miércoles, 19 de junio de 2019

EL HUNDIMIENTO DEL “GENERAL BELGRANO”

En las primeras horas las del 2 de mayo (01.00), el alto mano argentino ordenó el inmediato repliegue de la flota hacia el continente. Cumpliendo con esa directiva, el jefe del TOAS envió a las unidades en alta mar, el siguiente mensaje en clave: “Traer de Luis a Miguel”.

Como se recordará, el 6 de abril a las 06.00 hs, el veterano y casi mítico crucero “General Belgrano” había zarpado de Ushuaia hacia la Isla de los Estados, llevando la orden de mantenerse allí en posición y esperar nuevas instrucciones. 

El 29, un helicóptero de la armada aterrizó en su cubierta para entregar a su comandante, el capitán Héctor Elías Bonzo, órdenes selladas que debía poner en práctica de manera inmediata.

Bonzo, un experimentado oficial nacido en General Rodríguez (provincia de Buenos Aires) el 11 de agosto de 1932, abrió el sobre y leyó con atención. Debía dirigirse hacia el sur, siguiendo un rumbo de 110º este-sudeste para efectuar patrullajes hasta 400 kilómetros de distancia del Cabo de Hornos y luego 290º oeste-noroeste, a efectos de prevenir posibles aproximaciones del enemigo.

Los 1093 hombres que conformaban la tripulación se hallaban bien entrenados y tenían su moral elevada. La componían oficiales, suboficiales, cadetes adelantados de la Escuela Naval y conscriptos clase 62 que en el mes de enero habían efectuado navegación de veinticuatro horas a lo largo de la costa patagónica.
Todos conocían el barco y estaban orgullosos de su extenso historial aunque la mayor parte del mismo no le correspondiese a la Argentina. Se trataba de una verdadera reliquia flotante a la que una asociación de veteranos estadounidenses, ex combatientes de la Segunda Guerra Mundial, intentaba recuperar para convertirla en museo flotante por ser uno de los pocos participantes de la gran contienda que aún se mantenía operable.
Botado en 1938 con el nombre de “Phoenix”, en su viaje inaugural visitó puertos argentinos y navegó aguas de ambos océanos. El 7 de diciembre de 1941 salió indemne del ataque a Peral Harbour y a partir de entonces, emprendió numerosas expediciones durante la guerra en el Pacífico.
Escoltó a portaaviones y transportes de tropas en aguas australianas, destruyó instalaciones enemigas en Nueva Bretaña (diciembre de 1943), prestó cobertura a desembarcos y en 1944 combatió en torno a Nueva Guinea. En mayo de ese año, cuando McArthur lanzó el ataque anfibio a la isla Biak, cañoneó baterías enemigas en las Filipinas e intervino en la reconquista de todo el archipiélago. También integró la fuerza de bombardeo en Leyte antes del asalto de octubre, formó parte de la flota del almirante Olendorf que aniquiló en aquel golfo a la armada japonesa del sur, hundió al destructor nipón “Fuso” y en el mes de noviembre soportó numerosos ataque aéreos, algunos de ellos suicidas, de los que también salió indemne después de repelerlos exitosamente.
Navegando hacia Luzón, el “Phoenix” eludió dos torpedos disparados por un submarino enano y en 1945 combatió en Bataán, Corregidor y Balikpapán. Por su brillante campaña militar, el gobierno de los Estados Unidos le concedió nueve estrellas de batalla. Sin embargo, su historial guerrero no termina allí.
En 1954 Perón lo compró junto a su gemelo, el “Boise”, bautizándolos “17 de Octubre”, fecha emblemática del movimiento justicialista y “9 de Julio”, día de la Independencia nacional, pasando ambos a integrar la flota argentina que en esos  momentos era la más poderosa de América Latina.
Durante la cruenta revolución que derrocó a Perón en 1955, la nave encabezó a las unidades de la Armada que se habían alzado contra el régimen gobernante. En la mañana del 16 de septiembre la escuadra, que en esos momentos fondeada en Puerto Madryn, se pronunció contra el gobierno e inició el avance sobre Buenos Aires (unidades de la misma, encabezadas por el crucero “9 de Julio” bombardearon Mar del Plata el 19 del mismo mes).
En el Río de la Plata, el “17 de Octubre” se unió a la Escuadra de Ríos que había estado operando desde la madrugada del 16 soportando incesantes incursiones aéreas, y ese mismo día, fue abordado por el almirante Isaac Francisco Rojas (que había evacuado la Base Naval de Río Santiago tras intensos combates), que hizo de él su nave insignia. Fue entonces que se le cambió su nombre por “General Belgrano”, uno de los próceres más venerados de la historia patria.
Durante la crisis del Canal de Beagle, a fines de 1978, estando la Argentina a minutos de invadir Chile, fue desplegado en el extremo sur, frente al Estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos, junto al grueso de la flota1.
Durante la gran movilización, en vísperas de navidad, la embarcación penetró con sus escoltas aguas jurisdiccionales chilenas sin ser detectada y allí se encontraban cuando a escasas horas del inicio de las hostilidades, los dos países acordaron un alto el fuego.
Volviendo a aquel 26 de abril de 1982, cumpliendo con las órdenes impartidas, el crucero zarpó hacia el este, escoltado por los destructores “Hipólito Bouchard” y “Piedrabuena”, botados ambos en 1944 pero modernizados y equipados con misiles Exocet y cargas de profundidad Erizo (Hedgehoge), en astilleros argentinos.
El viejo navío de 10.800 toneladas de desplazamiento (13.645 a plena carga) disponía de un poderoso armamento consistente en quince cañones de 6 pulgadas (152 mm) y ocho piezas AA de 5 pulgadas (127 mm), además de baterías antiaéreas en dos emplazamientos cuádruples de misiles Sea Cat y piezas de 40 mm.
Por su parte, los buques escolta, que navegaban a unos 10 kilómetros de distancia, contaban con seis cañones de 5 pulgadas en tres torres dobles y cuatro AA de 3 pulgadas, además de armamento antisubmarino, tubos lanzatorpedos y los lanzamisiles Exocet anteriormente mencionados. Eran las mejores unidades antisubmarinas de la flota argentina aunque por su tecnología y capacidad, no podían equipararse a sus pares británicas.
La decisión de Londres de hundir el “General Belgrano” sería la orden más polémica de la guerra después de la invasión argentina al archipiélago.


