LA CAIDA
Perón aborda el PBY Catalina de la Fuerza Aérea Paraguaya rumbo a su exilio. A su lado el flamante canciller Mario Amadeo |
Eran
las 05.00 de la madrugada del 20 de septiembre de 1955 cuando el mayor
Alfredo Renner se presentó sumamente agitado en la residencia
presidencial, para comunicarle a Perón que la Junta Militar había
dispuesto su arresto. Perón, que dormía vestido en su habitación, se
incorporó confundido y después de escuchar al mensajero, decidió buscar
asilo. Poniéndose de pie, llamó rápidamente al encargado de la
residencia, suboficial Atilio Renzi y le ordenó preparar una valija con
sus pertenencias al tiempo que le entregaba de $2.000.000 en efectivo y
$70.000 en dólares, producto de la venta de una propiedad (ex embajada
de Chile en Montevideo), que le había obsequiado el magnate uruguayo
Alberto Dodero.
Según Ruiz Moreno, Perón actuó con serenidad, sin demostrar nerviosismo ni alteración.
Con
la huida en plena marcha, quien hasta ese momento había sido el líder
indiscutido de las masas proletarias de la Argentina despertó a su
amante, la bella jovencita de diecisiete años, Nelly Haydée Rivas y le
dijo que debía preparar sus cosas porque regresaba a la casa de sus
padres, en la localidad de Vicente López (la muchacha hacía un año y
medio que vivía con él). Perón se despidió de ella cariñosamente y le
entregó un paquete cerrado que debería abrir al llegar a su domicilio
(se trataba de $ 309.000 en efectivo).
Inmediatamente
después, mandó por un auto y envió a la jovencita junto a sus
progenitores y cuando el vehículo partió, regresó inmediatamente a su
habitación donde lo esperaban su sobrino, Ignacio Cialcetta y el mayor
Renner, con quienes ultimó los detalles de la fuga. La idea era
dirigirse directamente al Aeroparque pero las condiciones meteorológicas
imperantes (llovía torrencialmente) impedían el despegue de cualquier
avión. Entonces decidió solicitar asilo en la embajada del Paraguay,
país sobre el que había ejercido notable influencia y en ese sentido,
mandó establecer contacto con la representación.
Gobernaba el país guaraní el general Alfredo Stroessner, a quien Perón había apoyado política y económicamente1.
Por
esa razón, sin perder más tiempo, abordó el automóvil presidencial y en
compañía de Renner, Cialcetta, el oficial Rugero Zambrano, jefe de su
custodia y su chofer, partieron bajo la lluvia por las desiertas calles
de Barrio Norte (07.30) en dirección a la representación diplomática del
vecino país, ubicada en la calle Viamonte, entre Riobamba y Av. Callao.
En la legación los esperaban su encargado administrativo, que fue quien
telefoneó al embajador, Dr. Juan R. Chaves, que en esos momentos se
encontraba en su domicilio para informarle que el líder justicialista
había llegado. Chaves partió inmediatamente y al llegar a la sede
diplomática se encontró a Perón rodeado por varios funcionarios, entre
ellos su secretario (el de Chaves) Dr. Rubén Stanley.
Perón
solicitó asilo político y en vista del Tratado de Montevideo de 1939 y
1949, el mismo le fue concedido. Según lo que el embajador Chaves relató
a Isidoro Ruiz Moreno años después, afuera, a solo cuatro cuadras de la
embajada, en la intersección de las avenidas Santa Fe y Callao,
comenzaban a concentrarse manifestantes antiperonistas que vivaban a la
libertad y lanzaban “mueras” al mandatario depuesto. Eso despertó los
temores del embajador que temiendo acciones violentas por parte de
aquellos, le dijo a Perón que no era prudente que permaneciera en el
lugar y que lo más conveniente era trasladarse a su residencia
particular, en el barrio de Belgrano, donde estaría más seguro. El
depuesto mandatario aceptó y sin decir más, abordó el mismo auto en el
que Chaves había llegado y partieron inmediatamente en dirección a su
residencia.
