CURUZU CUATIA
La madrugada de aquel agitado 16 de septiembre, un camión
militar se aproximó lentamente al aeródromo de Gualeguay con sus luces
apagadas. Junto a la pista de aterrizaje esperaba expectante un grupo de
oficiales revolucionarios.
El vehículo, conducido por el coronel Eduardo Arias Duval, se
detuvo y varias personas descendieron de él. Se trataba del general Pedro
Eugenio Aramburu, el coronel Eduardo Señorans, el subteniente Carlos B.
Chasseing y el propio Arias Duval, sin contar a los soldados fuertemente
armados, que viajaban en la parte posterior.
Quienes esperaban junto a la pista se aproximaron a los recién
llegados y después de intercambiar unas pocas palabras, se encaminaron hacia el
monomotor Piper que al comando del teniente primero Enrique Méndez, aguardaba
con los motores encendidos en la cabecera, listo para despegar.
Los individuos cargaron el equipaje y el armamento e
inmediatamente después abordaron la máquina, tomando ubicación en su interior.
Ni bien encendió el motor, Méndez se dio cuenta que había
sobrepeso y por eso ordenó descargar todo aquello que fuera prescindible. Los
tripulantes bajaron varios bultos que apilaron junto a la pista y enseguida
volvieron a abordar, comprobando con desazón que la máquina seguía sobrecargada
y, por consiguiente, sin posibilidades de despegar. Así se lo explicó Méndez al
general Aramburu y este le dijo que en su condición de piloto, fuese él el
encargado de decidir.
Señorans, que escuchaba la conversación se volvió hacia el Dr.
Eduardo Bergalli, dirigente radical y único civil a bordo y le pidió que
bajara. El hombre intentó oponerse pero, debido a su condición, se le exigió
descender rápidamente porque llevaban retraso y no querían demorar más la
partida.
Muy a su pesar, el dirigente abandonó la aeronave y junto a él
hizo lo mismo él el teniente primero Catani, por ser el oficial más joven.
Una vez libre de la sobrecarga, el avión cerró sus compuertas y
dando máxima potencia a su motor, comenzó a rodar por la pista, justo en el
momento en que la policía de la provincia de Entre Ríos, llegaba a gran
velocidad con el objeto de impedir su partida.
El avión ganaba velocidad cuando los agentes descendieron de sus
móviles y abrieron fuego alcanzando el fuselaje e hiriendo en la pierna al
capitán de fragata Aldo Molinari.
El monomotor se elevó sin problemas y cuando en el horizonte
comenzaba a clarear, su piloto puso rumbo a la vecina provincia de Corrientes,
más precisamente a Curuzú Cuatiá, una de las dos ciudades fundadas por el
general Belgrano durante su expedición al Paraguay.
Molinari se tomaba la pierna cuando advirtió a sus acompañantes
que estaba sangrando. Arias Duval, que viajaba en el asiento del copiloto, se
incorporó y se ubicó a su lado para hacerle un torniquete con dos pañuelos y de
esa manera detuvo momentáneamente la hemorragia.
A las 08.05 el avión se estabilizó y casi enseguida, el teniente
Méndez, notó que frente a ellos se formaba un frente de tormenta con unas
amenazantes nubes obscuras, razón por la cual, encendió la radio para escuchar
el parte meteorológico.
En esos momentos, la voz del locutor transmitía un mensaje oficial
que daba cuenta del levantamiento militar en la provincia de Córdoba, que el
mismo comenzaba a ser controlado por las fuerzas leales y que reinaba la calma
en el reino del país. Los tripulantes se miraron sorprendidos justo cuando
Méndez iniciaba un rodeo para evitar la tormenta virando un tanto a la
izquierda, maniobra que les permitió distinguir a lo lejos, la localidad de
Rosario del Tala.
Sobrevolaban el curso del río Mocoretá, cuando el coronel Señorans
explicó a los pasajeros que de acuerdo a lo acordado al planificarse la
operación, la señal que confirmaría que el lugar se hallaba en manos rebeldes
era una ambulancia estacionada junto a la pista de aterrizaje.