El 1 de mayo el suboficial William Guinea, responsable de navegación del HMS “Conqueror”, identificó a los tres barcos navegando hacia el este. La novedad generó mucha ansiedad en el alto mando y una serie de consultas entre los almirantes Woodward y Fieldhouse, que finalizaron cuando desde Whitehall se confirmó la orden de seguir de cerca al buque.
El submarino inició la persecución siguiendo al “General Belgrano” a lo largo de una línea paralela a la zona de exclusión. A la mañana siguiente, su comandante, Christopher Wreford-Brown, informó al Estado Mayor de Combate del Servicio de Defensa en Northwood, a cargo del almirante Sir Terence Lewin, que el crucero argentino se hallaba a la vista. El buque, carente de sonar, navegaba a una velocidad de 10 nudos efectuando, de tanto en tanto, una barrida de radar.
Lewin se dirigió hasta donde se encontraba Chequers para solicitar a los integrantes del gabinete de guerra una reunión urgente con el objeto de tratar la situación. Una vez organizada, dijo que ya no se podía seguir esperando porque la nave podía estar preparando un ataque a la Fuerza de Tareas, posiblemente durante la noche y eso significaba poner en peligro toda la operación. En Londres no olvidaban que el submarino “Splendid” había estado siguiendo al “25 de Mayo” y que, finalmente, lo había perdido.
Nicholas Henderson aseguró tiempo después, que la decisión de hundir al crucero fue adoptada por el gabinete de guerra al mediodía de aquel 2 de mayo (08.00 hora argentina) cuando Londres estaba perfectamente al tanto de la propuesta del presidente de Perú y de la posibilidad de que la misma pudiese ser aceptada por Buenos Aires.
El submarino nuclear continuó persiguiendo al crucero durante toda la jornada y a las 14.00 del 2 de abril, recibió la orden de hundirlo. La directriz llegó después de 46 horas de haber sido ubicado e instaba a actuar con premura.
El HMS “Conqueror” era una de las unidades más modernas y sofisticadas de la fuerza de tareas británica. Construido en 1970 en los astilleros Cammell Laird, poseía gran autonomía y un extenso límite para navegar y combatir bajo el agua, donde podía desarrollar hasta 30 nudos de velocidad.
Su armamento consistía en 6 tubos lanzatorpedos de 533 mm y sus proyectiles eran capaces de portar cabezas nucleares. Estaba provisto de torpedos MK-8 y modernos Tigerfish Mark 24 de 6 metros de longitud, una tonelada y media de peso y un alcance de 30 kilómetros. Constaban de un cable que lo guiaba hacia el objetivo, alimentado por la computadora de a bordo, además de otra en el interior de su mecanismo, su costo aproximado era de 600.000 libras esterlinas y su poder explosivo lo convertía en un arma terrible y formidable.
El poderoso sumergible navegaba a profundidad de periscopio desde hacía 25 horas cuando a las 15.00, pasó a estación de combate y se dispuso a atacar. En esos momentos, había mucha tensión entre la dotación.
Su comandante ordenó aumentar la profundidad y ubicó a la nave a 4000 metros de distancia a la izquierda del barco que, en línea recta y ajeno a la tragedia que estaba a punto de cernirse sobre él, navegaba a velocidad de crucero junto a sus dos escoltas.
A las 15.56 el submarino se puso en posición de tiro y un minuto después disparó tres torpedos MK-8 que salieron de sus tubos a alta velocidad.
El primer proyectil hizo impacto a las 16.01, en momentos que el pesado navío se desplazaba a 290º oeste-noroeste, navegando a 95 millas de la Isla de los Estados, hacia donde se dirigía para hacer reabastecimiento.
Por entonces, el mar se hallaba sumamente agitado, con olas continuas de hasta 4 metros de alto, nieblas constantes y un cielo plomizo que parecía derrumbarse sobre las aguas. La temperatura externa era inferior a los 0º y los fuertes vientos iban en aumento.
Al producirse el estallido, un tercio de la tripulación se encontraba abocada a sus tareas específicas, el otro se mantenía en estación de combate y el resto descansaba.
El capitán Bonzo salía a cubierta, mientras se colocaba un pesado abrigo, cuando el torpedo pegó contra el casco. Lo que sintió fue un ruido extraño, como el de un golpe seco y no el de una explosión. Casi enseguida, las luces se apagaron y la nave detuvo su marcha inundando la atmósfera con un olor ácido y penetrante.
El MK-8 ingresó por babor, en el cruce de la quilla con la cuaderna Nº 116, cerca de la Sala de Máquinas y estalló en el interior, generando un pavoroso incendio. Según Gavshon y Rice, el proyectil arrasó cuatro cubiertas de acero, una de ellas la exterior, abriendo un orificio por el que el agua comenzó a entrar inconteniblemente.
El segundo hizo impacto cuatro segundos después, a 15 metros de la proa, entre las cuadernas Nº 12 y 15, arrancando las armaduras exteriores del casco. Casi enseguida, un tercer proyectil dio de lleno en el “Hipólito Bouchard”, pero no estalló.
Las explosiones mataron en el acto a 270 hombres, algunos envueltos en llamas y otros por la asfixia que produjeron la ola de calor, la espesa humareda y las llamas. Como el barco se quedó sin energía, no se pudieron hacer funcionar las bombas para apagar los incendios y eso provocó la mayor mortandad.
Bajo las aguas del mar, dentro del “Conqueror”, reinaba la algarabía. Wreford-Brown, que observaba la escena a través del periscopio, tuvo que levantar la voz para impartir las órdenes. Sus hombres gritaban con los puños en alto, saltaban y se abrazaban mientras en el “General Belgrano” sucedía exactamente lo contrario.
El submarino ganó profundidad e inició la retirada perseguido por el “Piedrabuena” al tiempo que le arrojaba cargas de profundidad.
El capitán Bonzo se dirigió presurosamente al puente y valiéndose del megáfono, ordenó tomar estaciones de emergencia y preparar la evacuación. Con algo de alivio notó que su dotación actuaba con tranquilidad, inclusive los conscriptos, demostrando buena preparación y elevado espíritu de lucha. De todas maneras, se encaminó a su camarote y se colocó la pistola a la cintura, dispuesto a utilizarla en caso de que alguien perdiera los estribos y fuese presa del pánico.


