníbal Rotondo, corresponsal de guerra oriundo de Buenos Aires.
Lejos de allí, en alta mar, el ARA “Piedrabuena” informó al TOAS (10.40 hora argentina) que había encontrado otras tres balsas del “General Belgrano” a la deriva, con 20 hombres en cada una. Tres horas después fueron ubicadas otras 15, algunas de ellas con muertos a bordo.
En las Malvinas, en tanto, el pésimo estado del tiempo impidió efectuar operaciones aéreas desde Prado del Ganso e Isla Borbón. Por tal motivo, no hubo actividad hasta el día siguiente cuando, un Hércules C-130 detectó lo que creyó era un buque logístico y dos embarcaciones menores navegando a 50 millas náuticas del Cabo San Felipe, en dirección sur.
Se trataba de tres unidades enemigas, una de ellas la nave de suministros “Fort Austin”, intentando aproximarse por el norte para abril fuego sobre la costa. Confirmada la información, se cursó un pedido al FAS requiriendo un ataque aéreo. Dos escuadrillas de Mirage V-Dagger integradas por los capitanes Amílcar Guillermo Cimatti e Higinio Rafael Robles la primera y el capitán Carlos Alberto Moreno, con el teniente Héctor Ricardo Volponi como numeral la segunda, partieron desde Río Grande pero no lograron ubicarlas.
La guerra tomaba un curso ascendente y la Argentina estaba pagando un precio excesivamente alto por su aventura.

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