Veinte minutos después, el monomotor comenzó a descender aunque
con muy poca visibilidad debido a la densa capa de nubes que cubría el sector y
casi enseguida divisaron el aeródromo, notando una extraña quietud y lo que era
peor, ninguna ambulancia detenida su lado.
El aparato comenzó a volar en círculo mientras sus ocupantes
discutían la situación. Aramburu, que viajaba sentado en la parte posterior se
había mantenido en silencio durante todo el viaje y recién habló cuando sus
camaradas se percataron de la situación, preguntándole a Molinari cual era su
parecer. El marino respondió que a su entender, lo más acertado era aterrizar y
seguir adelante con los planes. Después de escucharlo, el general meditó un
momento y después de unos segundos de meditación, ordenó el aterrizaje.
En tierra firme, el decidido mayor Juan José Montiel Forzano tenía
todo listo para iniciar la sublevación a la hora convenida. Se había estado
moviendo aceleradamente desde el día 14 poniendo al tanto de los planes a los
oficiales y civiles sublevados, entre ellos el mayor de Zapadores Constantino
Passoli, los capitanes Eduardo Rezzonico, Claudio Mas, José Eduardo Montes,
Joaquín Vallejos y Francisco Balestra, Pedro E. Ramírez (hijo del ex presidente
de la Nación Pedro Pablo Ramírez), Julio César y José
Rafael Cáceres Monié (hermanos del militar), Mario de León, Juan Labarthe y
Enrique Arballo.
A las 0 horas del 16 de septiembre, procedió a capturar los
cuarteles del Destacamento de Exploración Blindado de la localidad y a detener
a sus principales autoridades, encabezadas por los tenientes coroneles Carlos
Frazer, Julio César Uncal y Carvajal y los mayores Tomás Rodolfo Orsi, Nadal,
Hogan, Rodríguez e Idelbo Eleodoro Voda junto a varios capitanes y tenientes.
Acto seguido, reunió a los 180 suboficiales de la unidad en el patio principal
del Destacamento de Exploración, y los invitó a plegarse al alzamiento, cosa
que la mayoría, rechazó. Ante tal situación, ordenó su detención desarmándolos
y encerrándolos en el depósito de materiales frente a los cuales dispuso montar
una fuerte custodia para asumir la comandancia inmediatamente después,
distribuyendo cargos entre sus seguidores.
Todo estaba bajo control cuando el avión en el que viajaba el
general Aramburu tocó tierra, a excepción de la Agrupación Blindada,
su Escuela y sus talleres, con sus dotación de 50 tanques y vehículos
semioruga, ubicada en uno de los extremos de la población, con el arroyo Curuzú
Cuatiá de por medio.
Montiel Forzano despachó hacia allí al mayor Eduardo Samyn al
frente de un grupo de oficiales mientras los comandos civiles ocupaban la Municipalidad, la
comisaría, el Correo, la estación del ferrocarril, el Banco y la oficina de
teléfonos, sin hallar oposición.
La
Escuela y la Agrupación Blindada cayeron sin derramamiento de sangre y
de esa manera, toda una División, con sus cañones, morteros y tanques, quedó en
poder de las fuerzas rebeldes. Poco después el teniente coronel Jorge Orfila,
jefe del Distrito Militar, se subordinó a Montiel Forzano, poniendo a sus
órdenes a la policía y los comandos civiles.
Sin pérdida de tiempo, se despachó hacia el aeródromo a una
sección al mando del teniente José Luis Picciuolo, con instrucciones de recibir
al general Bengoa y llevarlo inmediatamente al Destacamento. El alto oficial
debía ponerse al frente de las fuerzas sublevadas, abordar los trenes y
encaminarse hacia Paraná primero y Rosario después, para reunir a las tropas
que a las órdenes del general Lonardi, marcharían desde Córdoba hacia a la Capital Federal,
pero una vez más el alto oficial nunca apareció.
A las 10.00 horas se hizo presente en la estación aérea el coronel
Héctor Solanas Pacheco, que venía de la estancia “El Carmen” para interiorizarse de lo que
acontecía, a y después de escuchar que nada se sabía de Bengoa, emprendió el
regreso.