El marinero conscripto José González dormitaba en su litera cuando se produjo la primera explosión. Casi en el mismo momento, saltó de ella y con lo que tenía puesto (pantalón, camiseta, pulóver y un rompevientos), intentó ganar el exterior a través del camino que hacía siempre. Al notar que estaba bloqueado regresó a su camarote, próximo a la popa y sin perder la calma comenzó a correr en sentido contrario mientras pensaba que justo sobre su cabeza se hallaba el depósito de tanques donde se almacenaba el fuel oil. Tampoco pudo salir por la escotilla de emergencia porque se hallaba hasta el techo de petróleo por lo que no tuvo más remedio que juntar aire y sumergirse en aquella espantosa mezcla de agua helada y combustible. Vivió momentos angustiantes al esperar que los marineros que pugnaban por salir delante suyo emergiesen antes. En ese momento pensó que se ahogaba pero afortunadamente, semiasfixiado, logró sacar la cabeza y aspirar una gruesa bocanada de aire. Había mucho humo y el olor a quemado era sumamente intenso.
Su compañero, el conscripto Oscar Alfredo Pardo se encontraba en el centro del buque cuando se produjo el ataque. Sin pensarlo dos veces se puso el rompevientos y un chaleco salvavidas y casi instintivamente corrió hacia las baterías de los cañones para disparar, deseoso de dar muerte a un inglés. Desde ahí se dirigió a la cubierta principal donde esperaba recibir instrucciones y en ese punto se encontró con González, empapado y lo que era peor, cubierto de petróleo. Se angustió mucho cuando le escuchó decir que la ingesta de carburante lo estaba quemando por dentro.
En ese momento, un grupo de hombres solicitó voluntarios para ir a rescatar heridos. Pardo fue uno de los que se ofreció y provistos todos de linternas, bajaron hasta las cubiertas inferiores donde el calor era abrasador, el humo asfixiante y las llamas aterradoras.
El cuadro era verdaderamente dantesco. Había muertos por todas partes, trozos de cuerpos diseminados por doquier; un brazo aquí, una pierna allá, torsos mutilados y sangre en abundancia. Lo peor eran los desesperantes pedidos de auxilio de los heridos.
A los cinco minutos el crucero se inclinó 15º sobre babor, dando la primera señal de que comenzaba a hundirse. Bonzo abrigaba todavía la esperanza de que se mantuviera a flote y para ello tenía a gran parte de la tripulación intentando repararlo, pero de nada sirvieron esas medidas. La nave terminaría en el fondo del mar.
Mientras tanto, desde el “Hipólito Bouchard” se envió al comando del TOAS un primer mensaje para imponer a las autoridades militares de lo que acababa de suceder. Eran las 16.20 hora argentina cuando el cable llegó al continente y dejó estupefactos a todos: “Ataque con torpedos. Inicio retroceso”. Quince minutos después irradió un segundo comunicado: “Belgrano al garete. Latitud 55º 18’, longitud 61º 67’. Sin comunicación. Aprecio agrisado. Nos se observan explosiones no humo. Desconozco si fue torpedeado. Pido apoyo para verificar situación”. Y un minuto después: “Ratifico apreciación. Torpedeado sin averías. Explosión fuera del casco. Simultáneamente tres bengalas blancas provenientes del Belgrano. Interrumpidas las comunicaciones con crucero al garete. Alejo hasta 20 millas, luego invierto rumbo para retomar contacto hasta 14 millas”.
Inmediatamente después del incidente, los ingleses desataron una serie de falsas versiones con la aviesa intención de desprestigiar al enemigo. Según las mismas, los dos escoltas se habían dado a la fuga, atemorizados por la presencia del submarino nuclear, despreocupándose completamente de la suerte de sus náufragos. Eso sostuvo desvergonzadamente John Nott frente a la Cámara de los Comunes en tanto el sensacionalista “Daily Mail” aseguraba que el elevado número de muertos había tenido su causa en los buques escoltaque se habían dado a la fuga.
La historia de Inglaterra está plagada de este tipo de ejemplos en los que se exageran los actos propios y se desmerece con falacias al enemigo, a fin de ocultar falencias y debilidades. El almirante Woodward nos brinda un ejemplo de ellos en el prólogo de su obra Los Cien Días, cuando explica: “El glorioso 1 de Junio es un día de celebración en la Royal Navy cuando somos invitados a recordar  la famosa victoria sobre los franceses en el Atlántico Norte en 1794 del almirante británico de sesenta y ocho años, Lord Howe, conocido (se me dice que de manera afectuosa), como el Negro Dick. Los estudiosos de la historia naval sabrán que este veterano hostigó a la flota de guerra francesa desde el amanecer hasta las últimas luces, hundió a un buque y capturó a otros seis. Sin embargo, aquel curioso escolar que era yo allá en Darmouth, se había preguntado acerca del hecho de que se suponía que el almirante Howe debía impedir la llegada a Francia de un cargamento de grano norteamericano. A pesar de toda la sangre derramada y el estruendo de la victoria británica, aquel convoy francés de todos modos llegó a destino. El no cumplimiento del objetivo, según mi juvenil opinión,  había sido obscurecido completamente por la gloria de la batalla”2.
Respecto de esa actitud, basta recordar las palabras que un diputado británico pronunció mientras la Royal Navy navegaba hacia el sur, según las cuales, los argentinos eran mitad españoles y mitad italianos por lo que, si primaba la primera mitad iban a pelear en tanto si primaba la segunda iban a huir.
Las tontas palabras, que algunas publicaciones atribuyeron inexactamente a Margaret Thatcher, fueron rápidamente refutadas por los hechos. Apellidos españoles e italianos figuran entre los numerosos muertos que ofrendaron su vida en defensa de la patria, en muchos casos, llevando a cabo audaces misiones tanto en aire y el mar como en tierra. Solo basta echar una mirada a la lista de aviadores o seguir el presente relato para corroborarlo. Además, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron varias las acciones en la que los italianos combatieron valerosamente, en especial El Alamein y Alejandría, donde sus comandos hundieron importantes unidades navales de la Royal Navy, lo mismo durante la campaña de Rusia, combatiendo con inusitado valor en condiciones infrahumanas, en el repliegue de las fuerzas del Eje y en los mares, donde nombres como el del heroico príncipe Borghese y su submarino, aún hoy son leyenda.
En contraposición a la contundente victoria de Italia sobre el imperio otomano entre 1911 y 1912, destaca el poco brillante desempeño británico en Malasia, donde un poderoso contingente se rindió a un reducido número de soldados japoneses después de sufrir una estrepitosa derrota en el mar o la capitulación de Galípoli en la Primera Guerra Mundial, donde el mismo enemigo que Italia había arrollado menos de tres años antes, avergonzó a las fuerzas coaligadas de Francia y Gran Bretaña en una derrota tan desprestigiosa que forzó al mismísimo Winston Churchill a dimitir.
Afortunadamente fueron los mismos ingleses los encargados de descalificar las falaces interpretaciones de Nott y la prensa sensacionalista.
Los periodistas del “The Sunday”, Eddy, Linklater y Gillman explican en Una cara de la moneda, que todas aquellas versiones fueron una tontería ya que en realidad, el que se largó fue el “Conqueror”, perseguido por ambos destructores, que durante dos horas de espanto lo acosaron con sus sonares y descargas Hedgehog antisubmarinas.