En
la casa del embajador, Perón encontró a otros asilados políticos, entre
ellos la esposa del ex ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Idelfonso
Cavagna Martínez, Sra. Estela Lagos de Cavagna y la Sra. Josefa Luisa
Martínez de Noguera Isler, cuyo marido, el capitán de navío Enrique
Noguera Isler, se había desempeñado como adscripto en la Casa de
Gobierno. Fue entonces que supieron de nuevos disturbios acaecidos en
cercanías y por esa razón, resolvió alojar a Perón en la cañonera “Paraguay”
que en esos momentos se hallaba amarrada en Puerto Nuevo. La situación
era delicada y podían tener lugar hechos de extrema violencia.
El
capitán Noguera Isler estuvo de acuerdo y así se lo hizo ver a Perón,
explicándole los peligros a los que se hallaba expuesto en caso de
permanecer en Buenos Aires.
La
secretaria de la Embajada, Pilar Mallén, ha ofrecido testimonio de lo
que ocurrió ese día en la sede diplomática del vecino país. “Desde
el mismo momento de producirse el asilo del general Perón empezó el
tire y afloje entre nuestra embajada y el gobierno provisional
argentino. Las mismas autoridades argentinas no sabían lo que querían.
Cuando las gestiones que realizábamos parecían bien encaminadas, eran de
vuelta obstaculizadas por algún personero de la revolución y las
diligencias entraban nuevamente en punto muerto. Parecían increíbles las
contradicciones en la postura de la cancillería argentina. Algunas
veces los problemas surgían por la mala fe de algunas autoridades, pero
otras por el desentendimiento entre los mismos jefes de la revolución.
“En
un momento la cancillería decía que se otorgaba el salvoconducto para
la salida de Perón, primero que viajaría por barco, después por avión,
cambiando de plan con una rapidez increíble. Y todo esto tuvimos que
soportar en defensa del derecho de asilo”. Más adelante, la funcionaria
diplomática agrega: “Mientras se realizaban las gestiones con el
gobierno argentino, teníamos múltiples problemas paralelos con los
asilados en la sede diplomática, en la residencia del embajador y en un
departamento habilitado para albergar tantos refugiados. Contábamos con
pocos medios y debíamos atender a toda esa gente. Las oficinas de la
embajada se convirtieron de un día para otro en un verdadero hotel”2.
Respecto al general Perón, Pilar Mallén dijo: “Fue
una sorpresa cuando llegó a la embajada para pedir asilo. Me impresionó
su gesto caballeresco, su corrección, su serenidad, pese a la tremenda
situación que atravesaba. Era amable y se reía cuando escuchaba que
hablábamos en guaraní. Perón tenía un encanto especial y hasta sus
adversarios políticos cuando hablaban con él salían admirados”3. Realmente, la fascinación que Perón ejercía sobre la gente era increíble.
La amenazas y el riesgo que corrió la legación guaraní quedan reflejados en las siguientes palabras: “Simpatizantes o personeros de la revolución que derrocó al general Perón se concentraban frente a la embajada - sigue relatando Pilar Mallén - Algunos
grupos más fanatizados nos amenazaban de muerte. Reclamaban la
presencia de Perón, querían matarlo. Intentaban incluso penetrar en el
local y no teníamos como defendernos. El gobierno provisional argentino
no otorgaba la debida garantía…Estábamos controladísimos, no podíamos
dar un paso sin tener al lado a un ‘observador’. Nos espiaban desde los
departamentos vecinos. Notábamos que se apostaban en las ventanas y las
terrazas de los edificios linderos a la embajada. Seguían nuestros
movimientos y tomaban fotografías con teleobjetivos. En una ocasión
estábamos acomodando unos muebles, sujetos con unas sogas. Este escena
apareció en la prensa de Buenos Aires, como si estuviéramos ocultando al
mismísimo Perón. Las autoridades argentinas, basándose en el periodismo
sensacionalista de entonces enviaron a supuestos agentes – en realidad
siempre eran de cierta jerarquía del gobierno – para revisar esos
cajones ‘sospechosos’…Inclusive nos reclamaban a través de la línea
telefónica – siempre controlada por el gobierno – para que no hablásemos
con nuestros superiores en Asunción en guaraní. Reaccionaron totalmente
fuera de lugar. Recuerdo que en una oportunidad estaba pasando un
informe a nuestro canciller doctor Hipólito Sánchez Quell cuando escuché
del otro lado de la línea una voz prepotente que nos dijo: ‘Hablen en
castellano’, y seguimos hablando en guaraní para que no captaran el
informe”4.