Quien quedó vivamente sorprendido por lo que acontecía en la Agrupación Blindada Escuela de Curuzú Cuatiá fue su
comandante, el coronel Ernesto Sánchez Reinafé cuando a poco de llegar a Buenos
Aires, supo por boca del general Francisco Antonio Imaz, que su guarnición se
había sublevado.
Se le ordenó regresar de inmediato y junto al general Carlos
Salinas y el coronel José Eduardo Tabanera, comandantes de la División Blindada
y de Artillería del Cuerpo Mecanizado respectivamente, hacerse cargo de la
situación. De ese modo, sin pérdida de tiempo, se dirigieron al Aeroparque
Metropolitano y una vez allí abordaron un avión civil LV bimotor y partieron
rumbo a Corrientes.
Sánchez Reinafé había sido víctima de una maniobra de distracción
de Montiel Forzano, quien le había hecho llegar un mensaje en el que se le
ordenaba presentarse urgentemente en Buenos Aires para una reunión en el
Ministerio de Ejército.
El avión que conducía a Salinas y Sánchez Reinafé despegó de la
capital cerca de las 12.00 y una hora después, sobrevolaba Curuzú Cuatiá
arrojando panfletos del gobierno, que anunciaban el fracaso del alzamiento. Eso
y los comunicados oficiales emitidos por las radios, dando cuenta de que las
fuerzas leales se estaban imponiendo, hicieron cundir el desconcierto en la
guarnición blindada, hasta tal punto que varios oficiales, entre ellos el
capitán Nicolás Granada y los tenientes Alberto Rueda, Shefferd y Juan
Rocamora, rebeldes hasta ese momento, abandonaron la conjura y se apresuraron a
liberar a los 180 suboficiales que custodiaban.
Lo que hasta el momento había sido un movimiento pacífico se
transformó en un baño de sangre. Los suboficiales, enajenados, abandonaron los
talleres en los que habían estado encerrados y profiriendo insultos y vivas a Perón
corrieron a los arsenales para proveerse de armamento, reduciendo previamente a
los oficiales Rubén Molli y Carlos Zone, que en esos momentos montaban guardia.
Desde ese punto se encaminaron hacia los portones de acceso, apoderándose de la
entrada principal, controlando con ello los accesos a la unidad.
Al ver eso, el mayor Samyn corrió hasta el pueblo donde se
hallaban reunidos los altos mandos rebeldes y los puso al tanto de lo que
estaba ocurriendo1.
Sumamente agitado, Samyn informó que la guarnición había vuelto a
manos leales y que el caos y la confusión dominaban la Agrupación, por lo que
Detang le aconsejó a Solanas no esperar más y hacerse cargo inmediatamente de
la situación mientras Montiel Forzano partía presurosamente para ponerse al
frente de sus tropas.
Las circunstancias eran en extremo complejas ya que era el general
Aramburu y no Bengoa quien se había presentado para tomar el mando en
Corrientes y eso tornaba más confusa la situación.
Haciendo caso omiso y siguiendo adelante con lo que se había
planificado, Montiel Forzano se puso al frente de una columna de siete
vehículos semioruga, cuatro cañones, personal de Zapadores y del Destacamento
de Exploración y al frente de ella atravesó la población para alcanzar el
extremo opuesto, cuando las tropas leales, al otro lado del arroyo, efectuaban
aprestos.