En realidad solo el “Piedrabuena” salió en persecución del sumergible ya que el “Hipólito Bouchard” averiado por el torpedo que no estalló, buscó refugio en una solitaria bahía de Tierra del Fuego para reparar los daños.
Perseguido por el “Piedrabuena”, el “Conqueror” efectuó maniobras desesperadas para eludir el ataque a que estaba siendo sometido. Su comandante, con notable sangre fría, lo llevó hasta 130 metros de profundidad imprimiendo gran velocidad a sus turbinas. Fueron momentos de mucha angustia para la tripulación.
A las 16.22 hs después que el “Hipólito Bouchard” irradiara su primer mensaje, el “General Belgrano” presentaba una inclinación de 21º y toda la sala de control de emergencia yacía bajo el agua. Fue cuando el capitán Bonzo ordenó lanzar los botes salvavidas y abandonar la nave.
La misma estaba irremediablemente perdida ya que el segundo torpedo arrasó con seis tanques de petróleo y destruyó maquinaria vital de popa, a saberse, el generador diesel, el cuarto de giroscopios, el compartimiento de radio, el comedor, la cantina y el alojamiento de suboficiales de ese sector. Podría decirse que el buque se había partido en dos.
El “General Belgrano” llevaba 72 lanchas de goma de las cuales la tripulación arrojó al agua 62. Cada una albergaba un total de 20 hombres lo que significaba que había sitio para todos los sobrevivientes. Los marinos las abordaron en orden y solo se registró un incidente cuando dos conscriptos intentaron subir a una que estaba completa, obligando a un guardiamarina a hacer varios disparos para que se alejasen en busca de otra.
Un total de 770 hombres fueron evacuados, número importante si se tiene en cuenta la magnitud del desastre. Iban a estar cerca de 48 horas a la deriva, en un mar embravecido, en medio de un clima de borrasca y temperaturas gélidas.
La elevada cifra de sobrevivientes se debió, sin lugar a dudas, a la profesionalidad de los oficiales y suboficiales y a la disciplina de los jóvenes conscriptos3. Bonzo estaba orgulloso de aquella dotación, de su elevado espíritu de equipo y de su disposición al sacrificio en pos del otro4.
A las 14.40 hora argentina, el capitán hizo una última recorrida de inspección para asegurarse que no quedaba nadie vivo a bordo y una vez finalizada, se dispuso a abandonar la embarcación. Estaba convencido de ser el último y ya se disponía a saltar al mar cuando repentinamente se percató de que había alguien más en la cubierta.
Cuando el buque se hallaba 45º de inclinación y soltaba los últimos botes salvavidas, Bonzo vio a su lado al suboficial segundo artillero Ramón Barrionuevo, quien con tono de absoluta convicción le aseguró que no iba a dejar la nave si su capitán no se ponía a salvo primero. Bonzo le ordenó que se arrojase al agua con voz firme pero aquel volvió a insistir, negándose a abandonarlo. Quería ver a su superior a salvo por lo que ante una tercera tentativa, volvió a desoír la indicación.
Soltaron ambos las balsas, caminaron hacia las aguas y antes de introducirse en ellas, se detuvieron. Bonzo tomó sus pistolas y las arrojó por la borda, y junto al noble suboficial, se introdujeron juntos en el mar.
Mientras nadaba en dirección a una balsa, el capitán se dio cuenta que el empecinado suboficial había desaparecido de su radio visual. Preocupado por su suerte giró la cabeza y ahí lo vio, braceando detrás suyo, con la silueta del crucero al fondo, hundiéndose lentamente. Lo volvería a encontrar dos días después a bordo del aviso “Gurruchaga”, donde le agradecería su actitud.
El capitán nadó unos 15 metros entre el petróleo desparramado hasta que, repentinamente, sintió varias manos que lo aferraban con fuerza y lo subían a una balsa. En su interior, veinte de sus hombres yacían apiñados con sus ropas empapadas y presas del frío. Para su fortuna, mantuvieron las interiores secas y eso les permitió conservar algo de calor.
Allí comenzó una odisea de 36 horas en la que los botes salvavidas se mantuvieron a la deriva, en espera de ser rescatados. En cada uno de ellos, los náufragos intentaban por todos los medios mantener el calor unos pegados a otros mientras el oleaje, frecuente aunque no demasiado violento, los hacía subir y bajar constantemente.
De esa manera, según Gavshon y Rice, autores de El hundimiento del Belgrano, se repitieron escenas de la guerra en el Ártico durante los años cuarenta.
Afortunadamente las balsas salvavidas cumplieron su misión. Solamente una se dio vuelta a causa de las olas, pereciendo todos sus ocupantes. En otras, en las que solo había tres o cuatro hombres, también hubo muertos a causa del frío.
Con sus techos completamente cerrados, soportaron el terrible temporal que se había desencadenado a horas del hundimiento. Para ello, los marineros se colocaron de espaldas a las paredes de lona y de ese modo evitaron su vuelco. Al mismo tiempo, vertían su propia orina en bolsas de plástico para preservar el calor, método que, como en otras guerras, resultó altamente eficaz. Hicieron todos lo que indicaba la disciplina naval y eso salvó a la mayoría.
A las 17.01 hs. el crucero se tumbó, permitiendo a los náufragos observar las terribles heridas que había sufrido. Eso llevó al capitán a suponer que en lugar de los MK-8, los torpedos utilizados habían sido dos mortíferos Tigerfish, suposición que mantendría hasta el fin de sus días.
El barco comenzó a hundirse por la popa mientras las balsas, amarradas a una distancia de 10 metros unas a otras, se alejaban del lentamente del lugar (ninguna fue absorbida por la inmersión). Fue un momento triste y doloroso, que algunos náufragos aprovecharon para entonar el Himno Nacional.
Mientras eso sucedía, el “Conqueror” llevaba una hora escapando del “Piedrabuena”, su perseguidor. A unos 30 kilómetros del lugar del hundimiento, su comandante ordenó ascender a profundidad de periscopio para enviar información pero cuando comenzaban a emerger, una explosión repentina los hizo cambiar de parecer. En vista de ello, el submarino regresó a las profundidades y durante más de una hora navegó en “tirabuzón”, intentando evadir las cargas de profundidad.
Cuando el radar de a bordo indicó que no había nada en los alrededores, volvió a salir y así continuó hasta desaparecer de las pantallas. Debido a la terrible tensión que había experimentado, su tripulación estaba exhausta y no era para menos ya que en el breve lapso de una hora, había pasado de la incertidumbre al nerviosismo, de este a la euforia y finalmente al terror que generó el “Piedrabuena”, sentimientos que fueron desapareciendo a medida que los marineros se detenían a evaluar la magnitud de la tragedia. Pensar en los muertos, en los heridos, en los mutilados y en el elevado número de náufragos que en esos momentos boyaban en un clima gélido en medio de un temporal, hizo aplacar los ánimos.
Varios integrantes de la dotación del “Conqueror” expresarían tiempo después, que aquella experiencia había sido peor de lo que cualquiera de ellos hubiera imaginado. El suboficial Guinea fue quizás, el más explícito cuando dijo: “Yo creía que antes había pasado sustos, pero nunca tuve un miedo tan descomunal”5.
Pese a todo, el capitán Wreford-Brown supo mantener la calma y transmitírsela a sus hombres. Su unidad había sido el primer submarino nuclear en llevar a cabo un ataque y el primer sumergible británico en hundir un barco enemigo desde la Segunda Guerra Mundial.