Los
funcionarios de la embajada llegaron a sufrir agresiones, como la que
soportó la misma Pilar Mallén al abandonar la sede a bordo de un
automóvil: “Recuerdo en una
ocasión, cuando salía para mi departamento, fui reconocida por un grupo
de manifestantes antiperonistas que montaban guardia en las
inmediaciones de la sede. Rodearon mi vehículo y todos juntos llegaron a
levantarlo…Salí algo asustada de esa situación, pero no fui agredida
físicamente”5.
En
esos días, la embajada paraguaya fue asilo de otros funcionarios del
gobierno justicialista, entre ellos, Cialcetta y Zambrano, el ex
ministro de Relaciones Exteriores Dr. Idelfonso F. Cavagna Martínez y su
esposa, el mencionado capitán de navío Enrique Noguera Isler con su
señora, la señorita María Antonia Méndez y los hijos de ambos
matrimonios, Enrique Luis Noguera, Mariano Augusto Cavagna Martínez y
Amalia Catalina Noguera.
Cuando los relojes dieron las 10.30, los allí presentes procedieron a sacar a Perón.
El
mayor Cialcetta llamó a Aeroparque para ordenar el alistamiento del
avión presidencial DC-4 matrícula T-42, a los efectos de “engañar” al
enemigo y desviar su atención de la comitiva que debía trasladar al ex
presidente hasta la embarcación paraguaya. Recién a las 11.000 salieron
al exterior y una vez a bordo del automóvil de la representación,
partieron hacia Puerto Nuevo, el general paraguayo Demetrio Cardozo
(agregado militar) al volante, el oficial Zambrano a su derecha y Perón
detrás, con el embajador Chaves y el mayor Cialcetta a cada uno de sus
lados.
Durante
el trayecto, el vehículo sufrió un desperfecto que lo obligó a detener
la marcha. Cardozo y Zambrano debieron bajar y una vez solucionado el
inconveniente, reanudaron la marcha por las calles lluviosas, bajo el
cielo encapotado de esa mañana gris.
Una
vez en el puerto, Perón bajó del auto y seguido por Chaves, se apresuró
a cubrir el trayecto que lo separaba de la escalerilla de acceso a la
embarcación. Los recibió su comandante, el teniente de navío César
Cortese, que estaba al corriente de toda la operación desde hacía varias
horas. Y así, desde ese momento, el dictador argentino quedó alojado en
territorio extranjero, fuera del alcance de sus vencedores.
A
esa misma hora, el brigadier Francisco Fabri daba en el Aeroparque la
orden de despegue al DC-4 presidencial, mientras el general Audelino
Bergallo y el mayor Renner, simulaban despedir a Perón.
El
avión decoló y tras una hora de vuelo, aterrizó en El Palomar donde su
tripulación, integrada por el comodoro Luis A. Lapuente y el capitán
Ignacio Weiss, fue desarmada y detenida6.
Perón fue saludado en el puente de
mando por el teniente de navío César Cortese, comandante de la cañonera, e
inmediatamente después pasó a su recámara.
A partir
de ese momento correspondía así al comandante y tripulación del buque, la gran
responsabilidad de hacer observar el estricto cumplimiento de tal derecho,
respetando siempre el derecho de los demás.
Casi al
mediodía desembarcaron el embajador del Paraguay y el Agregado Militar, a los
efectos de realizar por Cancillería la comunicación oficial de dicho
acontecimiento y solicitar se conceda al salvoconducto correspondiente para el
asilado”, recordaría el marino, años después, agregando posteriormente: “Ante
la gran responsabilidad asumida por el comandante y la tripulación del buque,
la decisión era firme y determinante: garantizar la seguridad de las personas
asiladas, haciendo respetar el Derecho de Asilo, tal como había dispuesto el
señor Presidente de la
República.