Dos de los blindados se dirigieron hacia el sector, uno al mando
del teniente primero Jorge Cisternas y el otro al del subteniente Juan Carlos
González, al tiempo que un camión leal conducido por el teniente Juan Rocamora,
partía a toda velocidad desde la vecina Escuela, embistiendo violentamente la
baranda divisoria lateral para bloquear el puente. Ambas fuerzas abrieron fuego
y se trabaron en duro combate con los suboficiales, apostados en los talleres,
disparando contra los tanques. Uno de ellos subió corriendo al blindado del
subteniente González y dese la torreta disparó a quemarropa. La bala impactó en
una saliente del interior y eso salvó milagrosamente al oficial. El teniente
Villamayor, abatió al agresor desde su blindado cuando el efectivo leal estaba
a punto de efectuar un segundo disparo. El sujeto cayó pesadamente a tierra en
el preciso momento en que los tanques abrían fuego con sus cañones y
ametralladoras pesadas de 7,65
mm. Uno de ellos disparó contra el carrier de Villamayor en momentos en que
Montiel Forzano trepaba por él. Los rebeldes devolvieron el fuego y obligaron a
sus adversarios a replegarse mientras la lucha crecía en intensidad llegando,
incluso, al combate cuerpo a cuerpo.
La gran cantidad de bajas que se produjeron, obligó a las partes a
efectuar un repliegue táctico con el objeto de reagruparse y evaluar la
situación. Fue en ese preciso instante, que Montiel Forzano se trasladó hasta
una casilla cercana y se comunicó con el Grupo de Artillería para ordenarle que
atacase la Escuela disparando por encima de la población.
La orden no llegó a cumplirse porque en esos momentos el coronel
Arias Duval se hizo presente con el objeto de solicitar un parlamento. No
soportaba la idea de que se estuvieran matando entre amigos y compañeros de
armas y por esa razón, pidió dialogar. Montiel le explicó que había solicitado
el bombardeo a la Escuela y que le resultaría sumamente difícil
detenerlo pero a los pocos minutos, logró establecer un nuevo enlace telefónico
y contuvo a tiempo la acción.
Arias Duval, ex subdirector de la Agrupación, tenía
muchas amistades entre los suboficiales y por esa razón intentó entablar
diálogo. Seguido por el capitán José Eduardo Montes, salió al exterior
enarbolando una bandera blanca, pero al verlos avanzar, los suboficiales les
dispararon, obligándolos a buscar cobertura detrás de un árbol. Desde esa
posición hicieron señales agitando la bandera y el fuego cesó.
Arias Duval y Montes cruzaron el puente y después de ser recibidos
por las avanzadas del enemigo, se encaminaron hacia su puesto de mando
escoltados por hombres fuertemente armados. Inmediatamente después, ingresaban
en la Escuela, donde los esperaban el jefe de la Compañía de
Tiradores, capitán Nicolás Granada y el teniente Mario Benjamín Menéndez y entablaron conversaciones en tono
cordial pero firme en las que quedó claro que los jefes leales nada querían
saber con la revolución y exigían la inmediata liberación del coronel Frazer,
detenido en la cercana comisaría.
Arias Duval accedió y mandó buscar al oficial quien, al cabo de
unos instantes (que se hicieron extremadamente largos), se hizo presente para
incorporarse a las tratativas. Se acordó que tanto la Escuela como
los talleres se mantendrían al margen de la contienda y que los prisioneros de
ambos bandos serían liberados.
En horas de la tarde, el mando leal se hallaba reunido en el
casino de oficiales de la
VI División de Caballería, organizando la represión.
Lo constituían el general Astolfo Giorello y los coroneles Sánchez
Reinafé y José Bernardo Tabanera, quienes decidieron movilizar al Regimiento 9
de Caballería y a un grupo de artillería de apoyo infiltrando previamente entre
la población y los cuadros rebeldes, a varios suboficiales vestidos de civil,
para obtener información. Estos últimos fueron eficientes a la hora de cumplir
su cometido y una vez de regreso, dieron cuenta que las fuerzas amotinadas aún
no habían sido desplegadas y que tenían algunas dificultades para organizarse.
Eso era, precisamente, lo que los jefes leales deseaban escuchar y
lo que los decidió a ponerse en marcha sobre Curuzú Cuatiá.
Una larga columna de vehículos, integrada por dieciocho camiones,
diez ómnibus y al menos cinco automóviles particulares, se puso en movimiento desde los cuarteles que fue
detectada por un avión de reconocimiento cuando se desplazaba a la altura de la
localidad de Justino Solari3.