A las 18.30, cuando hacía más de una hora que el “General Belgrano” había desaparecido bajo las aguas, comenzó a arreciar el viento y a agitarse el mar. Eso generó una nueva amenaza para los náufragos ya que los botes corrían el riesgo de voltearse y provocar la zozobra de sus ocupantes. Por esa razón, se cortaron las sogas que los mantenían unidos y eso motivó su inmediata dispersión. Media hora después, el viento se transformó en temporal, con ráfagas de hasta 120 kilómetros, olas de 8 a 10 metros y fuertes lluvias que provocaron nuevas tribulaciones para los sobrevivientes.
Un marinero, a bordo de un bote estaba tan quemado que solo podía tenerse en cuclillas. Sin embargo, durante los dos días que estuvieron a la deriva, no pronunció un quejido, como tampoco una palabra. Por su parte, el cabo Álvarez, que había nadado a través del petróleo, sobrevivió gracias a su riguroso entrenamiento.
La comida debió ser racionada. De acuerdo al manual de instrucciones, se evitó ingerir alimento durante las primeras 24 horas y a partir de ahí, hacerlo con extremo cuidado, consumiendo lo mínimo indispensable.
Mientras la tempestad sacudía las balsas, en su interior los marineros achicaban el agua que se filtraba constantemente. Los hombres que estaban en condiciones se turnaron para hacerlo y de ese modo, hubo gente dedicada a la tarea permanentemente. Estuvieron también aquellos que se brindaron a hacer masajes y dar palmadas a sus compañeros, en especial a los heridos, para mantener la circulación de la sangre y evitar tanto el entumecimiento como el congelamiento de sus miembros. Esto se hacía por turnos para que nadie quedase sin tratamiento.
El temporal duró toda la noche hasta que a las 07.00 hs del 3 de abril comenzó a amainar.
Bajo un cielo encapotado, gris y amenazante, el capitán Bonzo hizo algunos cálculos logrando determinar que navegaban en dirección sudeste, directamente a la Antártida, algo que lo preocupaba en extremo. A su lado, un joven conscripto le preguntaba, de tanto en tanto, hacia donde se dirigían y la respuesta era siempre la misma: "Vamos por buen camino". En esos momentos, los botes se habían dispersado y no había ninguno a la vista de otro.
En esas condiciones se encontraban cuando a las 12.30 horas del 3 de mayo vieron pasar al primer avión de búsqueda, hecho que provocó gran entusiasmo entre los náufragos. Pese a ello, Bonzo dudaba que los hubiera visto.
Para entonces, el mundo entero conocía la catástrofe y se estremecía de espanto ante ella; una guerra a gran escala se había desatado en los confines de la Tierra y se estaba cobrando numerosas víctimas.
Lejos de allí, en la sala del “Invencible”, algunos oficiales lanzaron vítores al escuchar la noticia del hundimiento. Sin embargo, esa alegría desapareció al conocerse los resultados del ataque. El número de víctimas era sumamente elevado y la tragedia tenía magnitud. Había padres de familia, esposos, hijos y hermanos muriendo allá afuera, y muchos otros se debatían en medio de un feroz temporal.
Un capitán inglés comentó que vio expresiones de horror e incredulidad en los rostros de sus hombres cuando transmitió la noticia. Nadie manifestó orgullo por ello e incluso hubo varios marinos que meneaban la cabeza con tristeza, sentimiento que aumentó cuando los capellanes de a bordo solicitaron una oración por los náufragos.