A partir
del mediodía del 20 de septiembre, el muelle de la Dársena D y sus
alrededores había perdido su calma habitual, ya que comenzaba a ser frecuentado
por varias personas armadas, en jeeps militares y en coches, que no sacaban sus
ojos del buque.
Así
mismo,
desde las primeras horas de la tarde, la Policía Marítima aumentó
considerablemente su vigilancia sobre el buque, teniendo sus hombres
armas automáticas. Posteriormente fueron reforzados por hombres de
Infantería
de Marina, con sus modernos equipos y armamentos, siendo su personal y
armamento el doble que los anteriores.
Tampoco
fue ajeno el hecho de que varios civiles armados, quienes presumiblemente eran
de la Policía Federal, revisaban cédulas de identidad y salvoconductos y no dejaban pasar a ninguna
persona que no estuviera suficientemente autorizada, entre quienes figuraba el
personal de a bordo y los de la embajada paraguaya7.
Después de tomar conocimiento de que
Perón había solicitado asilo político, el gobierno provisional, encabezado por
el general Lonardi, ordenó a la cañonera retirarse del muelle y fondear en el
Río de la Plata
(siempre en aguas jurisdiccionales argentinas), razón por la cual, se adoptaron
las medidas para zarpar de manera inmediata.
El
buque paraguayo abandonó la dársena a las 17.00 del 20 de septiembre,
internándose lentamente en las turbias aguas del estuario, tal como se
le había indicado. Después de soltar amarras, se separó lentamente del
muelle y comenzó a deslizarse a media máquina por el canal de navegación
hasta el kilómetro 10, pasando entre varios buques de la Armada
Argentina, a la vista de la multitud que se había aglomerado en el
puerto para seguir las alternativas de la huida.
La
embarcación saludó a sus pares argentinas, quienes le respondieron del
mismo modo, mientras sus tripulaciones se agolpaban en las cubiertas
para observar su paso. De ese modo, y hasta la finalización del
conflicto, la cañonera fue vigilada de cerca por los buques “Murature” y “King” y por lanchas patrulleras que navegaban en torno a ella, a distancia prudencial.
El
grueso de la flota argentina, en tanto, se mantenía a distancia,
impidiendo cualquier intento de fuga hacia Montevideo. Dos de sus
unidades, los destructores “Buenos Aires” (comandante Eladio Vázquez) y “Entre Ríos”
(comandante Aldo Abelardo Pantin), patrullaban las aguas desde las
desembocaduras de los ríos Paraná y Uruguay hasta Buenos Aires y La
Plata, e incluso remontando el Paraná Guazú hasta la localidad de San
Pedro.
Con
el paso de las horas, el embajador Chaves comenzó a experimentar cierta
inquietud. Temía que el gobierno argentino organizase un operativo de
tipo comando para apoderarse de la cañonera y por esa razón deseaba
sacar a Perón lo antes posible. Para colmo, además de las unidades de
mar, aviones PBY Catalina con asiento en la base Comandante Espora
comenzaban a realizar amenazadoras pasadas a baja altura sobre la nave,
llevando inquietud no solo a su capitán sino también, al resto de la
tripulación.
Quien
se mantenía imperturbable era el propio Perón, que hasta tuvo tiempo de
escribirle dos cartas a Nelly Rivas, su amante adolescente y de
congraciarse con los marineros. El comandante Cortese recordaría años
después que el ex mandatario se adaptó perfectamente a la vida de a
bordo y que supo congeniar con la mentalidad y el estilo de vida de la
dotación. Su trato con la oficialidad y la marinería siempre fue
correcto, y en todo momento se mostró sereno e incluso jovial. En lo que
a las normas de a bordo se refiere, dio estricto cumplimiento a las
disposiciones de asilo y jamás provocó el más mínimo contratiempo.