Ni bien el piloto transmitió la información, el general Aramburu
solicitó al teniente Méndez que la confirmase, orden que el joven oficial se
apresuró a cumplir sobrevolando minutos después la larga hilera de vehículos, e
incluso a elementos de Artillería avanzaban en tren desde Paso de los Libres.
La noticia produjo confusión entre los mandos rebeldes que,
sumamente preocupados, dudaban entre aguardar el ataque en posiciones
defensivas o salir al encuentro de esas fuerzas para sorprenderlas en el
camino. Finalmente, se optó por esta última alternativa, alistando para ello a
catorce vehículos semioruga, siete piezas de artillería y varios camiones para
transportar la tropa4.
Cuando todo estuvo listo, el general Aramburu ordenó al coronel
Solanas Pacheco que permaneciese en los cuarteles a cargo de la guarnición y
poco después abordó uno de los camiones con el que partió a enfrentar a las
fuerzas leales.
Eran más de las 18.00 y el cielo se hallaba cubierto por espesas
nubes cuando Solanas Pacheco y Roger Detang, vieron a la larga hilera de
vehículos alejándose en dirección a la ruta. Cuando la misma desapreció de
vista, el primero procedió a efectuar una recorrida por las instalaciones,
visitando en primer lugar al capitán Molinari, que se reponía de sus heridas
satisfactoriamente en el hospital local (aunque con bastante dolor), e
inmediatamente después regresó al cuartel.
Recién entonces se percató que tenía a su cargo una heterogénea
tropa de soldados y suboficiales y que cundía la confusión en sus filas por lo
que, según refiere Ruiz Moreno, le comentó a Detang el hecho, solicitando su
consejo en base a su experiencia como combatiente de la Segunda Guerra Mundial.
-Esto para vos debe ser algo normal pero no para mí – le dijo al francés- Considero la situación extremadamente difícil.
-Te
confieso que es la situación más jodida de mi vida – le respondió aquel
- En la guerra conocíamos al enemigo, pero estos que nos rodean nos
pueden disparar en cualquier momento.
Mientras tenía
lugar esa conversación, las fuerzas revolucionarias seguían su avance
encabezadas por el blindado de Montiel Forzano y el mayor Néstor Vitón, jefe
del Grupo de Artillería. De acuerdo al plan, la columna se introdujo en una
arboleda que se extendía a un lado del camino y tomó posiciones para emboscar
en ese punto a las tropas del general Giorello que llegaban desde Mercedes.
Allí quedaron Aramburu y su estado mayor mientras Montiel Forzano se adelantó
para explorar.
El
bravo oficial llegó hasta las líneas del enemigo que al ver su carrier,
se replegaron a gran velocidad. En ese preciso momento llegó a su lado
un jeep conducido por el capitán José Eduardo Montes que traía una orden
de Aramburu según la cual, debía regresar a la mayor brevedad posible.
Montiel
obedeció y una vez en presencia de su superior, supo que los vehículos
comenzaban a quedarse sin combustible y que como estaba obscureciendo,
la situación se tornaba desventajosa.
-Considero conveniente regresar al cuartel – dijo Aramburu.
Montiel Forzano se sintió bastante decepcionado al escuchar esas palabras
porque había venido a luchar y estaba dispuesto a hacerlo.
-Mi
general, le pido autorización para organizar un ataque sobre las
posiciones enemigas con cinco semiorugas. Sé donde está el enemigo.
-No
sé si eso es conveniente. Se me ha informado que la columna leal se
detuvo en la localidad de Baibiene y que están posicionando sus cañones y
ametralladoras junto al camino.
-Es posible, pero creo que saldrán huyendo cuando sientan nuestros disparos sobre sus cabezas.
Aramburu titubeó unos segundos y al final concedió.
-De acuerdo. Proceda5.
Montiel Forzano partió decidido a cumplir su misión. Tenía pensado abandonar el
camino principal y flanquear las posiciones del enemigo a través del campo y
atacarlo por detrás y para ello ordenó cargar combustible y colocar cuatro
ametralladoras en cada blindado.