Un avión Neptune de la Armada Argentina provisto de un radar de largo alcance APS-20 fue el primero en detectar a los sobrevivientes (al parecer el aparato 0707/2-P-111). Le siguió un Fokker F-28 y luego un Electra, todos volando a 100 metros del agua. Y finalmente lo hizo el primer helicóptero.
A las 16.00 hora argentina llegó a la zona el primer barco de salvamento. Fue el Aviso “Gurruchaga”, que de inmediato comenzó a levantar a los hombres que se mecían en el interior de las balsas. Una hora después cuando comenzaba a desatarse una nueva tormenta, hizo lo propio el “Bahía Paraíso”, seguido por el “Hipólito Bouchard” y el “Piedrabuena”, en tanto la armada chilena enviaba al “Piloto Pardo”. Los “bravos guerreros” se hacían presentes mientras llevaban adelante su guerra “heroica” contra la Argentina, pasándole información al enemigo de manera encubierta.
El bote del capitán Bonzo fue el último en ser rescatado. Primero descargó a los dos muertos que traía a bordo y luego a los hombres que presentaban los cuadros más graves. En esos momentos, los relojes señalaban las 04.00 horas del 4 de mayo y en otro punto del Atlántico Sur se desarrollaba otra tragedia, aunque de momento, ninguno de los sobrevivientes lo sabía.
Mientras eso ocurría, médicos y enfermeras de Bahía Blanca fueron citados de urgencia al hospital de la Base Naval de Puerto Belgrano para atender a los heridos que en breve comenzarían a llegar.
Al tiempo que las patrullas de rescate continuaban la búsqueda por aire y mar, el Aviso “Gurruchaga” se encaminó hacia Ushuaia, a donde llegó el 5 de abril con varios muertos en su interior, muchos fallecidos después de ser rescatados (entre ellos se encontraba el marino que a causa de sus quemaduras, se mantuvo en cuclillas durante todo el naufragio.
El capitán Bonzo decidió quedarse en el puerto hasta que el último buque de rescate hiciese su arribo. A las 19.00 hs abordó un avión con destino a la Base Naval de Puerto Belgrano llevando dos muertos, dieciocho heridos y dos médicos de la Armada a cargo su atención. En pleno vuelo falleció un tercer marinero, también por quemaduras y eso aumentó la tristeza de quienes viajaban con él.
La aeronave aterrizó en Bahía Blanca y sin perder tiempo, el capitán se trasladó a Puerto Belgrano, donde brindó a sus superiores una detallada relación de los acontecimientos, cosa que ya había hecho a poco de su llegada a Ushuaia.