La
tripulación paraguaya comenzó a sentir admiración y respeto por su
persona. Comía, dormía, leía y escribía en un horario que él mismo se
había impuesto y congenió muy bien con los jóvenes tripulantes, a
quienes de tanto en tanto, solicitaba chistes que festejaba risueñamente
(especialmente los del marinero José Oliste), lo mismo con las
canciones que ejecutaban para él los hermanos González.
Perón
sabía moverse; era un verdadero maestro en el arte de captar simpatías y
así fue como a poco de abordar la nave, comenzó a ser admirado y
reverenciado.
Donde
no había ni chistes ni guitarreadas era las unidades de superficie que
rodeaban a la nave paraguaya. Por esa razón, temiendo la ya mencionada
incursión de comandos por parte de fuerzas especiales, el embajador
Chaves comenzó a acelerar las gestiones para sacar al ex presidente del
territorio argentino y en ese sentido, su gobierno despachó hacia Buenos
Aires a la cañonera “Humaitá”, gemela de la “Paraguay”, al mando del capitán de corbeta Benito Pereira Saguier.
Todo
estaba listo para que Juan Domingo Perón, figura emblemática y
trascendentes de de la reciente historia americana, partiera rumbo al
exilio. Se alejaba de un país al que había dirigido por espacio de una
década, dejándolo en pleno estado de ebullición y guerra civil. Su
actitud no estuvo a la altura de un líder de su magnitud. Perón no fue
fiel a sus palabras y lejos estuvo de actuar de acuerdo a la envergadura
de su persona. Por esa razón, muchos de sus seguidores experimentaron
un sabor amargo al verlo partir de ese modo. “¡Apenas
iniciada la lucha, Perón huía cobardemente, dejando abandonados a su
suerte a tantos hombres que confiaron en él, a quienes por sus ideas,
sus sentimientos, sus intereses o por simple cálculo, estaban dispuestos
a luchar para apoyarlo y para defenderlo; y atento sólo a su seguridad
personal, a la preocupación de eludir toda responsabilidad, buscaba el
amparo de la embajada paraguaya y se refugiaba, dispuesto a exiliarse,
en una cañonera de ese país!
“La
frustración de quienes confiaron en él debe haber sido tremenda. Entre
nosotros su fuga vergonzosa no dio lugar a manifestaciones de alegría.
Sentimos desprecio por su cobarde actitud y una sensación de amargura
inexplicable. ¡Ese hombre había sido el Presidente de los argentinos,
había gobernado por años nuestro país! En su caída, deshonrosa, Perón
nos avergonzaba a todos los argentinos por igual” dice el contralmirante Jorge E. Perren su libro8, reflejando los sentimientos que su actitud despertó entre sus enemigos.
Imágenes
Perón aborda la cañonera "Paraguay". A su lado el embajador Juan R. Chaves |
Otra imagen de Perón a bordo de la cañonera paraguaya (Gentileza: Fundación Villa Manuelita) |
Otra vista de la cañonera "Paraguay" |
Salida hacia el hidroavión. Perón entre el embajador Chaves y Mario Amadeo acompañados por oficiales y marineros de la Armada Argentina (Fotografía obtenida por el subteniente Edgar Usher) |
Perón aborda el hidroavión paraguayo |
Última imagen de Perón antes de partir al exilio. Se distingue su figura a punto de abordar el hidroavión paraguayo (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno: La Revolución del 55, Tomo II) |
Notas
1 Perón había devuelto a aquel
país los trofeos de guerra capturados por el ejército argentino durante la
guerra de la
Triple Alianza y era desde 1954 ciudadano honorario y
general del ejército paraguayo.
2 Augusto Ocampos
Caballero, La
Cañonera. Símbolo del Derecho de Asilo, Editora Ricor
Grafic S.A., Asunción, Paraguay, 1995, pp. 77-78.
3 Ídem, p. 82.
4 Ídem, pp. 79-80.
5 Ídem, p. 81.
6 Se la obligó a permanecer a
bordo y se la trasladó a la base de Villa Reynolds, asiento de la V Brigada Aérea de
Caza y Ataque, a bordo del mismo aparato en el que habían llegado.
7 Augusto Ocampos Caballero, op.
cit, pp. 103-106.
8 Jorge E. Perren, op. Cit, p. 271.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)