Cuando los soldados se hallaban abocados a esas tareas, se le
acercó un sargento para informarle que el general Aramburu requería nuevamente
su presencia. Sumamente contrariado el oficial se dirigió al puesto de mando
para escuchar una vez más, por boca de su superior, que la incursión debía
abortarse.
-Hemos analizado su plan y creemos que es irrealizable. Se ha resuelto suspender el ataque.
Montiel Forzano quedó desconcertado pero como buen militar que
era, acató la orden. Para eso había un general allí y por algo adoptaba esa
decisión. Incluso se produjo un hecho que pareció darle la razón a Aramburu que
antes de salir de los cuarteles, los vehículos que componían la columna habían
cargado combustible pero en esos momentos, sus tanques se hallaban
prácticamente vacíos, prueba fehaciente de que habían sido saboteados y de que
se debían adoptar medidas urgentes para evitar un descalabro.
Cumpliendo las órdenes de Aramburu, la columna dio media vuelta y
en plena noche emprendió el regreso.
Una vez en los cuarteles, los rebeldes hallaron nuevas pruebas del
sabotaje. Los suboficiales habían derramado el combustible de los depósitos y
no había una sola gota de nafta y para peor, Rolando Hume, que había sido
enviado por el Dr. José Rafael Cáceres Monié a la localidad de Justino Solari
para requisar todo el gas oil del lugar, había caído prisionero de las
avanzadas leales y no se tenían noticias de él. En vista de ello, Aramburu
decidió despachar a Solanas Pacheco para que intentase volcar al general
Giorello a la revolución, pues había indicios de que era proclive a ello.
Acompañado por Detang y Carlos Passeron, Solanas subió a un
automóvil particular y se dirigió hacia Baibiene para cambiar allí sus
uniformes por ropas de civil y seguir viaje en medio de la noche.
El automóvil se encontraba a solo 30 kilómetros del cuartel de Curuzú Cuatiá cuando
ráfagas de ametralladoras lo obligaron a detenerse. Al ver que se les acercaban
varios soldados apuntándoles con sus armas, Detang descendió con las manos en
alto, gritando con su típico acento francés que eran tres hacendados en viaje
de negocios.
Los soldados rodeaban el automóvil en momentos en que un suboficial
abría la puerta trasera del rodado e iluminada su interior con una linterna. Al
reconocer a Solanas, llamó al coronel Juan José Arnaldi, director de la Escuela de
Caballería a cargo del operativo, quien al llegar al lugar ordenó a los
ocupantes del rodado, descender inmediatamente.
-¡Quedan los tres detenidos! – dijo.
Desarmados y bajo rigurosa vigilancia, Solanas Pacheco, Detang y
Passeron fueron conducidos hasta tres vehículos militares en los que iban a ser
trasladados a la localidad de Mercedes en calidad de detenidos. La guerra para
ellos, había finalizado.
Mientras tanto, en Curuzú Cuatiá Montiel Forzano, siguiendo
órdenes directas del general Aramburu, organizaba a toda prisa el ataque a las
tropas leales apostadas en Paso de los Libres.
El oficial rebelde se hallaba planificando la ofensiva en el
Destacamento de Exploración de Caballería, cuando alrededor de las 23.00 se
hicieron presentes dos suboficiales para informar que elementos del Grupo de
Artillería y del Batallón de Zapadores habían desertado para plegarse a las
fuerzas gubernamentales que acababan de liberar a todos los prisioneros y que
al frente de ellos avanzaban hacia el lugar, fuertemente armados.
Montiel Forzano y sus compañeros ignoraban que en ese preciso
instante, los suboficiales leales rodeaban el Casino y se preparaban para abrir
fuego y sin perder tiempo le pidió a un mensajero que se dirigiese
inmediatamente hasta el puesto de mando del general Aramburu para decirle que
debía retroceder hasta el Destacamento de Exploración y prepararse para
resistir la embestida gubernamental. Al saber la novedad, el general reunió a
sus oficiales y los puso al tanto de la situación, a saberse: las tropas leales
habían quedado inmovilizada, no había combustible y fuerzas procedentes de Paso
de los Libres, Mercedes y Monte Caseros convergían sobre el sector.