A las 23.30 horas del 3 de mayo, el almirante Anaya emitió un comunicado en el que expresaba lo siguiente:

Hago llegar a todos los integrantes de la institución las seguridades de que esta pérdida, que integra la cuota de sacrificios que la Armada ofrece a la Patria en las duras circunstancias históricas que atraviesa, fortalecerá la decisión de continuar la lucha hasta el logro total del objetivo propuesto en defensa de nuestra soberanía.

Poco después la Cadena Nacional de Radio y Televisión dio a conocer a la opinión pública los cuatro puntos del comunicado oficial del Estado Mayor Conjunto, emitido por el gobierno a través de la Cancillería.
El 9 de mayo, “The New York Times” publicó en primera plana las fotografías del naufragio mientras el ministro de Defensa británico informaba a la ciudadanía el ataque al buque argentino, en los siguientes términos:

Ayer, aproximadamente a las 8 de la noche, hora de Londres, el crucero argentino General Belgrano fue alcanzado por torpedos disparados desde un submarino británico. Se cree que el crucero fue severamente dañado. El viernes 23 de abril, el gobierno de Su Majestad advirtió al gobierno argentino que cualquier aproximación por parte de naves de guerra argentinas, incluyéndose submarinos y naves auxiliares, que pudiera significar la posibilidad de interferir con la misión de las fuerzas británicas en el Atlántico Sur, encontraría la respuesta apropiada.
El crucero presentaba una amenaza significativa al mantenimiento de la ZET por la Fuerza de Tareas. La acción llevada a cabo fue decidida en total acuerdo con las instrucciones dadas al comandante de la Fuerza de Tareas, basadas en el derecho inherente de autodefensa según el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas.
El submarino británico no sufrió daños en la acción y ha reanudado su patrulla.
La acción fue en el límite de la ZET. Justo fuera de ella.

Como respuesta, diferentes medios internacionales hicieron oír su opinión y así, mientras en Santa Fe el brigadier José Apolo González, comandante de la III Brigada Aérea, repetía la mentira de que un avión IA-58 Pucará de esa unidad, piloteado por el teniente Daniel Jukic había localizado al portaaviones "Hermes" y descargado sobre él todas sus bombas y municiones, en Río de Janeiro el teniente brigadier Delio Jardim de Mattos dijo que el apoyo de los Estados Unidos a Gran Bretaña era un hecho peligroso, pues podía crear sentimientos antinorteamericanos en América Latina, advirtiendo. Al mismo tiempo advirtió que habría preferido que Estados Unidos hubiese permanecido neutral para que en su condición de superpotencia, contribuyese con su esfuerzo a la paz entre los dos países en confrontación. Según el militar brasilero, al asumir una posición francamente pro-inglesa, los norteamericanos daban la impresión de que al intentar negociar la paz, el secretario de Estado Alexander Haig, ya tenía una posición tomada.
Tan lapidarias palabras encontraron eco en la agencia oficial soviética TASS que criticó duramente a Estados Unidos y Gran Bretaña por las repercusiones de su política imperialista en el plano mundial. “La Unión Soviética se opone al colonialismo, cualquiera sea su forma y está convencida de que la restauración del estatuto colonial en las Malvinas es inadmisible. Las islas son argentinas, y la URSS es contraria a la actitud agresiva y colonialista de Londres expresada en la aventura militarista de Margaret Thatcher y su gobierno conservador”.
Por su parte, el canciller español José Pedro Pérez Llorca, viajó a los Estados Unidos para entrevistarse con el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, y su par Alexander Haig, aclarando que no lleva una "propuesta concreta" de mediación española pero que su gobierno se manifestaba preocupado por el asunto. Casi al mismo tiempo, se organizó en París un encuentro al que acudieron los embajadores de diecisiete países latinoamericanos para aprobar un comunicado en el que manifestarían su apoyo a la soberanía argentina sobre las Malvinas, instando al inmediato cese de las hostilidades. Estuvieron ausentes, como era de esperar, Colombia y Chile.
El que sorprendió a los medios fue el primer ministro israelí, Menajem Beguín, quien molesto por haber perdido, aunque de manera momentánea, la atención internacional, dijo que el problema por las Malvinas entre la Argentina e Inglaterra era superfluo y que debiera solucionarse diplomáticamente. Beguín definió a la crisis como un conflicto extraño por el cual no se justifica el derramamiento de sangre.


