sábado, 30 de noviembre de 2019
ORDENANDO LA INTELIGENCIA, SE ENTIENDE LA POLÍTICA.
Última parte del artículo: “El
Mensaje de la Antigua Roma”, publicado en SISINONO, enero 2014; tema que nos
atañe fundamentalmente.
Para salvarse del mundialismo.
Para no envenenarse en el pantano del mundialismo, que ha
nacido entre las ruinas de la cristiandad, es menester remontarse a ese surtidor
de agua pura que es la recta razón esclarecida por la revelación. El derecho
romano y la ley natural, la filosofía perenne (1) y la palabra de Dios son
siempre actuales pese a su antigüedad; ésta no hace de ellos cosas caducas o
superadas. La filosofía perenne es al fuente pura en la cual podemos abrevarnos
sin intoxicarnos con los errores de la modernidad y la postmodernidad
filosóficas, unos errores que corrompieron el derecho romano y la filosofía
moral política (la virtud de la prudencia aplicada a la sociedad civil) en una
legislación contranatura y en la partidocracia o parlamentarismo, esto es, en
el vicio de la “cleptocracia” de sus “señorías”, contrario al bien común.
Nuestra fuentes o raíces filosófico-políticas son la de
la metafísica aristotélica, el derecho
natural de la Roma antigua, los Padres eclesiásticos (San Agustín, San Gregorio
I, San Bernardo de Claraval), los canonistas (Gregotio VII, Inocencio III,
Bonifacio VIII), los doctores escolásticos (Santo Tomás, San Roberto Belarmino,
Suárez, Mariana), y el Magisterio eclesiástico (de San Gelasio a Pío XII). Por
desdicha, no conocemos ya nuestras fuentes y raíces, porque la enseñanza “políticamente correcta” nos remonta, con
mucho, a la Revolución Francesa, a Montesquieu, al liberalismo, al
renacimiento, y al humanismo. Es una lástima que el catolicismo liberal moderno
y el modernismo democristiano actual nos tracen una imagen deformada de la
“doctrina política católicorromana”.
No se puede afrontar el futuro sin conocer el propio
pasado. “Llega a ser lo que eres” es un axioma más actual hoy que nunca. Hemos
de tomar a la “fuente pura” como “enanos
a hombros de gigantes”. De lo contrario, nos aguarda una catástrofe. El hoy
deriva del ayer, y el mañana es fruto del pasado. El porvenir debe basarse en
los fundamentos presentes y anteriores, no puede sostenerse en la nada: “(…) no, la civilización no está por
inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe: es
la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus
fundamentos naturales y divinos contra los ataque siempre nuevos de la utopía
malsana, de la revolución y de la impiedad (…)”. (San Pío X, Carta
Apostólica Notre charge apostolique,
del 25 de agosto de 1910). La Roma antigua, perfeccionada sobrenaturalmente por
la Roma cristiana, tiene aún mucho que decirnos y constituye el manantial en el
cual hemos de beber para no morir deshidratados o emponzoñados.
La lección que nos imparte la sana filosofía tocantes a
las relaciones entre el poder temporal y el espiritual, y sobre el derecho
romano antiguo perfeccionado por el canónico, puede abrirnos las puertas de un
futuro menos bestial que el que estamos viviendo y sufriendo hoy (la perfección
absoluta no es de este mundo). La senda que hemos de tomar –retornando a los
orígenes, mirando al futuro y viviendo en el momento presente- es áspera, más no
imposible de transitar; o mejor dicho, sigue siendo actual y posible
precisamente a fuer de perenne. Primero hay que conocerla y luego ponerla en
práctica en uno mismo, en la propia familia y en el ambiente de trabajo que nos
rodea,
nihil volitum nisi praecognitum, (nada se quiere si no se conoce previamente).
El hombre debe vivir en tres dimensiones: con los pies “en la tierra”, con la mente
y el corazón “en el cielo” y con la acción “al lado” de nuestros semejantes.
Si nos negamos a retornar a lo real, al derecho natural,
a la sana razón y a la recta “doctrina
social”, seguiremos corriendo hacia el báratro que, especialmente a partir de 1968, se abrió bajo nuestros pies de
manera clara y evidente para todos y que ha asumido el poder global en el
universo con el “Nuevo Orden Mundial” (1991-2001), el cual constituye el
reflejo invertido exacto del orden natural que la Roma antigua llevó al orbe y
del orden sobrenatural que nos enseñó la
Roma cristiana. Las manifestaciones recientes del Nuevo Órden Mundial son la
crisis económico-financiera y las guerras en el África mediterránea, en el
Oriente medio y en Oriente próximo, que podrían extenderse asimismo al extremo
oriente, con sus consecuencias inimaginables y humanamente irreparables. La
modernidad, que desde Descartes a Hegel se había propuesto divinizar al yo y
absolutizarlo, desembocó a la postre en el efecto opuesto, como era lógico: la
posmodernidad nihilista (Nietzsche, Marx y Freud) que se propone la destrucción
de la razón, la moral, el hombre y el ser mismo. Alcanzó su apogeo en la década
de los sesenta con la Escuela de Francfurt (Marcuse y Adorno) y el
Estructuralismo francés (Lévy-Strauss, Sartre y Ricoeur), y hoy (2001-2012)
está llegando a su fase terminal (Bush-Obama-Netanyahu) con el peligro de una
guerra nuclear de resultados apocalípticos. Ahora bien, cuando uno se da cuenta
de que ha tomado el camino equivocado es menester que vuelva atrás para que siga
avanzando, pero en la buena dirección. Conque si la modernidad fracasó y fue
asesinada por su hija, la postmodernidad,
es necesario retornar a los principios de la metafísica del ser, del
derecho romano antiguo y cristiano y de la filosofía política consiguiente.
La “política” actual, a la que le gustaría matar a Dios
(marxismo, nietzchismo, psicoanálisis), debe ser combatida, no son el idealismo
subjetivista (que quería divinizar al hombre y ponerlo en el lugar de Dios),
sino con la metafísica, el derecho natural y la filosofía política perenne y
tradicional, clásica, escolástica y canónica. Tertium non datur [lo tercero no se da]: o volvemos al realismo
aristotélico-tomista, a la armonía y la colaboración, en el seno de
subordinación jerárquica de los fines, entre el poder temporal y el espiritual,
al orden natural, o nos hundimos en el mar de la nada nihilista, donde todo
zozobra y nada se salva.
El mensaje de la Roma antigua, elevada al orden
sobrenatural de la gracia de la Roma cristiana, no sólo es actual para nosotros
hoy, sino que es absolutamente necesario para no vernos dispersados y
destruidos intelectual, moral y espiritualmente tanto como individuos y como
sociedad. ¡Que Dios ayude a la “vieja Europa” a reencontrar su identidad bajo
la égida de la Roma clásica y de la Cristiandad!+
Christianus.