-Todo ha terminado. Quedan en libertad de acción. Quien desee dirigirse a Córdoba, puede hacerlo.
Para evitar quedar rodeado, el comando rebelde se desconcentró
apresuradamente mientras afuera comenzaban a escucharse disparos.
Aramburu abordó un jeep junto al teniente coronel Carlos Ayala y
los capitanes Claudio Mas y José Eduardo Montes y partió hacia Paso de los
Libres sin decir cuales serían sus siguientes pasos. El coronel Señorans se
dirigió hacia el aeródromo, acompañado por el piloto Enrique Méndez y los
tenientes Hernández Otaño y Castelli, para abordar el avión que los había
traído desde Buenos Aires y volar hacia Córdoba, pero lo encontraron rodeado
por tropas gubernistas y por esa razón, ganaron el campo y se alejaron rumbo a
la estancia de Eduardo Cazes Irigoyen.
Quien decidió permanecer en su puesto fue el coronel Arias Duval,
en su carácter de ex subdirector de la Escuela Blindada.
Sabía que iba a caer prisionero y que sufriría las consecuencias pero no estaba
deseaba e entregar el mando a los suboficiales sino que lo haría personalmente
con un oficial competente.
Así lo hizo y cuando el mayor Nadal, jefe de los talleres de la
agrupación, se hizo presente, Arias Duval procedió a traspasarle el control de
la unidad militar y se puso a su disposición. Nadal, que era su amigo, no
dispuso su arresto sino que, por el contrario, lo obligó a subir a un jeep y él
mismo en persona, lo condujo hasta los límites de la guarnición.
Arias Duval escapó en la noche, a campo traviesa y se escondió en
un rancho cercano a la ruta que conducía a Monte Caseros, donde permaneció
oculto hasta el 18 de septiembre cuando abordó un tren con destino a Paraná
decidido firmemente a llegar a Córdoba para sumarse a la lucha.
Montiel Forzano, que hasta último momento mantuvo la esperanza de
llevar a cabo un ataque sobre las fuerzas enemigas, desistió de su plan y
abordó otro jeep para encaminarse a Goya en compañía de varios oficiales,
sabiendo que el capitán Francisco Balestra los esperaba con un avión particular
listo para partir en cuanto llegasen.
Cuenta Ruiz Moreno que a causa del agotamiento, Montiel Forzano se
quedó dormido ni bien el jeep se puso en marcha y que recién se despertó sobre
el puente del arroyo Santa Lucía cuando un pelotón peronista detuvo su marcha y
lo hizo prisionero junto al conductor y sus acompañantes.
Las fuerzas de Perón ganaron la batalla de Curuzú Cuatiá, el
coronel Frazer se hizo cargo de la Agrupación Blindada
y su Escuela y de ese modo, la población y su guarnición volvieron a manos del
gobierno. A las 02.00 del día siguiente le entregó el mando al coronel Sánchez
Reinafé, cuya primera medida fue el envío de un telegrama urgente a la capital,
notificando con satisfacción, que la unidad militar se hallaba nuevamente en
manos leales.
Notas
1 Entre los
presentes se encontraban el coronel Solanas Pacheco, el mayor Montiel Forzano y
el veterano francés de la Segunda Guerra Mundial, Robert Detang,
quienes en esos momentos intercambiaban información con el recién llegado
general Aramburu.
2 Sobrino
nieto del general alzado en 1951 e hijo del eminente médico y catedrático de
Chañar Ladeado, de igual nombre y apellido, se haría célebre, veintisiete años
después, por su poco convincente desempeño como gobernador del archipiélago de
Malvinas durante la guerra del Atlántico Sur.
3 La localidad
lleva el nombre de Mariano I. Loza. El piloto que tripulaba el avión de
reconocimiento era Julio Delage, instructor civil del aeroclub de Curuzú
Cuatiá.
4 De acuerdo a lo
pactado con la
Agrupación Blindada, los tanques no serían utilizados.
5 Isidoro
Ruiz Moreno, op. cit, pp. 145-146.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)