Mientras tanto, en el lejano sur, el rescate de sobrevivientes continuaba y las embarcaciones iban y venían en lo que fue una operación de salvamento bien planeada y organizada.
El Aviso “Gurruchaga” fue el buque que mayor cantidad de marinos rescató, trescientos sesenta y cinco en total, utilizando para ello redes colgadas a ambos lados de su casco, por las que los náufragos pudieron trepar (dos de ellos fallecerían a bordo). Por su parte, el destructor “Piedrabuena” recuperó doscientos setenta y tres, el “Bahía Paraíso” ochenta y ocho, de los cuales dieciocho fallecieron a poco de pisar la cubierta y el “Hipólito Bouchard” sesenta y cuatro. El 4 de mayo por la mañana el pesquero soviético “Belokamensk” recogió una balsa con tres cadáveres en su interior, en tanto el “Piloto Pardo” chileno no encontró absolutamente nada.
Tanto muertos como heridos graves fueron izados directamente, enrollando cuerdas en torno a sus cuerpos. Se los condujo con sumo cuidado a las enfermerías de a bordo e incluso a camastros improvisados especialmente para la ocasión y más de un tripulante elevó una plegaria por ellos.
Mucha angustia y desazón se vivía en la Argentina, más cuando a las 23.10 del 3 de mayo, el Estado Mayor Conjunto anunció que hasta ese momento, sólo se habían rescatado 123 personas.
Una versión no desmentida (aunque extraoficial), aseguraba que una de las balsas había sido socorrida por un navío soviético (aparentemente un submarino nuclear) y que sus ocupantes, después de haber sido perfectamente atendidos, fueron llevados hasta un puerto de Rusia. Según el trascendido, volaron desde ese punto a Moscú y desde allí a Buenos Aires, en el más estricto secreto, para evitar explicaciones del porqué de la presencia rusa en aquellas aguas6.
Las imágenes de los sobrevivientes arribando a puerto y vivando con entereza a la Patria, para entonar inmediatamente después el Himno Nacional, dieron la vuelta al mundo.
La llegada a Puerto Belgrano del segundo comandante del crucero, capitán Pedro Luis Galazzi, a bordo de un avión de la Armada, fue realmente emotiva. En contrapartida, la entrada del HMS “Conqueror” en el puerto de Faslane, Escocia, enarbolando en su vela la bandera pirata causó pésima impresión.
La ocurrencia que, según versiones, era una costumbre en la Royal Navy, al principio resultó jocosa en Gran Bretaña pero motivó reacciones adversas en diferentes partes del mundo una de ellas Irlanda, donde se repudió el hecho y exigió la intervención armada de la UN para poner fin a la lucha.
Otros países, como Francia y Alemania calificaron el suceso como algo horrible; Holanda se mostró conmocionada e incluso el mismo Haig tuvo palabras críticas cuando dijo que aquel ataque acentuaría la dureza e intransigencia de la junta argentina.
El capitán médico Juan Antonio López del “Bahía Paraíso” contó que el helicóptero de la nave iba y venía en vuelos de búsqueda e informaba al puente de mando cuando detectaba una balsa. Hacia ese punto se dirigía el barco y así se repetía la operación, una y otra vez.
En una oportunidad se detectó una balsa sobre cuyo techo se distinguía un bulto negro. Al aproximarse a ella, se pudo observar que se trataba de un hombre que parecía dormido, con las manos cruzadas debajo de la cara. Resultó ser el conscripto Gerardo Sevilla que había estado haciendo de vigía antes de morir por congelamiento.
Una vez a bordo, los sobrevivientes sanos eran conducidos hasta el interior de los buques donde se les quitaba la ropa, se les suministraba un baño de agua caliente, se les proveía prendas secas y se los alimentaba, obligándoles a tomar mucho líquido. A los heridos, se les practicaban las primeras curaciones y también se les proporcionaba alimento, siempre y cuando estuvieran en condiciones de ingerirlo, en tanto a los muertos se les daba el destino adecuado.
La dotación del “General Belgrano” permaneció en Puerto Belgrano durante 30 días. A poco de arribar, el capitán Bonzo dirigió la palabra a sus hombres y a continuación acompañó a sus subalternos a la misa de Acción de Gracias que tuvo lugar en la capilla de la base, generándose a partir de entonces un clima de camaradería y hermandad que se fue acentuando con el paso de las horas.
El 6 de mayo el comandante del buque se trasladó a Buenos Aires para reunirse con el almirante Anaya y al día siguiente ofreció una conferencia de prensa, acompañado por el ministro de Defensa Amadeo Frugoli y el capitán Héctor Pirro.
En la oportunidad narró con lujo de detalles la odisea que había vivido junto a sus hombres, las peripecias del naufragio y los últimos instantes del crucero. Contó que durante las noches la temperatura llegó a descender hasta 20 grados bajo cero (-20º) y que evitaban quedarse dormidos porque ello podía significar la muerte. Apenas dormitaban, rezaron mucho dando gracias a Dios por estar vivos y entonaron canciones patrióticas para darse ánimo.
Las palabras más emotivas de su exposición fueron, sin ninguna duda, las que hicieron referencia a la nobleza de su buque: “El ‘General Belgrano’ fue tan noble en su muerte como lo fue en vida. Zozobró muy lentamente y comenzó a hundirse de costado, mostrando las heridas abiertas en su casco, pero no se tragó a ninguna de las balsas salvavidas pese a que 40 o 50 lo rodeaban en esos momentos”. Finalizó diciendo que en vista de aquel espectáculo, algunos de los marinos entonaron el Himno Nacional y luego lanzaron vivas al viejo crucero mientras desaparecía frente a ellos.
Al término de la guerra, los sobrevivientes del “General Belgrano” formaron una asociación que hasta el día de hoy los nuclea. Y hasta poco antes de su fallecimiento, el capitán Bonzo siguió visitando a los deudos de aquellos valientes que tuvo a su mando y hoy descansan en las heladas profundidades del mar.
Muchos autores han dicho que el hundimiento del buque fue un crimen de guerra, un genocidio, un acto ruin y cobarde por parte de los británicos. No fue así en absoluto. El legendario crucero pereció en su ley; un barco de guerra hundido durante una guerra. Los argentinos no deben seguir aferrados al endeble argumento de que un conflicto bélico se desarrolla dentro de un área determinada, más cuando esa área fue establecida por el adversario. Una nación está en guerra con otra en cualquier parte del mundo y es lícito atacar al enemigo donde esté se encuentre en tanto no se dañe a terceros. Los casos del “Graf Spee” y el “Bismarck” son el mejor ejemplo. Los buques fueron hundidos en aguas internacionales extremadamente alejadas de los escenarios de combate y nadie reclama por ello.
La guerra había entrado en su fase más sangrienta, lo que fue dado en llamar, su “punto de no retorno”.

Notas

1 Según Hugh Bicheno en Al filo de la navaja, en vísperas del ultimátum, el buque estuvo en la mira del submarino chileno “Simpson”, versión carente de sustento ya que el sumergible, ni siquiera contaba con snorkel y tenía sus capacidades reducidas a causa de su antigüedad. Jamás estuvo a tiro de las unidades de superficie enemigas aunque sí al alcance de los torpedos del ARA “Salta” que lo registró fotográficamente a través de su periscopio.

2 John Woodward, Los Cien Días, Editorial Sudamérica, Buenos Aires, 1992, p. 319.

3 Arthur Gavshon, Desmond Rice, El hundimiento del Belgrano, Emecé, Buenos Aires

4 Idem.

5 Eddy, Linklater, Gillman, Op. cit., pp. 239-254.

6 Nadie confirmó esa versión como tampoco, ningún marino del “Belgrano”.
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